Ismael
Villaviciosa, 5 de septiembre, 12:15 h.
No me gusta comprar en Mercadona. Lo
tengo al lado y puedo dejar a Julen en el césped. Esta mañana tenía que comprar
leche para el desayuno. Felizmente que estaba Ismael a la puerta. Hoy había
otros perros y el mío es agresivo. Me lo cuida.
–Que Dios se
lo pague.
Siempre que tengo monedas le doy,
tanto a él como a su mujer, que se pone a la puerta de otro supermercado, justo
a la vuelta, Alimerca. Ya he conseguido que ella, María, me tutee. Ismael es
más duro de pelar, pese a que nos vemos cada vez que entro o salgo de mi
edificio. Es muy reservado y religioso.
–Hace tiempo
que no veo a tu mujer.
–No está
bien.
–¿Continúa
con dolores musculares?
–Sí, además
ahora tiene una muela infectada… Lleva más de un mes con antibióticos…
No sé qué decir.
–Dios
proveerá
Lo dice convencido. Me contó hace un
tiempo que pertenecen a la iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos
Días. María es más discreta en eso. Nunca habla de religión. Sí me informa de
su familia. Son gitanos rumanos. Viven en una casita, entre humedales, cerca de
Pola de Siero. Tienen seis hijos. La mayor, de dieciséis años, está casada con
un payo y vive con la familia de su marido. Tienen “papeles”. No he preguntado
cómo los han conseguido.
–Tengo algo para usted. –Busca un
buen rato en sus bolsillos. Es una piedra de rio limpia y brillante–. Hace ya
semanas que María me la dio para que se la entregara.
He recordado que en una ocasión
hablamos ella y yo de nuestro gusto mutuo por las piedras. María me contó que
lo malo de su casa era lo alejada que quedaba de la parada del autobús. Lo
bueno, un agua que gustaba a agua y las piedras modeladas por la corriente.
Comenté que recogía piedras en cada sitio que visitaba.
–Tienes que tener una del mío –me
dijo–. Así nos visitarás una noche… Por el día ya sabes dónde estamos.
Hace una eternidad que tuvimos esa
conversación. La recuerdo muy bien. Desde entonces no he vuelto a ver a María.
Ya se quejaba de dolores en sus articulaciones, y la humedad no es buena para
los huesos.
–¿Cuánto
tardas en llegar desde la parada del autobús? –pregunté.
–Veinte,
veinticinco minutos. Lo malo son los caminos escarpados.
–¿No hay
paso para vehículos?
–No. Por
eso podemos pagárnosla.
María sonreía,
como si tuviera que dar gracias a Dios.
–¿Por
qué venís a Villaviciosa?–Me atreví a preguntar.
–No
queremos perjudicar a nuestra hija. Bastantes problemas tiene la pobre.
–¿No
habéis podido conseguir una vivienda social?
Me miró
con la extrañeza de quien descubre que estoy en “la luna”. Respondió su agradecimiento:
Nuestros hijos son buenos estudiantes y consiguen becas. La mayor habría
podido hacer una buena carrera si no se hubiera quedado preñada…
Esos eran mis recuerdos cuando acariciaba la piedra. No sé de dónde me ha
surgido la idea.
–¿Puedes explicarme cómo llegar a vuestra casa?
Se explica muy bien Ismael y ha comprendido muy bien mi arrebato. Lo
había, hasta el punto que he decidido desayunar en la cafetería de la estación
de autobuses a la espera del primero que salga para Pola de Siero.
Me ha costado llegar. Tenía buenas indicaciones pero no estoy
acostumbrado a andar entre zarzales. Esta gente vive en un diminuto cuarto de
aperos, eso sí. Bien arreglado. El rio fluye a pocos metros y para llegar hay
que sortear charcos.
–No te esperaba, cariño –Es todo lo que la emoción ha dejado decir a
María–. Estoy preparando sopa de ajo. Sé que te gusta. –Habíamos hablado del
tema.
Hemos saboreado el guiso y no mucho más. Hoy le toca a Ana, mi nueva
señora de la limpieza y hay que disimular mi desorden. Esta noche llega Isabel,
no la Campo Viejo a la que he hecho mención antes.
En Villaviciosa se sabe casi todo. Ana Sabía que he estado un rato
hablando con Ismael.
–Ojo con tu ingenuidad. Esa gente tiene coche de alta gama. Hacen el
paripé de coger el autobús y los recogen a su llegada a La Pola.
–¿Cómo lo sabes?
–Porque lo he visto con mis propios ojos.
Ya, las mafias rumanas.
Amigo Carlos el relato de hoy, me ha gustado más que los otros,hice un comentario en su cita anterior,insisto que un gitano debería dar su opinión. La realidad gitana ha cambiado en los últimos 30 años pero aún hay mucho por hacer.
ResponderEliminarTe respondí por twitter que el gitano lo leerá. La situación ha cambiado, pero quedan la Santísima Inquisición y las leyendas urbanas.
EliminarBuenos días Carlos es Iris, precioso relato me tomo la libertad de citar un epígrafe "Esta gente vive en un diminuto cuarto de aperos, eso sí. Bien arreglado. El rio fluye a pocos metros y para llegar hay que sortear charcos"
ResponderEliminarSaludos a la amiga Isabel, se me antojó la sopa de ajos.
Voy a tener que abrir una cuenta de gmail,ni la de yahoo,ni la de la Universidad sirve para los comentarios. Cuídate mucho
Gracias Iris. Fue un placer de dioses tenerte en la fiesta de aniversario.
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