La
agonía
Vendôme, 26 de mayo de 1797
Por muy preparada que creyera estar, sentí un desgarro cuando
escuché la sentencia, a las cuatro treinta de la madrugada: Babeuf y Darthé eran
condenados a muerte, el resto de los acusados fueron liberados o deportados.
Lo presentía,
pero me había hecho ilusiones a lo largo del proceso. Ya lo creo que se escuchó
nuestra voz. Además, vi miradas en el
jurado que calmaban mis presagios. La larguísima deliberación que precedió a la
sentencia me hizo concebir ilusiones. Las caras que vi en sus señorías cuando
regresaron para pronunciar el veredicto rasgaron mis entrañas.
Ya sabía que
tocaba el martirio. No necesitaba escucharlo.
Mi mirada en
la búsqueda de la de los mártires se juntó con las de muchos: hombres, mujeres,
niños y viejos, compañeros, magistrados o “agentes del orden”…
Se produjo un
denso silencio que pesaba demasiado. Pese al agotamiento y a los sufrimientos, nadie habló o gesticuló.
No vi angustia
o siquiera rencor en las miradas que escrutaba. Vi complicidad hasta que
comenzaron a apagarse.
Pocos minutos
después pudimos ver cómo se desvanecían sobre charcos de sangre.
Se habían
adelantado a sus ejecutores. No nos dejaron acercar. Se los llevaron.
Todos seguimos
esperando, sin movernos, sin romper el silencio sepulcral.
“Ya está me gritaba “la muerte
por desangración es la menos dolorosa” “Carnot no se saldrá con la suya”.
Pronto se
vinieron abajo mis ilusiones. Habían logrado detener la hemorragia que se
habían provocado los condenados a la guillotina. Esta les esperaba para
ejecutar la sentencia.
Supe por los
rumores que Babeuf estaba malherido y que alargó su agonía hasta que rodó su
cabeza.
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