María
Remedios
¡Madre
del amor hermoso la que me ha caído encima! Me toca ocuparme de unos líos que
no hay quien entienda. La jueza ha tenido una repentina indisposición, la
auxiliar ha sido detenida junto a un grupo, en el que se encuentra el forense,
por una pelea con destrozos de mobiliario y con algún que otro herido, en una
terraza de cafetería. No sé realmente por dónde enfocarlo y gran cosa puedo
hacer hasta que llegue el forense que evalúe las heridas.
Es
bien triste que para algunos, la justicia sea un cachondeo; es lamentable que estos se encuentren entre
nuestros funcionarios. ¿Qué se puede esperar de gentuza que toma orujo por
botellas, desde la mañana…? Lo primero que necesito es un servicio de limpieza
¡Qué guarra esta jueza que me ha tocado sustituir! En el fondo, nadie me ha
explicado las razones de su repentina baja, pero lo que me he encontrado en el
despacho no me gusta. Alguien debería poner un poco de orden y eliminar estos
horribles olores. Si está mal que una jueza se perfume, lo que usa ésta ofende…
La
secretaria parece una buena mujer, pero no es la clase de persona que uno
espera encontrar en este puesto o en estas circunstancias. No es capaz de
responder a una sola de mis preguntas y está acompañada, sin siquiera pedir
permiso, de un señor muy arrogante, que ella llama con gran respeto don
Serapio.
-Créame
que lamento la situación que ha heredado, señora jueza, pero el pequeño
incidente de Chez Maude ya ha sido resuelto. La propietaria ha retirado la
denuncia. No hay delito.
Me
quedo pasmada de la naturalidad con que en este juzgado se usurpan mis
competencias. El menda me mira con insolencia, como si quisiera reprocharme mi
tardanza en ejecutar sus órdenes.
-Ruego
que salga de mi despacho y que en el
futuro se abstenga de entrar en el mismo en ausencia de mi convocatoria.
No
se mueve. Me mira como si estuviera viendo algo fuera de su entendimiento. La
Secretaria interviene.
-Soy
yo quien ha invitado…
-Salgan
ambos de mi despacho o me veré obligada a usar de mi autoridad.
No
parecen entender. Me miran como si viviéramos en diferentes planetas y lo peor
es que así me lo hacen creer. Me siento invasora, aunque yo tenga muy claro que
soy la jueza y de que se han colado en mi despacho en contra de mi voluntad. No
puedo permitirlo, no.
-¿Y
qué piensa usted hacer?- Es el todopoderoso don Serapio
-Recurrir
a los agentes del orden
Ambos
sonríen con benevolencia, como si disculparan mi extravío y algo de eso debe
ser, porque no diviso y siquiera intuyo la presencia de esos agentes. La
Secretaria me aclara mi confusión.
-Hay
otra denuncia referente a nuestros agentes, por su presencia, uniformados y
armados en el interior de la cafetería en cuya terraza se han producido los
hechos.
-¿Estaban
en acto de servicio?
No
sé por qué lo he preguntado, me vuelven a mirar como si fuera extraterrestre.
-¿Por
qué no se me ha notificado esta denuncia?
-No
ha lugar. No nos han enviado aún reemplazo para la auxiliar…
Es
la Secretaria. No aguanto su arrogancia con mi persona y su sumisión a don Serapio.
Éste se crece tanto que parece sermonearme desde el púlpito.
-Aquí,
como le he indicado, no ha pasado nada y es mucho mejor así, para todos.
-Hay
un forense y una auxiliar implicados en una pelea en una terraza y agentes del
orden en el interior de la cafetería, en horas de servicio. ¿No ha pasado nada?
Mejor
me habría cayado porque doy pena a mis interlocutores y no dan un paso para
salir de mi despacho. Desde luego, en la Facultad o en la academia en la que
preparé mis oposiciones no me han enseñado procedimientos para salir de esta
situación.
-Si
no hay denuncia no hay caso.
Es
el sabelotodo de don Serapio. Está convencido de que él aprendió en mejores
escuelas y yo me siento atrapada en su tela de araña. Estos no saldrán de mi
despacho hasta no conseguir sus objetivos y yo no soporto su presencia, pero no
puedo echarlos. Tampoco puedo irme, sería una falta grave…
-¿Me
da su permiso la señora jueza? – Aquí entra todo el mundo como si fuera su
propia casa. La nueva intrusa me cae bien, pero…- Soy Maude, la propietaria de
la cafetería donde ha tenido lugar el incidente. He venido a retirar la
denuncia y, en ausencia de la auxiliar, me he permitido acercarme a su
despacho. Puesto que la puerta estaba abierta…
No
respondo; al fin de cuentas su incorporación me relaja; me siento protegida de
la carroña que me tenía atrapada y lo que no podía esperarme, no me engaño; con
una simple sonrisa hace salir a sus predecesores.
-Supongo
que su visita a la señora jueza formaba parte del protocolo de cortesía, dadas
las circunstancias, creo que la mía tiene prioridad ¿No es así señora jueza?
Respondo
afirmativamente. Me habría agarrado a un clavo ardiente para defender mi
dignidad, pero esta mujer es tan persuasiva que con una simple mirada hace
salir a los intrusos que me
mortificaban. Después se dirige a mí
como si nos conociéramos de toda la vida.
-Verá
usted; necesita a sus auxiliar, forense y agentes del orden si quiere que
funcione su juzgado…
-¡Están
implicados en faltas graves!
-No
se ejerce justicia por el mero hecho de ir de justiciero…
-Tampoco
se puede permitir que la justicia sea un cachondeo…
-¿Y
no lo es?
Me
mira con la seguridad de que no puedo contradecir, pero lo hago.
-No
-No
debe tener mucha experiencia como jueza…
No
la tengo y el tono que utiliza Maude para anunciarlo no me molesta; me arropa.
Intento responder, pero es ella quien habla.
-Esto
es un cachondeo y no se resuelve con recetas; su juzgado y mi cafetería están
apresados por una burocracia de la que solamente usted puede mover los hilos.
Está sola para tomar las decisiones y debe darse prisa si quiere evitar que el
espectáculo gane mayores proporciones que nos perjudicarán a todos, incluida
usted misma…
Es
cierto que estoy muy asustada. Si me voy seré expedientada por una causa muy
grave: abandono de funciones en una situación de emergencia, si me quedo… Estoy
a punto de echarme a llorar. Hay algo de
maternal en ella.
-La
cosa es muy simple: si quiere ejercer de jueza tendrá que liberar a sus
instrumentos, de momento en manos de la policía, por el follón que han montado
en mi cafetería; los unos por activa, los otros por pasiva; estaban dentro y no
hicieron nada. De acuerdo… -Debe de ser la respuesta a mi cara, según dicen, el
espejo del alma – No es edificante que los instrumentos de la justicia estén
implicados en escándalos. ¿Le parece mejor pregonarlo a los cuatro vientos y
mancillar su carrera para nada, porque sabe que con usted o sin usted, no habrá
causa?
Sé
que tiene razón y ella sabe que carezco de respuesta. No saca partido, no; se limita
a presentarme la retirada de su denuncia y su NIF acompañado de fotocopia, para
que compruebe y tramite.
No
tiene por qué hacerlo, pero está claro que quiere que terminemos como amigas.
-Ese
par de payasos –Deja muy claro que se refiere a don Serapio y a la Secretaria-
mandan más allá de lo que el sentido común recomendaría, pero eso es lo que
tenemos. No se puede, como han hecho, secuestrar a una jueza, pero tampoco
podemos quitárnoslos de encima de un plumazo sin morir en el intento.
Dejémoslos que se desgarren entre ellos. Los secretos de bar son como los de
confesión, pero, créeme, yo he visto mucho… Reconozco que me quedé pasmada ante
la impasividad de tus “agentes del orden ante la pelea de la terraza. Después
les comprendí. Se suponía que no estaban allí. Luego creo que todos fuimos
cómplices al disfrutar...
-¿De
la pelea? –me atrevo a interrumpir.
-Sí
de la pelea y estoy segura de que nuestros respectivos roles impidieron que nos
metiéramos. Me costó quedarme con las ganas, pero nadie esperábamos la deriva…
-La
que denunció. ¿Por qué retira ahora la denuncia?
-Don
Serapio pagará los desperfectos
-Y
¿Ya está?
-¡Le
queda explicar el dispendio a doña Ramona!
Se
ríe con tal complicidad que, aunque no sepa por qué, participo, de buena gana,
en su carcajada.
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