Catarsis
Magara
Terraza del 98 de Apartamentos Concorde de la alicantina
playa de San Juan, 16 de febrero de 2017
Algo me ha traído aquí para hacer mi catarsis. No soy deísta.
Me siento cómodo en el “magara”; esa energía cósmica que nos hizo nacer para
algo. Siempre está ahí, pero que perdemos a raudales o, más grave aún; nos
metemos en el bunker de nuestra burbuja.
Aquí me trajo mi “magara” y aquí estoy arropado; el
encuentro de las olas con la playa ensordece los ruidos. Todo es suave no hay
confrontación. Simplemente cada mochuelo ocupa su nido.
Nada me impide salir de la burbuja dar unos pasos para
asomarme y ver el encuentro del mar con la arena. No es un romance, es una
aceptación y fusión en “magara”. Estoy invitado.
No niego que podría haber muchos sitios para catarsis. El mío
es la terraza del 98 de Apartamentos Concorde. Carezco de excusa para
blindarme.
Además, desde mi llegada, el 10, he tenido un ritual iniciático.
No va al caso dar detalles, pero ese Mr. Hayde al que tengo que reclamar mi
nido se me ha plantado a sus anchas con la fuerza que aparece en todas las “biblias”.
Me parece, sin ser “bíblico”, que necesitaba prepararme y que los
acontecimientos me lo han dado.
No soy ritualista, pero necesitaba algo fuerte, para
probarme que era capaz de resistir un Mr. Hayde cargado de metralla.
He pasado la prueba. No ha conseguido parar mi decisión de
ocupar mi nido y, desde luego, considero que la prueba no ha sido una pérdida
de tiempo. Te lo voy a demostrar. No soy freudiano, pero comparto mucho con él.
Tenemos que remontar a la génesis de nuestro Mr. Hyde, a nuestra más tierna
infancia. Ahí va mi primera sesión de catarsis.
El abuelo Leopoldo
Era animista en la España del Nacional Catolicismo. Yo no
tuve abuela; Antolín y Leopoldo eran, respectivamente, mis abuelos paterno y
materno. El primero paseaba bajo palio en las solemnidades. El segundo era
excluido por la Iglesia y por el Estado, había sido encarcelado por unos años a
la entrada de Franco.
Veía al abuelo Leopoldo como un sabio y como un poeta
cargado de vivencias. No podía comprenderle, lo impedía el sistema. Había
miedo, mucho miedo. En mi niñez, nací en el 44, comprobé la crueldad del
sistema. Mi abuelo era anti sistema tolerado, puesto que toda acusación que
podría imputársele es el ser el mecánico del transbordador que sacaba del
puerto de Bilbao, un barco cargado de niños, a la entrada de Franco. Obedecía
órdenes. Por supuesto que muy gustosamente, pero, anarquista pacífico, no
pertenecía a ninguna de las organizaciones condenadas por el régimen.
Me hubiera gustado que viviera para decirle que soy anti
sistema, pacifista, escritor y firme convencido de que hay un “magara” que me
permitirá decírselo al abuelo Leopoldo.
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