El abuelo Leopoldo
– ¿Por qué has llegado tarde?
Me preguntó, cariñosamente, mi abuelo materno.
–He estado jugando con mi amigo Bertín. Nos divertíamos tanto que hemos
olvidado la hora.
– ¿A qué jugabais?
–A soldaditos de plomo.
Mi interlocutor palideció. Sentí que le había contrariado. Se quedó pensando
unos minutos y dijo:
–Esas piezas que manejáis representan a seres humanos que se confrontan
porque los poderosos así lo han decidido.
Sin comprender muy bien, me sentí muy afectado. Yo solamente veía
juguetes…
–Las guerras causan dolor y muerte, y lo peor, dan más poder a los
vencedores, que miran desde sus torres fortificadas las matanzas producidas
únicamente para satisfacer su ambición.
Necesité un buen rato para comprender. Bertín juega con armas, recibe clases
de esgrima y de tiro al pichón. De pronto, el abuelo Leopoldo me hizo
comprender lo que intuía; esa gente se ha enriquecido muy rápidamente, tratan
muy mal al servicio, Siempre tengo la impresión de ser acogido por lástima;
simplemente porque Bertín y yo éramos amigos cuando eran pobres.
–Yo te tenía preparado esto,
Me mostró una placa de cobre, cuidadosamente envuelta en un paño de lino. El
esmero que ponía en desenvolver el codiciado tesoro me hizo la espera eterna.
Cuando concluyó, descubrí que yo no era el centro del mundo; ante mi tenía
las primeras letras de diez alfabetos, gravadas, con un buril.
–Te iré trayendo más.
Mi abuelo, en su vida activa, había trabajado como mecánico en un remolcador
. Se había instalado, en su casa. un taller para trabajar el cobre durante la
jubilación. Sus obras lucían en las casas de la familia.
En esta ocasión me había tocado.
Ante mí tenía jeroglíficos, letras latinas, griegas, árabes, rusas, chinas,
hebreas.
–Como puedes comprobar, ha habido muchas civilizaciones previas a la
nuestra–comentó mi anfitrión–; se podrían enriquecer las unas con las otras,
pero, con la confrontación, se empobrecen. Durante mi vida he sufrido guerras:
destrucciones de perspectivas, de vidas y de saberes.
Han pasado 72 años desde entonces. El abuelo murió antes de poder
completar el abecedario, pero me dejó cuatro planchas de cobre con sus
respectivos gravados.
Pese a que el pobre hombre sufría de cirrosis hepática, no había tomado
alcohol en su vida y tampoco le faltaba cobre en su organismo: comía judías,
cereales,.. y tomaba levadura de cerveza.
Estaba completamente en contra del sacrificio animal y nos daba una gran
parte de su escasa jubilación. Yo nací en 1944 y por tanto me tocó sufrir la
postguerra.
Tengo, ante mí, las planchas de cobre. Escogió este metal, porque, la edad de
cobre representó grandes avances: demográficas, agrícolas, ganaderas y
comerciales, pero, asimismo, dio un gran impulso a la guerra; hay evidencia de
que comenzaron a fabricarse lanzas y puñales. También el acceso al cobre
impulsó las jerarquías.
A mi lado está el hijo de mi sobrina; tiene cuatro años y está conectado, en el
ordenador, a juegos de guerra. Yo tenía seis años cuando el abuelo Leopoldo
me regaló las primeras placas de cobre. Pedro; así se llama mi sobrino nieto,
no se digna mirarlas; está demasiado ocupado en su juego genocida.
Le cuento la historia que tanto me ha marcado. No escucha,
Mi hermana tiene una gran mesa, que podemos compartir varias personas,
entre ellas están los padres del niño genocida. Ambos trabajan sus respectivas
tesis.
–¿Te puedes callar?. No nos dejas concentrarnos.
Dice la madre de la criatura.
–¿Has visto los juegos que divierten a Pedro?
–No me interesa. La cuestión es que nos deje tranquilos. Tenemos que
presentar nuestros trabajos cuanto antes.
Sé que no puedo añadir frase alguna. Recuerdo que cuando yo escribía mi
tesis y mi director me había impuesto un tope de dos meses, yo estaba en Las
Palmas y se presentó mi hermana con sus hijos. No podía concentrarme ¡Los
niños tenían qe jugar! Felizmente, las vacaciones de Navidad son breves y
pude cumplir mis objetivos.
La señora de la limpieza observa la escena y cuando estoy preparándome para
envolver las placas en el lienzo me hace signos para que no lo haga y
comprendo que me convoca para dentro de quince minutos, en la cocina.
¡Tenemos muchas más capacidades de las que pensamos para comunicarnos.
Elena es rumana y habla muy bien el español; el problema no es idiomático.
Las circunstancias nos obligan a agudizar el ingenio.
Pasa rápidamente el tiempo de espera, justo el necesario para hacer el
traslado con mucho cuidado.
–¡Qué maravilla!
Me dice Elena cuando termina su limpieza y contempla las letras incrustadas
en las planchas de cobre.
–Es un excelente trabajo, una copia de lo que se hacía en el neolítico.
Mi interlocutora es licenciada en historia del arte, se vino a España con la
esperanza de encontrar un buen trabajo, pero, de fregona gana más, aunque,
por lo que escucho, sabe apreciar;
–Pese a que la escritura no surgió hasta la edad del bronce y se grababa
básicamente en arcilla, tu abuelo respetó la tecnología para fabricar cobre de
la época, así como el sistema de gravado. ¡Tenía que quererte mucho para
ocupar tanto tiempo!, Está claro que su voluntad era que el mensaje perdurara.
Aùn en las condiciones más adversas pueden pasar cien años, y el cobre sigue
inalterable, Creo que el mensaje es largo.
–A mí me ha servido mucho; soy pacifista y aprendo de las otras culturas. He
vivido en muchos lugares, y ya no me considero de ninguno.
–Comparto esa sensación, aunque no he tenido tanta suerte como tú; añoro mi
país cuando estoy aquí, y, allí, me pasa lo mismo. Pero, volvamos al tema de
los alfabetos gravados en planchas de cobre. Por desgracia, este mineral se
utilizaba, sobre todo, para joyas y para otras muestras de poder.
–Ahora es una de las columnas que sostienen nuestro sistema.
–Ya lo creo, pero, perdona, tengo que irme, me faltan tres horas de trabajo
para terminar la mañana.
–¿A qué hora has empezado?
–A las seis, en la limpieza de autobuses.
–¿Te han pagado ya los meses que te debían?
–No, pero el abogado nos aconseja continuar en nuestros puestos: el
Ayuntamiento tendrá, tarde o temprano, que hacerse cargo de las deudas de la
empresa que ha contratado para el servicio.
–Espera un poco: te regalo una de las planchas.
–Lo agradezco mucho, pero son un recuerdo entrañable para ti,
–Estoy seguro de que mi abuelo me dio una para alguien tan sensible como tú.
Elena termina por aceptar mi oferta.
Vuelvo a la sala común de trabajo, Pedro goza con sus bombardeos.