Esta semana
adelanto un día por razones de agenda. Como indiqué el miércoles pasado, inicio
nueva novela, aún no he resuelto mi traba con “Vivo sin vivir en mí” y tengo
que mantener mi ritmo de artículo de opinión y capítulo. Aún no he puesto
título a mi nueva novela corta. Ahí va el primer capítulo.
El negro y la puta
Ana y yo sabemos
lo que somos. Para el prójimo, somos una
pareja algo extravagante con un poder adquisitivo que se lo puede permitir y
para Hacienda, una empresa de servicios que cotiza lo necesario para blanquear
el producto de la venta de su cuerpo y de mis proyectos.
Ninguno de
los dos seríamos etiquetados como hispano o afro por los criterios USA, pero
tampoco estos nos meterían con los caucásicos. Es su problema, el nuestro es
otro. Ana no quiere comprender que mi clienta me urge el proyecto y que nos
jugamos mucha pasta.
Para ella me
escaqueo y está harta de cargar con
todo.
_ ¿Qué más
vueltas puedes darle?- Lo suelta sin resentimiento, como si su intención fuera
la de liberarme.
No respondo
y me pongo los cascos. Conozco de sobra sus tácticas y sus argumentos. No es
que pretenda tener razón, pero sé que si no presento lo que se me pide antes de
mañana, estamos perdidos.
Sé lo que
piensa. Estoy rompiendo el pacto que nos juntó hace más de 20 años. No
recuerdo, con exactitud la fecha, pero sí las circunstancias. Brigitte me había
invitado a pasar un par de días en el piso que compartía con las chicas que
trabajaban en la casa de putas que regentaba. Ana era una de ellas y no recuerdo muy bien por qué, pero simpatizamos
desde el primer momento y paseábamos, durante el día, con mi perro Julen.
La historia
que me contaba se parecía, de alguna manera, a las que me contaban otras putas.
Su novio la había dejado con una hipoteca que no podía pagar sola. Él se
declaró insolvente y el banco se agarró a ella. Se hizo puta para no sufrir el
embargo y luego descubrió que trabajando una semana al mes, podía obtener
300.000 pesetas, ampliamente suficientes para cubrir la hipoteca y los gastos
de una vida digna. ¡Trabajaba una semana al mes y vivía mucho mejor que cuando
la dejó ese cabrón!
Esa noche la
vi trabajar y comprobé que era cierto lo que contaba, sacó 60.000.
Yo entonces
vivía de traducciones, no ganaba tanto, ni mucho menos. Desde luego no podía
permitirme descansar tres semanas al mes.
-¡Porque no
quieres! - Lo afirmaba con tal rotundidez, que me dejó en ascuas y con ganas de
escuchar.
-Mira; mi
cliente más asiduo es concejal. Entra con un amigo. Cobro doble y me dan muy
poco que hacer y mucha caja.
Ya lo había
observado por el champán francés, las compras de todo lo que ofrecían los
vendedores ambulantes que pasaban por el bar, para obsequiarla, y las veces que
iba Brigitte a recordar que se había terminado el tiempo y que se contabilizaba
uno nuevo.
Reconozco
que me puse a calcular lo que estaba sacando esta chica y estaba impresionado.
-Maneja
pasta y necesita ya un proyecto para su concejalía; es un necio. Tú podrías
hacer ese proyecto para él y ganarte una pasta. Le he prometido un negro y he
pensado en ti.
Me quedé de
piedra; sin capacidad de respuesta. No hacía falta, ella lo tenía todo atado y
bien atado.
-¿Qué quieres? ¿Seguir buscando la “piedra
filosofal”?, tienes ya cuarenta añitos, una formación que te abre caminos que
hasta ahora no has encontrado, ¿vas a pasarte la vida preparando oposiciones y
contentándote con la mísera y esclava supervivencia que te dan tus traducciones?
– Deja un tiempo suficiente para clavar la estocada y después, cómplice, añade-
Reconoce que hay algo tierno en la estupidez de estos dos. He visto tus
miradas.
Me ruboricé
al saberme observado. En efecto, había algo tierno en esos cretinos. También
despertaban morbo por sus intrigas. Confieso que me hubiera encantado ver y
escuchar lo que pasaba en la cabina y lo que pasaba por la cabeza de Ana. Me
hubiera gustado hablarlo con ella. Pero, nunca había pasado por mi imaginación
lo de meterme en el juego.
-Yo creo que
puede ser divertido y -remata- te permitirá vivir más libre y desahogado. Es difícil
que a tu edad, encuentres la piedra
filosofal, aprende a vivir lo mejor que puedas lo que te toca vivir.
Ella seguía
argumentando que, además, tenía la posibilidad de impregnar mi idealismo en proyectos
de otros.
-Siempre es mejor que ahora- me puso la versión de
Aute de "Al alba" Yo no la
escuchaba; estaba sintiendo un escalofrío ¿Hacerme negro?
Lo hice y mi
cliente me puso en contacto con otros clientes…
Entonces
decidimos vivir juntos. Primero lo hicimos en casa de ella, que tenía más
recursos. Después cambio la tortilla. Los buenos tiempos de Ana se esfumaron
con la crisis de la construcción y el hundimiento del puticlub en el que
trabajaba una semana al mes. Ella lo lleva bien, pese a su edad y a los tiempos
que corremos. Yo he subido como la espuma y ahora tengo encargos mucho mejor pagados,
pero que me exigen mucha más dedicación. Nos trasladamos a mi apartamento, más
lujoso.
He roto el
pacto en silencio que cimienta nuestra unión y lo que es aún peor, estoy obligando
a Ana a romperlo, porque impongo, como
el cabrón que la dejó colgada, el trabajo que no hago en nuestra “tapadera”.
Yo no
traiciono nada; Ana lo sabe. Sobramos negros y los que nos compran son cada vez
más exigentes. Necesitamos esa pasta para pagar nuestras facturas, incluidos
los pagos a Hacienda. Las ventas del cuerpo de Ana cubren muy poco de esa
parte. Tiene su mérito, porque conserva su poderío. Sin mi aportación nos
pueden fumigar.
Tengo que
terminar esta noche el proyecto.
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