Marie Christine
Entré en un grupo de agitprop. Lo dirigía Brigitte, originaria de
Tourcoing, una ciudad burguesa colindante con Lille. En la época había obtenido
ya el título de Ciencias Políticas, en París y acababa de llegar de Estados
Unidos, donde había pasado unos meses.
Tenía más o menos mi edad. Era de la Liga Comunista
Revolucionaria. No teníamos problemas para entendernos en los “grupúsculos”,
como nos llamaba de Gaulle. Incluso nos llevábamos bien con los miembros del
sindicato CFDT, de tendencia socialista y no así con la CGT, sindicato cercano
al Partido Comunista francés.
Al asunto, Brigitte era nuestra maestra de agitprop.
_ Tenemos que
despertar conciencias adormecidas por tantos años de gaullismo y sordas a los
discursos. Tenemos nuestros cuerpos y
nuestras voces_ usaba ambos sin gran maestría- Estamos en el periodo de aprendizaje
_Decía en guisa de disculpa._ Tenemos unos días para adiestrarnos y
complementarmos en las escalinatas de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas.
Nada de discursos: contorsiones y gritos.
En poco tiempo reunimos una cincuentena de artistas de la
revolución. Brigitte proponía un tema. Debatíamos escenas, nos reuníamos en
grupos para trabajar las que compartíamos. Había muchas ideas y voluntad. El
espectáculo era una chapuza.
Pero triunfó; los medios de comunicación se fijaron en
nosotros, fuimos solicitados para actuar en bodas. No olvidamos la calle, o a
los obreros que continuaban en huelga; con la escasa recaudación comprábamos lo
que podíamos en Bélgica, algo arreglábamos.
Al grupo se añadió Marie Christine. Nos enamoramos locamente.
Primer amor en mi caso.
Sus padres, de la alta burguesía, se habían divorciado con
tanto rencor y desavenencia que las dos hijas habían sido colocadas bajo
custodia hasta que llegaran a la mayoría de edad. Había que esperar dos años
para que se nos permitiera vivir juntos.
_ Es mejor así,
repetía ella. Tenemos que terminar la carrera y sacar la cátedra _En la Francia
de la época era el primer escalón para quien quisiera llegar alto_ Seremos como
Simonne de Bouvoir y Jean-Paul Sartre.
_ Al menos _respondía
yo, que no aspiraba a tanto- son objeto de mi admiración_ pero, que yo supiera,
no había cátedra de Sociología en la secundaría francesa y aunque la hubiera,
tendría que empezar por obtener la nacionalidad francesa.
El catorce de julio hubo una gran manifestación en defensa de
los valores quinto republicanos. Asistimos, por supuesto, para denunciarlos.
Brigitte había cubierto sus “vergüenzas” en la bandera tricolor y se ayudaba de
rápidos movimientos para descubrir y cubrir, con gesto pudibundo, su sexo.
Nosotros representábamos los territorios de Ultramar y las colonias y neo
colonias. Tratábamos de acallar la Marsellesa con la Internacional.
De pronto, una multitud nos arrastraba para tirarnos al
Deüle. Estaban furiosos por la profanación, eran muy brutos y superiores en número.
Lo hubieran conseguido si no hubiera intervenido la Guardia Republicana.
Nos fuimos, con el rabo entre las piernas. Brigitte llevaba,
en la mochila, un vestido obscenamente ajustado, que sin ropa interior
resultaba más obsceno que la desnudez. Esta no era ilegal. Lo otro sí.
El amor entre Christine y yo aumentaba cada día, como los
noviazgos a la española, sin uso matrimonial. Las circunstancias no lo
permitían, pero estas no podían impedir que pasáramos el día juntos y que
progresáramos en la agitprop.
Los sindicatos firmaron los Acuerdos de Grenelle. Empezaron
las negociaciones. Los estudiantes no teníamos otra que esperar. Todo el mundo
se iba de vacaciones. Marie Christine consiguió una invitación de los padres de
su amiga y compañera de clase Dorothée, para pasar el verano en su chalet de
Saint-Tropez.
Nos daban un mes para que lo pasáramos en la casa de Riaño de
mi familia, a la que ya me he referido. En mi coche, además de Christine y yo
irían Dorothée y el Cristo, lo llamábamos así por su parecido. Era estudiante
de Arquitectura. En otros coches irían saliendo otros miembros del grupo.
No sabía muy bien dónde meter a tanta gente, puesto que también estaban
invitados, como los años precedentes, los Knocker. Llevábamos, como precaución
necesaria, tiendas de campaña.
Mi familia siempre ha sido muy acogedora. Así y todo, me
pasaba cinco pueblos. Todo se arregló como por arte de magia. Genín, un amigo
de la infancia que estudiaba medicina, como su padre, tras haberse salido de
Padre Blanco y haberme dado la paliza con el “omega” de Teilhhard de Chardin,
había colgado los hábitos para afiliarse a la Liga Comunista y salvarme de la
herejía del Marxismo Leninismo.
Su familia tenía una casona de sillería en Cilleruelo de
Bezana, un pueblo cercano a Riaño. Su padre había conseguido plaza en Madrid y
la casona estaba libre hasta que disfrutara de sus vacaciones. Allí nos
trasladamos solos y dejamos a los Knocker tranquilos en la casa de Riaño.
Mi padre se instaló con nosotros; creo que se decía, para
preservar la virginidad de Marie Christine y de Dorothée. Se nos veía muy
acaramelados, a la primera conmigo y a la segunda con Genín. Los padres de la
última le habían dirigido una carta en la que rogaban que vigilara. Ambas eran
menores y ellos se habían comprometido con los servicios que ejercían la
tutoría de Marie Christine. También nos invitaban a toda la familia en su
chalet de Saint Tropez.
Las dos parejas aprovechábamos en los campos, cuando
pensábamos que no había quien nos viera. Nos veían y murmuraban hasta el punto
que el escándalo llegó a oídos de uno de los hermanos de Genín, conocido como
“el conde”.
Felizmente que para entonces los Knocker habían terminado sus
vacaciones y regresado a Lille; así que pudimos instalarnos en la casa de
Riaño. También una casona, construida en piedra y con gruesas vigas de roble,
pero todo no era sillería.
Aún no había agua en las casas y hacíamos las necesidades en
la cuadra; después se cubrían con paja y el conjunto servía de abono. Genín,
por supuesto, se instaló con nosotros y dejó al “conde” que calmara él mismo su
berrinche.
Fuimos muy felices y también dimos mucho que hablar por
nuestros retozos en los campos en que pensábamos que nadie nos veía. El tiempo
pasó muy rápido y nos fuimos a Saint-Tropez. Nos acompañó mi hermana,
aprovechando una parte de las vacaciones que le correspondían en su primer
trabajo en España.
Al regreso a Lille, los estudiantes teníamos que negociar lo
nuestro. Nos ofrecieron un aprobado general, negociar un cambio en el sistema
universitario y ya en las barricadas, como se decía, se había acordado crear la
Universidad de París 8 Vincennes.
Yo no estaba de acuerdo con aceptar el aprobado general. Me
parecía oportunismo y, en todo caso, consideraba prioritario terminar con
métodos y profesores, como era el caso de Estadística. Opté por examinarme y
por no aceptar el regalo de aprobado general. Fui el único en hacerlo. Baudelot
me acusó de conservar la mentalidad pequeño burguesa. Me pidió que presentara
mis disculpas a la profesora de Estadística.
_ Con el aprobado
general te quitas de en medio esta espina. Con el cambio del plan de estudios
mejorarán las cosas por la cuenta que les tiene. Si te pone un cero, aunque
tienes muy buenas notas en el resto, no se te puede aplicar la media. Cálmala;
con un uno aprobarías, el cero es excluyente.
Ceder me parecía traicionar mis principios. Baudelot formaba
parte del mismo partido que yo y me dijo.
_ Los luchadores
anteponemos la causa al orgullo. Nos eres más útil como sociólogo que como
rebelde sin causa.
La de Estadística me puso un cero, creo que fui el único
estudiante de la Francia del 68 que tenía que repetir curso.
Lo peor me esperaba cuando llegué a casa de Marie Christine.
No sé cómo había conseguido con qué comprar una botella de champagne y unos
canapés.
_ Tenemos que
celebrarlo. Ya solamente nos queda un año para terminar la licenciatura y para
mi mayoría de edad. Encontraremos trabajo, nos casaremos y mi hermana se vendrá
a vivir con nosotros.
_ A mí me han
suspendido.
_ ¿Qué? Traté en vano de explicarme. Ella reía como
una loca. Solamente paró para gritarme.
_ San Martín conservaba
la mitad de su capa, tú te has desposeído de ella. Vete. Jamás me casaré con un
hombre desnudo_ mostró la puerta, me empujo y dijo:
_ Vuelve cuando
recuperes tu capa.
Me partió el corazón y la mismidad. Me fui aliviado, pese a
todo, por no haber sucumbido a la tentación, aunque resonaban en mi mente las
palabras de Baudelot.
Las ursulinas no pudieron renovarme el contrato, pero mére
Bernadette Joseph me consiguió un trabajo en Vire, un precioso pueblo de
Calvados; con suerte podía continuar mis estudios en la Universidad de Caen.
No fue así. Me matriculé pero apenas pude ir a clase. Tenía
jornada completa y el acceso era complicado. Un año académico perdido.
Marie Christine me hizo varias llamadas. Mi orgullo herido
colgaba el teléfono. La quería mucho. También me había defraudado mucho. Sufría
de amores que pensaba no poder olvidar.
Brigitte me visitó en dos o tres ocasiones para seguir
nuestro “agitprop” en Vire. La primera vez se presentó con cuerdas amarradas en
las piernas. Había atado en ambas latas de conserva vacías, acción que dio la
nota en Vire y en el colegio que me había dado trabajo.
No era necesario. Yo había fundado el club de los gitanos, en
honor a García Lorca. Formaban parte del mismo los alumn@s de español, tod@s,
puesto que la otra profesora de la asignatura, Martina, adhirió al mismo desde
el principio, con entusiasmo, y los profesores y profesoras de la CFDT, mi
sindicato, aprovecharon el invento para reivindicar; hicimos un auténtico motín.
A medida que pasaban los meses sufría más de mi amor.
Aproveché unos días, que se me acordaron para quitarme de en medio, para ir a Lille y explicarme con Christine. La
encontré en la Facultad. Estaba con los exámenes finales. A punto de obtener su
licenciatura de español. Me citó en su casa, a la hora de la cena. Compré un
buen vino y saboreaba la reconciliación.
Mi gozo en un pozo. Desde que abrió la puerta vi a su nuevo
compañero.
_ Pierre, mi
prometido; ya tiene trabajo. Nos casamos el mes próximo.
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