viernes, 4 de enero de 2019

Nuestra Cita Cotidiana




Hoy te voy a poner un cuento que no parece haber merecido la atención de los convocantes: https://www.escritores.org/recursos-para-escritores/25443-v-certamen-de-cuentos-antonio-de-trueba-2018-espana



EVA

¿Por qué mi madre me puso Eva?
No tuve, siquiera, el honor de conocerla.
¿Por qué llevo el nombre  con orgullo?
“Fue su último deseo”, proclamó mi padre, cuando me atreví a preguntárselo.
Me  crié entre hierro y con leche de las  vacas que tenía padre para utilizar las fuerzas de las mismas en el trasporte y transformación del mineral de  la montaña de Triano.
Mi madre murió unos días después de parirme, pero, padre y Edu, mimaron  mi tierna infancia, y, cuando cumplí los cuatro años me acogieron en el equipo.
El más viejo de los tres era mi padre, con veintidós, su fiel ayudante, Edu, tenía nueve. Vivía con mis padres desde sus cuatro años   porque los suyos no podían alimentarlo.
Supo ganar su pan desde el primer mes y antes de que yo naciera ya había una familia que daba forma a las piedras de hematites roja que encontraban en las montañas de Triano.
Yo no valgo menos que él y en aquella casa faltaban manos y sobraban sueños.
Cada uno de nosotros soñaba con forjados y nuestros clientes pedían y pagaban lo básico para su supervivencia.
Padre estaba recorriendo el Camino de Santiago de la Costa Vasca, desde Irún, y, al concluirlo se instaló en Balmaseda.
Eso ocurrió, en 1817 y su edad era de quince años.
Recurrió al fervor Jacobeo para rendirse a los encantos de mi madre y para forjar los sueños que habían concebido juntos; yo fui el único fruto.
Edu se había dejado contagiar por el sueño de sus anfitriones.
Desde que yo recuerdo, los tres vivos compartíamos el sueño de una forja ennoblecida desde la Antigüedad.
Padre era de familia poderosa.
Evitaba el tema de su huida.
Sé, sin embargo, por su boca, que en Balmaseda no solamente se había enamorado de una plebeya, sino que había percibido la llamada de un mineral de hierro que aflora en la comarca y especialmente en la montaña de Triana.
—Estos valles claman su forja.
Decía con el fuego de la esperanza.
—Cuando pasé por aquí comprendí que mi vida tenía un sentido.
Decía un padre que no estaba dispuesto a entrar en el tema.
Solamente añadió.
—Me lo hizo ver el gran Plinio, para algo sirven los latines.
Lo sabía, ¡me había contado tantas veces su fascinación por la historia antigua del hierro! cada noche, nos mostraba, a Edu y a mí, láminas y dibujos, que había reunido durante su vida. Nos enseñaba   forjas cuya robustez parecía volátil.
Nadie me ha dicho el nombre de mi madre. He sido reiteradamente informada de la complicidad que sentía aquella en ayudar a la emergencia de la fuerza de estas tierras antes de que  el recurso a la pólvora para la extracción del mineral, que había empezado ya,   produjera desgarros.
Allí no hubo brujería alguna.
Éramos cuatro personas que compartíamos un ardiente deseo, aunque desconocía el nombre de mi madre, ésta palpita en el equipo como si mi parto no hubiera segado su vida.
          —Era una muy buena mujer; y guapa: eres su vivo retrato…
Me decía Edu cuando estábamos a solas y le daba pena.
—No estoy triste por una muerte que le ha ahorrado muchos de los horribles sufrimientos  padecidos por  otras parturientas aquejadas  por esa horrible enfermedad. Me preocupa que en semejantes circunstancias pensara en escoger mi nombre.
Guardé, con solemnidad, mi minuto de silencio; ya era cómplice ¿O no?
No he sido bautizada o registrada; y no nací en Balmaseda porque éramos prófugos de las iras de los poderosos  progenitores de un hijo menor de edad fugado con una plebeya acusada de recurrir a la “brujería tan deplorablemente notoria en los parajes”
—Pues algo de bruja tienes.
Me dijo Edu, como si estuviera leyéndome, al mismo tiempo el pensamiento y el futuro.
— ¿Por qué me dices eso?
—Porque vamos a tener que mudarnos otra vez. Corren rumores sobre los tres.
Algo había, como tantas otras veces.
Nos ven raros.
Cierto que somos los únicos que vamos por toda la montaña para escoger piedras con los que fundiremos nuestro hierro.
Era muy niña, pero pensaba que las muchas personas que gozaban de nuestros productos no estaban insatisfechas, o, al menos, yo lo veía así en sus visitas.
Edu estimó que debía prepararme a nuestra primera “huida”.
—Cambiamos de casa y de sitio, pero siempre en los entornos de la montaña de Triano, en busca del mineral que tomará la forma que pida la clientela.
Llovía sobre mojado la cantinela; formábamos ya parte de un equipo.
— ¿Han dejado de gustarles nuestras “criaturas”? Sabes que no es el caso…
Dijo mi enfado.
En las distintas “huidas” de la “justicia” he comprendido lo que en aquel momento intentaba explicarme Edu; nuestra clientela era muy fiel y nuestra capacidad de producción muy limitada, así como lo eran nuestros gastos. A nadie molestábamos…
           Había, sin embargo, alguien de la poderosa familia de mi padre que se ocupaba de que no se desactivara la orden de busca y captura  contra la brujería de mi difunta madre y contra el “menor”, pese a que padre ya había alcanzado la mayoría.
— ¿Por qué me consideran buja?
Pregunté a sabiendas de que no tendría más respuesta que cuando preguntaba a él o a padre por qué la última voluntad de mi madre fue la de imprimirme el nombre de Eva.
A medida que me he acostumbrado a servirme de mi gentilicio he asumido que se me dé el papel de incitadora al pecado, de la seductora que saca del “Paraíso terrenal”.
¡Ya ves!: en una tierra humedecida por los sudores y las lágrimas inculpan   a alguien por el mero hecho de que nos adentramos  en las montañas de Triano hasta donde podemos llegar con el carro que trasportará nuestros hallazgos con la fuerza de las vacas que, a veces, nos sirven de sustento.
Siempre tenemos una casa con huerta, cercana a regatos y con el suficiente espacio para almacenar las piedras, el carbón de madera, la fragua, la forja y un espacio en el que se exhiben  nuestras “cerraduras y herraduras” , forma en que padre expresaba nuestra oferta a una clientela con escasos cuartos, pero con ganas de hacerse su hogar.
¡Pero si hasta los alguaciles nos hacían encargos!
El primer regalo de padre fue un espejo.
Lo habían hecho, entre él y Edu, a escondidas; abusaron de mi tierna infancia y me dejaron fuera del equipo.
Antes de mirarme la cara vi el paisaje que había esculpido cada piedra y, allí estaba Eva.
No me horrorizó el descubrirla.
Yo misma la encontraba atractiva.
Me vi a lomos de un caballo blanco  “Amezketak”; el animal tomó el nombre por el que se nos conoce:  “los de la meseta”, de lo “oculto”, de las brujas.
Nada insultante para quienes están relacionados con la ferrería.
Eva, la de la manzana  y la siempre atizada  orden de búsqueda y captura también pusieron su granito de arena en el conflicto, pero lo que realmente pesó fue la Ley de Minas de 1825 que entraba en confrontación con la normativa minera del Fuero de las Encartaciones.
El último confiaba las minas a los ciudadanos del territorio que las explotaba. Había para todos y bastaba con marcar la propiedad.
 La primera imponía registros notariales a los que no tenían acceso la mayoría de los anteriores propietarios.
También esta ley motivaba la acumulación de propiedades y facilitaba la entrada de capital foráneo.
Molestábamos a un desarrollismo que violaba el monte al que rendíamos tributo.
Molestábamos a quienes se habían dejado robar sus minas.
Ahora nuestras huidas no pueden dejar el menor rastro; nuestros perseguidores están bien armados, pero el monte Triano, en agradecimiento, nos cobija.


Me hizo mucha ilusión escribirlo y hoy, también me da gran alegría compartirlo contigo.
Sería aún mayor mi gozo si me dieras tu opinión por mala que sea ésta; me ayudarías a aprender. Recuerda mi lista de buenos propósitos.


Gracias a l@s  461 que asististeis a la cita de ayer: https://carlos-ortizdezarate.blogspot.com/
Gracias a iris
Gracias a ti

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