viernes, 22 de diciembre de 2017

Nuestra cita cotidiana

La Tomasa: un cuento navideño  venezolano

Tomasa es una profesora de Universidad. La sibilina hiperinflación ha carcomido su sueldo y este ya apenas llega. “Liquidación por cierre”, reza el cartel contra el que se da de bruces. “¿Y si alegrara mi soledad con una buena porra antequerana? “  Se deja seducir por la llama de la cerillera del cuento  de Andersen.
Soñó con un regalo traído por el viento; en este caso, el precio de saldo que anunciaba el dueño del supermercado.
El  antojo requería un buen aceite de oliva. Lo encontró, pero…, “el saldo” era un reto inalcanzable para su poder adquisitivo.
Sujetó en sus manos  el envase  de vídrio. Dudó cuando su tacto y el sudor frio de la frustración tentaron, pero el precio del “chollo” la obligó a devolver su sueño roto a la estantería y a alejarse  con indignación.
La retuvo el llanto angustiado de un bebé. La llevó r hasta el final del pasillo. Allí encontró el amasijo de una joven madre que, acurrucada,pretendía calmar los aullidos de su bebé, de unos tres meses.
-¿Usted y el niño se encuentran bien?
La congoja de la madre apenas la permitía hablar hasta que logró reventar su desgarro
 -No; Jeremías  tiene hambre, mucho hambre; desde la seis de la mañana no toma su biberón  Padece del  estómago y la única leche que tolera es esta, que es importada. No la puedo comprar, ha subido, en 15 días, 200 veces su  precio y con el salario de mi esposo, que es  un obrero, resulta imposible.
Suplicó a Tomasa:
-Disculpe señora no la conozco, si puede ayudarme  se lo agradezco, estoy desesperada.
A la izquierda de ambas mujeres, escuchaba la conversación el Dr. Quevedo; un viejo  y respetado  médico de la ciudad,  que, atónito,  miraba el coste de  unos pistachos importados  de España.
Escupió:
-¡Joder! ¡Ni que  fueran pepitas de oro!
Después sacó su rabia:
-¡Cómo¡;  es la una de la tarde; siete horas sin alimento?
Cogió su  bastón,  golpeó  un bidón circular metálico que se usaba como papelera  y empezó a  arengar con voz fuerte:
-Jeremías tiene derecho a comer, Jeremías tiene derecho a vivir, ¡que bajen los precios!
Un trabajador  del supermercado, de unos 30 años, dejó de colocar las galletas colombianas que ponía en una estantería para poner voz al Altísimo:
-Abuelo; está loco, deje el escándalo, por favor, está muy viejo para la gracia
Jeremías dejó de llorar y dio voz al veterano galeno 
-El escándalo viene de  los precios que  fijan; ¡usureros!, ¡ladrones!, ¡hijos de Satán sin alma!
Quevedo  siguió reivindicando:“Jeremías tiene derecho  a comer, Jeremías tiene derecho a vivir ¡QUE BAJEN LOS PRECIOS!
Los consumidores se unieron  en una sola voz, en un solo grito.
Tomasa llamó, vía telefónica, al SUNDDE,  e informó de lo que sucedía
El gerente; un hombre alto y de buen ver, pero cruel, intentó sin éxito, dispersar la revuelta y en vez de calmar el ambiente, lo calentó.
-Son unos muertos  de hambre, no tienen ni para comprar su comida, ¡fuera de aquí!
Los insultos enardecieron a la masa de compradores,  una voz  turbia farfullaba “¡linchemos  a ese maldito!”
A tiempo se presentaron  seis fiscales del SUNDDE  y evitaron una inminente tragedia; clausuraron el supermercado y vendieron  a los consumidores presentes los alimentos  a precios justos.
Quevedo invitó a la madre de Jeremías a preparar el biberón en su casa, ésta se encuentra a 200 metros del supermercado. Tomasa los acompañó y preparó el almuerzo.
La vida reunió a cuatro  seres humanos de distintitas generaciones y estratos para hacer justicia. La guerra económica en Venezuela hace estragos, pero su hartazgo también  hace amistades mucho más sinceras que aquellas que puedes encontrar en un club social.

Iris Pérez

2 comentarios:

  1. ME HA IMPRESIONADO CON EL CUENTO, ES UNA AGUDA CRITICA PARA REFLEXIONAR.

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  2. Gracias, aunque tarde. Lo siento: tendré que revisar mejor. Es un cuento que, en efecto, hace pensar e invita a actuar ya.

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