La
Gran Delfina
María Ana de Baviera fue otra desgraciada en el
Versalles que me tocó vivir. Hija del elector de Baviera, en 1668, con ocho años
cumplidos, fue prometida al Gran Delfín que tenía seis. La pobre chica se
sintió ilusionada, su institutriz francesa había sabido encender y mantener el
ardor por una corte francesa mucho más excitante que la que le tocaba.
Me lo contó ella, que no hablaba más que con la
doncella que se había traído desde aquella corte que tanto echaba de menos
desde que llegó a Versalles, tras la boda, en marzo de 1680, cuando el diamante
en bruto que había encontrado la Palatina estaba aún en el vientre de mi madre.
No sé, creo que las circunstancias pudieron intervenir, la cuestión es que
surgió una simpatía desde el primer día en que nos encontramos en Versalles.
Lo recuerdo muy bien, fue el 20 de enero de 1685. Me
sentía muy triste aquel día y trataba de perderme en el parque, vi a la Gran
Delfina acompañada de su fiel alemana Bessola. Cuchicheaban en alemán.
-Es la Saloppe –dijo la, no sé si esbirra, cómplice
o ama.
-¡Es muy guapa!-dijo la Gran Delfina.
Ignoro de donde me salió la voz, pero sentí que ella comprendió que apreciaba su
belleza. Quizá por mi apellido, quizá mi raza… En todo caso yo la encontraba
guapa y no lo hacía por espíritu de contradicción a la fealdad que la corte le
había atribuido.
Tampoco la sonrisa de la primera dama en rango me
pareció fría, indiferente o acusadora.
Eso sí. Nos hablábamos en alemán desde aquel día
hasta que ella murió, el veinte de abril de 1690. También mantengo vivo el
recuerdo de aquel día. Perdí una amiga, pero me consolé con la alegría de saber
que el sufrimiento había terminado con ella y para ella. Siempre estaba enferma
y agobiada por dar herederos y no lo logró hasta 1682, con el parto de Luis, duque
de Borgoña, que ha muerto recientemente. Aseguró la descendencia con dos hijos
más, Felipe, nacido en 1683, actual rey
de España y Charles, duque de Berry, fallecido recientemente.
La finada no se había encerrado en un convento para
purgar sus pecados, había sacrificado su frágil vida para cumplir el papel que
se había atribuido en sus sueños. No lo consiguió, puesto que hubo que esperar
a su nieto para asegurar la sucesión del trono francés, aunque sí lo hizo en el
caso del español.
Sí, hubo amistad entre María Ana Cistina de Baviera
e Isabel Carlota Saloppe, pese al papel que me tocaba jugar de diamante en
proceso de pulido para defender los intereses de la Palatina, que incluía
ridiculizar a los nietos del rey, Luis y Felipe, porque Carlos era ya 6 años
más joven que yo y había roto el estigma de fealdad que pesaba sobre su madre, aunque no estaba libre de pecado.
¿El pecado original que cae sobre todos nosotros?
La Palatina no puso obstáculos a la amistad pese al
odio de la Delfina por la princesa de Conti, protegida de Madame. Ésta sabía
que tenía la batalla ganada, puesto que Luis XIV escuchaba más a su hija preferida,
por muy bastarda que ésta fuera que a su hijo legítimo y primero en la línea de
sucesión.
Mis paseos con las alemanas formaron pronto parte de
mi función. No tuve reparos en ejercer de espía. Era muy fuerte, porque, desde
mi primer encuentro se habían encontrado dos almas gemelas y sentía algo así
como si profanara el secreto de confesión. Por otra parte, no jugaba limpio: lo
que salía de mi no traicionaba mi misión.
Parece difícil la situación, pero no lo era. Ambas
conocíamos las reglas del juego. Ana María de Baviera no era una idiota y yo,
pese a mi corta edad, tampoco lo era; ambas sabíamos dónde estábamos, lo que
había que decir y para qué lo decíamos. Después de eso estaban nuestros
sentimientos. Yo encontraba una belleza donde todas las cortes europeas, incluida
la de su cuna veían fealdad e insignificancia. Ella veía la belleza de una
Saloppe. Raramente he compartido con alguien sentimientos como lo hacía con la
finada. Ella lamentaba su impotencia para salir de donde se encontraba. Había
soñado con ser francesa porque esperaba salir de una corte que la condenaba a
la soledad del que echan. Soñaba con llegar a una de otro “mundo” que sepa
apreciarla. Es un mundo. La fantasía del mundo ideal que forja una niña de ocho
años.
Yo soy guapa, todo Versalles lo reconoce y la
intrigante Palatina ha encontrado en mí su broche de oro. Ambas estamos
atrapadas y queremos salir. Hay reglas del juego y hay apuestas. La pasión del
juego es algo que compartimos, yo sé que en los salones de la Señora se juegan
dineros. Estos no entran en los nuestros, pero estoy convencida de que lo
pasamos mejor. Lo veo en su cara, cuando paseamos por el parque no es la misma
que la que veo cuando abren las ventanas para airear los juegos de sus salones.
Me entristece pensar en ella. No era hija del
pecado, pero lo pagó tan caro como ellos. Ana María había muerto después de
sufrir el rechazo, la enfermedad y una misión. Ella no había sido consultada
antes de cargarla con eso y con una misión que la llevó a la tumba sin
enterarse de la razón por la que tenía que cargarse con eso.
-Le ha tocado y no es capaz siquiera de cumplir su
misión. El rey no solamente tiene el problema de su sucesión. Desde la muerte
de María Teresa nos hemos quedado sin primera dama protocolaria. No es que la reina
María Teresa fuera un dechado, pero, al
menos estaba aquí, esta tiene la mente
en la corte que dejó y aquí nos castiga con sus quejidos de enferma crónica.
Cuando mi madrina escogía estos términos y olvidaba
su habitual escatología verbal, me asustaba. No es
que temiera que se interpusiera en mis relaciones con su compatriota, sabía
perfectamente que servían para mi misión.
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