La
Maintenon
La soberana en la sombra fue, sin duda, el resorte de la búsqueda del diamante en
bruto de Madame; necesitaba armamento para luchar contra el poderío alcanzado
por una plebeya nacida en la cárcel, de padres condenados por intrigar en
Francia a favor del rey de Inglaterra, en 1635. “Buscavidas” hasta que tuvo la
suerte de conocer a la Montespan, Dios sabrá en que tropelías, y que esta le
confiara el cuidado de los hijos que iba teniendo con el rey. Se ganó la
confianza del último y de la favorita. La ex reclusa obtuvo el marquesado de
Maintenon, en 1675.
Yo creo que en aquel momento era evidente que los
Orleans debían hilar más fino y que la
duquesa se puso a buscar dardos. En 1780 la intrusa era ya una amenaza: puesto
que ésta fue nombrada azafata de la Gran Delfina. Ya era una provocación. Poco
después de mi llegada a Versalles, en 1683, la intrigante casó en secreto con
el rey e hizo de éste su marioneta.
En los dos años que pasé con los míos, en el
Pabellón del Palacio Real había sido entrenada por los más hábiles de la saga
Saloppe, especialmente mi abuelo, quien no había traspasado aún la dirección
del negocio a mi padre e hizo de mí un excelente sabueso a la caza de la reina
en la sombra.
Mis recuerdos son vagos, pero me parece que
utilizaron prendas de la susodicha, lo que sí sé con certeza es que la simple
cercanía de la prójima, apenas se produjo en toda mi estancia en Versalles, me
ponía en guardia. Esa mujer era una bruja y me hacía sentir sus odios,
resentimientos y ambiciones. Me daba mucho, mucho miedo, pero activaba mi lucha
por la supervivencia, no en vano habían despertado en mí el sabueso y luego, el
21 de julio de 1682, día de mi segundo cumpleaños empezó su tallado mi madrina.
No era tarea fácil. Versalles era una cloaca
disimulada por los esfuerzos de una falsa devota, que como buen cuervo que era,
había sacado los ojos a la que la sacara del barro.
-¡Haz bien sin mirar a quién!- Repetía, irónica la
cuñada del rey.
No hacía falta que lo hiciera, ya estaba al
corriente de las odiosas intrigas de la Maintenon, pero ella insistía:
-Es una puta que ha sabido desplazar a otra puta.
-Ha hecho justicia a la Lavaliére, después de todo…
La Palatina se quedó asombrada de que estuviese
enterada, pese a mis dos añitos y a que llevaba unos meses en Versalles.
Recuerdo aquella conversación, aunque con mucha más claridad las expresiones de
Madame que las mías.
Aún no había encontrado a la Gran Delfina en el
parque y no estaba enterada de la flagelación que infringía a ésta su azafata.
La cuñada del rey si lo estaba y este martirio había reforzado el odio y el
temor que sentía por la usurpadora de su influencia sobre el soberano. No se
trataba solamente del sufrimiento infringido a una compatriota, que, tanto
criticaba, pero que, en el fondo comprendía desde la posición de una alemana
fuerte que compadece a una alemana débil. Por encima de todo había una razón de
Estado. Alguien tenía que defender la institución y la Gran Delfina no puede
ser sometida a humillación por la mala cabeza de un rey y de una favorita.
Yo entonces no comprendía un juego con normas tan
laxas y mutantes, que era, en realidad, un juego de máscaras y de amenazas al jugador
que no comprendiera adaptarse a tiempo. Tuve que aprender muy pronto. Conté con
la ayuda de mi madrina y de mi abuelo, pero las fechorías que la primera se
precipitaba en atribuir a la perfidia de la esposa secreta del rey eran de tal calibre
que cada día lo tenía más difícil.
El primer golpe que recibió la Palatina fue la promulgación
del edicto de Fontainebleau, que revocaba, el 18 de octubre de 1685, el edicto de Nantes, que reconocía
libertad de culto a los protestantes. Mi madrina lo tomó como un ataque
personal dirigido contra su persona y contra la Gran Delfina, ambas educadas en
la Reforma, aunque al contraer matrimonio habían abrazado oficialmente el
catolicismo.
A partir de ese momento recibí clases de alemán, se
me hicieron ver las nefastas consecuencias de una decisión tan inoportuna para
las finanzas, así como para las políticas tanto nacional como internacional.
Debo agradecer a la Maintenon una educación que dudo
hubiera estado prevista. Yo era un instrumento de una cuñada que cada vez se
veía más duramente castigada por la que se había apropiado, tan suciamente, de
la voluntad del soberano.
Caían golpes cada vez más duros, así, en 1688, Luis
XIV decidió casar a Felipe, el primogénito de los Orleans con Francisca María, la hija de una Montespan ya caída en desgracia. En
1675 la Maintenon había logrado una separación oficializada por el capellán
real. Pero los amantes volvieron a juntarse para engendrar a Francisca María y
a Luis Alejandro, nacidos, respectivamente, el cuatro de mayo de 1667 y el seis de junio de 1678. Fue necesario recurrir al escándalo de los
venenos; una historia interminable de
conspiraciones que estalló en 1672 con el presunto envenenamiento de un oficial
de caballería, que no tardó en implicar a la marquesa de Brinviliers y que
terminó salpicando a la Montespan, su cuñada y su doncella figuraban en la
lista de sospechosos de envenenamientos, misas negras, sacrificios de criaturas
y otros horrendos crímenes, tanto que
habían pasado a ser razón de Estado desde 1679.
Francisca María era tan fea que su propia madre la
aborrecía. La Maintenon tenía más razones para repudiarla. Ella y su hermano
eran hijos del perjurio y de la resistencia de la destronada y por tanto se
negó a acoger a los nuevos vástagos junto a sus hermanos.
¿Qué mejor partido para humillar a los Orleans? Fue
un golpe muy duro para éstos y no estaban preparados para afrontarlo. Yo fui la
pagana; mi tallado requería más complejidad. Pero los males nunca vienen solos
y 1688 fue un año muy duro. Luis XIV reclamaba el Palatinado en nombre de su
cuñada. Un mazazo que ésta atribuía, obviamente, a la intrusa. El conflicto que
desencadenó esta estúpida decisión fue mundial, puesto desde que las tropas
francesas ocuparon el territorio reivindicado se activó la Gran Alianza que unía Austria, los
principados alemanes, Inglaterra, España, Portugal, Suecia y las Provincias
Unidas contra la pretensión francesa y
tuvo repercusiones en el Nuevo Mundo.
Mi madrina lloró amargamente la masacre al que
fueron sometidas sus gentes, se produjeron víctimas dentro de su propia familia,
pero lamentaba más un error con consecuencias nefastas para Francia.
-Hemos hecho el ridículo- decía. Pese a su dolor, se
sentía más francesa que alemana,
Yo no respondía. Sabía que yo también lo pagaría muy
caro; con el esmero y las prisas que pondría en tallar su diamante en Bruto. He
llegado a donde he llegado gracias a la Maintenon.
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