José
La vida es curiosa. He tenido que esperar un montón de años
para conocer a un Alain con quien coincidí, en Sociología, en partido y en
Lille, en la movida del 68. Es, sin embargo, una de esas almas gemelas que uno
encuentra raramente en la vida.
¿Por qué no nos encontramos entonces? Es fácil de explicar; Alain era uno de los privilegiados que tenía a
Bourdieu como director de tesis y solamente venía a Lille para ofrecer trabajos
prácticos del profesor más admirado y temido por los alumnos de licenciatura,
que era mi caso. Yo no estaba en su grupo, aunque había escuchado alabanzas del
negro y sabía que compartíamos partido.
No pertenecíamos al mismo mundo y en aquella época el
entorno del profesor se situaba en las “alturas” marcadas de rituales. La
tarima estaba muy alta, sobre todo para los que teníamos que sentarnos en el
suelo, porque no había asientos para todos.
Recuerdo que en la primera clase, alguien formuló una
pregunta a Bourdieu y en unos momentos sus “cohortes” pusieron en nuestras
manos 10 páginas de bibliografía que teníamos que consultar antes de asistir a
la próxima clase. Alain era uno de ellos.
Yo estaba acojonado; no había entendido nada, pero tampoco
disponía de tiempo para leer una bibliografía de difícil acceso. La librería
tiene un número de ejemplares de las obras, pero por supuesto, no son suficientes, ni de coña, para que más
de un centenar podamos consultarlos en una semana.
Es muy difícil que alguien sin la mínima formación en
sociología entendiera un discurso sociológico tan complejo como el de Bourdieu. Eso no se planteaba en
la elitista universidad francesa de la época. Para obtener la licenciatura era
necesario obtener 4 certificados, entre ellos Sociología General. No se nos
ponía límite de tiempo, pero el número de aprobados no superaba la decena.
Estar en la universidad era un privilegio que habíamos adquirido al pasar la
propédeutique, muy selectiva y que limitaba la obtención a dos años. Los que no
lograran obtenerlo en este tiempo, estaban excluidos por 10 años de la
Facultad.
¡Qué tiempos aquellos! Me costó mucho conseguir los libros y
mucho más digerirlos. Mientras tanto, Bourdieu seguía como si todos hubiéramos
cumplido su mandato. Estaba muy perdido y siquiera podía asistir a todas las
clases, tres días por semana ejercía de profesor de español en un colegio de
Ursulinas.
No me codeaba con Alain, que formaba parte de la élite, ya
estaba en el doctorado de tercer ciclo
cuando yo me veía tan lejos de asimilar la inmensa bibliografía que nos pedía
Bourdieu para que pudiéramos comprender su discurso.
Sin embargo, tanto Alain como yo, recordamos la época como
“aquellos felices años, pese a que entonces él perdió sus papeles y yo me tuve
que volver a España para someterme al servicio militar.
Fueron tiempos felices, sí. Pretendíamos cambiar el mundo,
algo hicimos, mucho menos de lo que habríamos esperado y muchos pagamos muy
cara nuestra “travesura”. Cayó de
Gaulle, pero el gaullismo más corrompido salió triunfante, La candidatura a la
presidencia de la República de Pompidou superó los votos que había obtenido el
general en las elecciones precedentes. También en la época se inició el ascenso
al poder de Reagan y del neoliberalismo. En cuanto a Mao, la deriva de China es
suficientemente expresiva.
No lo pagué, a fin de cuentas, tan caro. A mi gran sorpresa,
mi padre logró explicar la situación al responsable de la caja de reclutas que
me correspondía. Se me ha quedado grabada la escena.
-¡Esta gente- nuestro interlocutor se refería al cónsul de
España en París. Tenía en la mano el documento que me negaba mis derechos como
residente en un país limítrofe- son los que encienden la hoguera de la
revolución!- lo rompió en mil pedazos para descargar su rabia- En eso no puedo
intervenir, pero si me das argumentos puedo declararte inhábil.
Dicho y hecho. Un amigo siquiatra me hizo un certificado que
el militar consideró como válido. Regresé a Francia, pero había perdido mi
trabajo, yo mismo me había despedido, convencido de que estaba condenado por el
servicio militar. Las Ursulinas de Arras me encontraron trabajo en un colegio
de Vire, Normandía, lo tenía muy mal para continuar mis estudios en la
universidad más cercana, Caen…
En el 69 me fui a Paris y allí volví a vivir un sueño en la
recién creada Universidad de Vincennes Paris 8. Fueron muy buenos tiempos, sí.
Me podía permitir continuar mis estudios en una universidad de élite, pero no
elitista, hice trabajos diferentes que me permitieron concluir mis estudios y
fui muy feliz.
En el 71 me fui a Marruecos como profesor de español en un
instituto. Allí viví, asimismo, una experiencia intensa. Fue un año de huelga
en universidades e institutos. Estaba de acuerdo con los huelguistas y nos
ponían a los profesores entre estos y la pasma.
La experiencia no fue una simple anécdota; formaba parte de
los fichados y no pasó nada gracias a la obstinada defensa del director del
instituto y del vicecónsul francés. He tenido suerte de encontrar inesperados
protectores, en mi vida.
Tenía que irme de Marruecos, pero no quería instalarme en
España; encontré trabajo en Reino Unido y pasé tres años en Londres. De allí me
fui a San Francisco. En ambas ciudades viví momentos históricos, pero no
llegaba a echar raíces. Era bohemio y necesitaba cambiar y cambiar y no ocurría
así porque buscara el “paraíso terrenal”.
Terminé regresando a España, buscar trabajo y tramitar la
aceptación de los títulos que había obtenido. Me lo ponían todo muy difícil:
para opositar necesitaba el reconocimiento de las titulaciones y éste requería
tiempo y encontrar una universidad española que plasmara con sus títulos el
reconocimiento del ministerio de que los que yo presentaba cumplían los
requerimientos. Es así como poco a poco fui construyendo mi pequeña empresa
para traducciones entre el castellano y el inglés o el francés.
Sobrevivía apenas y con paciencia logré mis titulaciones
españolas y me presenté a todas las oposiciones que pude, para nada. No sé por
qué me quedé. Estoy convencido que lo hice por cobardía, en realidad no soy de
ningún sitio…
Alain ha sido un bálsamo para mí. Me ha hecho revivir
aquellos maravillosos años, me ha liberado de las presiones de Ana y nuestra
pequeña empresa de traducción ya no es una simple tapadera. Pero hay muchos
peros…
Ana y él tienen mucha complicidad. ¿Estoy celoso? No lo creo
así. Más bien me siento liberado y puedo aplicarme más a mi trabajo. La
cuestión es que, realmente no lo quiero hacer. No he sido capaz de verlo hasta
que han desaparecido las presiones que me servían para justificar mi malestar.
Estoy cayendo en un pozo cuyo fondo no puedo prever. Hasta
ahora me había montado una historia en la que había atribuido el protagonismo a
Ana, pero ella no tenía nada que ver; era yo quien me estaba pringando.
Soy de los que creo firmemente en la economía social y
solidaria y por ello me esforcé en formarme y en doctorarme en la materia. Lo
conseguí pero no me ayudó para nada en las oposiciones. Mis conocimientos han
sido descubiertos en las traducciones. Miren Edurne nunca me ha dicho a quién representa,
pero sus encargos siempre están relacionados con Corporación Mondragón.
Siempre he admirado una cooperativa que profundizó sus
raíces ante las iras de Franco y se consolidó como uno de los motores del
desarrollo español y me sentí halagado cuando recibí la oferta para trabajar,
aunque fuera en negro, para un proyecto que es un ejemplo mundial para la
economía social y solidaria.
Para eso me quería; sabía que era un convencido y que era
muy capaz de mantener el referente. Lo fui durante un tiempo. No me puedo
considerar víctima del mito que ayudé a mantener. Acallaba mi mala conciencia
por el hecho que la corporación estaba condenada a crecer y que no le quedaba
otra que agarrarse a las chapuzas que fortalecen a su competencia. No impide
que me repugnaban, pero las ignoraba porque no entraban en mi trabajo; poner en
relieve el mantenimiento de los principios cooperativista en la Corporación.
Ellos ya tenían una larga historia y capacidad de intriga.
Me necesitaban exclusivamente para mantener el discurso de su apuesta por la
economía social y solidaria y desde luego hay socios que trabajan en las
cooperativas e instrumentos para que éstos estén representados en parte de los
procesos de tomas de decisiones. Eso es lo que yo tenía que vender.
Claro que desde que empecé mi trabajo tenía mis críticas,
una cooperativa no puede externalizarse como la empresa que busca simplemente
abaratar sus gastos de producción, recurriendo a sueldos más bajos; o de
distribución, acercando su producción a la demanda. Para hacerlo tendría que
crear cooperativas en los lugares de implantación. Otra cosa es lo que está
ocurriendo, que se aleja de los principios del cooperativismo.
Aquí tenía yo mi talón de Aquiles, pero lo sorteaba hasta
que el escándalo empezó a ser la primera preocupación de Mondragón y Edurne
comenzó a pedir una mayor participación en la limpieza de la imagen.
La “cooperativa” tiene, desde hace años, demasiada basura
acumulada: el fracaso y la deriva de Fagor. Muchos sabemos cómo sobreviven
residuos del buque insignia y sobre todo los trabajadores subcontratados, por
obra y con pagos horarios muy bajos,; el timo de las Aportaciones Financieras
Subordinadas de Fagor y de Eroski, que ha tomado especialmente relevancia con
el escándalo de las Preferentes de Bankia…
Conozco víctimas de cualquiera de los dos casos y siento
mucho dolor al comprobar la impunidad de la que gozan las primeras frente a la
proclamación por el Supremo de fraude de Bankia. También se produjo fraude en la oferta de las “aportaciones
financieras subordinadas” y para mi algo más grave, porque lo hacía una
cooperativa, cuya ortodoxia tenía que defender.
¡Tenía si! Hasta la llegada de Alain a mi terreno; la misma
noche en que nos conocimos, tras unos cuantos canutos que me soltaron la
lengua.
-Lo bueno de los negro- sentenció- s es que no se nos ve en
la inmensidad de la negrura. Tú no existes para Mondragón, has escrito lo que
te pedían y para ellos. No existes; no pueden retenerte, ambos sabemos lo que
es eso. También sabemos que la sarna es muy útil para invertir el tiempo en
rascarnos.
Ya no hablamos más, pero me había dejado bien clarito que no
lo estaba haciendo por Ana; prefería la libertad al lujo. Está claro. Lo de que
empezábamos a envejecer y que necesitábamos ahorrar para compensar una pensión miserable
tampoco valía de mucho, porque, como decía Ana, estábamos inflando demasiado
las facturas.
No quiero agobiarme con esas cosas, pero Alain no tenía la
menor intención de echarme una mano. Se unió a los otros para jugar al juego de
las verdades.
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