Marat
En una calle de Roye de cuyo nombre no quiero acordarme, 20 de
junio de 1790
La Revolución separó nuestros cuerpos.
Yo tenía que ocuparme de nuestros hijos vivos: Emilio y Catalina Adelaida Sofía. Ambos me
necesitaban, el primero no había cumplido aún los cuatro añitos y la pequeña tenía
justo los nueve meses
Babeuf tenía que defender una obra que se nos iba a pique. No
funcionó el Catastro perpetuo, pese a que,
el 8 de julio de 1788, Luis XVI convocó los “estados generales” para el 5 de
mayo de 1789. No me gusta el término. El soberano consideraba que sus súbditos
estaban divididos en tres estados: nobleza, clero y tercer estado. Al último pertenecían
los hombres que habían cumplido los 25 años y que estaban inscritos y
reconocidos en el registro de los contribuyentes.
Los
reyes franceses siempre han tenido pánico a este recurso. Solamente lo han hecho cuando encontraban las arcas vacías y pagos urgentes.
Queda el recuerdo de un Étienne Marcel que estuvo a punto de destruir el
absolutismo, en los “estados generarles” de 1355, de 1356 y de 1357. En la
primera convocatoria, Juan II estaba acorralado por la alta nobleza, representada
por el rey de Navarra, Carlos el Malo, Borbón que aspiraba al trono francés
porque consideraba que se había excluido. Injustamente, a su madre de la línea
de sucesión al mismo. El rey de Inglaterra, Eduardo III, aducía argumentos y
derechos similares. La última confrontación se encuadraba en las tristemente
conocidas como “Guerras de los Cien Años. Ambos rebeldes eran súbditos del
monarca francés.
Babeuf y yo pusimos
empeño en analizar aquella situación. Etienne Marcel compartía intereses con el
monarca. Los comerciantes de París sacaban buenos intereses de sus préstamos a
una monarquía acorralada y beneficiaban
de prebendas que les permitían aprovecharse de la crisis que sufría el sistema
feudal desde que se produjo el aumento de la tala de bosques, en el siglo X.
En la mayoría de los
casos se trataba de bienes comunes, aunque había también casos de señoriales.
En el primer caso, los lugareños tenían derechos, algunos de ellos de
supervivencia, como era el caso en la recogida de ramas muertas o en la
utilización de los terrenos como pastos. Los perdían con la tala y otros
ganaban con la venta de la madera o de las parcelas que se abrían para la
producción agrícola o ganadera.
El pueblo era
vergonzosamente explotado, la aristocracia estaba arruinada y se sentía menospreciada por los avances de
un absolutismo que les sangraba con sus guerras, los financieros disponían de
fortunas alimentadas por esas mismas guerras y por la ruina de la nobleza
La burguesía
parisiense ha sido la locomotora financiera que ha creado el trayecto de la
historia de Francia y en 1355 se proponía ya dejarlo bien clarito. Las Guerras
de los Cien años estaban nutriendo sus arcas y La bancarrota de un reino
acosado por todas partes daba alas a Etienne Marcel.
Este no lo logró, pese
a que la situación de la monarquía empeoraba, en ninguna de las tres
convocatorias. Bueno, lo logró a medias, pero las intrigas de Juan II y del
delfín, cuando su padre había caído prisionero de los ingleses, lograron interpretar
a su manera lo que habían comprometido en las sesiones.
Todo terminó con La grande peur: París asediado por los ejércitos
del rey de Inglaterra, de Carlos el Malo y por un unos campesinos encolerizados que habían
encontrado un caudillo en un tal Jacques,
de donde viene el nombre de la Jacquérie.
Todo terminó
satisfactoriamente para la monarquía y para la burguesía de Paris, aunque
Etienne Marcel fue ejecutado.
¡Ah París y la
burguesía parisiense! Han esculpido la historia de Francia. No teníamos que
permitir que continuara haciéndolo y desde luego lo hacía en 1789. Teníamos
abierto un frente que exigía nuestro empeño.
Teníamos que estar en ese frente y yo
tenía que cuidar de nuestros hijos.
Siempre me consideraré culpable de la muerte de nuestra primera
hija, la pequeña lleva su nombre, como si fuera una reencarnación.
No habría muerto la primera si yo hubiera evitado la caída que la
llevó a la tumba a sus cuatro añitos.
Ojo con el mea culpa
Repetía Babeuf.
Tanto fue culpa mía
como tuya. No somos culpables de las dificultades que nos acechan. Solamente lo
seríamos si tiráramos la toalla.
Mi marido estaba
entrando en una crisis de fe. Yo ya la había pasado. No es fácil para lo
“apóstoles” que somos. ¿Apóstoles de quién? De un dios que ignora a quienes
nosotros defendemos. Nos quedamos sin verdades “claras y distintas”
Pasó cuando nuestra
“prédica” era menospreciada y ambos creíamos firmemente que era el momento de
aplicarla.
Me tocaba cuidar a
nuestros cachorros y a Babeuf luchar por hacer oír la voz de las víctimas de
las interpretaciones interesadas del catastro.
Había sido muy buena
alumna y tenía muy claro que hay que empezar por eliminar las malas hierbas que
hacen posible el expolio.
Sería un buen
principio blindar las tierras comunales y organizar comunas.
Los dos lo teníamos
claro. No así sus compañeros de
redacción de las demandas que se enviaría de Roye a Versalles.
Tampoco parecía convencer mucho nuestro proyecto en otros foros, a juzgar por
las escasas reacciones que ha merecido la publicación de “El catastro”.
No podíamos resignarnos y Babeuf tuvo que dividirse entre París y
Roye, en septiembre fue nombrado corresponsal del Courrier de l’Europe, editado en Londres para huir de la censura Ya
teníamos un altavoz de talla, puesto que era uno de los periódicos más leídos
por los activistas.
Manteníamos fluida correspondencia y el venía cada vez que podía.
Cuidé de nuestra prole y mi obra llegaba al frente. Aunque
nuestros cuerpos estuvieran separados, la complicidad nos unía. Nuestra lucha
contra los impuestos indirectos, hipocresía que quita el pan de la boca de los
hambrientos, levantó las iras, incluso entre los revolucionarios. Babeuf fue
arrestado por delitos de “incitación a la rebelión”, el 19 de mayo de 1790.
¡Fue liberado el 14 de julio del mismo año! Fue nuestro primer triunfo, dorado
por la fecha, desde que nos casamos. Gracias a la intervención de Marat.
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