María Ana Victoria Langlet
Castillo de
Daméry
5 de octubre
de 1781
Harto se me echaba
el tiempo encima; eran las once y me
faltaban cuatro habitaciones. Anita no parecía escuchar las cada vez más
insistentes llamadas que hacía alguien a la puerta del servicio. Estaba de los
nervios y opté por dejar mi tarea para atender la de mi comadre.
–Soy Francisco Babeuf. El señor de Bracquemont me espera…
Me quedé pasmada. El
señor Babeuf tenía una mirada triste y profunda que se hizo con la mía. Lucía
sus galas. No era alguien que debiera entrar por la puerta del servicio. Me
impidió agachar la cabeza.
–Acabo de conocer a
Dulcinea del Toboso…
Su voz era enérgica y
amable. Me acogía, como lo habían hecho antes sus ojos. Ignoraba quien fuera la
tal Dulcinea del Toboso. Su entusiasmo me puso más roja que un tomate.
–Perdón. Me ha venido
a la memoria don Quijote de la Mancha. Es un personaje de una novela española.
La aclaración no fue de gran ayuda entonces. No comprendía.
Sentía que una pobre criada despertaba la admiración de un caballero. Entonces
me fijé mejor en sus galas. Galas sí, pero de “quiero y no puedo”. Pocos
dineros tenía este señor que había tomado por un caballero. Sí hubo hechizo, a
juzgar por lo embobados que nos quedamos. Me olvidé por completo de la terea
que me esperaba.
Así habríamos seguido
si no hubiera aparecido Anita.
–El señor espera…
Dulcinea y don
Quijote, ahora ya comprendo el hechizo, estuvieron a punto de desvanecerse,
pero habló en mi voz Sancho Panza:
-No es justo que me cargues
con tu trabajo ¿Cómo puedo ayudar a este señor?
Anita dio voz a Zeus:
–Este “señor” lleva un
tiempo al servicio de esta casa. Hasta ahora se alojaba en los corrales–Hacía
de sus palabras una banderilla de las que se clavan a los toros en el ruedo.
Babeuf apenas se inmutó.
Mi Sancho Panza, al principio, se sintió ultrajado. Pese a que aún no conocía
al tal don Quijote, estoy segura de que en aquel momento era la Dulcinea de Sancho.
Después mi unión con don Quijote nos dio
coraza y fuerza para el ataque. Babeuf en sus negociaciones con el patrón y a
mí para terminar a tiempo las cuatro habitaciones que me quedaban.
Ambos tuvimos éxito.
Siempre he creído que fue entonces cuando comenzamos a funcionar como uno,
aunque tuve que esperar unos meses para caer en los brazos del único amor de mi
vida.
Estoy
llorando como una tonta Siento la mirada triste y profunda de Babeuf que me
regaña
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