Fernando
Me he pegado un buen susto cuando he topado con un ahorcado
en mi camino hacia el trastero. Es
Antonio. No me sorprende; este pobre hombre llevaba meses anunciando su triste
fin. Siempre ha sido arisco y un amargado existencial. Eso sí, siempre ha
sabido comportarse.
Nuestras conversaciones nunca han ido más allá de las
que impone la cortesía en una comunidad de vecinos, pero soy capaz de afirmar
que algo iba mal para este hombre desde hace unos meses. Exactamente desde que
ocurrió la tragedia del vuelo de la GermanWings; lo recuerdo muy bien, porque
estábamos unos cuantos hablando sobre el tema, en el portal, cuando entró él,
completamente desencajado y pasó de nosotros como si no nos hubiera visto. No
era su estilo; siempre saludaba y dirigía unas palabras. Estaba mucho más raro
de la rareza a las que nos tiene acostumbrados y Chunchi dijo:
-¿Cómo no comprender que haya pilotos locos cuando
hemos tenido funcionarios locos? – Su mirada ejecutaba al pobre Antonio.
-.No me parece que esté loco, al menos nadie puede
hablar de síntomas de locura.
-¿Sabías que se ha tirado a la carretera envuelto en
un colchón?
-No
-Pues lo ha hecho. Se ha tirado del piso de esa
amiguita que tiene, ya sabes, la Martirio esa que martiriza a todo el mundo.
Yo me caía de la copa de un pino. Ignoraba que tuviera
una “amiguita” y no me lo imaginaba montando escándalos. Chuchi siempre está
informada de todo y se empeñó en agobiarme con detalles escabrosos, ¡Qué mujer!
Me agobió tanto que aún ahora el recuerdo se impone a
la visión del ahorcado. No es un
espectáculo agradable y aún lo es menos con la carga que metió la cotilla.
Me estalla la cabeza y llevo ya demasiado tiempo sin
reaccionar. Lo lógico es llamar a la policía y me estoy preguntando cómo
diablos ha podido montar su horca este pobre hombre para plantar su despojo en
la cara de cualquiera que quisiera acceder a los trasteros ¿Habría pensado en
mí?; sabía que tengo aquí mi estudio, en
el que paso horas y horas en intentos de dar forma y color a mis sueños.
Me sorprendo a mí mismo cuando me dispongo a hacer un
boceto; la tragedia del ahorcado se difumina por los rayos del intenso sol
matizado por la opacidad de las placas que dejan pasar la luz en el tejado. Se
diría que el arquitecto hubiera preparado el escenario.
-Estaba cantado que pasaría… -Es Chunchi, la última
persona que hubiera deseado que apareciera- ¿Qué haces? ¿No me digas que te has
puesto a dibujar?
-La policía necesitará un croquis…
Mi disculpa no parece convincente. Lo sé por el
reproche que lleva inscrito en su geta. Por lo demás, todo delata que está en
su salsa y que rabia por jugar el papel de pregonera. Yo me quedo con el muerto
y nadie podrá reprocharme que me traiga el caballete y me entregué a mi pasión de pintar. Mi gozo en un pozo,
Chunchi ha sido muy hábil para ejercer de pregonera y para volver a la escena
del suicidio con mucho más rapidez que la mía en trazar el mogollón de mi
mente. La entrometida lo ha hecho tan bien que no para de llegar gente. Los aspavientos
y los tumultos han turbado la paz que
disfrutábamos el muerto y yo. Han llegado hasta de una cadena de tele. La
Chunchi está chupando cámara. Siempre me señala con su dedo acusador para dejar
bien clarito que “si no hubiera sido por ella…”
Martirio está en un rincón, ¡como si quisiera pasar
desapercibida! Apenas tiene tiempo de enjugarse una lágrima. Chunchi se ha
apropiado del dedo de Dios.
-¡Aquí tenemos a la desconsolada viuda!
Josefina, Anabel y todo el coro de cotillas oficiales
presentes afirman que el señor que tenemos de cuerpo presente no estaba casado
y no ocultan el desprecio a semejante adefesio. La verdad es que la pobre
Martirio está hecha unos zorros. Clava su mirada en el suelo como si así
pudiera escabullirse, pero estas señoras son demasiado señoras para ella, una
escoria que cobra una no contributiva y que se pasa la vida martirizando al
prójimo. La lapidada no se ha dado por enterada, pese a que sus ejecutoras han
proclamado la sentencia “alto y claro”
El ahorcado sigue ahí y los curiosos que se
organizan mejor que la policía, a juzgar
por la rapidez con que se han presentado se interesan más por el chismorreo. El
cámara que acompaña a la periodista ha sacado unas tomas del finado. Ha enfocado
el patetismo; no tenía perspectivas más allá, siquiera el juego de luces que
seguramente no había visto el arquitecto. Después el centro de interés ha sido
Chunchi y su camarilla de cotillas, hasta que el llanto que oculta Martirio
atrae a la entrevistadora.
-¿Era su amante?
-Era uno de mis pocos amigos, desde hace muchos
años,,,
-¿Era su amante?
Corta en seco, sin miramientos. La señora es muy
profesional y sabe lo que quiere su cadena: sangre, sexo y la Pantoja. Lo digo
porque menciona a la tonadillera cuando el cámara vuelve a enfocar a Martirio,
en espera a la respuesta de la reiterada pregunta.
La aludida se pone como un tomate.
-Algo hacíamos, aunque con la edad que tenemos, poco
puede hacerse.
.La señora afirma –Señala a Chunchi- que hace unos
meses se tiró de la ventana de su casa, envuelto en un colchón.
Martirio se muerde el labio. Quiere callar, pero no
puede…
-No hemos vuelto a vernos desde entonces…-Guarda su
dolor ¿Para qué mostrarlo?
_ ¿Por qué se tiró?
Martirio se atrinchera en su pequeño rincón, como si pudiera
escaparse de una fisgona.
-¿Por qué no han vuelto a verse?
La tía insiste.
-No lo sé; no volvimos a vernos desde entonces.
-Alguna razón tenía que haber…
Martirio llora y calla
-¿Por qué no la dejan en paz? ¿No son capaces de respetar el sufrimiento?
Me mira como si me quisiera partir la cara con todo lo
que tiene a mano. Esta señora se cree en posesión de la ira divina.
-El señor fue
el primero que lo vio y, como puede observar, se puso a pintar.
Es una Chunchi acusadora y no he sido aún capaz de plasmar
mis emociones en el lienzo. ¿Para qué lo habré traído? El cámara se ha
regocijado mostrando un lienzo sucio carente de trazos, mis iras y vergüenzas,
mi desnudez…
-¿Por qué se puso a pintar en vez de hacer sonar las
alarmas?
-Merecía un homenaje…
-¿Y si aún vivía?
-No se le puede tocar hasta que vengan las
autoridades.
-Pero, usted no se molestó en comunicárselo.
-Lo ha hecho doña Chunchi
-Pero usted perdió un tiempo que podría haber sido
precioso.
-Ya lo veo, a juzgar por lo que están tardando los señores…
Soy consciente de que no se dará por vencida. Su
mirada deja bien claro que va a por mí y supongo que la mía hace comprender que
voy a por ella. Ignoro por qué lo hago ¿Qué me importan a mí las audiencias de
los programas basura? Esta señora es muy cobarde. Se va, con su cámara a otros
lares y la llegada de Matilde es realmente espectacular: lleva aún el “panamá”
y el ridículo velo. Es muy consciente de que chupa cámara y no está dispuesta a
desaprovechar una milésima de segundo. Se impone. No faltaba más.
-Todo es culpa de la señora jueza que padecemos…
-¡Es una acusación muy grave!
-Todo el mundo sabe que este hombre – señala al
muerto- era amante de esa buena pieza –señala a Martirio- También es público y
notorio que mencionada se había ganado más que a pulso, un arresto domiciliario
y que la jueza que es más amiga de los delincuentes, concedió un vis-à vis a
ese pobre desgraciado que se ha ahorcado…
No creo que la entrevistadora tuviera la intención de
dejar continuar una intervención que amenazaba eternizarse y tomar derroteros
que no le convenían. Me hubiera gustado poder comprobar si era capaz de
librarse de las garras afiladas de Matilde. La llegada de las autoridades interrumpe todo el circo y tras tomar nuestros datos nos
punen de patitas en la calle.
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