Ayer mencioné a Coco; pensé en él cuando escribía “El
principado de la Fortuna” mi segunda novela.
C O C O P O L I Z Z I (pp 145-150)
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El padre de Yves, mi primer
marido, pasa los inviernos en Marrakech.
No ha opuesto resistencia a su
desplazamiento a Agadir.
Lo he invitado a cenar hoy, en el
hotel en el que residimos tanto
Sophie, actualmente la potente
viuda Reem, como yo: el Atlantique
Palace.
Lo reconozco pese a los años que
no nos hemos visto. Está muy
envejecido, pero siempre tan
elegante. Me sigue pareciendo atractivo.
Él también me reconoce. Desde su
entrada se dirige directo a mí.
––No has cambiado nada, querida;
los años, en lugar de estragos,
han mimado tus encantos…
––Toda la vida has impregnado tus
mentiras de sinceridad,
pero… por lo que veo, has
mejorado.
Se sienta con su parsimonia y
salta semejando una flecha.
––Supongo que la cena estará
comprendida en el presupuesto…
Me niego a responder; no es
mezquino y, por otra parte, sabe lo
que hay. Él fue quien me presentó
a Coco Polizzi, que era el restaurador
de la casa que posee en Marrakech.
Hizo maravillas, aunque
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Invirtió años. Era la persona que
más hubiera deseado ver, aun sabiendo
que no era posible. El terrible
golpe que supuso el cierre de
la medina de Agadir por conflictos
jurídicos con los artesanos le impactó
al punto que, a partir del verano
de 2008, dejó de recibirme.
Mi ex conoce el motivo de la
invitación; quiero lo que ya no puedo
pedir a Coco.
Ambos formamos parte del pequeño
grupo que asistió a la apertura
de los talleres en los que se ha
elaborado todo el material de la
medina de Agadir, que nunca había
existido. Éramos una decena,
en la que se encontraba Ahmed.
Ellos eran amigos y yo la única que
no conocía sino al anfitrión y a
mi marido.
Hablaban del Sahara y de la marca
Lakkhoua. Una pena que no
tuve tiempo de conversar con la
totalidad de ellos, porque al descubrir
que teníamos negocios con Ahmed,
me dediqué más al último.
No es que lo lamente, porque mis
vínculos comerciales con Ahmed
están siendo muy lucrativos, solo
que en estos instantes necesito a
los otros y mi ex está al
corriente de dónde encontrarlos.
Coco es el mejor restaurador de
arte bereber que conozco. Lo
aprendió siendo niño. De
ascendencia siciliana, nació en Rabat. Pese
a tratarse de un genio, cuya
consagración puede apreciarse en la medina
de Agadir ––que ha construido
piedra a piedra, para dar forma
al sueño que concibió durante su
infancia––, no es esa la razón de
mi interés.
Los sueños de Coco merecen aplauso
y admiración; pero era y
es mucho más importante su poder
de seducción. Se trataba de un
anfitrión que atraía a todos los
animistas del mundo y que jamás defraudaba.
Nada dejaba de ser mágico para él.
Lo he visto dibujar, en
una simple servilleta de papel del
restaurante donde nos había invitado
a comer, la tristeza de una
turista modesta, anodina y sola, e
iluminar un rostro por completo
inexpresivo cuando se levantó para
ofrecerle su obra. Estoy segura de
que Coco había captado la belleza
donde nadie es capaz de verla. No
dijeron nada, mas Coco volvió a
nuestra mesa guardando para sí el
tímido beso de agradecimiento.
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Fortuna
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No era sensiblería ni cosa por el
estilo. El gran atractivo de Coco es
que no requiere hablar para provocar
que experimentemos esa energía
universal que es el “Magara”. Lejos de mí los misticismos, no
impide que la historia del retrato
de la chica me hiciera sentir ternura
hacia alguien que, por entonces,
me habría resultado indiferente e
incluso molesta. Coco no es
indiferente al Sahara, pues ha mamado
la cultura de los bereberes, que
siempre pasa por el Sahara.
Mi ex fuma y bebe mientras espera
que se me pasen mis “sopores”,
como él llama a mis lapsus. No es
Coco, lejos de eso; no obstante,
a falta de pan, buenas son tortas.
Puede hacerlo sin dudar,
pero tras haberle explicado la
historia desde el principio, puesto que,
a petición mía, Ahmed no le había
informado del viaje de Yves.
––¿Mi hijo ha estado en el
palacete de Ahmed y a mí ni siquiera
se me anuncia? ¿Ahora han
desaparecido? Grave, muy grave…
¿Cómo te has enterado?
No respondo. ¿Para qué? No es tan
idiota como aparenta. Me limito
a esperar que se relaje un poco
para formularle lo único que
quiero dejarle claro. Me urge, ya
mismo, averiguar dónde y cómo
están Yves y Ahmed, y sé que está
en condiciones de proporcionarme
datos en las próximas horas.
Deduzco que mi ex ha captado
el mensaje. Ya estoy lista para
relajarme y dedicarme al hedonismo.
Al fin y al cabo, mi ex tiene un
buen polvo…
––¿Dónde creéis que están?
––Sabemos que en Tombuctú, que fue
el último vuelo del helicóptero
de Ahmed… También sabemos que
ambos se habían implicado
demasiado en la defensa del MNLA…
––¡Deja! Ya veo…
No se detiene ni a mirar mi
excelente pecho. Se me echa a llorar.
Aguanto, porque no es momento de
contrariar a un asociado precioso.
––Van a un martirio inútil. Tomaré
cartas en el asunto.
––¡Hay pasta!
––¿Hasta cuánto?
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––Se puede mirar. Eso sí; sin luz
ni taquígrafos.
Me he pasado y ni se molesta en
reprochármelo. Saborea uno de
sus platos favoritos: el champán
con ostras. Sigue teniendo un buen
polvo, sin dudas.
––¿Por qué lo hicisteis venir?
––Hacía falta, mucha falta…
––¿A quién?
––Al final, heredará tu parte del
negocio.
––Tendré que morir yo primero; ya
no es tan “mi parte” y, en
todo caso, será mi legado.
––No te preocupes, querido, yo he
comprado tus partes. ¿Por
qué crees que te dejé? ¿Con qué
piensas que he comprado lo que tú
derrochas?
––Mis felicitaciones, querida, no
deberías haberte molestado…
Me excita la ironía fresca con que
me ha cautivado, casi tanto
como los beneficios que obtengo.
No estamos hechos el uno para
la otra; para él, la empresa
Lakkhoua es la que le permite vivir del
modo que vive para el resto de su
vida. Si quiere más dinero vende
participaciones. La riqueza me da
el poder que necesito para sentirme
viva. He encargado bogavante a la
armoricana porque me apetece
y porque conozco sus reacciones
pueriles al plato, en especial
cuando lo preparan en la mesa. No
dice ni hace nada ante los aullidos
del bicho al ser pelado y partido
en lonchas. Ha mirado a otra
parte ante la visión de las
últimas, que se retuercen en la salsa. Así
es como se sirve este plato, de
manera que el comensal elija su propia
cochura.
El padre de Yves es un excelente
sibarita, pero fue educado por
los jesuitas antes de su adición
al hedonismo, y no ha madurado.
Devora las ostras crudas y no
soporta los aullidos ni ver los estertores
del bogavante, que ofrecen el
placer del plato.
Ignoro si se trata de una
casualidad, aunque temo que sería demasiada
casualidad: alude, como lo hizo
Sophie esta mañana en el
Quai, al indígena que quiere
comerse un jesuita para apropiarse de
sus poderes.
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––¿Qué te da le homard à l’armoricaine que no te da la ostra? El placer
del sacrificio. Las comemos vivas,
querida, en tu plato lo coméis
ya muerto. ¿Recuerdas al indígena
del Cándido de Voltaire? No recibirá
la vida del jesuita, porque al
cocinarlo lo mata; por eso no recibirá
los poderes que el jesuita tenía
cuando estaba vivo. Me
sorprende tu persistente
provocación, querida, habiendo platos que
te gustarían más. ¿No crees?
––Lo que creo es que hemos
cometido un error. Tendríamos que
haber continuado nuestras
relaciones de amantes…
––¿Crees que habría sido buena
idea? ––se para como si se lo
pensara y añade convencido:
––Decididamente no, querida. No
podía funcionar. Aborrezco tus
tics; te conozco demasiado. Me excita
la novedad. Si no te hubiera
conocido lo habría aguantado, pero
una vez; en la siguiente ya me
repugnarías. No, querida, yo escojo
mis polvos y tú los tuyos.
––Bueno, en realidad estamos de
acuerdo en lo esencial. Es hora
de sacar a Yves y a Ahmed de
dondequiera que estén antes de que
estalle el polvorín de Azawad. No
podemos arriesgar un interlocutor
como Ahmed y unas relaciones con
el Q tan privilegiadas como las
que ofrece Yves, nuestro hijo. No
tiene que haber otros signos de la
presencia de ellos que los
testimonios de los viejos de las tribus a
los que tenemos a bien mostrar el
apoyo de Francia al MNL. Sin
embargo, ahora deben salir de allí
con las máximas cautelas, el
MNLA posee todas las cartas para
perder la batalla frente a unos islamistas
enfurecidos, enaltecidos y
apoyados por ciertos intereses
que ambos conocemos a la saciedad;
me consta que estás en casi la
totalidad de las movidas.
––Vale, vale, he comprendido y te
noto muy enterada de que yo
actúo por mi cuenta. Ya está claro
que tengo disponible, que se me
pagarán los gastos y… ¿quién sabe?
A lo mejor una comisión, puestos
a ser generosos. Lo habría hecho
de cualquier modo, de haber
estado al corriente. Sabéis que lo
habría hecho y que, por ende, lo
haré lo mejor posible…
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Me sigue gustando el mamón y en
especial en su papel de macarra,
tratando de sacarme la pasta. Está
para comérselo…
––¿Quedamos en el 10% de los
gastos?
––Al 10% de unos gastos que serán
sometidos a aprobación o
rechazo. Me explico, no eres el único
interlocutor…
––Para mí que sí lo soy, y por más
que me comiera tu cerebro,
arrancado en vida y latiente, no
creo que me enterara de la cantidad.
Lo tengo tan crudo como las
ostras. Juegas con ventaja, porque no
ignoras que mi objetivo es salvar
las vidas de Yves y de Ahmed y no
puedo permitirme que mi ambición
lo ponga en peligro.
Sonrío con frialdad, según la
costumbre, a sus gracias. Lo conseguirá
por bastante menos de lo que ellos
estarían dispuestos a soltar.
Me ha tocado, prácticamente, carta
blanca, pero él no será capaz de
sacar partido. Me apuntaré yo el
tanto, es obvio.
––Ya está todo claro y nos toca
terminar la cena. ¿De qué te apetece
que hablemos? ¿Quizá de Coco?
––Si te parece…
––Dejé de verlo, como creo que
buena parte de nosotros, con la
grave crisis emocional que sufrió.
Se consideró traicionado y sitiado
por los artesanos y por los
jueces. Luchó con uñas y dientes hasta el
desgarro…
Le pego un corte.
––Ahórrame detalles, me han
bastado los del bogavante…
––Poseo lo que me hace falta.
––Nunca lo he puesto en duda,
querido, aunque en los negocios…
––No son tan malos, no creas;
tengo de sobra para lo que me
queda de vida.
––Que al paso que vas, no te la
auguro muy larga…
––¿Por qué lo dices? Antes querías
echar un polvo…
––Reconozco que tienes un buen
revolcón, lo cual no impide
que el alcohol, el tabaco y la
droga no ayuden mucho.
––Ronco.
––Lo suponía. Pero yo soy de usar
y tirar.
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Estoy triste
por lo que han hecho de la medina de amigo Coco: https://www.minube.com/rincon/medina-coco-polizzi-a899561 Me siento mejor después de abrir el baúl de
mis recuerdos.
https://youtu.be/7reBiFMZCH0
ResponderEliminarPredicciones pa a un amigo Tauro,Feliz Año
Jesus Cartagena
Saludos
Gracias Jesús. Iris ya ha entrado en el link. Yo lo haré ahora y te responderé en la cita
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