¡A las urnas, ciudadanos!
Reconozco
que votaré sin ilusión. A estas alturas
no he visto candidatura alguna que presente un proyecto de gobierno para los
municipio o Comunidad Autónoma en que estoy empadronado. Todos se limitan a
promesas, al espectáculo…Es, sin embargo muy fácil; tienen que mostrarme su
capacidad de gestión de “lo que hay” y de
activar lo que no hay; no me basta con la proclamación de su firme voluntad de
hacerlo. Pese a ello, votaré.
Lo haré
porque no estoy dispuesto a renunciar a uno de esos derechos que nos están
arrebatando; porque siento un cada vez mayor hartazgo y letargo en mis entornos
y porque si esto sigue así, nos veremos cada vez más despojados.
Para ejercer
ese derecho es necesario que mi voto influya en algo, y desde luego, mi voto se diluye en una urna.
Bien poco vale; pero lo poco que valga tiene que ser en la dirección de mis
“esperanzas perdidas”. No soy yo solamente quien reclama un plan de gobierno;
lo hacemos muchos; tantos como los “cabreaos” que me encuentro cada día.
Somos
muchos, pero también son muchos los instalados en lo que hay, que se resignan,
aunque protesten. Ellos irán, en bloque, a votar como si creyeran firmemente
que lo que hay, con sus defectos, es mejor que el riesgo de la “utopía”. Es un
falso, debate, lo sabemos. Si hay proyectos de gobierno no cabe la tramoya de
la “utopía”.
Hay,
felizmente, un hartazgo que no se resigna. Lo estamos viendo en la calle.
Votaré con las tripas, claro, a las promesas que me parezcan más cercanas. Pero
mi abstención no servirá los intereses de los poderosos.
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