viernes, 29 de julio de 2016

No me planteo si ha sido o no una buena idea el participar en el concurso de relatos de Freeditorial, aunque, a la fecha, el mío: Pincha si quieres entrar , esté en el número 63 con 48 descargas, pese a que cedo la exclusiva de la edición virtual por dos años. El plazo de presentación está abierto hasta el próximo domingo y, a sabiendas de que lo tengo muy crudo, si no lo hubiera presentado, lo haría por los y las 48 que han accedido gratuitamente a la lectura de Las cloacas de la Guerra de Sucesión a la Corona española. Ce n’est qu’un début.
Hay algo más ¿recuerdas lo del problem solving y lo de mi MR Hyde? Pues es eso, es un reto del proceso creativo que tengo que superar: no estoy a la altura en la batalla, pero no he perdido la guerra. Puedo mejorar mis posiciones en dos direcciones. La primera tiene que ver contigo, el número de los fieles seguidores de este blog es muy superior al de las descargas y también lo es el de los visitantes de mi relato en el concurso. Lo que te cuento no tiene el suficiente gancho como para ocupar unos minutos de tu tiempo para hacer una descarga. Tengo que trabajarlo. Una vez que haya mejorado el mensaje, tengo que ampliar la difusión del mismo.
Estoy en ello, como buen tauro, librando batallas en los dos frentes.

jueves, 28 de julio de 2016

Así me va
Ayer te comente el principio de mi batalla contra el MR Hide que me manipula. Estoy empezando. Si mis procedimientos no fusionan, tengo que evitar el auto compadecerme frente a los pobres resultados que he obtenido en mi estrategia para lograr descargas gratuitas de mi relato:Pincha aquí para entrar en el enlace : solamente 24, cuando he pedido el favor a todos los que podía pedirlo de mi agenda, que son bastantes y te lo he pedido a ti. No pido algo que tome más de unos minutos. Muchos de los receptores de mis mensajes no disponen de esos minutos, el problema es mío. No he sabido entrar en las agendas.
No veo espacio para auto compadecerme o para cargar contra el mundo que nos toca vivir. No dejo un milímetro de espacio a Mr. Hyde y siquiera se me ocurre la idea de tirar la toalla. Tengo que resolver mi gran problema: la promoción. No sé promocionarme y no puedo resignarme en la soledad del escritor que no llega. Tengo que librar batalla.

Lo he dejado para el final, pero es lo más importante, mi agradecimiento a los 24. Realmente no estoy solo. Muchas gracias, ese acompañamiento me da muchas fuerzas. 

miércoles, 27 de julio de 2016

Ya está puesto el relato. Agradecería lo descargaras gratis; es de gran ayuda para el concurso, puesto que el criterio es el número de descargas Pincha para leer o descargar
Nuestra cita de los miércoles

Ya presenté mi relato al concurso  Freeditorial. Debería sentirme satisfecho. No es el caso. Me he dado una paliza y no he sabido sacar el rendimiento que hubiera deseado ¿Por qué?, por la precipitación. El síndrome de “discontinuo e inacabado” que no he logrado superar y que me sigue arrastrando. Cumplí la agenda; en ocho días logré escribir 11232 palabras y sobre todo desatascar una idea que se resistía a salir, pese a que llevaba más de un año empujando.
Me has ayudado mucho en sacar el borrador; tenía que cumplir un compromiso que tenía contigo, gracias.
En los 70s participé en sesiones de Probem solving en Buffalo. Me llevaban razones de trabajo: me ocupaba de evaluar  la creatividad en alumnos procedentes de institutos convencionales y del instituto piloto, que practicaba una educación participativa.
 Saqué provecho para perfilar variables, pero me sirvió de mayor ayuda la taxonomía de Piaget. El curso me sirvió sobre todo para hacerme amigos y para sacar  fotocopias en la biblioteca de la universidad. Eso no es todo. Dentro de mí había un rechazo a completar el proceso.
Eso es lo que te quiero explicar; mi síndrome de “discontinuo e inacabado” Es muy fuerte mi Mr. Hyde.  Me obliga a abandonar el proceso creativo antes de que este termine. El relato está terminado y enviado, pero en cada lectura descubro  fallos que hubiera podido corregir, puesto que el plazo de aceptación para enviarlo está abierto hasta el próximo domingo.

Es una forma de destruir. Tengo que librarme de mi Mr. Hayde. Ya te contaré cómo lo hago 

domingo, 24 de julio de 2016

Mi artículo de hoy

Borboneando

Albert Rivera anunció su intención de solicitar la intervención de Felipe VI para logar la abstención del PSOE en la votación de investidura de Rajoy y Margallo se apresuró a responder: “La Constitución prohíbe que el rey borbonee”. Si bien es cierto que el jefe de un Estado de Derecho tiene que ser exquisitamente neutral en la formación del nuevo gobierno, la Constitución no usa el término evocado por el ministro de Exteriores en funciones y éste no da puntada  sin hilo. Lo sabemos.

He tirado de hemeroteca para encontrar referencias de un término que no ha sido recogido por los cánones. En el artículo “Bobonear y reinar”, publicado por La Razón, escribe Fernando Rayón: “Aunque la Real Academia Española no admite el verbo borbonear, todo el mundo sabe lo que significa”. Rayón alude a  Alfonso XIII y define así el palabro: “ventajismo, falta de visión de largo plazo, de regate en corto e incluso de manipulación de voluntades [….]! También se hace mención al rey Juan Carlos: “Pero si el borboneo ha existido en la reciente historia de nuestro país ha sido por una razón obvia: la concentración de poder en unas únicas manos”
El “borboneo” se habría acabado con la Constitución invocada por el ministro en funciones. No es así para José Luis Heras, quien afirma en el artículo “En torno a las causas de la abdicación. El borboneo del rey Juan Carlos”, publicado en EL MUNDO FINANCIERO.com, el 21 de octubre de 2014: “El vocablo borboneo sonó esta mañana” El contexto que describe José Luis Heras: el desayuno organizado por Nueva Economía Fórum en el hotel Ritz de Madrid. En la agenda del mismo se encontraba la presentación por la entonces vicepresidenta del gobierno del entonces presidente de la CCAA de Madrid, Ignacio González. Mientras el último intervenía: “Entre las rarezas del ambiente, en una de las mesas de la Prensa apareció la palabra”.Se comentaba la convocatoria de Rajoy para hacer una declaración institucional: “Se barajaron los motivos que Rajoy podía tener para hacer la llamada (cambio de gobierno, convocatoria de elecciones anticipadas, metida en cintura de los desmanes de Mas…) y alguien pronunció la palabra Borboneo”. El anuncio era la abdicación de Juan Carlos. El artículo no indica que la iniciativa hubiera surgido del monarca y usa como argumentos al apoyo la tardanza del mismo para explicar su decisión y las ausencias de España del príncipe de Asturias y de la reina consorte. Proclama, sin embargo: “El gobierno y el PP trataban, como en el desayuno del Ritz, de justificar sus acciones de gobierno para congraciarse con los votantes desafectos. El PSOE, primer partido de la oposición y pilar de la estabilidad estaba metido en una crisis profunda”. El artículo tiene miga y aconsejo la lectura Pincha si quieres leer 
No es que piense que el rey emérito no haya “borboneado”, lo reconoce una de sus “plumas”, Pilar Urbano. Tampoco pienso que los ejemplos mencionados agoten la hemeroteca del borboneo, pero me parece que los datos ya aportados dan suficientes pistas sobre lo que el gobierno en funciones entiende por boboneo, me he limitado a los medios más conservadores. Me preocupa que el ministro de Exteriores en funciones haya sacado el término a colación en la que nos toca vivir. ¿No apesta ya a borboneo la actualidad política española? No solamente la española;  Isabel II de Inglaterra no oculta su parcialidad en el referéndum del Brexit. ¿A qué viene el añadido innecesario de una de las voces más “ilustradas” del gobierno en funciones?   




viernes, 22 de julio de 2016

Mi artículo de hoy

El programa de Ana Rosa

Lo dice la Quintana, lo dice María Teresa Campos y lo dice “España”, Cañamero no puede ser diputado porque no sabe hablar bien “el español” y el buen uso  del mismo lo define la Real Academia. Es como un espectáculo taurino, pero no tiene nada que ver con la buena gobernanza y Cañamero defiende un proyecto que muchos consideramos tiene que ver con la misma. Rajoy tiene “fundamento” para los cánones y canonistas, sin embargo es un ejemplo de mala gobernanza.
Aún hoy vemos en la media que Rajoy ha vuelto a sacar fondos de la hucha de las pensiones. En la Legislatura que gobernó con mayoría absoluta y en el gobierno en funciones no ha sido capaz de cumplir los objetivos que prometió y ha prometido, pese a ello, en la última campaña. Ha subido escandalosamente la deuda, ha incumplido las promesas de déficit que había pactado con la U.E., ha practicado recortes que han hecho mucho daño, Ha ahondado el abismo de la desigualdad y creo que puedo terminar la lista con mencionar que también lo ha hecho con la territorial como lo prueban los resultados de la encuesta sobre la voluntad independentista de los catalanes, publicados este viernes. Bajo el mandato de Rajoy el número de catalanes que desean independizarse ha aumentado de tal manera que, actualmente supera al de los que se oponen.

Los problemas que tenemos los ciudadanos no tienen nada que ver con el espectáculo o con los cánones. Los incumplimientos de Rajoy son precisamente nuestro grave problema; no podemos permitirnos reducir más las pensiones, los sueldos o los derechos y la deuda y el incumplimiento del déficit hacen que la UE exija más recortes y nos amenace con multas. A menos, oiga, que el próximo gobierno sea encabezado por Rajoy. ¿Por qué?, porque éste habla bien el “español”. 

jueves, 21 de julio de 2016

ülimo capítulo

Ya he terminado el borrador. Me queda curro, pero estoy saliendo del túnel.

Mi gozo en un pozo

Mi madrina había muerto el 8 de diciembre de 1722. No estaba ya en este mundo cuando ya ennoblecida por el regente y liberada de la infamia de mi apellido, tenía mi paseo triunfal en París, como ocupante de la carroza de la infanta María Ana Victoria, prometida de Luis XV. La reina consorte de España, Isabel de Farnesio, insistió para que acompañara a su primogénita que no paraba de llorar al dejar una corte que a la que tantos habíamos llegado con tanto pesar.
La reina consorte había sabido por mis confidencias de mi vida a los cuatro años, la edad que tenía la desgraciada niña. Claro, se lo había contado a mi manera, la que convenía a la misión que me llevaba a la entrevista.
La Farnesio y yo habíamos intimado más de lo necesario. Muy pronto lo supe, pero era ya demasiado tarde, cuando ya no estaba protegida por el regente, que murió el 2 de diciembre de 1723. Después empezaron las calamidades, que yo preveía desde mi visita a París.
En efecto la corte del regente era un cántico al vicio, tan reprimido durante el imperio de la Maintenon. No soy una puritana, pero no me parecía el entorno adecuado para un rey que entraba en la adolescencia. Cortesanos y cortesanas se disputaban el privilegio de iniciarle en sus vicios. ¡Ay si Luis XIV hubiera salido del sepulcro!
No me extrañó que en cuanto el duque de Borbón accedió a la regencia decidiera poner orden y empezara por intentar cortar por lo sano las tendencias del futuro soberano al “vicio italiano” que practicaba el padre del finado regente.
Pese al odio que nos profesábamos mutuamente, lo que vi y escuché durante mi estancia en París  me hacía reconocer que la decisión tomada era la acertada. Yo no  hubiera permitido que se metiera a mi propio hijo en un tal estercolero.
Tengo todos los respetos por los homosexuales, mis relaciones con Ensio son una prueba de ello y en todo caso, la Palatina me había educado para que sea así. No veo problemas para que un rey lo sea, Monsieur ha dejado una descendencia que ha aumentado su poder, el pervertido regente pregonaba su perversión y esto no le ha impedido hacer de París el centro de la finanza mundial y lograr que sus descendientes continúen agrandando el poder de la estirpe.
Lo que me repugnaba es que se manipulara a alguien que está despertando a la sexualidad, como le ocurrió al desgraciado Luis de Borbón, que la penitente amante de Luis XIV encargó a los cuidados de  la madre del regente y que fue corrompido por la corte del padre del mismo. Luis Felipe de Orleans había vivido este episodio como yo lo había vivido, ¿Cómo repetirlo con un rey que se le había encomendado cuidar durante su minoría?
Por lo demás, la regencia del finado fue un cañonazo. La potencia de la Francia de Luis XIV había dejado las arcas vacías y deudas, la regencia de Luis Felipe, dio dimensión financiera a una potencia militar. Se trajo a Low, un hasta entonces desconocido banquero escocés, el diamante en bruto que pagó la deuda, llenó las arcas e hizo de París la capital financiera, ¿cómo? Utilizando un papel garantizado básicamente por la subida vertiginosa del precio de las acciones de la Compagnie Perpétuelle des Indes. La última estaba muy sustentada por la Lousienne.  Se utilizó una hábil artillería para situar allí el mítico vellocino de oro. La compra de acciones era tan febril como rentable, no había lugar más rentable que París para los especuladores.
Lástima que todo se viniera al traste con una conspiración para empujar a la venta y para que la que todo el mundo consideraba eterna subida de los precios de las acciones derivara en desplome y en bancarrota. La regencia del duque de Orleans dejó unas arcas vacías y deudas, pero sobre todo la amargura de salir de un sueño en el que muchos volábamos por las nubes de la riqueza .La regencia de Felipe de Orleans  no dejaba un buen sabor de boca  a su heredero,  quien se precipitó a ponerse a los pies del duque de Borbón y fue de gran utilidad para lograr disipar las temidas tendencias del rey.
Por supuesto yo ya no contaba en los planes de los Orleans y esta vez así me lo hicieron saber por las claras. Mi pérdida de poder en la corte francesa debilitaba mi atractivo para la Farnesio cuando todo hacía esperar que se rompiera el compromiso de la infanta, demasiado niña para dar herederos con la premura que el duque de Borbón sufría.
Me quedé en Madrid porque me necesitaba la esposa del príncipe de Asturias. La pobre no era culpable de la degeneración de su padre, pero fue recibida y tratada como una pestiferada por el rey, la reina y la corte. Me daba penita, pero sobre todo pensaba en la Palatina. Me parecía ver agradecimiento y ternura en la mirada que salía de una tumba que no había podido visitar, pese a mis ansias.
No me lo esperaba, pero Felipe V abdicó en su hijo Luis, el 16 de enero de 1724. La nueva reina me volvió a abrir las puertas de palacio. En  mala hora, porque Luis I no duró sino unos meses y la Farnesio estaba enfurecida por las veleidades que se había permitido la reina viuda.
Esta seguía necesitando protección, pero yo no sé la podía dar; me habían puesto en “busca y captura” el rey y la consorte de España, el duque de Borbón, el duque de Orleans y todos aquellos a quienes amargué la vida, en Versalles desde mis dos añitos.
Era como si yo tuviera que purgar los “pecados” de los Orleans y tuviera que sufrir los dardos del actual titular emblanquecido. Una vergüenza, pero, en el fondo me sentía orgullosa de cargar con los odios dirigidos contra la Palatina.
Estaba realmente en peligro. Desconocía la eficacia de los agentes de los otros, pero tenía constancia de la de los del duque, entre los que me encontraba yo misma hasta hacía bien poco.
Lo primero que hice es ocuparme en poner a salvo a mi hijo. La ocasión era buena, porque muerto su amante, Ensio también era presa de poderosos y había decidido volver a su Colonia de Sacramento natal, que había ya hecho centro neurálgico de sus contrabandos,  y reconocer su paternidad. Padre e hijo se instalaron en mi futuro destino cuando aún yo tomaba riesgos para proteger a la Orleans, entonces reina de España.
Había demasiadas cosas sobre mí que conocían mis antiguos socios y entonces cazadores, entre ellos los Saloppe a quienes el actual duque les había preservado el pabellón que ocupaban en el Palais Royal desde la época de Richelieu.
Estaba asustada, sí lo estaba, pero Ensio fue más astuto que unos perseguidores bien entrenados y tan generosamente bien pagados por el odio que mi persona inspiraba a los poderosos. No me sacó por su red de contrabando o me dejó a merced de los perros que habían formado parte de la red que habíamos compartido en Madrid. Me envió a Jerónimo, un viejo muy avispado para protegerme de los “perros” que me acosaban a las propias puertas de mi domicilio. Mi salvador llegaba a tiempo. Yo estaba al límite de mis fuerzas. No sorprendió su entrada o su salida, en mi compañía. Yo vestía la ropa que él me había traído. Era un riesgo, pero funcionó en un entorno en el que circulaban criados y ante la búsqueda de una señora que huye.
Caminábamos con la parsimonia que se atribuye a los lacayos. Ni yo misma podía creerme que todo fuera tan fácil salir. Después seguimos una ruta y de maneras que ni el mismo diablo hubiera podido adivinar. Me llevó a Medina Sidonia y allí me mostró mi alojamiento, en la Ermita de los Santos Mártires, donde podría descansar con total impunidad hasta que se encontrara una forma segura de embarcarme hasta mi destino.
Medina Sidonia fue un bálsamo para mí y Gerónimo se ocupaba de que nada me faltase. Había encontrado una especie de tierra prometida pero sabía que no estaría a salvo hasta que llegara a mi destino.

Hacía allí voy ahora, ignoro lo que voy a encontrar, mi hijo Ensio es aún muy joven y su padre murió poco antes de que yo partiera. Tengo mucha confianza, el finado había dejado el negocio bien atado y mi vástago ha sido muy bien pulido. Ya no me pesan tanto el epitafio de mi supuesto tío y el poema de Santa Teresa. Mi hijo Ensio y yo saldremos del pozo oscuro y sabremos por qué hemos vivido. Lo intuí en una Medina Sidonia contaminada por las Luces de Cádiz. 

miércoles, 20 de julio de 2016

Nuestra cita cotidiana

El hambre y el crujir de dientes

Ensio nunca me reveló la identidad de su amante y protector, pero yo tenía mis intuiciones. No se trataba del finado, lo sabía porque cuando se enteró de mi embarazo, me aseguró y le creí, su voluntad de reconocer a ese hijo fruto de amoríos locos y peligrosos para su seguridad y que ésta se lo impedía. ¿Qué le hubiera importado al muerto?
Había detalles que me inclinaban a pensar que su pareja beneficiaba de los poderes del cardenal. Ensio conocía al dedillo Palma de Río, en cuyo castillo había vivido temporadas. El último era el lugar de nacimiento del cardenal. Se trataba de meros detalles; todos apuntaban en la misma dirección y mi amante de una noche tenía razones que nunca me contó para compartir mi estallido tras la visión de la lápida.
No era tema que me preocupara, ese caballero desconocido para mí carecía de razones para sentir celos. Tampoco yo las tenía. Mi  concepción era fruto la pasión de una noche loca más explicable por la rabia y el horror que me producía el “Aquí yacen cenizas, polvo y nada”. Nunca podré perdonarme que estas horribles palabras fueran la razón del nacimiento de mi hijo.
Un hijo, por otra parte, criado y educado a mí manera. No tendría que escribir semejante epitafio, porque, aunque yo no sabía o sé aún para qué me han traído a este mundo mi empeño y el de un padre que no podía reconocer su participación haríamos  que dejara su huella.
Madrid ya olía a miseria a mi llegada, las arcas estaban vacías y los cortesanos vivían con estrecheces. La Guerra de Sucesión no mejoró las cosas. La llegada del nuevo rey se retrasó hasta el 17 de febrero de 1701, pero la villa estaba lejos de recuperar la calma pese a que el entusiasmo popular ante la llegada del nuevo soberano causó centenares de muertes por aplastamiento y asfixia en la Puerta de Alcalá. Siempre he tenido la certeza que la causa no fue solamente el entusiasmo. El espacio es amplio y los partidarios del Borbón no eran tan numerosos. Así lo probaron los hechos que nos mantuvieron en vilo durante años.
Pese a la miseria a la que estábamos sometidos, el nuevo gobierno nos castigó con un impuesto suplementario para sufragar los gastos de guerra. Una guerra que teníamos a nuestras puertas y que hacía difícil la entrada de víveres. A parte de la aventura ya mencionada de la entrada del candidato austriaco en Toledo, el 29 de junio de 1706, una columna de caballería tomó Madrid  en nombre del archiduque de Austria.
Felizmente, Felipe V se había adelantado para evacuarnos y aconsejar que no opusiéramos resistencia. Se evitó una sangría, pero, el candidato austriaco fue proclamado rey de las Españas desde el balcón de la Casa de la Panadería, el seis de julio.
Los madrileños reaccionaron con emboscadas muy bien orquestadas, a favor de un rey que no sabía defenderlos. Este regresó a la villa el cuatro de agosto para volver a abandonar su capital, tras la derrota que sufrió en la batalla de Zaragoza en agosto de 1710. El austriaco fue ganando terreno con las sucesivas conquistas de Villaverde, Cienpozuelos,  el Pardo y Canillejas. Entró en la Villa el 28 de septiembre de 1710, ante el rechazo de los madrileños y la invasión duró hasta el 3 de diciembre, cuando entró, esta vez para quedarse, Felipe V.
Vivimos el hambre y el crujir de dientes. Faltaba de todo y los horrores de las guerras se habían incrementado con las traiciones, los robos y los impuestos. Había hombres, mujeres y niños cuyo único sustento eran las ratas, un animal al que cada vez nos parecíamos más los que lográbamos sobrevivir. Llegué a pagar fortunas para que no faltara nada a mi niño.
Mis problemas aumentaron desde que había logrado con éxito la expulsión de la princesa de los Ursinos. Había sido muy bien pagada, pero, desde entonces, los Orleans se olvidaron de mí, harto tenían con sus intrigas en un Versalles de un Luis XIV que caminaba, día tras día,  hacia la tumba y los delfines iban cayendo como si se propusieran confirmar la profecía de la Palatina
Yo ignoraba estos sucesos y me sentía abandonada y ofendida; todo me empujaba a pensar que había dejado de ser el diamante de mi madrina. Pese a la amargura, a las dificultades de una subsistencia que cada vez se me hacía más difícil, a medida de que se agotaban mis dineros, resistí como un soldado al que no se había ordenado la retirada. ¿Por qué? No creo que yo misma lo supiese; estaba atrapada porque solamente sabía hacer bien lo que se me había entrenado para que hiciera. Desde luego mi rencor no dejaba entrada a la fidelidad. Quizá mi raza jugó un papel más importante, los Saloppe, hasta donde yo sé, siempre han estado al servicio de los señores del Palacio Real y sus servicios habían sido siempre bien pagados.
¿Cómo mi padre había olvidado la red que había montado en España o a mí misma? No lo sé y temo que nunca lo sabré. Tengo y tenía asuntos más urgentes de qué ocuparme. Me quedé en Madrid sin medios para mantener el tinglado. Me dolió porque llevo la intriga en la sangre y en el sello.
Ensio se fue a Cádiz, pero no me abandonó u olvidó. Entre nosotros no había amor o pasión, solamente sentíamos, el uno por el otro amistad respeto y quizá, ¿Por qué no reconocerlo?, compasión, mucha compasión.
No,  nos faltaba de nada a mi hijo, a mí y a María. Los caudales víveres y ropas nos llegaban de Cádiz. No se trataba de mera caridad no, Ensio se había montado un tinglado basado en el contrabando ultramarino, cuyas bases principales eran Cádiz y Colonia de Sacramento, ciudad con una larga historia de cambio de Metrópoli, pasando de manos de los portugueses a la de los españoles o viceversa y con un enclave tan estratégico en el Río de la Plata. Nosotras ganábamos con creces nuestro sustento y, de hecho tuvimos que recurrir a agentes que en el periodo de las vacas flacas habíamos tenido que despedir. Volvíamos a la alta intriga.
Las cartas que recibía de Ensio me hacían soñar con el París que dejé sin dejar escapar una lágrima, pero con el alma en pena. ¿Cómo es posible que en este reino de miseria y sustos existiera un oasis tan frondoso como el que las cartas de Ensio describían? No recibí solamente cartas sino libros y hasta Le Mercure galan, Le Mercure historique et politique y Nouvelles de la république des Lettres. No me lo podía creer, pero mi aislamiento no era tal; estaba tan informada de la escena francesa y europea como cuando estaba en Versalles y aún más, porque allí mi madrina tenía muchas dificultades para recibir la última revista, que se editaba en Ámsterdam, entre otras cosas para huir de la censura que imponía Luis XIV, especialmente desde que tomó el puente de mando la Maintenon.
Pese a estos refuerzos, se me habían agotado los resquicios para educar a mi hijo; era y es muy guapo y muy listo. Por muy pulido que estaba mi diamante en bruto, el suyo era mucho más valioso y las lecturas que me llegaban de Cádiz me hacían ver que me quedaba muy corta para tallar la joya que había llevado en mi vientre.
Se me partió el corazón, pero sabía que hacía lo que tenía que hacer y lo hice. Ensio vino con un convoy bien blindado para llevarse a un hijo que engendró en una noche de desvarío; no para hacerlo suyo o siquiera como tutor. Tenía el encargo de velar por darle la educación que ambos queríamos darle, incluso en el trapicheo del contrabando.
Seguía con detalle las intrigas de Versalles y no me pilló de sorpresa  la encomienda de la regencia de Francia a Felipe de Orleans, el 2 de septiembre de 1715, ya estaba al corriente de la lucha a muerte que habían llevado la Palatina ante un Luis XIV que se moría y que dejaba un heredero menor de edad tras las muertes de los sucesivos delfines que se habían producido en los últimos años de vida del monarca. Felipe VI de España ya no contaba. Los tratados de paz que le aseguraban el mantenimiento de la Corona le impedían contar en la sucesión a la francesa. 
La Maintenon había logrado, el 14 de abril de 1714, que dos de los bastardos que ella protegía, el duque de Maine y el conde de Toulouse fueran reconocidos príncipes de sangre y por tanto habilitados para entrar en la línea de sucesión. El primero de ellos era el designado por el testamento del soberano para asumir la regencia desde su fallecimiento, que se produjo el primero de septiembre de 2015 hasta la mayoría de edad de su sucesor, Luis XV.
El duque de Orleans figuraba de una forma tan vaga que no permitiera esperanzas pero sí acallara los rumores de que se estaba dejando atrás a los príncipes de sangre en beneficio de los bastardos.
A esto se agarró como un clavo ardiente el duque de Orleans; obtuvo la regencia con la proclamación del Parlamento de París. ¿Cómo no comprender que quienes viven estas zozobras se olvidaran de mí? Después de todo soy una Saloppe y en 1718, el Regente tuvo que confrontar una conspiración encabezada por los duques de Maine, que estuvo a punto de acabar con su encomienda.
Fue poco después cuando recibí un mensaje del duque. Gracias a Ensio y a Cádiz, estaba bien informada; no me sorprendió cuando recibí el encargo de hacer de pies y manos para que se realizaran los matrimonios de Luisa Isabel y de Filipina Isabel de Orleans, hijas de la Palatina, respectivamente con el príncipe de Asturias y con el infante Carlos y el compromiso de la infanta María Ana Victoria con Luis XV.
Lo último era un caramelo para   Isabel de Farnesio, aunque su hija contara apenas tres años. No era el caso para Felipe V a quien no agradaba  emparentar con el duque de Orleans, aún más depravado que su padre, puesto que tomaba a sus hijas como amantes. Además el rey de España tenía toda su carne en el asador de Versalles. Dirigía en la sombra el partido devoto  al que pertenecían la Maintenon y sus protegidos los bastardos. Tuve que esforzarme mucho; el monarca español estaba más interesado por la batalla que encabezaba en Francia que en los intereses de España, pero, al final, el 22 de noviembre de 1722,  se firmó el Tratado de París que estipulaba estas alianzas.

No tardé en convertirme en Isabel Charlotte du Salove, el regente había ennoblecido mi malsonante apellido y en la corte española se reconoció mi dignidad y mi valía, se acabó de un plumazo el periodo de mis vacas flacas.                

martes, 19 de julio de 2016

Nuestra cita cotidiana

“Aquí yace polvo, ceniza y nada”

Por difícil que parezca esa es la despedida de este mundo que eligió mi falso tío para que se esculpiera en su tumba,  la que le correspondía como cardenal arzobispo Primado del reino. El epitafio se mee ha quedado clavadito en las entrañas, aunque la muerte se produjo unos años después de que mi misión me llevara a Madrid, donde mi padre tenía montadas sus redes de confidentes.
No me fue duro  dejar el palacio o al cardenal arzobispo de Toledo y siquiera fueron necesarias explicaciones. Me bastó esperar la llegada de mi pretendido tío para cumplir con el protocolo del parentesco que habíamos dibulgado.
Ensio era mi enlace. Un guapo mozo impúdico, que se enteraba de todo, por mucho empeño que se hubiera puesto en la ocultación. Vino acompañado de María, excelente carabina para evitar habladurías. El vestuario y el carruaje eran de una elegancia tan sobria que hubieran podido competir con la falsa modestia que después descubrí en la tumba del cardenal
Claro que cuando este escribió su epitafio ya había sido abandonado por todos los poderosos. Yo había sido el primer signo de la debacle; la duquesa de Orleans ya había conseguido su objetivo con el cambio de testamento. Este objetivo era compartido a su manera por Luis XIV y por la Maintenon.
El problema surgió con las interpretaciones, para los últimos, el nombramiento de Felipe V era una invitación para tomar por asalto el imperio español y para reafirmar que Francia era una potencia.
Así quedó patente de inmediato:
Aunque Ana y María Teresa de Austria, madre y esposa, respectivamente, del monarca francés, habían firmado un documento de renuncia a sus derechos de sucesión a la corona española, Felipe V no había firmado la suya con respecto al trono de Francia.
Bien es cierto que su hermano, el delfín tenía dos hijos y que muy verdes las tienen que pintar…, pero pasó, como parecía haber adivinado la Palatina. En todo caso fue una bravuconada que levantó a toda Europa, empezando por el emperador austriaco que proclamaba tener los mismo derechos a la sucesión de Carlos II que el monarca francés y que disponía, asimismo, de un candidato segundón.
Muy pronto quedó  patente que Luis XIV tenía todas las intenciones de intervenir en el gobierno de Felipe V .Cuando se anunció el principio del reinado de éste, ya se había pensado en el eslabón con Versalles: la princesa de los Ursinos, una arpía que había sido introducida en la corte por la intrigante Maintenon.
Ahí dolía a Madame y yo, como su diamante en bruto, tenía que hacer lo que hacían los Saloppe para informar a mi madrina de todo lo que se movía en las intimidades de una corte que escapara  a sus redes convencionales.
No se trataba de meterme en la basura, Ensio hacía su trabajo de forma impecable y en ningún caso yo debía tomar riesgos, seguía siendo la sobrina del cardenal. Ensio  y María eran, respectivamente, mi guarda de corps y mi doncella. Tampoco podía quejarme de mi nuevo  alojamiento en Madrid, discreto pero adecuado a mi rango.
Ensio sabía todo, yo no tenía más que trasladar su información al tablero de ajedrez de Madame y que proponer las jugadas. Mi talladora sabía que podía confiar en mí, hartos trabajos tenía en Versalles y le faltaba el olfato que yo había adquirido de la intriga española.
Europa estaba en llamas que se propagaron en la propia península con la tentativa de golpe de Estado de la Neoburgo a partir de una Cataluña del partido austriaco. El despechado cardenal se asoció a su antigua rival y también hizo de las suyas. No era nada aún, pero no tardó en serlo. Pese a la guerra, a la miseria, a la muerte, a la resistencia de la Grandeza de España, la de los Ursinos mantuvo intacto el proyecto de Luis XIV para España. ¿Todo? No todo, gracias a Ensio y a mí.
 La princesa era muy ducha y estaba relacionada, conoció al cardenal Primado y la corte española durante un largo exilio de Francia por un desgraciado incidente en que, en un duelo, su entonces marido, el príncipe de Chalais,  mató al duque de Beuavilliers, amigo de infancia de Luis XIV y los príncipes  tuvieron que huir de las iras del soberano francés.
Muerto el perro se acabó la rabia y la viuda obtuvo el perdón y el apoyo del monarca ultrajado,  para instalarse en Roma y para contraer segundas nupcias con el príncipe de los Ursinos. Versalles necesitaba alguien para intrigar en la ya muy intrigante “ciudad eterna”. Portocarrero  fue uno de los asiduos de las recepciones de la princesa y sin duda un valedor de la misma. Así se lo había pagado. “Polvo cenizas y nada”.
No podía sacar mis emociones en público, aunque me habían hecho de acero, necesitaba sacar la mala sangre. Me creía en la intimidad cuando estallé. No lo estaba, no. Me encontré fundida en un abrazo, me dejé llevar más allá del decoro. No pasó más que una vez pese a la seducción que irradiaba Ensio. Éste era homosexual. Sus  amoríos le habían sacado de una vida gris en Colonia de Sacramento y nos eran de gran ayuda.
¿Cómo llegó a pasar? Sin duda jugó un gran papel el epitafio que había escogido el finado. Era un gran desafío a la ingrata de los Ursinos. Pasamos horas llorando y fundidos en un abrazo. Juramos vengar a mi pretendido tío.
Lo hicimos con saña, pese a que nuestros cuerpos no volvieron a juntarse; mi madrina tuvo material para hundir a la princesa, pero también lo tuvieron los enemigos de la misma en la corte española.
Fue largo, la pieza que nos proponíamos cazar tenía garras y espolones, pero lo conseguimos el 23 de diciembre de 1714, cuando la entrometida cayó de lleno en nuestras trampas y fue despedida por la segunda esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, la que ella había escogido por considerarla una estúpida meapilas que se dejaría manejar.
Esta vez nuestra artillería había funcionado. Cierto es que tuvimos que recurrir a la Neoburgo, pero lo logramos. Movimos todos los hilos para que tía y sobrina se encontraran antes de la llegada de la nueva reina a la corte. No estaba previsto el encuentro. Fue obra nuestra, sabíamos que la ex reina compartía nuestros anhelos de venganza o quizá más, porque el cardenal mal pagado y la ex reina habían intrigado contra Felipe V, haciendo venir a Toledo al candidato austriaco. La venganza había unido a dos enemigos que se consideraban irreconciliables. Tras la entrevista, la Farnesio despidió a la hasta entonces todopoderosa en España.
Es una larga historia en la que intervino también la astuta Palatina para hacer bien ver en Versalles que la nueva esposa de Felipe V tenía poderosas razones para despedir a la entrometida princesa de los Ursinos. Luis XIV había empezado su decadencia y la Maintenon no supo encontrar argumentos contra las pruebas que aportaba la cuñada del rey, gracias a Ensio y a mí.

Vuelvo al epitafio porque aquella noche de septiembre de 1709 concebí mi hijo Ensio. No era deseado no. Lo oculté mientras pude y cuando ya era imposible de ocultar, me retiré tranquila, Ensio estaba ya suficientemente preparado para que no se notara mi ausencia durante el parto y el tiempo  de rehacer mi figura. La excusa fue que había contraído la viruela.

lunes, 18 de julio de 2016

Nuestra cita cotidiana

El cardenal Fernández de Porto Carrero

Palacio del arzobispado de Toledo, 4 de octubre de 1700

Como   la Palatina me llevó a Versalles, el 21 de julio de 1682, la misma me anuncio, el 6 de febrero  de  1699, que debía trasladarme a Toledo.
Yo no lloré o me eché a los pies de mi madrina como lo hiciera su hijastra ante Luis XIV, cuando se la desterraba para reinar, en Madrid.
Mi silencio y siquiera el reflejo de contrariedad debió impresionar a mi interlocutora, porque se apresuro en tranquilizarme.
-Seguirás gozando de mi protección y de los privilegios, serás acogida como sobrina del poderoso Cardenal Porto Carrero y dispondrás de apartamentos en el palacio arzobispal.
No cambió mi actitud. No hacía falta que me explicara nada, ya sabía que el tiempo de mi educación había superado ya con creces el de cualquiera de las princesas. Tenía  diecinueve años y había muchos frentes abiertos fuera.
 La Maintenon ya no podía hacer más daño a mi madrina en la corte y la última, solita, se bastaba y se sobraba para defenderse. Su relación con el rey había resistido todas las tormentas.  Nada que ver con la complicidad de antes, pero quien tuvo retuvo y la Palatina seguía siendo escuchada y respetada por el monarca.
El rey católico se estaba muriendo sin dejar descendencia y desde hacía unos meses, la duquesa intercambiaba correspondencia, que ella creía privada, con el cardenal.
No soy tonta. El anuncio tenía que producirse de un momento a otro…
Había leído las cartas antes que la destinataria. Esta no había sabido valorar mi sangre y la formación que recibí de mi abuelo, Fernando Saloppe, estaba demasiado ocupada en escapar a la censura a la que se sometía su correspondencia oficial.
Escribo estos detalles porque se me quedaron grabados en las entrañas. Algo así ocurrió con el mensaje que escribí y destruí el 4 de octubre de 1700 y que quemé de inmediato, pero que guardo en mi memoria letra a letra, como ya había ocurrido con el “Vivo Sin Vivir en mí.” Las circunstancias lo explican mejor.
El cardenal me había hecho llegar el mensaje protocolario, la censura de la corte española es más retorcida que la de Versalles y el retorcimiento del emisario supera al de los censores.
Se limitaba a anunciarme un hecho que cualquiera pudiera considerar de interés para una sobrina que no tiene partido tomado.
No era el caso, el cardenal me anunciaba que los intereses de la Palatina habían sido ejecutados. Carlos II había designado como sucesor al segundón de Luis XIV, Felipe. Se podría pensar que Madame había tenido una visión de las muertes sucesivas que se produjeron  en la línea de sucesión y que llevaron a Felipe de Orleans a la regencia durante la minoría de Luis VV. No sé, algo de bruja sí tenía la Palatina, al menos así lo reiteraba ésta cada vez que mencionábamos su encuentro con mi diamante en bruto.
Ignoro si se trataba de brujería o no; el caso es que acertó. Para empezar el testamento fue un mazazo para el pobre Felipe quien tenía otros proyectos en los que no encajaba el exilio a una corte que detestaba. María Luisa de Orleans era vengada… Nadie pensó en mí.
Bueno…, fui generosamente pagada y felicitada por el éxito de una misión que antes pintaba a bastos. Cuando llegué a Toledo, en agosto de 1699, había una batalla a muerte entre dos bandos encabezados, respectivamente por la reina Madre, Mariana de Austria y por la reina consorte, Mariana de Neoburgo. La sucesión era el problema prioritario de Estado. Aunque la suegra había muerto en 1696, el partido bávaro, su obra había logrado, que el rey, como homenaje póstumo a su madre, nombrara  sucesor a José Fernando de Baviera. El partido alemán había sido derrotado. El cardenal Porto Carrero y el conde de Monterrey que encabezaban el partido bávaro a la muerte de la reina madre habían logrado descabezar el gobierno de la reina consorte y ocupar el puesto vacante; Mariana de Neoburgo estaba maniatada.
El sucesor nombrado era una opción que tenía más contentos que descontentos, entre los últimos  estaban Luis XIV  y el emperador de Austria, ambos hijos y nietos de infantas españolas y, por supuesto, la Neoburgo. Salieron los cañones en Europa y en la propia España. Se armó una buena; los austriacos invadieron Cataluña y la consorte pretendió montar un golpe de Estado. El cardenal supo imponerse, pero José Fernando, el candidato del partido bávaro,  murió el 3 de febrero de 1699. Tenía siete años…
La Palatina tenía cómplices en la corte española, uno de ellos  era Juan José de Austria, por muy bastardo que éste fuera, hijo legitimado de Felipe IV y por tanto, hermanastro de Carlos II.

El sacrificio de Isabel de Borbón, en su matrimonio con el rey de España, en 1615,  para asegurar un sucesor al trono español fue vano, cuando la infortunada murió, en 1644, dejó un heredero, Baltasar Carlos, quien la sobrevivió solamente dos años, murió el 16 de octubre de 1617.
Para eso había parido  cuatro hijas de las que no sobrevivió más que María Teresa, la esposa de Luis XIV. En ese mismo periodo, el marido engendró al robusto Juan José de Austria. La madre era una actriz, la Calderona, amiga de la Lujan, la que me enseñó a interpretar el “Vivo sin vivir en mí”, ¿será pura casualidad? No lo creo, Madame no dejaba nada suelto.
No he llegado a enterarme muy bien de  los negocios que se traía la Palatina con el bastardo de España. Sé con certeza que este despertó el amor de su hermanastro el “Hechizado” por María Luisa de Orleans, la hijastra de la Palatina. Los esfuerzos de esta por dar un heredero fueron aún más inútiles que los de la desdichada Isabel. Juan José de Austria murió en1679 y la Palatina se quedó sin su principal aliado para proteger a su hijastra. Ignoro cómo logró mi madrina  entrar en relación con el poderoso cardenal. En todo caso este tenía poder y compartía con ella el odio a la sucesora de la desgraciada María Luisa, Mariana de Neoburgo, que defendía la candidatura de su sobrino, hijo del emperador Leopoldo I de Austria, quien consideraba tener los mismos derechos sucesorios al trono español que Luis XIV...
No me fue fácil conseguir el cambio de testamento que requería mi misión. Era previsible que la designación del segundón de Luis XIV como sucesor de un rey que estaba con una pata en la tumba,  provocara un estallido en toda Europa y en España, que acabaría con una potencia que empezaba a declinar. Pese a todo, logré convencer al cardenal y este al rey, pese a la potente y tenaz oposición de la Neoburgo.
Mi relación con mi supuesto tío el cardenal terminó pronto, porque Felipe V de España no tuvo en cuenta los servicios prestados por quien había logrado que sucediera a Carlos II. La cuñada de Luis XIV se había quitado del medio a un sobrino demasiado incómodo.


domingo, 17 de julio de 2016

Nuestra cita cotidiana

La Maintenon

La soberana en la sombra fue, sin duda,  el resorte de la búsqueda del diamante en bruto de Madame; necesitaba armamento para luchar contra el poderío alcanzado por una plebeya nacida en la cárcel, de padres condenados por intrigar en Francia a favor del rey de Inglaterra, en 1635. “Buscavidas” hasta que tuvo la suerte de conocer a la Montespan, Dios sabrá en que tropelías, y que esta le confiara el cuidado de los hijos que iba teniendo con el rey. Se ganó la confianza del último y de la favorita. La ex reclusa obtuvo el marquesado de Maintenon, en 1675.
Yo creo que en aquel momento era evidente que los Orleans debían  hilar más fino y que la duquesa se puso a buscar dardos. En 1780 la intrusa era ya una amenaza: puesto que ésta fue nombrada azafata de la Gran Delfina. Ya era una provocación. Poco después de mi llegada a Versalles, en 1683, la intrigante casó en secreto con el rey e hizo de éste su marioneta.
En los dos años que pasé con los míos, en el Pabellón del Palacio Real había sido entrenada por los más hábiles de la saga Saloppe, especialmente mi abuelo, quien no había traspasado aún la dirección del negocio a mi padre e hizo de mí un excelente sabueso a la caza de la reina en la sombra.
Mis recuerdos son vagos, pero me parece que utilizaron prendas de la susodicha, lo que sí sé con certeza es que la simple cercanía de la prójima, apenas se produjo en toda mi estancia en Versalles, me ponía en guardia. Esa mujer era una bruja y me hacía sentir sus odios, resentimientos y ambiciones. Me daba mucho, mucho miedo, pero activaba mi lucha por la supervivencia, no en vano habían despertado en mí el sabueso y luego, el 21 de julio de 1682, día de mi segundo cumpleaños empezó su tallado mi madrina.
No era tarea fácil. Versalles era una cloaca disimulada por los esfuerzos de una falsa devota, que como buen cuervo que era, había sacado los ojos a la que la sacara del barro.
-¡Haz bien sin mirar a quién!- Repetía, irónica la cuñada del rey.
No hacía falta que lo hiciera, ya estaba al corriente de las odiosas intrigas de la Maintenon, pero ella insistía:
-Es una puta que ha sabido desplazar a otra puta.
-Ha hecho justicia a la Lavaliére, después de todo…
La Palatina se quedó asombrada de que estuviese enterada, pese a mis dos añitos y a que llevaba unos meses en Versalles. Recuerdo aquella conversación, aunque con mucha más claridad las expresiones de Madame que las mías.
Aún no había encontrado a la Gran Delfina en el parque y no estaba enterada de la flagelación que infringía a ésta su azafata. La cuñada del rey si lo estaba y este martirio había reforzado el odio y el temor que sentía por la usurpadora de su influencia sobre el soberano. No se trataba solamente del sufrimiento infringido a una compatriota, que, tanto criticaba, pero que, en el fondo comprendía desde la posición de una alemana fuerte que compadece a una alemana débil. Por encima de todo había una razón de Estado. Alguien tenía que defender la institución y la Gran Delfina no puede ser sometida a humillación por la mala cabeza de un rey y de una favorita.
Yo entonces no comprendía un juego con normas tan laxas y mutantes, que era, en realidad,  un juego de máscaras y de amenazas al jugador que no comprendiera adaptarse a tiempo. Tuve que aprender muy pronto. Conté con la ayuda de mi madrina y de mi abuelo, pero las fechorías que la primera se precipitaba en atribuir a la perfidia de la esposa secreta del rey eran de tal calibre que cada día lo tenía más difícil.
El primer golpe que recibió la Palatina fue la promulgación del edicto de Fontainebleau, que revocaba, el 18 de octubre  de 1685, el edicto de Nantes, que reconocía libertad de culto a los protestantes. Mi madrina lo tomó como un ataque personal dirigido contra su persona y contra la Gran Delfina, ambas educadas en la Reforma, aunque al contraer matrimonio habían abrazado oficialmente el catolicismo.
A partir de ese momento recibí clases de alemán, se me hicieron ver las nefastas consecuencias de una decisión tan inoportuna para las finanzas, así como para las políticas tanto nacional como internacional.
Debo agradecer a la Maintenon una educación que dudo hubiera estado prevista. Yo era un instrumento de una cuñada que cada vez se veía más duramente castigada por la que se había apropiado, tan suciamente, de la voluntad del soberano.
Caían golpes cada vez más duros, así, en 1688, Luis XIV decidió casar a Felipe, el primogénito de los Orleans con Francisca María,  la hija  de una Montespan ya caída en desgracia. En 1675 la Maintenon había logrado una separación oficializada por el capellán real. Pero los amantes volvieron a juntarse para engendrar a Francisca María y a Luis Alejandro, nacidos, respectivamente, el  cuatro de mayo de 1667 y  el seis de junio de 1678.  Fue necesario recurrir al escándalo de los venenos;  una historia interminable de conspiraciones que estalló en 1672 con el presunto envenenamiento de un oficial de caballería, que no tardó en implicar a la marquesa de Brinviliers y que terminó salpicando a la Montespan, su cuñada y su doncella figuraban en la lista de sospechosos de envenenamientos, misas negras, sacrificios de criaturas y otros horrendos  crímenes, tanto que habían pasado a ser razón de Estado desde 1679.
Francisca María era tan fea que su propia madre la aborrecía. La Maintenon tenía más razones para repudiarla. Ella y su hermano eran hijos del perjurio y de la resistencia de la destronada y por tanto se negó a acoger a los nuevos vástagos junto a sus hermanos.
¿Qué mejor partido para humillar a los Orleans? Fue un golpe muy duro para éstos y no estaban preparados para afrontarlo. Yo fui la pagana; mi tallado requería más complejidad. Pero los males nunca vienen solos y 1688 fue un año muy duro. Luis XIV reclamaba el Palatinado en nombre de su cuñada. Un mazazo que ésta atribuía, obviamente, a la intrusa. El conflicto que desencadenó esta estúpida decisión fue mundial, puesto desde que las tropas francesas ocuparon el territorio reivindicado se activó la  Gran Alianza que unía Austria, los principados alemanes, Inglaterra, España, Portugal, Suecia y las Provincias Unidas contra la pretensión francesa  y tuvo repercusiones en el Nuevo Mundo.
Mi madrina lloró amargamente la masacre al que fueron sometidas sus gentes, se produjeron víctimas dentro de su propia familia, pero lamentaba más un error con consecuencias nefastas para Francia.
-Hemos hecho el ridículo- decía. Pese a su dolor, se sentía más francesa que alemana,

Yo no respondía. Sabía que yo también lo pagaría muy caro; con el esmero y las prisas que pondría en tallar su diamante en Bruto. He llegado a donde he llegado gracias a la Maintenon.

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sábado, 16 de julio de 2016

Mi artículo de hoy

En Madrid como en Estambul


Turquía no es España;  lo sé. También sé que en el “Tejerazo” no hubo derramamiento de sangre y que en la tentativa de golpe de Estado turca de este sábado ha habido una sangría. ¿Por qué será que ésta última  me ha evocado el 23 F? Te lo cuento.

En primer lugar porque la forma de contarnos ambas es una chapuza;  nadie en su sano juicio piensa en meterse en un golpe de Estado con tan poca chicha como para caer como las hojas de otoño, al primer soplo de viento. Por el contrario podemos afirmar sin ser tratados de locos, que el fracaso de estas intentonas tan chapuzas refuerza  la representación del Estado que ostentan los que los golpistas proclamaban combatir.
Así ha sido para Juan Carlos I y así ha sido para Erdogan, ambos han ganado  legitimidad democrática en un momento en que la necesitaban ellos y otras instituciones internacionales.
No digo que en cualquiera de los casos hubiera habido conspiración alguna. ¡Dios me libre! Sí afirmo que hay muchas coincidencias entre ambas tentativas de golpe de Estado.
Eso sí, ha subido el dramatismo con las centenas de víctimas de la noche del viernes, pero, teniendo en cuenta la sangría de Niza de la noche del  jueves, el espectáculo pedía más sangre.


Nuestra cita coticiana

La Gran Delfina
María Ana de Baviera fue otra desgraciada en el Versalles que me tocó vivir. Hija del elector de Baviera, en 1668, con ocho años cumplidos, fue prometida al Gran Delfín que tenía seis. La pobre chica se sintió ilusionada, su institutriz francesa había sabido encender y mantener el ardor por una corte francesa mucho más excitante que la que le tocaba.
Me lo contó ella, que no hablaba más que con la doncella que se había traído desde aquella corte que tanto echaba de menos desde que llegó a Versalles, tras la boda, en marzo de 1680, cuando el diamante en bruto que había encontrado la Palatina estaba aún en el vientre de mi madre. No sé, creo que las circunstancias pudieron intervenir, la cuestión es que surgió una simpatía desde el primer día en que nos encontramos en Versalles.
Lo recuerdo muy bien, fue el 20 de enero de 1685. Me sentía muy triste aquel día y trataba de perderme en el parque, vi a la Gran Delfina acompañada de su fiel alemana Bessola. Cuchicheaban en alemán.
-Es la Saloppe –dijo la, no sé si esbirra, cómplice o ama.
-¡Es muy guapa!-dijo la Gran Delfina.
Ignoro de donde me salió la voz, pero  sentí que ella comprendió que apreciaba su belleza. Quizá por mi apellido, quizá mi raza… En todo caso yo la encontraba guapa y no lo hacía por espíritu de contradicción a la fealdad que la corte le había atribuido.
Tampoco la sonrisa de la primera dama en rango me pareció fría, indiferente o acusadora.
Eso sí. Nos hablábamos en alemán desde aquel día hasta que ella murió, el veinte de abril de 1690. También mantengo vivo el recuerdo de aquel día. Perdí una amiga, pero me consolé con la alegría de saber que el sufrimiento había terminado con ella y para ella. Siempre estaba enferma y agobiada por dar herederos y no lo  logró hasta 1682, con el parto de Luis, duque de Borgoña, que ha muerto recientemente. Aseguró la descendencia con dos hijos más, Felipe, nacido  en 1683, actual rey de España y Charles, duque de Berry, fallecido recientemente.
La finada no se había encerrado en un convento para purgar sus pecados, había sacrificado su frágil vida para cumplir el papel que se había atribuido en sus sueños. No lo consiguió, puesto que hubo que esperar a su nieto para asegurar la sucesión del trono francés, aunque sí lo hizo en el caso del español.
Sí, hubo amistad entre María Ana Cistina de Baviera e Isabel Carlota Saloppe, pese al papel que me tocaba jugar de diamante en proceso de pulido para defender los intereses de la Palatina, que incluía ridiculizar a los nietos del rey, Luis y Felipe, porque Carlos era ya 6 años más joven que yo y había roto el estigma de fealdad que pesaba sobre  su madre, aunque no estaba libre de pecado. ¿El pecado original que cae sobre todos nosotros?
La Palatina no puso obstáculos a la amistad pese al odio de la Delfina por la princesa de Conti, protegida de Madame. Ésta sabía que tenía la batalla ganada, puesto que Luis XIV escuchaba más a su hija preferida, por muy bastarda que ésta fuera que a su hijo legítimo y primero en la línea de sucesión.
Mis paseos con las alemanas formaron pronto parte de mi función. No tuve reparos en ejercer de espía. Era muy fuerte, porque, desde mi primer encuentro se habían encontrado dos almas gemelas y sentía algo así como si profanara el secreto de confesión. Por otra parte, no jugaba limpio: lo que salía de mi no traicionaba mi misión.
Parece difícil la situación, pero no lo era. Ambas conocíamos las reglas del juego. Ana María de Baviera no era una idiota y yo, pese a mi corta edad, tampoco lo era; ambas sabíamos dónde estábamos, lo que había que decir y para qué lo decíamos. Después de eso estaban nuestros sentimientos. Yo encontraba una belleza donde todas las cortes europeas, incluida la de su cuna veían fealdad e insignificancia. Ella veía la belleza de una Saloppe. Raramente he compartido con alguien sentimientos como lo hacía con la finada. Ella lamentaba su impotencia para salir de donde se encontraba. Había soñado con ser francesa porque esperaba salir de una corte que la condenaba a la soledad del que echan. Soñaba con llegar a una de otro “mundo” que sepa apreciarla. Es un mundo. La fantasía del mundo ideal que forja una niña de ocho años.
Yo soy guapa, todo Versalles lo reconoce y la intrigante Palatina ha encontrado en mí su broche de oro. Ambas estamos atrapadas y queremos salir. Hay reglas del juego y hay apuestas. La pasión del juego es algo que compartimos, yo sé que en los salones de la Señora se juegan dineros. Estos no entran en los nuestros, pero estoy convencida de que lo pasamos mejor. Lo veo en su cara, cuando paseamos por el parque no es la misma que la que veo cuando abren las ventanas para airear los juegos de sus salones.
Me entristece pensar en ella. No era hija del pecado, pero lo pagó tan caro como ellos. Ana María había muerto después de sufrir el rechazo, la enfermedad y una misión. Ella no había sido consultada antes de cargarla con eso y con una misión que la llevó a la tumba sin enterarse de la razón por la que tenía que cargarse con eso.
-Le ha tocado y no es capaz siquiera de cumplir su misión. El rey no solamente tiene el problema de su sucesión. Desde la muerte de María Teresa nos hemos quedado sin primera dama protocolaria. No es que la reina María Teresa  fuera un dechado, pero, al menos estaba aquí,  esta tiene la mente en la corte que dejó y aquí nos castiga con sus quejidos de enferma crónica.

Cuando mi madrina escogía estos términos y olvidaba su habitual escatología verbal, me asustaba.   No es que temiera que se interpusiera en mis relaciones con su compatriota, sabía perfectamente que servían para mi misión. 

viernes, 15 de julio de 2016

Nuestra cita cotidiana

Los hijos del pecado

Cuando  Luisa de La Valiére decidió hacerse monja para purgar sus pecados dejó dos hijos, María Ana y Luis,   nacidos respectivamente, en 1666 y 1667. Sus hermanos mayores habían muerto.
Los supervivientes no eran tan fruto del pecado, puesto que, a la muerte de la reina María Teresa, el rey viudo reconoció oficialmente a su madre como favorita y a ellos como los hijos de la unión, aunque la legitimación de ambos se completó en 1669.
Eran, sin embargo hijos de favorita destronada, puesto que en el otoño de 1666 ya el rey lucía, con orgullo, los encantos de su nueva compañera de cama: la Mortemart, madre de los bastardos que tanto odiaba la Palatina. María Ana y Luis no lo eran tanto a sus ojos, de hecho se hizo cargo del último cuando fue abandonado por una madre que había decidido purificarse.
Me consta que había mutuo cariño entre protectora y protegido y que las intenciones de la cuñada del rey eran las mejores. No sé como nadie pensó que un niño de siete años tan guapo era un caramelo para la depravación que reinaba en los aposentos del marido homosexual de Madame.
Ocurrió sí, en el Palacio Real, donde Felipe de Orleans disfrutaba a sus anchas. El escándalo estalló en 1682. Llegó a oídos del rey que el favorito de su hermano, el caballero de Lorena, había tenido relaciones íntimas con su hijo legitimado, conde de Vermandois y Almirante de Francia.
El soberano aceptaba los placeres de su hermano pero se puso furioso cuando se enteró que un hijo suyo había caído en los mismos, Luis y su seductor fueron desterrados a Normandía.
La Palatina se reprochaba el descuido, fui testigo de  su dolor y de los esfuerzos para reparar el mal. Logró que su cuñado permitiera que el descarriado fuera incorporado a las tropas francesas que ocupaban Flandes.
También con esta intervención se equivocó mi madrina, puesto que las condiciones impuestas por el ultrajado padre provocaron la muerte del pobre Luis, quien había puesto tal tesón en logar el perdón que enfermó y murió en 1683, a los dieciséis años.
Su penitente madre se limitó a decir que no lo lamentaba tanto como haberle concebido en adulterio. Mi protectora sacaba su dolor haciéndome trabajar con delirio para imponer a Santa Teresa en una corte que a su juicio estaba enfangada.
Ya lo creo que lo estaba y debo reconocer que yo gozaba en el papel que horrorizaba tanto a algunos. También había hecho mía la causa del desgraciado Luis. Que yo sepa éramos tres a compartirla: la hermana que quería con locura al pobre desgraciado, la Palatina  y yo. Aunque había sido confiada ella también a la custodia de la cuñada de su padre el rey, el último la había casado el 16 de enero de 1680, con el príncipe de Conti, tenía 13 años y unos meses, era la hija predilecta del soberano, pero a éste no le tembló el pulso para destinarla a doblegar a la grandeza que tantos quebraderos de cabeza le había dado.
No importaba que la desposada no sintiera atracción por el marido impuesto, como quedó patente en la misma noche de bodas, pese a los esfuerzos del esposo, quien testimonió su amor, pese al rechazo de una esposa que debía mantenerse aislada por causa de la viruela que sufrió en 1685, regresando al hogar conyugal para cuidar a su esposa.
No parecían servir a gran cosa las plegarias de la madre arrepentida. El cuidador fue contagiado y murió, justo cuando su esposa, conmovida se había enamorado. Ana María sanó y conservó su belleza y su gracia, su desgracia, porque, viuda y rica a los veinte años y con el poder que le daba ser la hija preferida del soberano, no cayó en el fango como su hermano, pero los requerimientos que tuvo, tanto de hombres como de mujeres, la empujaron a cometer imprudencias.
Fueron, sin duda, muy desgraciados los hijos de la penitenta, por mucho que Ana María destacase en la corte y que aún siga viva. La causa es la belleza que heredaron de la primera favorita reconocida del Rey Sol.
Los hijos del monarca con la Mortemart comenzaron a llegar en 1669, pero los que vivieron hasta ser legitimados son  Luis Augusto, nacido en 1670; Luis César, en 1672; Luisa Francisca, en 1673; Luisa María Ana, en 1674; Francisca María, 1677; Luis Alejandro, 1678. Todos ellos fueron confiados a la Maintenon, quien hizo de ellos su causa.
Los pobres no tenían madre reconocida, puesto que esta tenía marido. Ignoro si ésta era la causa del ahínco que puso la cuidadora en sacarlos adelante. Ya lo creo que lo hizo, se instaló con todos ellos en Versalles, desde que el recinto fue sede de la corte. La Palatina estaba ultrajada y por eso me trajo. Si la Maintenon podía traer bastardos, ella podía traerse una plebeya apellidada Saloppe.
Luis César tuvo la suerte de escapar pronto a mi acoso, murió el 10 de enero de 1683. Lo recuerdo muy bien. Me sentí muy culpable por las veces que había provocado su llanto. Era un llorica. Los otros, aunque mayores que yo tuvieron que sufrirme durante mi estancia en Versalles.
¿Sufren? Yo creo que sí lo hacen, pese al encumbramiento. De lo que estoy segura es de la desgracia de Francisca María, casada a los quince años con el hijo de los duques de Orleans y despreciada por su marido y sus suegros.


jueves, 14 de julio de 2016

Nuestra cita cotidiana

La Palatina


La princesa Elisabeth Charlotte del Palatinado encontró su diamante en bruto en el vientre de mi madre cuando ésta no se había dado cuenta aún de que estaba gestándome. No creo que fuera bruja o que tuviera dones divinos.
Sé, que ya había cumplido su papel materno con el tercer parto, el de Elisabeth Charlotte  de Orleans, nacida en 1673 y por tanto con esperanza de vida, como ocurre con Philippe, duque de Chartres, que había venido al mundo en 1676.
Monsieur y Madame compartían amigablemente su espacio. Ya estaba asegurada la estirpe y no tenían que someterse a la tortura. Él prefería su corte de amantes masculinos y ella podía engordar,  vanagloriarse de su fealdad y escatología e intrigar. Eso sí; había que conquistar más poder con la estirpe, en la que estaban incluídas las dos hijas supervivientes del primer matrimonio del duque, con la difunta  Enriqueta de Inglaterra: María Luisa y Ana María, nacidas respectivamente, en 1662 y en 1669.
Y de prole era cuestión desde que el monarca decidió casar a María Luisa con el rey de España, Carlos II; apodado el Hechizado por ser un engendro  de la insistencia de las bodas en familia  de la corona española... Además, no pintaba nada en una corte carcomida por una mojigatería mezquina. Cuando la hijastra de la Palatina supo de su cruel destino se arrojó a los pies de su soberano y tío para implorar que no se le impusiera tal sacrificio. Luis XIV se había alejado, indicando que una reina Católica no podía arrodillarse ante el rey Muy Cristiano. Aludía a las distinciones de la Santa Sede e indicaba que ya estaba todo decidido.
Lo estaba y la boda se celebró en 1679.Mi madrina me hizo leer sus cartas desde que aprendí a leer. Son un mar de lágrimas que leí, con mucha atención, hasta su muerte, sin lograr descendencia, el 12 de febrero de de 1689.
Se ha especuló mucho en Versalles sobre esta muerte. No era extraño; las circunstancias recordaban las que se produjeron en la muerte de Enriqueta de Inglaterra. En ambos casos se habló de envenenamiento…
Desde mi tierna infancia sabía que mi destino era España; no solamente por la atención que tenía que prestar a las cartas de su desdichada reina, quien acabó acomodándose a un destino que le había provocado tanto rechaza, el desdichado rey estaba loco por ella y procuraba satisfacer todos sus caprichos.
La Palatina necesitaba un talismán para defender los intereses de su prole en España. Sus deseos me encontraron en el vientre de mi madre. Su búsqueda duró unos años. España era una razón de Estado para Francia cuando se celebró la boda, también sin descendencia superviviente de Isabel de Borbón quien contrajo matrimonio con el entonces príncipe de Asturias y posteriormente Felipe IV y padre del Hechizado. No logró un heredero al trono, pese a los ocho hijos que parió, aunque fue madre de la reina María Teresa, la esposa de Luis XIV.
Estuvo casi a punto de cumplir la “razón de Estado” impuesta, en 1638 por su padre, el rey Enrique IV de Francia, pero su hijo Baltasar Carlos, murió de viruela mucho antes que su padre, Carlos II es hijo del segundo matrimonio de su padre, con Mariana de Austria..
La Palatina me explicaba todas estas cosas con mucho detalle y muy pronto fui consciente de la importancia y del cacho que podía sacar la estirpe de los duques de Orleans del “asunto de Estado Español.
De hecho, la duquesa me confesó su participación en las intrigas de boda de sus hijastras, las únicas princesas de sangre que Luis XIV podía ofrecer en sus tratados. Cierto que el monarca tenía hijas legitimadas pero éstas no servían para estas cuestiones de Estado, aunque si servían para otras, como la de doblegar a la grandeza por matrimonios muy bien remunerados con bastardas, por muy hijas legitimadas de rey que fueran.
La lucha contra los bastardos que llevaba mi madrina era una de las rozones de mi entrada y permanencia, como protegida de Madame, en Versalles. Yo, una plebeya de apellido infamante, representaba un desafío a la presencia de bastardos reconocidos en la corte. Ya he comentado que yo tenía mucho más de lo que tenían los otros niños de la corte. Además era la misma y la más guapa. La Palatina no se había equivocado cuando escogió su diamante en bruto o el procedimiento de tallado.
Lo de la mística era una múltiple conspiración. Contra la Maintenon, la única mujer que domina a Luis XIV y que aleja al monarca de su cuñada. Antes de la llegada de la intrusa ambos cuñados se tenían gran aprecio y discutían sobre asuntos de Estado. La reina María Teresa no contaba más que para el protocolo y las preferidas se limitaban a sus intereses en la corte. La Maintenon entró como custodia de los hijos de la Montespan, favorita que sustituyó a la infeliz Luisa de Lavaliére, en 1667.
La Palatina distinguía entre los bastardos reconocidos de ambas. Tenía claras preferencias por los de la primera. Se trataba de una pobre infeliz que había sido utilizada para disimular los encuentros de Enriqueta de Inglaterra y su cuñado. Era apenas una niña y fue seducida por el soberano. Lo amaba al punto que cuando el rey mostró predilección por la nueva favorita, se metió carmelita descalza en 1670, para purgar sus pecados, cuando se la necesitaba en la corte al objeto de cubrir los amoríos del monarca con la Montespan.
Era una historia muy triste y acompañé frecuentemente a mi madrina para visitar a la monja. Nada era en balde; tenía que fijarme en ella para evocar su presencia, Santa Teresa era la fundadora de las carmelitas descalzas y la lectura preferida de la difunta reina María Teresa de Austria, fallecida el 30 de julio de 1683.
Pocos meses después ya se hablaba del matrimonio secreto de Luis XIV con la Maintenon. Había razones para explicar el horror que inspiraba mi interpretación del “Vivo sin vivir en mí”.


miércoles, 13 de julio de 2016

Nuestra cita cotidiana

He cummplido, 1300 palabras. Es un borrador, claro.

Vivo sin vivir en mí

En la inmensidad del Atlántico, 26 de noviembre de 1714
Empecé este diario en la noche de mi cuarto cumpleaños, el 21 de julio de 1684. Estaba tan cansada que, pese a mis ilusionados esfuerzos, me quedé dormida tras escribir el título del poema de Santa Teresa de Ávila. Había gastado mis energías en soñar con que llegara el momento de disfrutar del nuevo apartamento que se me había acordado aquella misma mañana como premio a  mi rápido aprendizaje de lectura, escritura, danza, canto y el español. Apenas tuve tiempo de verlo; antes de disfrutarlo tenía que mostrar mis habilidades y lograr captar la admiración de los habitantes de Versalles. Tenía doncella; echaría en falta a mi niñera,  Antoinnette. Mi pena se disipó cuando descubrí el escritorio, el tintero y el papel, mientras Julia, mi nueva doncella, me vestía para la ocasión y me intentaba mostrar el contenido de un guardarropa que ella consideraba espléndido y que yo siquiera miré.
Me moría de ganas de sentarme y ponerme a escribir. Julia hablaba en español y pretendía explicarme mis privilegios como protegida y pupila  de Madame, duquesa de Orleans y cuñada de Luis XIV, la intrigante Palatina para cortesanos y servicio. En efecto, se  me había  asignado  una de las joyas de los alojamientos reservados a la familia del hermano del soberano.
Yo solamente deseaba empezar a escribir mi diario. No podía ser; lo primero era lo primero y las cosas se complicaron desde la mañana. La Palatina pensaba haber previsto todo, pero la nueva esposa secreta del rey, la Maintenon, había hilado muy fino para que todas las miradas del parque se centraran en el paseo en coche del rey acompañado por el Delfín. El primero llevaba las riendas con firmeza. El segundo parecía un pelele.
Ambos eran marionetas cuyos hilos eran tirados hábilmente por la nueva dueña de Versalles, en opinión de la cuñada del rey. A pesar de mi corta edad compartía esa opinión y estoy convencida de que también lo hacían los que miraban la escena, sin apenas fijarse en el espectáculo que protagonizaba.
Estaba acompañada por la actriz española María de Navas y por los marionetistas de los Brioché. Todos ellos habían colaborado en mi enseñanza. Ahora la estrella era yo, pero, pese a nuestros esfuerzos, apenas lográbamos público, más allá de los arrastrados por la Palatina.
Nos pasamos horas y horas repitiendo el poema de la mística española por todos los rincones del palacio, sin descanso, para que nadie quedara sin presenciar las proezas que había logrado la Palatina con mi educación en tan solo dos años
Vivo sin vivir en mí
Y tan alta dicha espero
Que muero porque no muero.
Ya se me habían clavado en las entrañas estas frases desde que comenzó mi aprendizaje. María de Navas lo recitaba, cantaba y bailaba en español. Yo no comprendía la lengua, pero las marionetas de los Brioché eran de gran ayuda. Aún no comprendo a Santa Teresa y se me dio una educación agnóstica, en una corte devota. Me contaron que a mi edad la Santa se había escapado con uno de sus hermanos, a tierra de infieles, para alcanzar el martirio.
No era cierto, lo supe después. Entonces lo creí. Yo no quería irme. Mi madre me había hecho comprender, con su leche, sus besos y sus suspiros,  que había tenido la gran suerte de gozar de la protección de la duquesa de Orleans, que era como ella conocía a mi protectora. Casi nadie utiliza ese título u otros muchos de los que dispone, para designarla. Ella lo hacía porque el Palais Royal había sido atribuido a la rama de Orleans y mi familia, los Saloppe, habitaban un pabellón del mismo desde la época de Richelieu.
Nuestro apellido era infamante: puta, zorra, guarra… basura. No éramos tal. El pabellón fue atribuido a mi antepasado como parte de pago a sus servicios y lo habíamos conservado porque continuábamos prestándolos a los sucesivos usuarios del palacio. Entonces y ahora, los duques de Orleans.
Pese a mi tierna edad había asimilado el orgullo de mi raza;  durante siglos, los Saloppe habían intrigado y logrado defender los intereses de sus señores ¿Cómo? Violando la intimidad de los adversarios. Mi padre, como sus antepasados, tenía una red de espías que le informaban de todo lo que sus señores pensaban que quedaba “en familia”.
Sí, me sentía orgullosa de ser una Saloppe. Asimismo sabía que tendría un porvenir acomodado, pero nadie, en mi familia ha entrado en los apartamentos de sus señores y la Palatina me había instalado, con el rango de su protegida en Versalles, yo vivía con los duques de Orleans, para los que trabajaba mi familia, había sido amadrinada por la duquesa y me habían bautizado con dos de sus nombres: Elisabeth Charlotte, aunque conservaba el apellido infamante.
¿Cómo no estar contenta con mi suerte? Sentía orgullo, sí, y como ya se me había explicado lo que había, no echaba de menos a mis padres. ¿Para qué? Pese a la vigilante atención de Antoinette, me dolía que se pregonara tanto mi apellido. Todo el mundo tenía que saber que no solamente era una plebeya, sino una Saloppe. “Y la cabra tira al monte”, decían, en aquel Versalles preñado de falso beaterío, cuando estaban seguros de que lo oiría.
Todo eso era agridulce. Mi madrina dejó muy claro, desde que me trajo, que era superior a todos los niños de la corte, incluido el hijo del Delfín, Luis, que tenía dos años menos que yo.
Recuerdo que éste había sido privado de los Brioché, porque la Palatina se había adelantado, a sabiendas, en contratarlos para mi educación. No soy mala, pero sentía placer de ser la más mimada de la corte.
El “Vivo sin vivir en mí” era otra historia. Me asustó desde el primer día, fue una extraordinaria representación para conmemorar mi segundo aniversario y mi instalación en Versalles. No podía pasar desapercibida. La Navas vestía el uniforme de las carmelitas descalzas. Su actuación me estremeció, su danza me asustó y su gesto me impactó.
Las marionetas de los Brioché eran ángeles y demonios que querían arrastrarme. No grité. Pese a mi corta edad sabía que tenía que retener mis energías para aplaudir y para reír por las piruetas de algunas de las marionetas. Estas pretendían meter la pata. Yo sabía que no era así.
Sabía mucho para mi corta edad. Había tenido muy buenos maestros antes de que mi madrina se ocupara de mi educación. Desde el principio estaba al corriente de que la elección del “Vivo sin vivir en mí” era una provocación. Nadie me lo había explicado, pero bastaba, para darme cuenta, por los aspavientos que despertaba la representación. También era para mí motivo de regocijo. ¿Por qué se me había quedado clavado en las entrañas el poema?
¿Por qué aún ahora siento que vivo sin vivir en mí y tengo terror en llegar al fin de mis días sin saber por qué he vivido? Ahora lo dejo estar, pero aquella noche necesitaba escribirlo y así empecé mi diario.
Lo seguí haciendo, con gran esfuerzo, tras mis agotadoras jornadas. Me llevé una gran decepción cuando la Palatina confiscó mi diario cuando dejaba Versalles, para empezar mi misión en España.
-Nunca debes dejar ver el mínimo rasgo de tu intimidad-Me dijo.
Me sentí avergonzada, aunque sabía que ella lo leía, pese a mis esfuerzos para esconderlo. Aprendí y no he vuelto a escribir diario alguno hasta hoy, en este carguero que me aleja de las iras de las cortes francesa y española, donde se me trata con deferencia y hasta con mimo, en obediencia de las órdenes de mi hijo Ensio, que me espera en Colonia de Sacramento, puerto del Rio de la Plata, actualmente en manos de los portugueses.

No interesan mis intimidades a estos lobos de mar que han sido muy generosamente pagados por mi pasaje y que esperan suculentos beneficios por el contrabando que transportan. Te interesa a ti y para ti lo escribo, una vez liberada de mis temores y adaptada a la navegación.    .

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