Tomasa es una
profesora de Universidad. La sibilina hiperinflación ha carcomido su sueldo y
este ya apenas llega. “Liquidación por
cierre”, reza el cartel contra el que se da de bruces. “¿Y si alegrara mi
soledad con una buena porra antequerana? “
Se deja seducir por la llama de la cerillera del cuento de Andersen.
Soñó con un regalo
traído por el viento; en este caso, el precio de saldo que anunciaba el dueño
del supermercado.
El antojo requería un buen aceite de oliva. Lo
encontró, pero…, “el saldo” era un reto inalcanzable para su poder adquisitivo.
Sujetó en sus manos el envase de vídrio. Dudó cuando su tacto y el sudor
frio de la frustración tentaron, pero el precio del “chollo” la obligó a
devolver su sueño roto a la estantería y a alejarse con indignación.
La retuvo el llanto
angustiado de un bebé. La llevó r hasta el final del pasillo. Allí encontró el
amasijo de una joven madre que, acurrucada,pretendía calmar los aullidos de su
bebé, de unos tres meses.
-¿Usted y el niño se
encuentran bien?
La congoja de la madre
apenas la permitía hablar hasta que logró reventar su desgarro
-No; Jeremías tiene hambre, mucho hambre; desde la seis de
la mañana no toma su biberón Padece
del estómago y la única leche que tolera
es esta, que es importada. No la puedo comprar, ha subido, en 15 días, 200 veces
su precio y con el salario de mi esposo,
que es un obrero, resulta imposible.
Suplicó a Tomasa:
-Disculpe señora no la
conozco, si puede ayudarme se lo
agradezco, estoy desesperada.
A la izquierda de
ambas mujeres, escuchaba la conversación el Dr. Quevedo; un viejo y respetado
médico de la ciudad, que, atónito, miraba el coste de unos pistachos importados de España.
Escupió:
-¡Joder! ¡Ni que fueran pepitas de oro!
Después sacó su rabia:
-¡Cómo¡; es la una de la tarde; siete horas sin alimento?
Cogió su bastón,
golpeó un bidón circular metálico
que se usaba como papelera y empezó a arengar con voz fuerte:
-Jeremías tiene
derecho a comer, Jeremías tiene derecho a vivir, ¡que bajen los precios!
Un trabajador del supermercado, de unos 30 años, dejó de
colocar las galletas colombianas que ponía en una estantería para poner voz al
Altísimo:
-Abuelo; está loco,
deje el escándalo, por favor, está muy viejo para la gracia
Jeremías dejó de
llorar y dio voz al veterano galeno
-El escándalo viene de
los precios que fijan; ¡usureros!, ¡ladrones!, ¡hijos de Satán
sin alma!
Quevedo siguió reivindicando:“Jeremías tiene derecho a comer, Jeremías tiene derecho a vivir ¡QUE BAJEN LOS PRECIOS!
Los consumidores se
unieron en una sola voz, en un solo
grito.
Tomasa llamó, vía
telefónica, al SUNDDE, e informó de lo
que sucedía
El gerente; un hombre
alto y de buen ver, pero cruel, intentó sin éxito, dispersar la revuelta y en
vez de calmar el ambiente, lo calentó.
-Son unos muertos de hambre, no tienen ni para comprar su
comida, ¡fuera de aquí!
Los insultos
enardecieron a la masa de compradores, una
voz turbia farfullaba “¡linchemos a ese maldito!”
A tiempo se
presentaron seis fiscales del
SUNDDE y evitaron una inminente tragedia;
clausuraron el supermercado y vendieron
a los consumidores presentes los alimentos a precios justos.
Quevedo invitó a la
madre de Jeremías a preparar el biberón en su casa, ésta se encuentra a 200
metros del supermercado. Tomasa los acompañó y preparó el almuerzo.
La vida reunió a
cuatro seres humanos de distintitas
generaciones y estratos para hacer justicia. La guerra económica en Venezuela
hace estragos, pero su hartazgo también hace amistades mucho más sinceras que aquellas
que puedes encontrar en un club social.
Iris Pérez
ME HA IMPRESIONADO CON EL CUENTO, ES UNA AGUDA CRITICA PARA REFLEXIONAR.
ResponderEliminarGracias, aunque tarde. Lo siento: tendré que revisar mejor. Es un cuento que, en efecto, hace pensar e invita a actuar ya.
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