—Sus Majestades de las Dos Sicilias no apreciaron
el papel de doña Bárbara en la caída del marqués de Ensenada. Era un buen gobernante.
—Desde luego, no puede negárse mérito de controlar
gastos, incluidos los de la Casa Real, de hacer un buen catastro para ajustar
los impuestos a la riqueza, de modernizar las comunicaciones y los ejércitos,
de moderar los privilegios de Iglesia y nobleza, de crear riqueza, pero es
racista y sanguinario, como quedó probado entre los meses de julio y agosto de
1749, con su tentativa de eliminar a los gitanos.
—Yo soy gitana.
Dijo Julia, con marcado orgullo y añadió:
—Crees que un hombre tan estúpido: el mismo que
está trayéndose de Europa familias para la España despoblada por las guerras,
puede comprender a los aborígenes de la América española?
La emoción interrumpió unos segundos su sentencia:
—No estamos aquí para hablar de
eso, mi querido amigo.
¿Por qué me sentí rojo como un
tomate?
Bueno, del tuteo a la amistad no
hay una gran diferencia, pero los encuentros obligados con esta gitana
agridulce iban tomando más y más espacio en mi vida.
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