Don
Quijote de la Mancha
Castillo de
Daméry 5 de diciembre de 1781
La astuta Anita
se había dado cuenta de todo. Sabía más que yo y también me ganaba en hacerse
la tonta y sacar partido. Yo era la infeliz que cubría sus devaneos. Tuve que aprender a
trabajar más rápido para bajar a abrir la puerta del servicio con cada vez
mayor frecuencia.
No es que
fuera tan boba. Estaba ansiosa por volver a encontrarme con Babeuf, aunque sabía
que éste ya tenía su entrada por la de
los señores.
–Llámame Ita.
Por eso recuerdo aquel
cinco de diciembre. Anita dio el primer paso. No compartíamos cuarto y cuando
me disponía a acostarme, me encontré con el trino de mi nueva compañera.
-Se ha dejado sus
libros en el cuartucho que disponía en los corrales. Cuando tiene tiempo va…
– ¿Por qué lo sabes?
Por los ratos que no
atiendo la puerta y me doy gusto con Martín. Me cruzo, con cada vez menor
frecuencia, con tu amado, y aprovecho su
ausencia para fisgar en su refugio. Mi
amante sabe leer y ahora te puedo contar
una de las lecturas del caballero: El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
– ¿Estuviste
escuchando?
–Desde que te nombró
su Dulcinea.
-¡Calla!
–Deja de hacerte la
tonta. Todo el mundo sabe que estás enamorada.
Me puse roja como un
tomate. Me pareció escuchar el estruendo de risas que provocaba mi
enamoramiento ¿Lo estoy? ¿De qué me sirve hacerme la tonta? Tengo clavada esa mirada
profunda y triste. Estoy segura que en aquel momento fui su Dulcinea. ¿Por qué
no me buscaba como yo lo hacía con él?
_El tal don Quijote era un señor empobrecido al que la relectura
de los pocos libros que le quedaban le secó el cerebro. Se hizo caballero
andante medieval en una modernidad que
se negaba a admitir. La tal Dulcinea era
una fregona como tú y además, zafia y fea, pero el caballero andante la imaginaba en su mundo como
bella princesa.
Se relamía de gusto
cuando comprobó que me había retirado el sostén del pedestal.
– ¡Quiero aprender a
leer!
Me sorprendí al escuchar
mi demencia.
–Audacia diría yo.
Choca esa mano.
Las chocamos con la
misma vehemencia del grito que se me había escapado.
–Ya lo he hablado con Martín.
Podemos sacar una o dos horas por semana. Te enseñará en el propio templo del
nuevo asesor del señor. El ascenso deja muy poco tiempo libre a tu caballero
andante.
– ¿Me enseñará Marín con ese libro?
–Pues claro, tontina.
A cambio queremos tu paga. Deseamos casarnos cuanto antes…
_Vale.
Muy rápido lo había
prometido; tal era mi necesidad de comprender el papel de Dulcinea que se me
había atribuido.
A cambio, Ita, como me
había pedido que la llamara, se mostró dispuesta a informarme sobre las
andanzas palaciegas de mi caballero andante.
– ¿Qué está haciendo?
–Parece ser que el
mozo sabe de derechos y obligaciones de los señores. A sus veintiún añitos
recién cumplidos soluciona satisfactoriamente las inquietudes legales del señor.
Se paró en seco, consciente
del daño que me hacía. Yo ya había sido sometida a la humillación de investir a
Santa Catalina de sus galas, tarea encargada a las que habíamos dejado de ser consideradas
casaderas. Se nos daba el honor de la virginidad y se nos condenaba al
celibato, por ser demasiado viejas para el matrimonio.
Era consciente de que
este ingrediente alimentaba las risas sobre mi enamoramiento. También tenía la
certeza de estar dispuesta a todo y, pregunté en la actitud de una leona que siente
sus cachorros amenazados.
– ¿Por qué no me has
hablado antes de las relaciones entre Babeuf y Martín? ¿Continúan siendo amigos?
¿Han hablado de mí?
Disparaba preguntas
como una loca mientras Ita se arreglaba las uñas y respondía con calma:
–A la última pregunta
no, a la segunda sí y silencio a la primera.
– ¡Eres ingrata!
–En absoluto. No han
hablado de ti por la misma razón que tú y yo no hemos hablado de ellos. Babeuf
y tú sois muy “reservados”.
–Claro… y… ¿crees que
si nosotras hablamos del tema, ellos también podrían hablar?
-Te he dicho que el
hombre está muy ocupado. Apenas aparece por su “santuario” y ha dejado a mi amante
al cuidado del mismo.
¿Por qué está tan
ocupado?
–El señor le había
contratado porque estaba enterado de su valía, primero le puso a prueba al
cuidado de su rebaño de pavos, ahora le da la ocasión de mostrar que es su
hombre.
– ¿Por qué aceptó el
trato Babeuf?
–Le vino muy bien. Lo
comprenderás cuando veas su biblioteca. También a Martín le vino bien; le
enseñó a leer y a escribir y le contagió su amor por los libros.
– ¿Cobró Babeuf a Martín?
–No
¿Y?
– ¿Lo tomas o lo
dejas?
-Lo tomo, pero
cuéntame más
-¿De qué?
¿Dónde aprendió
Babeuf?
-Primero con un padre
que enseñaba a base de palos. A la muerte de éste tuvo que ganar el sustento de
la familia. A sus diecisiete años fue descubierto por el señor de Bracquemond cuando éste visitaba
a su notario. Babeuf era un simple subalterno. Algo debió ver el amo para
traérselo.
–Para cuidar los
pavos…-Me atrevía a insinuar.
–A las pruebas me
remito. Respondió con el aplomo de una papisa.
Yo soñaba ya con mi
Dulcinea del Toboso.
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