jueves, 23 de febrero de 2017

Nuestra cita cotidiana

Vincennes
No me fue difícil dejar Vire, excepto por las amistades de alumn@s y profesor@s que me había hecho. Pasé el verano en familia. Mi hermano me invitó para seguir unos cursos intensivos de inglés en Edimburgo. No cumplimos los objetivos; en primer lugar por el Fringe Festival y en segundo porque nos rodeamos de amig@s de habla hispana y francesa. Montamos una obra de teatro; aunque era una chapuza fue admitida al festival, eran tiempos muy abiertos a la innovación.
Brigitte me había conseguido una habitación compartida con Denis en una residencia de estudiantes, protestante, en el número 46 de la calle Vaugirard, justo frente al Palacio de Luxemburgo. Las condiciones eran similares a las que se nos habían concedido en la residencia de Lille. Los protestantes no habían puesto obstáculos en admitir “revolucionarios” en el comité y la verdad es que convivíamos perfectamente. Denis era hijo de Pastor.
Me matriculé en la Universidad de Vincennes y terminé la licenciatura y la maîtrise. Hice algunos cambios. En primer lugar, influido por Lucien Goldmann; uno de los amantes ocasionales de Alexandra y conocido por su Sociología de la Novela. Alexandra, Elisabeth y yo éramos ya muy amigos y a veces compartíamos cena con Goldmann.
Descubrí, con placer la rama que él practicaba con tanto arte y opté por especializarme en la misma. La decisión tenía una gran ventaja que descubrí unos años después. En España no existía Sociología y con el perfil que había tomado solamente necesité unas pocas asignaturas más para obtener mis titulaciones también en Lettres Modernas, que me permitió obtener la convalidación en España por una licenciatura en Filología Francesa.
Trabajé casi de todo: hice limpiezas, estuve empleado en una peletería, a veces íbamos a descargar camiones por la madrugada, en las famosas Halles, ahora transformadas en bodrios como es el caso del museo Pompidou.
Se habían quedado pequeñas para continuar siendo el “vientre de París” y fueron trasladadas a Rungis. Demasiado lejos, para, la mayoría de las veces, quedarnos en la cola de los que habían sido desechados.
Eso sí. La prioridad eran los estudios y lo cierto es que me siento muy afortunado por haber beneficiado de la Universidad de Paris 8 de entonces. Desde que fue trasladada a Saint Denis es otra casa. Me tocó Vincennes, la universidad que surgió del pacto de las barricadas del 68.
Poco a poco aprendí a buscarme la vida. Había, ignoro si aún existe, una versión francesa del Washington Post. Llevaba páginas de anuncios. Fue Alexandra quien me enseñó a ponerlos. Brevemente explicaba lo que ofrecía y lo que pedía. Resaltaba lo último, puesto que se trataba de dejar claro que requería una remuneración que me permitiera completar mis estudios con dignidad.
Mi primera clienta fue la condesa de X. Omito su nombre porque la tenía mucho respeto humano y porque sus herederos son poderosos y salen muy mal parados en mi relato.
Mi apellido,  Ortiz de Zárate evoca la vieja nobleza francesa. Estoy convencido de que era la razón por la que me seleccionó la condesa, cuyo título provenía del I Imperio.
Mi trabajo consistía en pasear a la señora y a su perro desde las cuatro de la tarde hasta las cinco de la mañana, dos días por semana. Tenía otros dos acompañantes. Uno solo hubiera podido resultar aburrido.
Tenía que programar diversión, novedad y calidad y, sobre todo una escucha ilimitada. Ella ingresaba en mi cuenta, cuando se lo solicitaba, la cantidad suficiente para pagar las enormes facturas y para mi remuneración, por cierto, tan generosa que me permitía vivir muy bien con solo dos días de dedicación.
Era ya muy mayor, rondaría los ochenta. Conversación muy agradable. Mucha pasta; además del castillo y de otras propiedades, alquilaba para todo el año, un apartamento en el hotel InterContinental.
Entre sus negocios estaba la producción de obras de teatro. A medida que nos íbamos conociendo y a sabiendas de mi afición por la escritura y por el teatro, me animo a escribir una obra y se comprometió a producirla.
Poco a poco comprendí que los ricos lloran más amargamente que nosotr@s. Los hij@s de la condesa no estaban dispuestos a permitir que ésta dilapidara una fortuna que  consideraban propia.
¿Alternativa? Conseguir su tutela. Bastaba con lograr convencer de la incapacidad de la tutelada para gestionar los bienes. Todo vale para hacerse con una gran fortuna y los confabulados carecían de escrúpulos.
Aprovecharon del recurso de la condesa a contratar acompañantes; compraron a alguno de ellos y a periodistas de France Soir. Salieron fotos comprometedoras y relatos infamantes de los acompañantes comprados, en las publicaciones más cotillas…
No les valió hasta que yo sepa, pero la condesa sabía que acumulaban pruebas y que la pasta terminaría por convencer a un juez de su invalidez. Eso no bastaba para evitar que me contratara y que mantuviera sus tres acompañantes.
Baudelot y Christine tenían razón, soy un pequeñoburgués y un San Antonio que se queda sin capa. Tenía mucho cariño a la condesa y ella me dio pruebas de que también me lo tenía, pero…
Era muy consciente de su poder y lo ejercía con arrogancia. Siempre me obligaba a llamar al maître para exigir que se cambiara la mesa, que no estaba lo suficientemente equilibrada para la señora condesa, los manteles y bajilla que la misma estimaba que no estaban suficientemente limpios y el cojín, el agua y el plato del perro, por la misma razón.
Me respondían miradas asesinas, pese a que las órdenes que estaba obligado a trasmitir eran ejecutadas a rajatabla, como si las hubiera dirigido a esclavos.
Me sentía yo mismo un esclavo que tenía la misión de tiranizar. Bien lo sabían ell@s. Se vengaban mirándome con desprecio.
Así decidí dejar de servir a la condesa. Ella lamentó profundamente mi decisión. Como compensación le ofrecí los servicios de Pierre, uno de mis ex alumnos de Vire que se había matriculado en Filología Inglesa en Vincennes.
Estaba enamorado de París y convencido de que nunca podría abandonar la magia de esta ciudad. Alexandra, el triunfo del gaullismo, la pulverización de ecologistas y la extrema izquierda y la deriva del maoísmo, me empujaron a irme a Marruecos, lo más cerca que pudiera de Esauira, uno de los puntos de atracción de los hippies.
Hay una anécdota sobre el Partido Marxista Leninista español. Estaba afiliado, funcionábamos por células, en el más riguroso anonimato. La que yo pertenecía se reunía semanalmente en mi habitación. Estábamos fumando porros y jugando al strip poker Francine, Marie France, Brigitte, Pierre, Denis y yo. Habíamos olvidado la reunión de la célula.
Fui expulsado de inmediato. Se me consideraba un degenerado. También la izquierda española era puritana.
La cuestión es que Alexandra vio un anuncio que solicitaba profesores de secundaria para Marruecos. Nos presentamos ambos en la embajada. Alexandra no valía, porque, aunque tenía la nacionalidad francesa, sus títulos eran rumanos. Yo tampoco servía. Mis títulos eran franceses y mi nacionalidad española.
Nos fuimos desilusionados, pero nos llevamos una gran sorpresa por la noche, cuando se presentó la misma persona que nos había rechazado por la mañana. Traía una botella de whisky, siempre he creído que para emborracharnos y aprovecharse de nuestras carnes. Le salió mal porque éramos cinco.
_   Tienes tres días para presentarte en el instituto Hassan II de Safi, donde ocuparás el puesto de profesor de español. No hay tiempo para gestionarte el billete, tendrás que hacerlo por tus propios medios y se te abonará cuando te presentes en el ministerio en Rabat, a tu llegada, tienes que pasar por allí para obtener tu credencial. Tu contrato es de cooperación española y el sueldo la mitad de lo que cobran los franceses. Es el convenio y el que cobran los marroquís.
Llamé a mi padre. Me mando el billete y fondos para resistir hasta que empezara a cobrar. Nunca lo hice, pese a la insistencia de mis reclamaciones en el ministerio. No existía para ellos, pese al papeleo que envió en abundancia el director. Me consta.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

El abuelo Leopoldo: Hablando en Cobre

 El abuelo Leopoldo – ¿Por qué has llegado tarde? Me preguntó, cariñosamente, mi abuelo materno. –He estado jugando con mi amigo Bertín. Nos...