Una cosita
Se hace muy pesado el trayecto León-Gijón.
Apenas me daba cuenta cuando la razón de
mi viaje a Madrid era la de ayudar en los cuidados de mi madre.
Mientras su salud lo permitía, compartía
su estancia entre Madrid, domicilio de mi hermana y Villaviciosa de Asturias,
el mío.
En el último año de su vida no podía desplazarse. El alojamiento
de mi hermana reúne mejores condiciones
que el mío. La decisión estaba tomada.
Tenía que desplazarme con cada vez mayor
frecuencia y alargar mis estancias hasta que el choque entre mi hermana y yo
aconsejara que me fuera por un tiempo.
Felizmente, mi finado hermano había
propuesto, con unánime aceptación, que la herencia que dejó mi padre quedara en
su totalidad en posesión de mi madre.
Así pudimos financiar la contratación de
personal de apoyo. Esa circunstancia aliviaba nuestra dedicación, pero yo
sentía la necesidad de cumplir mi parte.
El paso del Puerto de Pajares, a través
de infraestructuras ferroviarias del siglo XIX, es un anacronismo incómodo.
La visión de nieve mancillada, me hizo,
en aquel viaje, sentir más profunda y sucia mi soledad
La inspiradora de esta historia ocupaba
el sillón que tenía enfrente. Nos habíamos saludado cuando ocupé mi asiento.
Supuse que venía desde Alicante.
Ella estaba enfrascada en la lectura de
una novela de Agatha Christie.
Fue necesario que nuestras miradas se
encontraran en el paisaje y algo más…
Sus ojos estaban llenos de decepción.
Había cerrado Némesis, una de las
novelas de la autora aludida que llevaba mi compañera de viaje como oro en paño.
Comenzó la conversación después de un
buen rato de habernos encontrado en el paisaje que ofrecía la ventana que
compartíamos. Estaba su gesto y la motivación del mismo. La señorita Marple del
libro desechado, en efecto, nada tenía que ver con la de antaño.
Ahí también nos encontramos en nuestros
silencios.
Se presentó como Maruja. La conversación
le hizo muy pronto comprender que podía quitarse la máscara que la protegía del
rechazo.
Se llama Libertad. El Caudillo borró su
nombre y en su lugar puso María de la Soledad. La víctima logró soportar
el castigo con el recurso a Maruja y con
un cambio de domicilio ya en sí impuesto a una familia estigmatizada por el
nuevo régimen.
Prefiere seguir “en el armario”
Se siente Libertad y comparte el
personaje oculto en una intimidad cada vez más mermada.
No he tenido el placer de volver a encontrarme,
en mis viajes, con esta encantadora señora; parece que los Aves y los Alvias se llenan de Marujas y dejan fuera a Libertad.
Sin embargo, la excluida, es
protagonista del relato que sigue.
El cuidado de mi madre me evocaba la
muerte y mi certera entrada en un “asilo”, si puedo pagármelo, cuando sea
incapaz de arreglármelas. ¡Son los tiempos que nos toca vivir!
Maruja se acomodaría bien a esa prueba.
No lo haría Libertad.
¿No es “Marujear” un morir sin saber
para qué hemos vivido?
Así, Maruja se
encarnó en miedos que tenía que superar.
¿Había encontrado mi madre una razón a
su vida? Sentía el miedo de que la respuesta que encontrara fuera negativa
cuando pululaban los signos de mi próxima orfandad.
En los momentos de vigilia de una
enferma con demencia senil, me empeñaba, con cada vez más escasos resultados,
en atraerla a los recuerdos de su infancia.
Cuando no podía hacerlo me sumergía en
la escritura de la mano de Libertad.
Me ayudó mucho y quiero compartirlo
contigo.
Esto no es un infierno aunque todo
parece indicar que lo fuera.
Las niñas bonitas no pagan dinero
Libertad es una de esas viejas que se atreven con las canciones de
una infancia arrebatada por la guerra del 36. Ya no está muy ágil, pero sus
movimientos evocan aquella niña de seis años, con trenzas y calcetines, que
saltaba a la cuerda y que se llamaba Libertad. Después…, tuvo que olvidar el
nombre para llamarse Maruja.
¾Soy la reina de los mares, y tú no lo puedes
ser. ¾La niña se
adueña de la vieja, y se proclama la reina de la residencia. Tira el pañuelito
al agua, y Antonio, en excesivo alarde de galantería, se lo recoge.
Libertad no ve nada, o probablemente no quiere hacerlo. Se vuelve
al sillón donde antes del baile se disponía a leer una de las dos novelas de
Agatha Christie que aún no había leído, y que acababa de encontrar en la
biblioteca. Había puesto la alegría del hallazgo en boca de la niña de las
trenzas, lo hizo sin ansias de reinar o de ofrecerse en espectáculo. Estaba
en un rincón. La presencia de espectadores ha roto el sueño, y la vieja se
dispone a escoger y saborear el primero de los libros. ¿Cuál? No tiene tiempo de
evocar los títulos.
Antonio está dominado por su complejo de Romeo y sigue a la dama
hasta que ésta se sienta para escoger su apetitosa lectura; hace demasiado
tiempo que no ha encontrado libros a su gusto, y al menos, Christie es un
apaño.
Cada uno de los personajes está “a su rollo”, la escena resultaría
grotesca si hubiera espectadores, pero no los hay, y Libertad y Antonio, no ven
más allá de sus respectivos escenarios.
¾Te traigo el pañuelo que dejaste caer.
¾Muchas gracias, Antonio. Debería haberlo
recogido yo misma, pero…
¾…pero estabas divina de la muerte.
¾Me apetece leer.
¾Admiro tu pasión lectora.
¾Muchas gracias. Las acabo de encontrar y
estoy ansiosa por empezar la lectura.
¾¿Te gusta Agatha Christie?
¾Me relaja.
¾¿Por qué estás nerviosa, Maruja?
¾¡Tú me pones de los nervios!
Nunca hubieran podido esperar el uno de la otra que se produjera
un choque tan frontal, pero tenía que pasar algún día.
Libertad no soporta a Antonio, y está harta de aguantar sus
constantes requerimientos.
Tonterías; comparten residencia, tienen que entenderse…
¾Perdona, estoy un poco nerviosa…
¾¡Pues vaya con la reina de los mares…!
Se va con viento fresco a otros ligues, pero el encontronazo ha
captado público para ambos personajes, y Libertad no puede escoger su primera lectura.
¾Bien hecho. Le has dado en los puros morros.
Ana Mary se toma un anticipo del goce de quien sabe cosas del
maromo, y Libertad tiene que retrasar la elección de su lectura para encontrar
la forma de liberarse de la chismosa. Su interés es el de evitar una segunda
confrontación, que haría irrespirable la convivencia.
La otra carece de algo que la retenga y se despacha a su gusto,
con el volumen de voz suficiente para que todo “pichichi” se entere.
¾Aquí hay suficiente puterío como para
dejarnos en paz a las que sabemos envejecer, ¿No te parece?
Una vez más, Libertad se encuentra envuelta en un zafarrancho de
los que monta Ana Mary, e intenta, inútilmente, zafarse.
Julio se ha adelantado, con el decreto que abre la caza de las
zorras.
¾Este año el celo de las zorras ha empezado en
el Puente de la Constitución y de la Inmaculada Concepción. Los cazadores
esperan la llegada de los machos para iniciar la cacería. Nosotros iremos a por
las zorras, sin ellas no habrá cachorros. ¡A por ellas!
Dicho y hecho. Ya están acorraladas.
Libertad sufre de agorafobia y retiene sus gritos. Todo queda en
nada con la llegada providencial de la directora. ¿Por qué se ha sentido peor
cuando ha escuchado “¿Y si fueran vírgenes?” “Ana Mary parió un hijo”…, y
todos los comentarios que surgieron sobre su posible virginidad?
La oportuna llegada no se produce , sin embargo, paraa aliviar a
Libertad. NO.
La señora directora viene a invitar al aperitivo que se servirá
tras la misa que se celebrará en la capilla, para conmemorar el día de la
Inmaculada Concepción y su onomástica, así como el cumpleaños de la anfitriona.
Todo el mundo se va a la
misa y al aperitivo, mientras Libertad se dispone a escoger su lectura….
¾No puedes hacerme el feo, Maruja.
Es la directora, y Libertad sabe que no le conviene hacerlo.
Inmaculada es muy rencorosa y cuadriculada; nunca comprendería lo
importante que es para ella preservar el nombre que le dio su padre y Franco le
quiso quitar, o quizá su repugnancia a celebrar la Inmaculada Concepción.
¾Ana Mary me lo ha contado. No volverá a
pasar, te lo aseguro ¾Las promesas de Inmaculada no tranquilizan a
Libertad.
Simplemente; no hay personal o maneras de evitarlo. Libertad no ha
sabido, o no ha querido, adaptarse a la residencia a la que fue asignada cuando
se partió la cadera y había terminado el periodo de recuperación
post-operatorio. Ahora puede andar y hasta incluso intentar bailar las
canciones de sus recuerdos infantiles, pero no puede subir las escaleras por
las que accede a su hogar, un cuarto piso de un edificio que carece de
ascensor.
Eso es lo que piensa Libertad cuando camina junto a Inmaculada
para asistir a la misa de la Inmaculada Concepción, en la capilla.
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