Vincennes
No me fue difícil dejar Vire, excepto por las amistades de
alumn@s y profesor@s que me había hecho. Pasé el verano en familia. Mi hermano
me invitó para seguir unos cursos intensivos de inglés en Edimburgo. No
cumplimos los objetivos; en primer lugar por el Fringe Festival y en segundo
porque nos rodeamos de amig@s de habla hispana y francesa. Montamos una obra de
teatro; aunque era una chapuza fue admitida al festival, eran tiempos muy
abiertos a la innovación.
Brigitte me había conseguido una habitación compartida con
Denis en una residencia de estudiantes, protestante, en el número 46 de la
calle Vaugirard, justo frente al Palacio de Luxemburgo. Las condiciones eran
similares a las que se nos habían concedido en la residencia de Lille. Los
protestantes no habían puesto obstáculos en admitir “revolucionarios” en el
comité y la verdad es que convivíamos perfectamente. Denis era hijo de Pastor.
Me matriculé en la Universidad de Vincennes y terminé la
licenciatura y la maîtrise. Hice algunos cambios. En primer lugar, influido por
Lucien Goldmann; uno de los amantes ocasionales de Alexandra y conocido por su
Sociología de la Novela. Alexandra, Elisabeth y yo éramos ya muy amigos y a
veces compartíamos cena con Goldmann.
Descubrí, con placer la rama que él practicaba con tanto arte
y opté por especializarme en la misma. La decisión tenía una gran ventaja que
descubrí unos años después. En España no existía Sociología y con el perfil que
había tomado solamente necesité unas pocas asignaturas más para obtener mis
titulaciones también en Lettres Modernas, que me permitió obtener la
convalidación en España por una licenciatura en Filología Francesa.
Trabajé casi de todo: hice limpiezas, estuve empleado en una
peletería, a veces íbamos a descargar camiones por la madrugada, en las famosas
Halles, ahora transformadas en bodrios como es el caso del museo Pompidou.
Se habían quedado pequeñas para continuar siendo el “vientre
de París” y fueron trasladadas a Rungis. Demasiado lejos, para, la mayoría de
las veces, quedarnos en la cola de los que habían sido desechados.
Eso sí. La prioridad eran los estudios y lo cierto es que me
siento muy afortunado por haber beneficiado de la Universidad de Paris 8 de
entonces. Desde que fue trasladada a Saint Denis es otra casa. Me tocó
Vincennes, la universidad que surgió del pacto de las barricadas del 68.
Poco a poco aprendí a buscarme la vida. Había, ignoro si aún
existe, una versión francesa del Washington
Post. Llevaba páginas de anuncios. Fue Alexandra quien me enseñó a ponerlos.
Brevemente explicaba lo que ofrecía y lo que pedía. Resaltaba lo último, puesto
que se trataba de dejar claro que requería una remuneración que me permitiera
completar mis estudios con dignidad.
Mi primera clienta fue
la condesa de X. Omito su nombre porque la tenía mucho respeto humano y porque
sus herederos son poderosos y salen muy mal parados en mi relato.
Mi apellido, Ortiz de Zárate evoca la vieja nobleza
francesa. Estoy convencido de que era la razón por la que me seleccionó la
condesa, cuyo título provenía del I Imperio.
Mi trabajo consistía en
pasear a la señora y a su perro desde las cuatro de la tarde hasta las cinco de
la mañana, dos días por semana. Tenía otros dos acompañantes. Uno solo hubiera
podido resultar aburrido.
Tenía que programar
diversión, novedad y calidad y, sobre todo una escucha ilimitada. Ella
ingresaba en mi cuenta, cuando se lo solicitaba, la cantidad suficiente para pagar
las enormes facturas y para mi remuneración, por cierto, tan generosa que me
permitía vivir muy bien con solo dos días de dedicación.
Era ya muy mayor, rondaría
los ochenta. Conversación muy agradable. Mucha pasta; además del castillo y de otras
propiedades, alquilaba para todo el año, un apartamento en el hotel
InterContinental.
Entre sus negocios
estaba la producción de obras de teatro. A medida que nos íbamos conociendo y a
sabiendas de mi afición por la escritura y por el teatro, me animo a escribir
una obra y se comprometió a producirla.
Poco a poco comprendí
que los ricos lloran más amargamente que nosotr@s. Los hij@s de la condesa no
estaban dispuestos a permitir que ésta dilapidara una fortuna que consideraban propia.
¿Alternativa? Conseguir
su tutela. Bastaba con lograr convencer de la incapacidad de la tutelada para
gestionar los bienes. Todo vale para hacerse con una gran fortuna y los
confabulados carecían de escrúpulos.
Aprovecharon del
recurso de la condesa a contratar acompañantes; compraron a alguno de ellos y a
periodistas de France Soir. Salieron fotos comprometedoras y relatos infamantes
de los acompañantes comprados, en las publicaciones más cotillas…
No les valió hasta que
yo sepa, pero la condesa sabía que acumulaban pruebas y que la pasta terminaría
por convencer a un juez de su invalidez. Eso no bastaba para evitar que me
contratara y que mantuviera sus tres acompañantes.
Baudelot y Christine
tenían razón, soy un pequeñoburgués y un San Antonio que se queda sin capa.
Tenía mucho cariño a la condesa y ella me dio pruebas de que también me lo
tenía, pero…
Era muy consciente de
su poder y lo ejercía con arrogancia. Siempre me obligaba a llamar al maître
para exigir que se cambiara la mesa, que no estaba lo suficientemente
equilibrada para la señora condesa, los manteles y bajilla que la misma
estimaba que no estaban suficientemente limpios y el cojín, el agua y el plato
del perro, por la misma razón.
Me respondían miradas
asesinas, pese a que las órdenes que estaba obligado a trasmitir eran
ejecutadas a rajatabla, como si las hubiera dirigido a esclavos.
Me sentía yo mismo un esclavo
que tenía la misión de tiranizar. Bien lo sabían ell@s. Se vengaban mirándome
con desprecio.
Así decidí dejar de
servir a la condesa. Ella lamentó profundamente mi decisión. Como compensación
le ofrecí los servicios de Pierre, uno de mis ex alumnos de Vire que se había
matriculado en Filología Inglesa en Vincennes.
Estaba enamorado de
París y convencido de que nunca podría abandonar la magia de esta ciudad.
Alexandra, el triunfo del gaullismo, la pulverización de ecologistas y la
extrema izquierda y la deriva del maoísmo, me empujaron a irme a Marruecos, lo
más cerca que pudiera de Esauira, uno de los puntos de atracción de los
hippies.
Hay una anécdota sobre
el Partido Marxista Leninista español. Estaba afiliado, funcionábamos por células,
en el más riguroso anonimato. La que yo pertenecía se reunía semanalmente en mi
habitación. Estábamos fumando porros y jugando al strip poker Francine, Marie
France, Brigitte, Pierre, Denis y yo. Habíamos olvidado la reunión de la
célula.
Fui expulsado de
inmediato. Se me consideraba un degenerado. También la izquierda española era
puritana.
La cuestión es que
Alexandra vio un anuncio que solicitaba profesores de secundaria para
Marruecos. Nos presentamos ambos en la embajada. Alexandra no valía, porque,
aunque tenía la nacionalidad francesa, sus títulos eran rumanos. Yo tampoco
servía. Mis títulos eran franceses y mi nacionalidad española.
Nos fuimos
desilusionados, pero nos llevamos una gran sorpresa por la noche, cuando se
presentó la misma persona que nos había rechazado por la mañana. Traía una
botella de whisky, siempre he creído que para emborracharnos y aprovecharse de
nuestras carnes. Le salió mal porque éramos cinco.
_ Tienes tres días para presentarte en el
instituto Hassan II de Safi, donde ocuparás el puesto de profesor de español.
No hay tiempo para gestionarte el billete, tendrás que hacerlo por tus propios
medios y se te abonará cuando te presentes en el ministerio en Rabat, a tu
llegada, tienes que pasar por allí para obtener tu credencial. Tu contrato es
de cooperación española y el sueldo la mitad de lo que cobran los franceses. Es
el convenio y el que cobran los marroquís.
Llamé a mi padre. Me
mando el billete y fondos para resistir hasta que empezara a cobrar. Nunca lo
hice, pese a la insistencia de mis reclamaciones en el ministerio. No existía
para ellos, pese al papeleo que envió en abundancia el director. Me consta.
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