Me sigue
pesando el compromiso, pero creo que ya no lo voy viendo tan negro. Avanzo a
trompicones en la novela; todo va mucho más lento de lo que esperaba, pero creo
que voy superando mis miedos.
Tengo que
contarlo o reviento, porque soy víctima de un síndrome que no esperaba de mí,
ahora que no tengo agobios económicos sigo sintiéndome agobiado y temo que más
que antes, por la tesorería. Este año he decidido pasar el invierno en Cádiz y
mis gastos superan a mis ingresos, tengo que hacer durar el “colchón” que me
dejó mi madre y por tanto, tengo que racionalizar mis gastos.
Lo de Cádiz
no es un capricho, te he contado que mi novela tiene una parte importante en
esta ciudad, tanto en el siglo XVIII como en la actualidad puesto que el relato
del XVIII, es el que viene a leer a Cádiz, el descendiente de una familia que
ha vivido de las cloacas del poder desde la época de Richelieu, que intriga en
la corte de Carlos II y que tiene que emigrar a Colonia de Sacramento tras le
regencia del duque de Orleans, desde entonces la saga se instala en la ciudad,
hasta que, el protagonista decide instalarse en Cádiz.
No es
solamente la novela mi preocupación, aunque tendré que aprender a moverme para
captar la movida. Me gustaría y sería el mejor medio de captarla, integrarme en
la misma y esta es mi inquietud real. Me escudaba en las pelas, realmente un
pretexto endeble, porque lo que realmente me asusta es mi capacidad para lograr
integrarme. Me hubiera gustado contar con el Ayuntamiento, pero no he podido
contactar con ellos, espero poder hacerlo tras mi llegada.
Me queda el
sueño del pasado enero, mi paso por el hotel Las Cortes de Cádiz, donde se
aloja el protagonista, pero ahora tengo que recomponerlo en el Cádiz del
cambio, desde la habitación “Viva la Pepa”. Tengo el apoyo de Josefa, la “bella
de Cádiz” que encontré en Atocha cuando paseaba a Julen en la parada que me
llevaba a Chamartín.
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