lunes, 16 de octubre de 2017

Nuestra cita cotidiana

La agonía

Vendôme, 26 de mayo de 1797

Por muy preparada que creyera estar, sentí un desgarro cuando escuché la sentencia, a las cuatro treinta de la madrugada: Babeuf y Darthé eran condenados a muerte, el resto de los acusados fueron liberados o deportados.
Lo presentía, pero me había hecho ilusiones a lo largo del proceso. Ya lo creo que se escuchó nuestra voz. Además, vi  miradas en el jurado que calmaban mis presagios. La larguísima deliberación que precedió a la sentencia me hizo concebir ilusiones. Las caras que vi en sus señorías cuando regresaron para pronunciar el veredicto rasgaron mis entrañas.
Ya sabía que tocaba el martirio. No necesitaba escucharlo.
Mi mirada en la búsqueda de la de los mártires se juntó con las de muchos: hombres, mujeres, niños y viejos, compañeros, magistrados o “agentes del orden”…
Se produjo un denso silencio que pesaba demasiado. Pese al agotamiento y a los sufrimientos,  nadie habló o gesticuló.
No vi angustia o siquiera rencor en las miradas que escrutaba. Vi complicidad hasta que comenzaron a apagarse.
Pocos minutos después pudimos ver cómo se desvanecían sobre charcos de sangre.
Se habían adelantado a sus ejecutores. No nos dejaron acercar. Se los llevaron.
Todos seguimos esperando, sin movernos, sin romper el silencio sepulcral.
“Ya está­ me gritaba­ “la muerte por desangración es la menos dolorosa” “Carnot no se saldrá con la suya”.
Pronto se vinieron abajo mis ilusiones. Habían logrado detener la hemorragia que se habían provocado los condenados a la guillotina. Esta les esperaba para ejecutar la sentencia.

Supe por los rumores que Babeuf estaba malherido y que alargó su agonía hasta que rodó su cabeza. 

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