viernes, 6 de octubre de 2017

Nuestra cita cotidiana

Don Quijote de la Mancha

Castillo de Daméry 5 de diciembre  de 1781

La astuta Anita se había dado cuenta de todo. Sabía más que yo y también me ganaba en hacerse la tonta y sacar partido. Yo era la infeliz  que cubría sus devaneos. Tuve que aprender a trabajar más rápido para bajar a abrir la puerta del servicio con cada vez mayor frecuencia.
No es que fuera tan boba. Estaba ansiosa por volver a encontrarme con Babeuf, aunque sabía  que éste ya tenía su entrada por la de los señores.
–Llámame Ita.
Por eso recuerdo aquel cinco de diciembre. Anita dio el primer paso. No compartíamos cuarto y cuando me disponía a acostarme, me encontré con el trino de mi nueva compañera.
-Se ha dejado sus libros en el cuartucho que disponía en los corrales. Cuando tiene tiempo va…
– ¿Por qué lo sabes?
­Por los ratos que no atiendo la puerta y me doy gusto con Martín. Me cruzo, con cada vez menor frecuencia,  con tu amado, y aprovecho su ausencia  para fisgar en su refugio. Mi amante  sabe leer y ahora te puedo contar una de las lecturas del caballero: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
– ¿Estuviste escuchando?
–Desde que te nombró su Dulcinea.
-¡Calla!
–Deja de hacerte la tonta. Todo el mundo sabe que estás enamorada.
Me puse roja como un tomate. Me pareció escuchar el estruendo de risas que provocaba mi enamoramiento ¿Lo estoy? ¿De qué me sirve hacerme la tonta? Tengo clavada esa mirada profunda y triste. Estoy segura que en aquel momento fui su Dulcinea. ¿Por qué no me buscaba como yo lo hacía con él?
_El tal don Quijote  era un señor empobrecido al que la relectura de los pocos libros que le quedaban le secó el cerebro. Se hizo caballero andante medieval en una modernidad  que se negaba a admitir.  La tal Dulcinea era una fregona como tú y además, zafia y fea, pero  el caballero andante la imaginaba en su mundo como bella princesa.
Se relamía de gusto cuando comprobó que me había retirado el sostén del pedestal.
– ¡Quiero aprender a leer!
Me sorprendí al escuchar mi demencia.
–Audacia diría yo. Choca esa mano.
Las chocamos con la misma vehemencia del grito que se me había escapado.
–Ya lo he hablado con Martín. Podemos sacar una o dos horas por semana. Te enseñará en el propio templo del nuevo asesor del señor. El ascenso deja muy poco tiempo libre a tu caballero andante.
– ¿Me enseñará Marín  con ese libro?
–Pues claro, tontina. A cambio queremos tu paga. Deseamos  casarnos cuanto antes…
_Vale.
Muy rápido lo había prometido; tal era mi necesidad de comprender el papel de Dulcinea que se me había atribuido.
A cambio, Ita, como me había pedido que la llamara, se mostró dispuesta a informarme sobre las andanzas palaciegas de mi caballero andante.
– ¿Qué está haciendo?
–Parece ser que el mozo sabe de derechos y obligaciones de los señores. A sus veintiún añitos recién cumplidos soluciona satisfactoriamente las  inquietudes legales  del señor.
Se paró en seco, consciente del daño que me hacía. Yo ya había sido sometida a la humillación de investir a Santa Catalina de sus galas, tarea encargada a las que habíamos dejado de ser consideradas casaderas. Se nos daba el honor de la virginidad y se nos condenaba al celibato, por ser demasiado viejas para el matrimonio.
Era consciente de que este ingrediente alimentaba las risas sobre mi enamoramiento. También tenía la certeza de estar dispuesta a todo y,  pregunté en la actitud de una leona que siente sus cachorros amenazados.
– ¿Por qué no me has hablado antes de las relaciones entre Babeuf y Martín? ¿Continúan siendo amigos? ¿Han  hablado de mí?
Disparaba preguntas como una loca mientras Ita se arreglaba las uñas y respondía con calma:
–A la última pregunta no, a la segunda sí y silencio a la primera.
– ¡Eres ingrata!
–En absoluto. No han hablado de ti por la misma razón que tú y yo no hemos hablado de ellos. Babeuf y tú sois muy “reservados”.
–Claro… y… ¿crees que si nosotras hablamos del tema, ellos también podrían hablar?
-Te he dicho que el hombre está muy ocupado. Apenas aparece por su “santuario” y ha dejado a mi amante  al cuidado del mismo.
­ ¿Por qué está tan ocupado?
–El señor le había contratado porque estaba enterado de su valía, primero le puso a prueba al cuidado de su rebaño de pavos, ahora le da la ocasión de mostrar que es su hombre.
– ¿Por qué aceptó el trato Babeuf?
–Le vino muy bien. Lo comprenderás cuando veas su biblioteca. También a Martín le vino bien; le enseñó a leer y a escribir y le contagió su amor por los libros.
– ¿Cobró Babeuf a Martín?
–No
­ ¿Y?
– ¿Lo tomas o lo dejas?
-Lo tomo, pero cuéntame más
-¿De qué?
­ ¿Dónde aprendió Babeuf?
-Primero con un padre que enseñaba a base de palos. A la muerte de éste tuvo que ganar el sustento de la familia. A sus diecisiete años fue descubierto por  el señor de Bracquemond cuando éste visitaba a su notario. Babeuf era un simple subalterno. Algo debió ver el amo para traérselo.
–Para cuidar los pavos…-Me atrevía a insinuar.
–A las pruebas me remito. ­Respondió con el aplomo de una papisa.

Yo soñaba ya con mi Dulcinea del Toboso.

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