Tengo que
contarte tantas cosas que no sé por dónde empezar. Ya estoy en Villaviciosa,
llegué anoche tras un largo y complicado
viaje, pero maravilloso. Había un tren
“de cercanías” que me llevaba a Sevilla a tiempo para coger un Ave que me
llevara a Madrid Atocha, con tiempo suficiente para embarcar en Madrid/Chamartín,
en dirección Gijón. Es un combinado y no acepta la emisión de billete para
Julen. La opción era el Alvia, que emitía el billete de mascota, pero tenía salida
a las 13,30 y me dejaba solamente 40 minutos de margen para cambiar de estación
y embarcar para Gijón. Había optado por
esta última, pese al riego de perder el enlace. Tenía demasiado miedo que no me
dajaran subir al tren sin el billete de Julen. Me presenté en la taquilla, en
Cádiz, unos minutos antes de que saliera
el “combinado” el señor que me atendió me dijo que 40 minutos no era tiempo suficiente para cambiar de
estación y embarcar. Se dispuso a encontrarme plaza en el Combinado y a cancelar mi billete, antes pidió mi
consentimiento.
-¿Y el
perro?- pregunté.
-¿Aún no confías
en los gaditanos?
Buena
pregunta, su mirada me dio seguridad y me culpabilizó; no solamente no hubo problemas
con Julen sino que me encontré un amigo en el interventor del trayecto Cádiz Sevilla,
que me facilito la resolución del problema en el Ave.
Conocí y
hablé con unas gaditanas que iban a visitar Córdoba, iban a tratar de hacerlo
en el día o si no, encontrarían una pensión… Había calor, ganas de conocer. A
mí me gustó mucho Córdoba.
El Ave
siempre es más impersonal, había un grupo que gritaba y acumulaba lastas bacías
de cerveza; un turre, pero no parecían
mala gente, de hecho me echaron una mano en Atocha. Tuve la suerte de tener
como compañera de viaje más próxima a una señora que utiliza los viajes para
avanzar en su trabajo. Eso no impedía que intercambiáramos impresiones. Fue
bonito. Llegué a Chamartín con tiempo suficiente; eran las cinco de la tarde,
mi tren salía a las seis y media. Almorcé muy a gusto en una cafetería, de cuyo
nombre no me acuerdo, junto a la salida central de la estación. Una terracita, buena comidita y sobre todo,
excelente acogida.
El bajón
empezó cuando inicié la tramitación para la última etapa del viaje:
Madrid-Gijón. Etapa en que no había obstáculos de billetes. Volvía a mi tierra
de acogida. Me apetecía, sí, pero tenía que pasar por el túnel del silencio,
hasta que llegué a Gijón, en un viaje que se hace interminable a partir de
León, con una infraestructura ferroviaria del siglo XIX.
Hoy está nublado, pero hay algo de sol. Me siento
débil. Contento de volver y muy bien recibido, pero me asaltan los miedos de
que lo que he dejado atrás se quede en un hermoso sueño y tengo que luchar para
que nuestra Santa Siesta no se lleve
el proyecto que concebimos, unos cuantos, en Medina Sidonia.
Me siento
débil, pero, sin saber de dónde, sacaré
las fuerzas, estoy convencido de que pondré las tripas y tengo esperanzas de
que salga adelante. Esto es lo que te quería contar en nuestra cita de los
miércoles; Épsilon en Medina Sidonia y yo en Villaviciosa, nos hemos
comprometido en sacar en un mes la edición virtual de “Siempre nos quedará
Paris” y lo vamos a hacer.
No estoy
deprimido, solamente cansado. Julen y yo seguimos comiendo salmorejo, estoy
aprendiendo y experimentando.
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