miércoles, 22 de febrero de 2017

Nuestra cita cotidiana

Marie Christine

Entré en un grupo de agitprop. Lo dirigía Brigitte, originaria de Tourcoing, una ciudad burguesa colindante con Lille. En la época había obtenido ya el título de Ciencias Políticas, en París y acababa de llegar de Estados Unidos, donde había pasado unos meses.
Tenía más o menos mi edad. Era de la Liga Comunista Revolucionaria. No teníamos problemas para entendernos en los “grupúsculos”, como nos llamaba de Gaulle. Incluso nos llevábamos bien con los miembros del sindicato CFDT, de tendencia socialista y no así con la CGT, sindicato cercano al Partido Comunista francés.
Al asunto, Brigitte era nuestra maestra de agitprop.
_   Tenemos que despertar conciencias adormecidas por tantos años de gaullismo y sordas a los discursos.  Tenemos nuestros cuerpos y nuestras voces_ usaba ambos sin gran maestría- Estamos en el periodo de aprendizaje _Decía en guisa de disculpa._ Tenemos unos días para adiestrarnos y complementarmos en las escalinatas de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas. Nada de discursos: contorsiones y gritos.
En poco tiempo reunimos una cincuentena de artistas de la revolución. Brigitte proponía un tema. Debatíamos escenas, nos reuníamos en grupos para trabajar las que compartíamos. Había muchas ideas y voluntad. El espectáculo era una chapuza.
Pero triunfó; los medios de comunicación se fijaron en nosotros, fuimos solicitados para actuar en bodas. No olvidamos la calle, o a los obreros que continuaban en huelga; con la escasa recaudación comprábamos lo que podíamos en Bélgica, algo arreglábamos.
Al grupo se añadió Marie Christine. Nos enamoramos locamente. Primer amor en mi caso.
Sus padres, de la alta burguesía, se habían divorciado con tanto rencor y desavenencia que las dos hijas habían sido colocadas bajo custodia hasta que llegaran a la mayoría de edad. Había que esperar dos años para que se nos permitiera vivir juntos.
_   Es mejor así, repetía ella. Tenemos que terminar la carrera y sacar la cátedra _En la Francia de la época era el primer escalón para quien quisiera llegar alto_ Seremos como Simonne de Bouvoir y Jean-Paul Sartre.
_   Al menos _respondía yo, que no aspiraba a tanto- son objeto de mi admiración_ pero, que yo supiera, no había cátedra de Sociología en la secundaría francesa y aunque la hubiera, tendría que empezar por obtener la nacionalidad francesa.
El catorce de julio hubo una gran manifestación en defensa de los valores quinto republicanos. Asistimos, por supuesto, para denunciarlos. Brigitte había cubierto sus “vergüenzas” en la bandera tricolor y se ayudaba de rápidos movimientos para descubrir y cubrir, con gesto pudibundo, su sexo. Nosotros representábamos los territorios de Ultramar y las colonias y neo colonias. Tratábamos de acallar la Marsellesa con la Internacional.
De pronto, una multitud nos arrastraba para tirarnos al Deüle. Estaban furiosos por la profanación, eran muy brutos y superiores en número. Lo hubieran conseguido si no hubiera intervenido la Guardia Republicana.
Nos fuimos, con el rabo entre las piernas. Brigitte llevaba, en la mochila, un vestido obscenamente ajustado, que sin ropa interior resultaba más obsceno que la desnudez. Esta no era ilegal. Lo otro sí.
El amor entre Christine y yo aumentaba cada día, como los noviazgos a la española, sin uso matrimonial. Las circunstancias no lo permitían, pero estas no podían impedir que pasáramos el día juntos y que progresáramos en la agitprop.
Los sindicatos firmaron los Acuerdos de Grenelle. Empezaron las negociaciones. Los estudiantes no teníamos otra que esperar. Todo el mundo se iba de vacaciones. Marie Christine consiguió una invitación de los padres de su amiga y compañera de clase Dorothée, para pasar el verano en su chalet de Saint-Tropez.
Nos daban un mes para que lo pasáramos en la casa de Riaño de mi familia, a la que ya me he referido. En mi coche, además de Christine y yo irían Dorothée y el Cristo, lo llamábamos así por su parecido. Era estudiante de Arquitectura. En otros coches irían saliendo otros miembros del grupo.
No sabía muy bien dónde meter  a tanta gente, puesto que también estaban invitados, como los años precedentes, los Knocker. Llevábamos, como precaución necesaria, tiendas de campaña.
Mi familia siempre ha sido muy acogedora. Así y todo, me pasaba cinco pueblos. Todo se arregló como por arte de magia. Genín, un amigo de la infancia que estudiaba medicina, como su padre, tras haberse salido de Padre Blanco y haberme dado la paliza con el “omega” de Teilhhard de Chardin, había colgado los hábitos para afiliarse a la Liga Comunista y salvarme de la herejía del Marxismo Leninismo.
Su familia tenía una casona de sillería en Cilleruelo de Bezana, un pueblo cercano a Riaño. Su padre había conseguido plaza en Madrid y la casona estaba libre hasta que disfrutara de sus vacaciones. Allí nos trasladamos solos y dejamos a los Knocker tranquilos en la casa de Riaño.   
Mi padre se instaló con nosotros; creo que se decía, para preservar la virginidad de Marie Christine y de Dorothée. Se nos veía muy acaramelados, a la primera conmigo y a la segunda con Genín. Los padres de la última le habían dirigido una carta en la que rogaban que vigilara. Ambas eran menores y ellos se habían comprometido con los servicios que ejercían la tutoría de Marie Christine. También nos invitaban a toda la familia en su chalet de Saint Tropez.
Las dos parejas aprovechábamos en los campos, cuando pensábamos que no había quien nos viera. Nos veían y murmuraban hasta el punto que el escándalo llegó a oídos de uno de los hermanos de Genín, conocido como “el conde”.
Felizmente que para entonces los Knocker habían terminado sus vacaciones y regresado a Lille; así que pudimos instalarnos en la casa de Riaño. También una casona, construida en piedra y con gruesas vigas de roble, pero todo no era sillería.
Aún no había agua en las casas y hacíamos las necesidades en la cuadra; después se cubrían con paja y el conjunto servía de abono. Genín, por supuesto, se instaló con nosotros y dejó al “conde” que calmara él mismo su berrinche.
Fuimos muy felices y también dimos mucho que hablar por nuestros retozos en los campos en que pensábamos que nadie nos veía. El tiempo pasó muy rápido y nos fuimos a Saint-Tropez. Nos acompañó mi hermana, aprovechando una parte de las vacaciones que le correspondían en su primer trabajo en España.
Al regreso a Lille, los estudiantes teníamos que negociar lo nuestro. Nos ofrecieron un aprobado general, negociar un cambio en el sistema universitario y ya en las barricadas, como se decía, se había acordado crear la Universidad de París 8 Vincennes.
Yo no estaba de acuerdo con aceptar el aprobado general. Me parecía oportunismo y, en todo caso, consideraba prioritario terminar con métodos y profesores, como era el caso de Estadística. Opté por examinarme y por no aceptar el regalo de aprobado general. Fui el único en hacerlo. Baudelot me acusó de conservar la mentalidad pequeño burguesa. Me pidió que presentara mis disculpas a la profesora de Estadística.
_   Con el aprobado general te quitas de en medio esta espina. Con el cambio del plan de estudios mejorarán las cosas por la cuenta que les tiene. Si te pone un cero, aunque tienes muy buenas notas en el resto, no se te puede aplicar la media. Cálmala; con un uno aprobarías, el cero es excluyente.
Ceder me parecía traicionar mis principios. Baudelot formaba parte del mismo partido que yo y me dijo.
_   Los luchadores anteponemos la causa al orgullo. Nos eres más útil como sociólogo que como rebelde sin causa.
La de Estadística me puso un cero, creo que fui el único estudiante de la Francia del 68 que tenía que repetir curso.
Lo peor me esperaba cuando llegué a casa de Marie Christine. No sé cómo había conseguido con qué comprar una botella de champagne y unos canapés.
_   Tenemos que celebrarlo. Ya solamente nos queda un año para terminar la licenciatura y para mi mayoría de edad. Encontraremos trabajo, nos casaremos y mi hermana se vendrá a vivir con nosotros.
_   A mí me han suspendido.
_   ¿Qué?  Traté en vano de explicarme. Ella reía como una loca. Solamente paró para gritarme.
_   San Martín conservaba la mitad de su capa, tú te has desposeído de ella. Vete. Jamás me casaré con un hombre desnudo_ mostró la puerta, me empujo y dijo:
_   Vuelve cuando recuperes tu capa.
Me partió el corazón y la mismidad. Me fui aliviado, pese a todo, por no haber sucumbido a la tentación, aunque resonaban en mi mente las palabras de Baudelot.
Las ursulinas no pudieron renovarme el contrato, pero mére Bernadette Joseph me consiguió un trabajo en Vire, un precioso pueblo de Calvados; con suerte podía continuar mis estudios en la Universidad de Caen.
No fue así. Me matriculé pero apenas pude ir a clase. Tenía jornada completa y el acceso era complicado. Un año académico perdido.
Marie Christine me hizo varias llamadas. Mi orgullo herido colgaba el teléfono. La quería mucho. También me había defraudado mucho. Sufría de amores que pensaba no poder olvidar.
Brigitte me visitó en dos o tres ocasiones para seguir nuestro “agitprop” en Vire. La primera vez se presentó con cuerdas amarradas en las piernas. Había atado en ambas latas de conserva vacías, acción que dio la nota en Vire y en el colegio que me había dado trabajo.
No era necesario. Yo había fundado el club de los gitanos, en honor a García Lorca. Formaban parte del mismo los alumn@s de español, tod@s, puesto que la otra profesora de la asignatura, Martina, adhirió al mismo desde el principio, con entusiasmo, y los profesores y profesoras de la CFDT, mi sindicato, aprovecharon el invento para reivindicar; hicimos un auténtico motín.
A medida que pasaban los meses sufría más de mi amor. Aproveché unos días, que se me acordaron para quitarme de en medio,  para ir a Lille y explicarme con Christine. La encontré en la Facultad. Estaba con los exámenes finales. A punto de obtener su licenciatura de español. Me citó en su casa, a la hora de la cena. Compré un buen vino y saboreaba la reconciliación.
Mi gozo en un pozo. Desde que abrió la puerta vi a su nuevo compañero.

_   Pierre, mi prometido; ya tiene trabajo. Nos casamos el mes próximo.

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