sábado, 27 de septiembre de 2014

Ensio Viera Curbelo

Me pedía que escribiera su historia y había prometido hacerlo cuando sacara mi plaza.
-¡Moriré antes!-Dijo-
Fue una de las primeras víctimas del SID A. Sus fiestas habían sido muy concurridas y promiscuas; al sepelio solamente acudieron dos personas, su último compañero y la hermana de éste.
Yo no estaba: había aprovechado las vacaciones de verano para encerrarme en la biblioteca de la Sorbona para conseguir material para preparar mi oposición. En aquella época, en mi universidad, carecíamos de todo. Tenía que aprovechar mi última oportunidad y dos hechos: las muertes de la tía Amalia, que me dejó una herencia de 113000 pesetas y la de la abuela de Françoise, cuya casa  me fue prestada por los herederos mientras encontraban comprador.
No trato de justificarme y de hecho, a mi regreso, siquiera fui a visitar su tumba. No soy de símbolos o banderas y me sentí aliviado con la noticia de su muerte. Había dejado de sufrir. Sí sentí y sigo sintiendo el peso de mi deuda. Deuda consentida más que otra cosa… Él parecía tenerlo muy claro y aferrarse a su conquista. Me creía capaz de escribir su vida y quería divulgarla. No es mi caso; sí podría describir una parte que conocí del personaje. Yo para él era el autor de la historia de su vida y aunque no me dio sino pequeños retazos de su pasado, intuyo que hay elementos interesantes en esas confidencias  que surgían entre canutos: nacido en Colonia, Uruguay, hijo de pequeños comerciantes y prometido desde su adolescencia. Era gordito y no le gustaba aquello. Nunca me contó cómo salió, llegó a España, entró en el “Arriba”, logró nacionalidad española, se sofisticó y fue asimilado como funcionario en el ministerio de Trabajo, a la desaparición del ministerio del Movimiento. Me contó que había logrado perder el montón de kilos que le sobraban a puro régimen y que ya no había tenido que preocuparse más por su silueta. Muchos y muchas temblaron en Las Palmas cuando se supo que tenía el SIDA- Yo me sentía tranquilo por ese lado; nunca habíamos compartido amoríos o ligues. Tampoco puedo tratar sobre su sexualidad, excepto, como en el caso de su pasado, por los fragmentos que me contó y que dejó de contarme ante mi desinterés.

Hace ya unos años, en una reunión con algunos miembros de una famosa cooperativa de autoconstrucción de viviendas, en Montevideo, conocí a un compañero de Colonia que  conocía a la familia de Ensio. Esta circunstancia me permitió dejar su imagen a la altura que él quería, ante su gente.  No me animo a escribir su historia, de hecho creo que él mismo lo presentía, cuando dejaba enormes espacios en blanco entre sus escuetos retazos. Serían suficientes para una historia, pero ésta no sería la de Ensio.

Permítaseme este homenaje que no es sino un retazo.  ¿Por qué hoy? Las circunstancias y la saga de los Saloppe, que me escapa. Tengo que continuarla y estos días, por las circunstancias, estoy un poco alejado. Me consuela  la escritura de esta entrada. 

2 comentarios:

  1. Carlos, de nuevo nos demuestras tu maestría al homenajear a alguien que esperaba de ti que escribieras su historia y tu, sin escribirla, has agasajado su memoria con la sencillez y solemnidad que encierra una amistad no defraudada. Bravo Carlos.

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    1. Gracias, Alberto, aunque tarde. No había visto este comentario. No es maestria, es gratitud

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