De regreso
La movida de los 60s iba
haciendo mella en un franquismo cada vez menos grato a l@s español@s. En
Francia cayó de Gaulle, pero la derecha subió en las urnas. Joan no vendría
para instalarnos en París y tampoco veía cómo.
Ya había resuelto la
peliaguda cuestión de reconocimiento español de mis estudios franceses. La
primera etapa consistía en presentarlos con traducción jurada y sellados por
los ministerios de Asuntos Exteriores francés y español; no recuerdo bien por
todas las instancias que tuvieron que pasar hasta que recibí la respuesta unos
cuantos meses después. El ministerio de Educación español reconocía que los
documentos presentados eran una prueba de que reunía los conocimientos
necesarios para obtener el título de
licenciado en Filología Francesa, pero… para ejercerla necesitaba un título
español que solamente podría ser acordado por un universidad española.
Era rizar el rizo;
pronto lo comprobé en el peregrinaje que tuve que hacer hasta que llegué a
Barcelona. Hasta entonces me habían dicho de todo; no les bastaba con la
negativa. Tenían que menospreciar.
No fue así en
Barcelona. Me dieron un temario y un tiempo para prepararlo, cuando lo superara
se me acordaría el título. No tenía problema para los temas de literatura; no
así para los de lengua. Había cursado my bachillerato superior por ciencias y
en Francia había evitado en lo posible lengua y lingüística. No me gustaban
nada.
Una amiga de mi hermana
que era catedrática de francés e hija de Santiago Brouard, que fue una de las
primeras víctimas de los GAL. Me hizo un resumen de los temas a los que yo no
llegaba.
_ Solo tienes que memorizarlos, incluidos los
ejemplos. En las universidades españolas lo que importa es la gramática
histórica y la historia de la lengua,
como si fuera lo que tenemos que enseñar a nuestros alumnos. Prepárate “La
evolución de las semiconsonantes latinas en la lengua francesa”_ Me dijo
acompañando sus palabras de una mirada cargada de ánimo para mí y de pena por
la que nos tocaba vivir.
Los Brouard eran muy
buena gente, por eso estorbaban en la Transición.
Acertó, me tocó el
tema, funcionó mi memoria y en Literatura me tocó “La Illustration”. Ya tenía
doble titulación y podía ejercer.
Tuve mucha suerte,
encontré un puesto como investigador, a media jornada en el Instituto de
Ciencias de la Educación (ICE). En la época se acababan de crear los Institutos
Piloto, con un régimen muy abierto; en el caso del objeto de nuestro estudio,
las decisiones se tomaban en asamblea.
Nuestra omisión era
comparar los resultados de este centro con los que seguían métodos tradicionales. Yo me ocupaba de creatividad.
Aprendí mucho gracias a que había cursado Sicología Social y a haber tenido un
profesor cuyo nombre no recuerdo, que había despertado mi interés por Piaget y
por la “Taxonomía” de éste.
El sueldo era ridículo;
apenas cubría mis gastos. Encontré una plaza en el horario nocturno del
Instituto Masculino de Txurdínaga, mixto en el nocturno. Los horarios eran
compatibles, el del ICE era de mañana.
Tampoco había
impedimento legal: el contrato del instituto era de jornada plena, no cobraba
el extra de exclusividad, el grueso del salario, cuando tenía carga lectiva de
23 horas lectivas semanales, que
superaba las diecinueve de la exclusiva.
Otro problema que tenía
que resolver era la dispersión de las asignaturas. En la España de la época,
con la excepción de los catedrátic@s, el resto del profesorado teníamos que
cubrir las asignaturas de nuestra rama. Había dos: ciencias y letras.
Me tocó Lengua española
e inglés, de COU, un latín, filosofía de tercero de BUP. Vamos, los restos,
puesto que era el último llegado. Tuve suerte y alguien me cambió el latín por
francés.
Me hubiera sentido
ridículo ante alumn@s que sabían más que yo de la asignatura que me tocaba
impartir. Son anécdotas que cuento porque tuvieron sus repercusiones.
Pero lo que más tuvo es
que volví a caer en el pecado que me reprochaban de distinta manera Baudelot y
Marie Christine. El instituto era un hervidero de asambleas que algun@s de
nosotr@s no solamente no impedíamos, sino que participábamos activamente.
Nos sacaban a fuerza de
empujones y de insultos, las fuerzas del “orden “era difícil, para mí,
comprender que se nos prohibía lo que se permitía en el Instituto Piloto.
Fue aún más difícil
decidir dejar el ICE; con lo que cobraba en esta institución, desde luego,
siquiera cubría mis gastos. Por otra parte no podía cubrir los dos trabajos con
un mínimo de dignidad. Era indigno ocupar, mal dos puestos de trabajo cuando
había tant@s licenciad@s en paro.
Me quedé cinco años en
el nocturno deTxurdínaga; mis escrúpulos que justificaron mi renuncia al ICE
carecieron de sentido; todo el periodo estuvo salpicado de huelgas que hacíamos
l@s profesor@s no numerarios (PNN) en protesta por la escasez y modelo de
oposiciones para obtener la titularidad, entonces l@s privilegiad@s no
alcanzaban el 4%.
Fue un lustro de lucha
y gratificante y sobre todo, no había perdido contacto con mi labor del ICE,
que era lo que me gustaba. Cuando tenía allí mi plaza recibí una invitación
para acudir a un congreso de Problem-Solvig en la Universidad Politécnica a
Valencia.
Allí estaban todos los
popes de la materia de la Universidad de Buffalo.
No logró convencerme la
teoría, sobre todo cuando supe que esta había germinado en el equipo que
seleccionaba personal estratégico para el ejército USA de la II Guerra Mundial
Pese a mi rechazo, uno
de los “hacedores” del método, Torrance, me inspiraba mucha simpatía. Era
mutua, a juzgar por nuestras largas conversaciones. No fue una sorpresa recibir
una invitación para ser uno de los que probara una semana de inmersión en el
programa que tendría lugar el próximo verano.
Tenía muy buenas
relaciones con la directora y no carecía de seducción mi proyecto de pasar tres
meses en la Costa Este. Ya tenía puestas las notas de junio y volvería para los
exámenes de septiembre.
Mis críticas al
Problem-solving no impidieron que sacara provecho de mi participación en las
sesiones. Me abría a un mundo que aún solamente intuía. Mis compañer@s me
invitaban a pasar unos días en sus casas y Guerry que era responsable de los
servicios informáticos, me sacaba la bibliografía y las fotocopias que
necesitaba. Era otro mundo. Cualquiera de estas cosas que conseguía, gratis, en
minutos, era impensable en los mundos latinos.
Me enamoré de
Nueva-York, aunque visité la Norteamérica profunda. Tomé la decisión de seguir
explorando en los veranos sucesivos, a sabiendas de que mientras cumpliera con
mis tareas, la directora no pondría obstáculos.
La competencia estaba
en la Costa Oeste, la sicología humanística. Empecé por Essalen Instutut, una
antigua residencia india en el norte de California. Practiqué Gestalt, Lomi y
esos masajes relajantes, frente al océano. Nadie imponía la desnudez, pero lo
adoptábamos invitados por un entorno que las pedía a gritos.
Me enamoré de San Francisco
sin menospreciar a Nueva-York, pero no era lo mismo. Pensé en presentarme en
Berkeley para cursar mi doctorado en Sicología. Un amigo había conseguido
clases de español que le permitían, casi, cursar su doctorado; completaba lo
que le faltaba con lo que obtenía por otros trabajos.
No lo intenté. Me daba
miedo. En las dos semanas que pasé probé de todos los frutos prohibidos. Me
parecía la única manera de vivir la vida que quería vivir. Sabía que no tenía
que hacerlo.
Al tercer año de mis
reiteradas visitas a USA caí en Sandiego, una ciudad que más que miedo me
inspiraba tedio. Fui seducido por el rector de la “Universidad Humanística”,
quien apreció tanto mi currículo que me ofreció una excelente convalidación que
me facilitaba el acceso al doctorado y una plaza de profesor de español y de
francés cuyo sueldo me permitiría cubrir los gastos, incluida la costosa
matrícula cuyo pago se me fraccionaría
por descuentos mensuales de mi nómina. Quedamos para finales del curso
que debía empezar ese octubre.
Quedamos en que me
enviaría el papeleo para que el siguiente junio entrara en USA con visado de
estudiante que me permitiera trabajar en la universidad.
Nada recibí; llamé al
rector y este me anunció que me esperaba. Que nada había cambiado, pero que un
pequeño problema administrativo le impedía enviarme los impresos necesarios
para mi visa.
_ No hay problema-añadió consciente de su
seducción_ Entra como turista. Así lo has hecho hasta hora. Tenemos tiempo
sobrado de arreglarlo todo una vez que estés aquí.
Me fui, no sin antes
presentar mi dimisión a mi directora. Llegué, fui recibido por el rector y me
anunció su salida inmediata para Hawái donde tenía otra universidad que
necesitaba urgentemente de su presencia.
No volvimos a vernos.
Sí había dejado, el señor rector, una lista de cursos que debía seguir y cuyas
matriculas debía pagar hasta que se arreglara
todo a su regreso. Pasaban los días, las semanas y los meses. Consulté con un
abogado quien me descubrió que había sido objeto de engaño. La Universidad
Humanística de San Diego no podía facilitarme los impresos para obtener el
visado de estudiante. Se le había retirado el derecho por utilizarlos para
vender a alto precio y abusivamente esta forma de entrada a USA. Además, el
centro tenía pendientes varias causas graves.
Yo estaba decidido a
quedarme y seguir con mi proyecto en otra universidad; mientras tanto, tenía
que ganar tiempo, puesto que quedaban unos meses para que expirara ni visado de
estudiante.
El abogado me descubrió
un mundo que me asustó. Todo podía resolverse en los USA de la época en la que
la existencia de uno se mostraba por el simple número de Seguridad Social. Se
me podía conseguir uno de un difunto o desaparecido, mantenido activo por error
administrativo y que no podía reclamar cuando se le reclamaran los impuestos
generados por mi uso.
Me constaba aceptar que
alguien que representaba la justicia pudiera hacerme semejante proposición.
Además no me cuadraba…
_ Hacienda no tardará en detectar que no recibe
la recaudación.
_ Sería el primer caso que llegara a mis oídos,
tengo cientos de clientes utilizando el método. Las alarmas de esa gente están
conectadas a otros menesteres…
_ Pero yo no puedo pasarme la vida así…
_ Tampoco es aconsejable hacerlo, cuando
encuentres tu empleo, insisto “tu empleo”, tendrás un contrato con un número
tuyo. Lo otro dejará de existir para ti. Nadie podrá relacionarte con un uso
fraudulento.
Dicen que la cara es el
espejo del alma y la mía debía expresar mi zozobra. El abogado se apresuró en
tranquilizarme.
_ Obviamente, hay una alternativa mejor; el
matrimonio con una ciudadana USA, pero estamos hablando de otros precios.
Di por terminada la
consulta por miedo a qué como ocurre en las casas de prostitución, se me
cargara el coste de un servicio por sobrepasar el tiempo del precedente. Además
sentía unas ganas locas de huir de algo cuya incidencia desgarraba todos mis
referentes.
¿Este era el
funcionamiento de los amos del mundo? Me temo que así era y que así lo sigue
siendo. No quería irme. Esta repulsión era polvorizada por mi sueño americano. Desde
niño me he sentido más atraído por “Bohemia” que por Superman o Seleccione s
del Reader Digest, no olvidemos que mi familia, como era el caso de muchas
otras de Santurzi no estaba solamente relacionada con la familia de Sabino
Arana, sino también con el contrabando. Mi sueño americano era otro; era Dylan,
era Berkeley, era que te creyeran sin tener que mostrar con papeleos cuya
tramitación se eternizaba en los países latinos, que no mentías. En las
entrevistas de trabajo te preguntaban qué querías hacer cuando eras pequeño y
cómo podías aplicarlo en el puesto al que optabas. Valoraban mis experiencias y
podía obtener en segundos bibliografías que en Europa me tomaba meses. Lo que más
apreciaba es que desde el principio la gente te decía lo que le gustaba y lo
que no, que, a mi juicio facilita las relaciones.
Encontré trabajo
compatible con los estudios y cuyos sueldo cubrían los gastos de los mismos,
los honorarios del abogado, los míos propios y el alquiler durante seis meses
de mi vecina de apartamento, quien se prestaba, a cambio a seis meses de
matrimonio, suficientes para tener derecho a la residencia. Todo estaba bien
preparado; si la policía se presentaba para comprobar la cohabitación, antes de
abrir, la portera avisaría a mi querida
esposa para que se instalara en nuestro nido.
Lo preparé todo, pero
al final me ocurrió como a Joan. El miedo se apoderó de mí y decidí volver a Santurzi.
Al día siguiente de mi llegada recibí la llamada telefónica de la que ya
consideraba mi ex directora de institutito.
_ Ven cuanto antes. No había presentado tu
dimisión hasta que me viera obligada a hacerlo.
Yo no quería volver
El entonces ministro de Educación, Mayor Oreja terminó con
las huelgas de profesores de un plumazo. Bastó con la promesa de crear una
plaza de numerari@ para cada un@ de nosotr@s y un sistema de oposición que nos
asegurara el acceso a las mismas.
Me recordaba el aprobado general del 68 francés y el
afianzamiento de la derecha que siguió. Ahora, los licenciad@s en paro o l@s
estudiantes que fueran terminando la licenciatura lo tendrían peor que
nosotr@s, sin oposiciones o plazas de no numerario que cubrir.
Pienso que Mayor Zaragoza había pensado en la creación de
nuevos puestos de trabajo proveniente de la construcción de institutos que se
producía a ritmo acelerado en la época y en que el sistema de oposiciones tenía
que cambiar.
Lo creo así, porque la trayectoria del entonces ministro,
especialmente desde que fue Director General de UNESCO, ha dejado claros sus
méritos.
El franquismo no había muerto. Seguíamos teniendo un dictador
que seguía dando zarpazos cuando menos lo esperábamos, a la Plataforma, a la
Junta y a la Platajunta, clandestinas, que se reunían en Estoril con el
heredero de los derechos monárquicos del último rey destronado, Alfonso XIII o
la ley Fraga, que encomendaba la censura a los directores de los diarios
revistas y otros medios de comunicación.
Gozábamos, sin duda, de algunos cambios y algunos apreciables
como es el caso de “Triunfo”, semanario que apreciaba y añoro.
Seguía siendo activista. No estaba afiliado a partido alguno
desde que fui expulsado del Partido Marxista Leninista. Esta circunstancia me
hacía más frágil. Me sabía fichado y carecía de estructura que me defendiera,
llegado el caso.
No viene al caso ese tema. La cuestión es que a mi padre le
iban entonces bien las cosas, había terminado la construcción de su segundo grupo
de viviendas y le pedí un local para instalar un café teatro.
Me lo concedió. Dejé el instituto por un bello sueño. Se
llamaba Amezketak. En euskera la terminación en K tiene función de genitivo
sajón. Así, la traducción sería “l@s de Coscojales, también tiene el término
connotaciones de colina, de fuego y alguien ve, incluso brujería.
De todo hay, está en una colina que cobijaba a forjadores. La
calle de Santa Eulalia pertenecía a este barrio y cuando niño eran campas que
limitaban con los muros de los jardines de los palacetes de los aristócratas,
cuyas propiedades llegaban hasta la playa.
Pasaba por allí todos los días, en mis trayectos de ida y
vuelta al colegio. El mundo de los ricos carecía de interés, veía a los
forjadores que habían dejado de existir, veía el fuego, los martillazos, el
milagro y una cierta brujería.
Algo que quería ayudar a crear. Dos de mis alumnos eran muy
buenos forjadores; se encargaron de mesas, sillas y de una lámpara que ocupaba
una gran parte del alto techo, el local tenía tres alturas; el escenario,
espacio para espectadores y barra y un precioso palco al que se accedía por
escalera de caracol.
Yo era el pinche de José, el carpintero de Soncillo, ya
jubilado. Hizo su obra maestra, me lo confesó él mismo, cuando terminamos,
quizá para hacerse perdonar por las broncas que sufrí.
Sigo sintiéndome orgulloso del Amezketak, aunque de pena
verlo ahora, transformado en bodega. Tuve mucha ayuda; mi padre, José, ex
alumnos como los forjadores y tapiceros…Eso sí, todo es artesano para abrir el
alma de l@s visitantes al arte que llevan dentro.
Encima de las mesas había una flor de temporada y bajo la
misma, fotocopias de escritos cuyos autor@s querían compartir. Exponíamos
escultura y pintura y manteníamos dos sesiones diarias de actuación.
Todo iba sobre ruedas tuve mucha ayuda de artistas, medios de
comunicación y otr@s entre los que se encontraba mi familia y los ya
mencionad@s.
Vino el golpe de la crisis: la reconversión que nos imponía
la Unión Europea, que carecía y carece de proyecto de reciclaje y que impactó
especialmente a la industria bilbaína. Casi toda ella se derrumbó y los
fanfarrones que presumían de que el “champagne”, nada del cava español, era lo
que tomaban los bilbaínos ahora pedían agua del grifo y un palillo, que no se
les podía cobrar.
Las quiebras y la inflación galopante afectaron mi padre. El contratista que había tomado a
su cargo la fontanería del último edificio construido no podía asumir la
responsabilidad de una instalación defectuosa. Cuando se descubrió el hecho, la
empresa ya había desaparecido como tantas otras. Mi padre tuvo que resolver el
problema y el alto coste le endeudó.
Amezketak resistió; no sé cómo, pero fue así. Grave error;
aumentaba mi endeudamiento y éste, por desgracia, afectó a mi familia. No les
faltaban razones para considerar que ya no formaba parte de una familia unida
como una piña. Me quedaba mi padre, también caído en desgracia y mi madre quien
pese a que la cosa no iba con ella, tomó, decididamente nuestro bando, sin
menospreciar a los otros.
Caí en quiebra, embargado, perseguido por la justicia y
declarado en “busca y rebeldía” Lo recuerdo porque tenía cuarenta años, con
necesidad urgente de escapar y de encontrar una salida.
La encontré pronto: una academia de inglés que me ofrecía un
trabajo de profesor en Lugo, con bajo
salario pero que nos ofrecía un piso a compartir tres profesores.
Lo pasé muy bien. Practicábamos un método de absoluta inmersión
lingüística; solamente podíamos hacernos comprender por gestos, teatro,
dibujos, objetos.
Éramos pobres, pero lo poco que teníamos nos permitía vivir
muy bien. Mis relaciones con Araceli, la inspectora y coordinadora eran
excelentes. Incluso compartía con ella mi escritura creativa.
No me podía quedar atascado. Mi padre vio en “El País”, un
anuncio que solicitaba profesor de Filología Francesa en el recientemente
creado Colegio Universitario de Las Palmas de Gran Canaria.
Ese tipo de publicidad ofrece puestos que ya están dados.
Presenté, sin embargo, la solicitud. A mi gran sorpresa fue aceptada. Se me
acordaría, excepcionalmente, la venia docente. Tenía que lograr, en un año,
pasar con éxito la tesina para alcanzar el Grado de Licenciado, requisito
mínimo para ejercer docencia en Facultad.
Lo pasé mal. Nadie me dio los programas, teníamos solamente
tres libros franceses o relacionados con Francia y debía impartir tres asignaturas:
Lengua de primero, Civilización de segundo y Literatura de tercero.
Lo conseguí, para junio había presentado con éxito la tesina,
ya no necesitaba venia docente alguna. En Civilización y Literatura iba
saliendo del paso formándome por medio de fotocopias con las que iba
haciéndome.
No estaba orgulloso de mi trabajo de profesor, pero me
aferraba al mismo como lo hubiera hecho a un clavo ardiendo. El sueldo de un
profesor de universidad era miserable. Me alcanzaba para vivir dignamente y
para pasar mis veranos en las bibliotecas de París, especialmente la de Sorbona
y la Biblioteca Nacional (BN), para conseguir material para mi tesis y mis
clases, felizmente ya no tenía que impartir Lengua.
¿Cómo lo hacía?
With a Little help from my friends. Nunca mejor aplicado. Dejaba mi apartamento de Las Palmas en
verano, para ahorrar en alquiler, encontraba alojamiento gratis, los empleados
de las fotocopias hacían trampas para que me saliera lo más barato posible.
Saqué mi tesis con Cum-Laude y mi plaza de Titular de
Civilización Francesa con un voto negativo de los cinco miembros que componían
la Comisión.
Fundé el Grupo de Estudios Comparados Euroafricanos y
Eurolatinoamericacanos, cuyo objeto era el desarrollo local limpio, solidario e
identitario, que agrupaba a profesores de franceses, de los programas Erasmus-Lingua a
la Universidad de Barcelona que era uno de los referentes de los intercambios
universitarios de la UE y la que me había dado mis titulaciones españolas.
Gracias al entusiasmo y a la movida de los 90s, nuestro
proyecto se perfilaba y mi docencia mejoraba por circunstancias que no vienen
al caso, pero que me permitieron obtener una docencia e investigación adecuadas
a mi perfil.
Todo iba tan bien que logramos crear un programa de experto
en desarrollo local limpio solidario e identitario y un marco de investigación
en la materia, como título propio de las universidades cuyos profesores
estábamos en la red. La Plataforma por la Paz y la Solidaridad de la Universidad
Oberta nos cedió gratuitamente espacio para que pudiéramos impartir la parte
teórica. Disponíamos de dos centros para las prácticas, uno en Tejeda, en el
centro de Gran Canaria, otro en Zacatlán de las Manzanas.
Yo llevaba años ahorrando para en cuanto pudiera jubilarme,
construir la fundación, que sería nuestra sede. Los profesores e investigadores
que recibíamos sueldos que nos permitieran vivir con dignidad éramos voluntarios.
Solamente los colegas que tenían que trabajar en varias universidades para
sobrevivir recibirían una compensación.
Había pocos gastos y estos serían pagados por las
instituciones para quien formábamos. Los candidat@s nos hacían llegar un proyecto,
lo estudiábamos, asignábamos tutor@ si aceptábamos el proyecto y buscábamos
sponsor.
Hacía falta la sede, una agencia me comunicó que me había
encontrado el emplazamiento ideal: el molino de Cañeda. Me lo podía conseguir
barato porque estaba en estado ruinoso. Respondí que para dar una respuesta
necesitaba tener una conversación con el alcalde. Nuestro proyecto necesitaba
trabajar con la institución.
_ Nada más fácil_ se
apresuró a aclarar el agente_ ya le he mostrado tu proyecto. Está encantado.
Así me lo hizo ver el alcalde de Campóo de En medio,
municipio al que pertenece Cañeda.
Apuré el tiempo, tenía que tramitar mi jubilación antes de
que empezara el nuevo curso. Tenía derecho a hacerlo, según la legislación
española los profesores universitarios teníamos la jubilación a los setenta.
Podíamos optar a la misma a partir de los sesenta, siempre que tuviéramos
treinta años de vida laboral.
Yo tenía veintisiete de docencia en España y ocho entre
Francia y UK. Cumplía los requisitos. Eso sí, cada Estado miembro pagaba su
parte. España me decienta trescientos euros por los tres años que me faltan en
el territorio y por los ocho años de Francia y UK recibo 120, de los que
Hacienda me quita la mitad.
Compré el molino, pagué arquitecto, ingeniero de caminos,
topógrafo y diversos gastos para completar el expediente de permiso y esperé
más de un año la respuesta.
No fue pérdida de tiempo. Organicé dos congresos, participé
en dos Penos del municipio, afinamos el proyecto…
Todo se vino abajo. El alcalde y la técnica sabían que habían
firmado un acuerdo con el Organismo de cuenca que decidía que la reconstrucción
del molino en ruinas requería la canalización del río a mi cargo. También sabía
lo elevado de este conste y la obligación que tenían ambos de comunicarlo en
las Comisiones informativas y en los Plenos. También tenía que saber algo tan
esencial de derecho, la jueza, pero perdí el juicio y casi todo el capital que
tenía.
Todo se me vino abajo; el proyecto, el grupo y la ya menguada
estima que me tenían mis hermanos.
He rehecho mi vida, conseguí un crédito hipotecario para
completar lo poco que me quedaba y hacerme con un pequeño apartamento en
Villaviciosa de Asturias; las condiciones son sibilinas y me tienen amarrado
hasta los ochenta.
Primero murió mi padre, después mi hermano, ambos de cáncer
de próstata. La última en hacerlo fue mi madre, de vieja. Ella nunca me
abandonó, tampoco lo hizo mi padre hasta su muerte.
Nos han dejado una pequeña herencia, Ha sido un gran alivio
para mí.
Lleno la soledad con mi escritura y con twitter. Esta es mi
séptima obra.
Me he dado demasiado espacio, ahora me toca confrontarme a
mis tropezones.
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