El
Directorio
Alrededores de París, 24 de diciembre de 1795.
El 26 de octubre, la Revolución francesa pasó a manos del enemigo.
La Toma de la Bastilla, las Asambleas Nacional y Constituyente, la Declaración
de los Derechos Humanos, la abolición de la feudalidad, la expropiación de los
bienes eclesiásticos y la proclamación de la I República habían sido, sin duda,
pasos adelante. El Directorio era el retroceso, que como pude después
comprobar, nos llevaría al I Imperio y a la más vergonzante restauración
borbónica.
Yo lo veía venir desde la ejecución de Danton, el 5 de abril de
1794. No es que tuviera simpatías por éste, pero veía en su poder y en un
aparatoso juicio contra un ministro de Justicia de la Revolución, la ejecución
de Roberspierre, que se produjo el 28 de junio del mismo año y la Convención
termidoriana, que nos ha traído el Directorio.
Estaba muy bien acompañada y mis hijos y yo disfrutábamos de la
mejor cena que habíamos disfrutado en nuestras vidas.
Cada uno de los reunidos había aportado el mejor manjar que
podíamos permitirnos. No era una celebración religiosa, celebrábamos el solsticio
invernal. Los que tenemos relación con la naturaleza lo sentimos. No necesitamos
la excusa que nos da la Iglesia. Es la noche más larga del año.
Me faltaban Draco y Emilio. ¡Ahora tenía que llamar Draco a Babeuf!,
y, por primera vez en mi vida, no quería
hacer lo que estaban haciendo: afanarse para sacar lo más rápidamente posible
nuestro nuevo diario: Le Tribun du
Peuple...
No es que no compartiera la causa, de hecho estaba gozando de resultados de
la misma en aquella maravillosa comuna que habíamos creado.
Una imagen vale más que mil discursos
Repetía, sin descanso, a Babeuf, desde
el 18 de julio de
1794, fecha en que logramos sacarle de la cárcel tras siete meses de lucha
que nos dejó exhaustos.
No estamos preparados para resistir un nuevo zarpazo. El martirio
solamente serviría en la mística. A nosotros nos debilitaría tu ejecución y
tenemos que ser fuertes para sobrevivir a la tormenta.
Mis argumentos no valían con Draco, el “tribuno”.
Tenemos un frente abierto y no podemos desertar. Tienen que
escuchar nuestras voces.
-Las escuchan en la calle. Ese es nuestro campo de batalla. Tu voz
no sirve de nada en unas tribunas en las que atacamos a todo el mundo: a los
monárquicos, a los clericales, a los Girondinos, a los Jacobinos y hasta
incluso a Marat, cuya curiosa muerte se produjo el l 13 de julio. de 1793 Muchos ven tu panfleto contra él de malos
ojos.
Nuestro panfleto…
No hacía falta que lo recordara, lo hace mi arrepentimiento y mi
dolor. Fue mi primera infidelidad. Escuché más a la mujer enamorada que a la
socia.
Me parecía un disparate atacar a un aliado que necesitábamos, pese
a las discrepancias con muchos de los intereses del personaje. Estábamos
rodeados de enemigos poderosos en la Convención.
Mi marido y mi hijo no me escuchaban, pese a que la implantación
del Directorio no solamente nos hacía enemigos del nuevo régimen sino que
exaltaba iras entre los perdedores. No solamente entre los amigos de Marat,
sino también de los de Roberspierre.
Yo también había participado en la redacción de la obra de Graco: Du système
de dépopulation, que logramos publicar en
diciembre de 1794.
Ya estábamos en la Convención termidoriana y no
parecía oportuno debilitar el recuerdo de la precedente, pero Emilio, Graco y
yo considerábamos nuestro deber defender a nuestros campesinos que luchaban en
una guerra, considerada contra revolucionaria, la Guerra de la Vendée, desde
1793.
Sí, era un ataque al “mártir” Roberspierre.
Acusábamos a éste de la creación de un Estado máquina que se imponía por el
terror y por la eliminación de sus enemigos.
La Guerra de Vandée no había sido promovida por
nobleza y clero sino por unos campesinos que habían sido abandonados por la
Revolución, pese a sus repetidas insurrecciones desde 1789.
Pese a ello, sus peticiones, no llegaron a los “Estados
Generales”, a las Asambleas.Nacionales o a la Convención. La última tenía un “asunto
de Estado” de urgencia: la defensa nacional. Francia estaba amenazada por todas
sus fronteras. Tenía que formar un ejército que la defendiera.
La Convención lo logró con creces. En pocos meses nuestra Nación
invadida se convirtió en invasora.
Nosotros pensábamos que, en efecto,
necesitábamos un ejército, pero, para crearlo necesitábamos, primero construir
la Nación y para ello, necesitábamos incluir a unos campesinos que hasta
entonces habían sido marginados.
Roberspierre no lo hizo, aplicó la fuerza de la
Nación que se había adoptado por parlamentarios que no veían el descontento de la
mayoría, los que nosotros defendemos.
Así, los campesinos de Vendée, ya curtidos en
sus incesantes rebeliones, lo hicieron cuando la República quiso hacer de sus
hombres soldados.
Roberspierre ya había traicionado su posición
contra la pena de muerte. Se había transformado en sumo sacerdote que designaba
los amigos y los enemigos de la Revolución y que ordenaba la exterminación de
los mismos.
Dejábamos muy claro que nuestra crítica no era a
Roberspierre sino que lo era a una deriva errónea que había tomado la
Revolución. La alternativa no era Termidor sino la corrección de los errores
que documentábamos tan bien como nos lo permitían los avances en nuestro Catastro.
No me arrepiento de mi participación en esta
obra. Teníamos que difundirla antes de que fuera tarde. Estaba convencida que
después teníamos que dejar de exponernos y concentrarnos en nuestra “comuna”.
No duré mucho en esa actitud. Draco y Emilio me
convencieron rápidamente.
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