domingo, 24 de mayo de 2015

Caminitos II

Edurne

Para que nada cambie, tengo un día bien cargado. Me paso la vida juzgando a los mismos, como si éstos hubieran estado predestinados para caer en mi juzgado. Hoy me toca Juanito. Esta vez se trata de violencia de género, resistencia y ataque con lesiones  a los agentes de la autoridad. Todo un poema este muchacho. Fue mi primer caso, cuando caí en este juzgado, hace ya 7 años. Entonces el delito era tenencia y tráfico de droga dura. Es un pringadillo que había sido pillado con las “manos en la masa”, por un soplo de su cliente.
Hasta yo sé que no se puede uno fiar de ciertos perfiles de drogotas que no tienen otra alternativa que servir de confidentes. Me sorprendió mucho que el pobre Juanito se hubiera dejado engañar. No me pareció tan ingenuo,  ya había cumplido los treinta y sobrevivido en esos ambientes desde los catorce.
Todo me pareció una farsa: testigo y acusado fichados y tan obstinados en la reincidencia que acumulaban buen número de condenas y de causas pendientes, cualquiera de ellas más grave que la que nos ocupaba; una dosis de heroína. Era mi primer juicio y difícilmente podía quitarme de encima la lacra del ridículo. Ponte en mi lugar, lector ¿No te parece grotesco? El derecho penal español se aplica, teóricamente, para redimir al culpable y en este caso, acusado y testigo  empezaron a delinquir en la adolescencia y en vez de redimirlos, el “sistema” les ha encadenado en una serie, a mi juicio interminable, de condenas, causas pendientes y reincidencia. Me sentía fatal.
Juanito tenía una abogada de oficio, suerte que tuvo, que conocía bien el caso y que dejó claro que yo era una novata al primer zarpazo. Fue un duro golpe, pero siempre agradeceré este ataque despiadado. Salió la leona que llevo dentro y el temario de la oposición y me puse a ser jueza. Apliqué la pena menor, en un caso cuya legislación está cargada de ambigüedades.
En esta ocasión, pese a los espolones  y las canas que me ha dado el “oficio”, me encuentro mucho más impotente y ante acusaciones mucho más graves que afectan a la Ley de género y a la resistencia y lesiones a la autoridad. Felizmente la primera ha sido solventada por la retirada de la denuncia de la maltratada. Quedan las patadas y mordiscos que recibieron los agentes que acudieron a la llamada de socorro de la última. Están rabiosos y desde luego no son de los que piensan que nuestra justicia penal debe ser redentora. ¿Quién lo cree?
Para mayor desgracia, el acusado, como muchos otros que me ha tocado juzgar, no tiene  defensa; le ha tocado uno de esos del turno de oficio que siquiera se molesta en informarse del caso, “total para lo tarde y mal que les pagan”, como pregona, sin pudor alguno. Claro, que no lo hace en mi presencia y no tengo pruebas o margen, para garantizar el derecho a la defensa. Todos sabemos lo que hay y lo que se proclama.
Lo sé por mi experiencia, siempre me ha repugnado y también sé que muy poco puedo hacer. Pese a mi resignación y a haber pasado tantas veces por violaciones de Derechos Fundamentales, he tenido que hacer grandes esfuerzos para retener mi rabia. El odio es lo único que he percibido en la acusación y la defensa siquiera ha aceptado el testimonio de amor que brindaba la acusadora.
He zanjado. 14 meses, bastante lejos de los 3 años que pide la acusación. He sentido los dardos de las miradas acusadoras. Me Juana de Arco y estoy convencida de que les encantaría arrastrarme a la hoguera; especialmente a la auxiliar, que me sale al paso cuando me dispongo a marcharme.
-Necesito que me firme estos documentos…
No creo capaz de entenderme aunque sepa muy bien molestarme, como es el caso. Estoy, sin embargo, segura de que ha captado mi ira, porque se ha retirado con el rabo entre las piernas.
-Claro, que puede hacerlo mañana por la mañana.
Me voy con el viento en popa. No sé muy bien por qué me ha venido a la mente la “Canción del pirata” de Espronceda, no es que sea santo de mi devoción, Me veo surcando mares y manejando un velero bergantín sin cañones. Que me diga alguien lo que han arreglado las guerras. Solamente creo en la justicia, pero no en ésta.
-¿Dónde vas con ese cuerpo y con tal careto?
Ensio se presenta siempre, aunque nadie se lo pregunte, como “maricón” y luce su pluma con arte y orgullo.
-¿Cuánto le ha caído?
-14 meses…
-¡Pobrecito mío! ¡Y yo que venía para invitarlo a la fiesta! Tenía que haber quedado libre; la cubana ha retirado la denuncia, está loquita por él. No es la única…
-Había más, mira, no me apetece hablar del tema.
-Eres jueza, colega y sabes tan bien como yo cómo ha salido de comisaría. He estado esperando a su llegada aquí y tú has tenido que ver lo mismo que he visto yo.
-No hay denuncia o constancia de que el estado en que se encuentra tenga relación alguna con su detención preventiva.
-¿Podrías explicarme una vez más lo del “Habeas Corpus”?
-¿Para qué?
-Hay signos claros de que ha sido torturado.
-No es así, ha sufrido golpes, claramente pero no sabemos cuándo.
-A la vista está
-Hay que documentarlo… Mira, Ensio, déjame tranquila. ¿No te has dado cuenta de que he salido de estampida? Quiero perderme.
-Ya estás perdida, cariño.
Mis intentos para librarme de él no dan, decididamente, resultado alguno. Pese a ser setentón, este tipo me alcanza.
-Tengo misterio
Siempre tiene buen costo; a veces nos fumamos unos canutos.
-Mira, ya estamos junto a mi casa, tengo un par de rayitas, preparamos unos mojitos y me ayudas a preparar la fiesta, con estos rollos lo tengo todo patas arriba. Te vendrá bien un jaccuzzi y que te arregle un poco ese careto. ¿No pensarás venir así a la fiesta?
Ensio es muy persuasivo, tiene un pisazo que le consiguió el amante que le sacó de Uruguay, al mismo tiempo que obtenía la nacionalidad española y una plaza en el extinto ministerio-secretaria del Movimiento Nacional. Lo sé porque me lo ha contado él. No me ha dado más detalles. Conocí a Ensio, porque pasó como funcionario a Justicia y le tuve de auxiliar.

La cuestión es que me dejo engatusar. Él sabe muy bien cómo hacerlo y he olvidado por completo el vis à vis de Martirio y Antonio.

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