sábado, 30 de diciembre de 2017

Nuestra Cita Cotidiana

Ayer mencioné a Coco; pensé en él cuando escribía “El principado de la Fortuna” mi segunda novela.


C O C O P O L I Z Z I  (pp 145-150)
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El padre de Yves, mi primer marido, pasa los inviernos en Marrakech.
No ha opuesto resistencia a su desplazamiento a Agadir.
Lo he invitado a cenar hoy, en el hotel en el que residimos tanto
Sophie, actualmente la potente viuda Reem, como yo: el Atlantique
Palace.
Lo reconozco pese a los años que no nos hemos visto. Está muy
envejecido, pero siempre tan elegante. Me sigue pareciendo atractivo.
Él también me reconoce. Desde su entrada se dirige directo a mí.
––No has cambiado nada, querida; los años, en lugar de estragos,
han mimado tus encantos…
––Toda la vida has impregnado tus mentiras de sinceridad,
pero… por lo que veo, has mejorado.
Se sienta con su parsimonia y salta semejando una flecha.
––Supongo que la cena estará comprendida en el presupuesto…
Me niego a responder; no es mezquino y, por otra parte, sabe lo
que hay. Él fue quien me presentó a Coco Polizzi, que era el restaurador
de la casa que posee en Marrakech. Hizo maravillas, aunque
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Invirtió años. Era la persona que más hubiera deseado ver, aun sabiendo
que no era posible. El terrible golpe que supuso el cierre de
la medina de Agadir por conflictos jurídicos con los artesanos le impactó
al punto que, a partir del verano de 2008, dejó de recibirme.
Mi ex conoce el motivo de la invitación; quiero lo que ya no puedo
pedir a Coco.
Ambos formamos parte del pequeño grupo que asistió a la apertura
de los talleres en los que se ha elaborado todo el material de la
medina de Agadir, que nunca había existido. Éramos una decena,
en la que se encontraba Ahmed. Ellos eran amigos y yo la única que
no conocía sino al anfitrión y a mi marido.
Hablaban del Sahara y de la marca Lakkhoua. Una pena que no
tuve tiempo de conversar con la totalidad de ellos, porque al descubrir
que teníamos negocios con Ahmed, me dediqué más al último.
No es que lo lamente, porque mis vínculos comerciales con Ahmed
están siendo muy lucrativos, solo que en estos instantes necesito a
los otros y mi ex está al corriente de dónde encontrarlos.
Coco es el mejor restaurador de arte bereber que conozco. Lo
aprendió siendo niño. De ascendencia siciliana, nació en Rabat. Pese
a tratarse de un genio, cuya consagración puede apreciarse en la medina
de Agadir ––que ha construido piedra a piedra, para dar forma
al sueño que concibió durante su infancia––, no es esa la razón de
mi interés.
Los sueños de Coco merecen aplauso y admiración; pero era y
es mucho más importante su poder de seducción. Se trataba de un
anfitrión que atraía a todos los animistas del mundo y que jamás defraudaba.
Nada dejaba de ser mágico para él. Lo he visto dibujar, en
una simple servilleta de papel del restaurante donde nos había invitado
a comer, la tristeza de una turista modesta, anodina y sola, e
iluminar un rostro por completo inexpresivo cuando se levantó para
ofrecerle su obra. Estoy segura de que Coco había captado la belleza
donde nadie es capaz de verla. No dijeron nada, mas Coco volvió a
nuestra mesa guardando para sí el tímido beso de agradecimiento.
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No era sensiblería ni cosa por el estilo. El gran atractivo de Coco es
que no requiere hablar para provocar que experimentemos esa energía
universal que es el “Magara”. Lejos de mí los misticismos, no
impide que la historia del retrato de la chica me hiciera sentir ternura
hacia alguien que, por entonces, me habría resultado indiferente e
incluso molesta. Coco no es indiferente al Sahara, pues ha mamado
la cultura de los bereberes, que siempre pasa por el Sahara.
Mi ex fuma y bebe mientras espera que se me pasen mis “sopores”,
como él llama a mis lapsus. No es Coco, lejos de eso; no obstante,
a falta de pan, buenas son tortas. Puede hacerlo sin dudar,
pero tras haberle explicado la historia desde el principio, puesto que,
a petición mía, Ahmed no le había informado del viaje de Yves.
––¿Mi hijo ha estado en el palacete de Ahmed y a mí ni siquiera
se me anuncia? ¿Ahora han desaparecido? Grave, muy grave…
¿Cómo te has enterado?
No respondo. ¿Para qué? No es tan idiota como aparenta. Me limito
a esperar que se relaje un poco para formularle lo único que
quiero dejarle claro. Me urge, ya mismo, averiguar dónde y cómo
están Yves y Ahmed, y sé que está en condiciones de proporcionarme
datos en las próximas horas. Deduzco que mi ex ha captado
el mensaje. Ya estoy lista para relajarme y dedicarme al hedonismo.
Al fin y al cabo, mi ex tiene un buen polvo…
––¿Dónde creéis que están?
––Sabemos que en Tombuctú, que fue el último vuelo del helicóptero
de Ahmed… También sabemos que ambos se habían implicado
demasiado en la defensa del MNLA…
––¡Deja! Ya veo…
No se detiene ni a mirar mi excelente pecho. Se me echa a llorar.
Aguanto, porque no es momento de contrariar a un asociado precioso.
––Van a un martirio inútil. Tomaré cartas en el asunto.
––¡Hay pasta!
––¿Hasta cuánto?
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––Se puede mirar. Eso sí; sin luz ni taquígrafos.
Me he pasado y ni se molesta en reprochármelo. Saborea uno de
sus platos favoritos: el champán con ostras. Sigue teniendo un buen
polvo, sin dudas.
––¿Por qué lo hicisteis venir?
––Hacía falta, mucha falta…
––¿A quién?
––Al final, heredará tu parte del negocio.
––Tendré que morir yo primero; ya no es tan “mi parte” y, en
todo caso, será mi legado.
––No te preocupes, querido, yo he comprado tus partes. ¿Por
qué crees que te dejé? ¿Con qué piensas que he comprado lo que tú
derrochas?
––Mis felicitaciones, querida, no deberías haberte molestado…
Me excita la ironía fresca con que me ha cautivado, casi tanto
como los beneficios que obtengo. No estamos hechos el uno para
la otra; para él, la empresa Lakkhoua es la que le permite vivir del
modo que vive para el resto de su vida. Si quiere más dinero vende
participaciones. La riqueza me da el poder que necesito para sentirme
viva. He encargado bogavante a la armoricana porque me apetece
y porque conozco sus reacciones pueriles al plato, en especial
cuando lo preparan en la mesa. No dice ni hace nada ante los aullidos
del bicho al ser pelado y partido en lonchas. Ha mirado a otra
parte ante la visión de las últimas, que se retuercen en la salsa. Así
es como se sirve este plato, de manera que el comensal elija su propia
cochura.
El padre de Yves es un excelente sibarita, pero fue educado por
los jesuitas antes de su adición al hedonismo, y no ha madurado.
Devora las ostras crudas y no soporta los aullidos ni ver los estertores
del bogavante, que ofrecen el placer del plato.
Ignoro si se trata de una casualidad, aunque temo que sería demasiada
casualidad: alude, como lo hizo Sophie esta mañana en el
Quai, al indígena que quiere comerse un jesuita para apropiarse de
sus poderes.
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––¿Qué te da le homard à l’armoricaine que no te da la ostra? El placer
del sacrificio. Las comemos vivas, querida, en tu plato lo coméis
ya muerto. ¿Recuerdas al indígena del Cándido de Voltaire? No recibirá
la vida del jesuita, porque al cocinarlo lo mata; por eso no recibirá
los poderes que el jesuita tenía cuando estaba vivo. Me
sorprende tu persistente provocación, querida, habiendo platos que
te gustarían más. ¿No crees?
––Lo que creo es que hemos cometido un error. Tendríamos que
haber continuado nuestras relaciones de amantes…
––¿Crees que habría sido buena idea? ––se para como si se lo
pensara y añade convencido: ––Decididamente no, querida. No
podía funcionar. Aborrezco tus tics; te conozco demasiado. Me excita
la novedad. Si no te hubiera conocido lo habría aguantado, pero
una vez; en la siguiente ya me repugnarías. No, querida, yo escojo
mis polvos y tú los tuyos.
––Bueno, en realidad estamos de acuerdo en lo esencial. Es hora
de sacar a Yves y a Ahmed de dondequiera que estén antes de que
estalle el polvorín de Azawad. No podemos arriesgar un interlocutor
como Ahmed y unas relaciones con el Q tan privilegiadas como las
que ofrece Yves, nuestro hijo. No tiene que haber otros signos de la
presencia de ellos que los testimonios de los viejos de las tribus a
los que tenemos a bien mostrar el apoyo de Francia al MNL. Sin
embargo, ahora deben salir de allí con las máximas cautelas, el
MNLA posee todas las cartas para perder la batalla frente a unos islamistas
enfurecidos, enaltecidos y apoyados por ciertos intereses
que ambos conocemos a la saciedad; me consta que estás en casi la
totalidad de las movidas.
––Vale, vale, he comprendido y te noto muy enterada de que yo
actúo por mi cuenta. Ya está claro que tengo disponible, que se me
pagarán los gastos y… ¿quién sabe? A lo mejor una comisión, puestos
a ser generosos. Lo habría hecho de cualquier modo, de haber
estado al corriente. Sabéis que lo habría hecho y que, por ende, lo
haré lo mejor posible…
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Me sigue gustando el mamón y en especial en su papel de macarra,
tratando de sacarme la pasta. Está para comérselo…
––¿Quedamos en el 10% de los gastos?
––Al 10% de unos gastos que serán sometidos a aprobación o
rechazo. Me explico, no eres el único interlocutor…
––Para mí que sí lo soy, y por más que me comiera tu cerebro,
arrancado en vida y latiente, no creo que me enterara de la cantidad.
Lo tengo tan crudo como las ostras. Juegas con ventaja, porque no
ignoras que mi objetivo es salvar las vidas de Yves y de Ahmed y no
puedo permitirme que mi ambición lo ponga en peligro.
Sonrío con frialdad, según la costumbre, a sus gracias. Lo conseguirá
por bastante menos de lo que ellos estarían dispuestos a soltar.
Me ha tocado, prácticamente, carta blanca, pero él no será capaz de
sacar partido. Me apuntaré yo el tanto, es obvio.
––Ya está todo claro y nos toca terminar la cena. ¿De qué te apetece
que hablemos? ¿Quizá de Coco?
––Si te parece…
––Dejé de verlo, como creo que buena parte de nosotros, con la
grave crisis emocional que sufrió. Se consideró traicionado y sitiado
por los artesanos y por los jueces. Luchó con uñas y dientes hasta el
desgarro…
Le pego un corte.
––Ahórrame detalles, me han bastado los del bogavante…
––Poseo lo que me hace falta.
––Nunca lo he puesto en duda, querido, aunque en los negocios…
––No son tan malos, no creas; tengo de sobra para lo que me
queda de vida.
––Que al paso que vas, no te la auguro muy larga…
––¿Por qué lo dices? Antes querías echar un polvo…
––Reconozco que tienes un buen revolcón, lo cual no impide
que el alcohol, el tabaco y la droga no ayuden mucho.
––Ronco.
––Lo suponía. Pero yo soy de usar y tirar.
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Estoy triste por lo que han hecho de la medina de amigo Coco: https://www.minube.com/rincon/medina-coco-polizzi-a899561  Me siento mejor después de abrir el baúl de mis recuerdos. 

2 comentarios:

  1. https://youtu.be/7reBiFMZCH0


    Predicciones pa a un amigo Tauro,Feliz Año
    Jesus Cartagena
    Saludos

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  2. Gracias Jesús. Iris ya ha entrado en el link. Yo lo haré ahora y te responderé en la cita

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