martes, 2 de febrero de 2016

Nuestra cita de los miércoles

Esta semana adelanto un día por razones de agenda. Como indiqué el miércoles pasado, inicio nueva novela, aún no he resuelto mi traba con “Vivo sin vivir en mí” y tengo que mantener mi ritmo de artículo de opinión y capítulo. Aún no he puesto título a mi nueva novela corta. Ahí va el primer capítulo.



El negro y la puta



Ana y yo sabemos lo que somos. Para el prójimo,  somos una pareja algo extravagante con un poder adquisitivo que se lo puede permitir y para Hacienda, una empresa de servicios que cotiza lo necesario para blanquear el producto de la venta de su cuerpo y de mis proyectos.
Ninguno de los dos seríamos etiquetados como hispano o afro por los criterios USA, pero tampoco estos nos meterían con los caucásicos. Es su problema, el nuestro es otro. Ana no quiere comprender que mi clienta me urge el proyecto y que nos jugamos mucha pasta.
Para ella me escaqueo y  está harta de cargar con todo.
_ ¿Qué más vueltas puedes darle?- Lo suelta sin resentimiento, como si su intención fuera la de liberarme.
No respondo y me pongo los cascos. Conozco de sobra sus tácticas y sus argumentos. No es que pretenda tener razón, pero sé que si no presento lo que se me pide antes de mañana, estamos perdidos.
Sé lo que piensa. Estoy rompiendo el pacto que nos juntó hace más de 20 años. No recuerdo, con exactitud la fecha, pero sí las circunstancias. Brigitte me había invitado a pasar un par de días en el piso que compartía con las chicas que trabajaban en la casa de putas que regentaba. Ana era una de ellas y  no recuerdo muy bien por qué, pero simpatizamos desde el primer momento y paseábamos, durante el día, con mi perro Julen.
La historia que me contaba se parecía, de alguna manera, a las que me contaban otras putas. Su novio la había dejado con una hipoteca que no podía pagar sola. Él se declaró insolvente y el banco se agarró a ella. Se hizo puta para no sufrir el embargo y luego descubrió que trabajando una semana al mes, podía obtener 300.000 pesetas, ampliamente suficientes para cubrir la hipoteca y los gastos de una vida digna. ¡Trabajaba una semana al mes y vivía mucho mejor que cuando la dejó ese cabrón!
Esa noche la vi trabajar y comprobé que era cierto lo que contaba, sacó 60.000.
Yo entonces vivía de traducciones, no ganaba tanto, ni mucho menos. Desde luego no podía permitirme descansar tres semanas al mes.
-¡Porque no quieres! - Lo afirmaba con tal rotundidez, que me dejó en ascuas y con ganas de escuchar.
-Mira; mi cliente más asiduo es concejal. Entra con un amigo. Cobro doble y me dan muy poco que hacer y mucha caja.
Ya lo había observado por el champán francés, las compras de todo lo que ofrecían los vendedores ambulantes que pasaban por el bar, para obsequiarla, y las veces que iba Brigitte a recordar que se había terminado el tiempo y que se contabilizaba uno nuevo.
Reconozco que me puse a calcular lo que estaba sacando esta chica y estaba impresionado.
-Maneja pasta y necesita ya un proyecto para su concejalía; es un necio. Tú podrías hacer ese proyecto para él y ganarte una pasta. Le he prometido un negro y he pensado en ti.
Me quedé de piedra; sin capacidad de respuesta. No hacía falta, ella lo tenía todo atado y bien atado.
-¿Qué  quieres? ¿Seguir buscando la “piedra filosofal”?, tienes ya cuarenta añitos, una formación que te abre caminos que hasta ahora no has encontrado, ¿vas a pasarte la vida preparando oposiciones y contentándote con la mísera y esclava supervivencia que te dan tus traducciones? – Deja un tiempo suficiente para clavar la estocada y después, cómplice, añade- Reconoce que hay algo tierno en la estupidez de estos dos. He visto tus miradas.
Me ruboricé al saberme observado. En efecto, había algo tierno en esos cretinos. También despertaban morbo por sus intrigas. Confieso que me hubiera encantado ver y escuchar lo que pasaba en la cabina y lo que pasaba por la cabeza de Ana. Me hubiera gustado hablarlo con ella. Pero, nunca había pasado por mi imaginación lo de meterme en el juego.
-Yo creo que puede ser divertido y -remata- te permitirá vivir más libre y desahogado. Es difícil  que a tu edad, encuentres la piedra filosofal, aprende a vivir lo mejor que puedas lo que te toca vivir.
Ella seguía argumentando que, además, tenía la posibilidad de impregnar mi idealismo en proyectos de otros.
-Siempre es mejor que ahora- me puso la versión de Aute de "Al alba"  Yo no la escuchaba; estaba sintiendo un escalofrío ¿Hacerme negro?
Lo hice y mi cliente me puso en contacto con otros clientes…
Entonces decidimos vivir juntos. Primero lo hicimos en casa de ella, que tenía más recursos. Después cambio la tortilla. Los buenos tiempos de Ana se esfumaron con la crisis de la construcción y el hundimiento del puticlub en el que trabajaba una semana al mes. Ella lo lleva bien, pese a su edad y a los tiempos que corremos. Yo he subido como la espuma y ahora tengo encargos mucho mejor pagados, pero que me exigen mucha más dedicación. Nos trasladamos a mi apartamento, más lujoso.
He roto el pacto en silencio que cimienta nuestra unión y lo que es aún peor, estoy obligando a Ana a romperlo, porque  impongo, como el cabrón que la dejó colgada, el trabajo que no hago en nuestra “tapadera”.
Yo no traiciono nada; Ana lo sabe. Sobramos negros y los que nos compran son cada vez más exigentes. Necesitamos esa pasta para pagar nuestras facturas, incluidos los pagos a Hacienda. Las ventas del cuerpo de Ana cubren muy poco de esa parte. Tiene su mérito, porque conserva su poderío. Sin mi aportación nos pueden fumigar.
Tengo que terminar esta noche el proyecto. 

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