sábado, 16 de julio de 2016

Nuestra cita coticiana

La Gran Delfina
María Ana de Baviera fue otra desgraciada en el Versalles que me tocó vivir. Hija del elector de Baviera, en 1668, con ocho años cumplidos, fue prometida al Gran Delfín que tenía seis. La pobre chica se sintió ilusionada, su institutriz francesa había sabido encender y mantener el ardor por una corte francesa mucho más excitante que la que le tocaba.
Me lo contó ella, que no hablaba más que con la doncella que se había traído desde aquella corte que tanto echaba de menos desde que llegó a Versalles, tras la boda, en marzo de 1680, cuando el diamante en bruto que había encontrado la Palatina estaba aún en el vientre de mi madre. No sé, creo que las circunstancias pudieron intervenir, la cuestión es que surgió una simpatía desde el primer día en que nos encontramos en Versalles.
Lo recuerdo muy bien, fue el 20 de enero de 1685. Me sentía muy triste aquel día y trataba de perderme en el parque, vi a la Gran Delfina acompañada de su fiel alemana Bessola. Cuchicheaban en alemán.
-Es la Saloppe –dijo la, no sé si esbirra, cómplice o ama.
-¡Es muy guapa!-dijo la Gran Delfina.
Ignoro de donde me salió la voz, pero  sentí que ella comprendió que apreciaba su belleza. Quizá por mi apellido, quizá mi raza… En todo caso yo la encontraba guapa y no lo hacía por espíritu de contradicción a la fealdad que la corte le había atribuido.
Tampoco la sonrisa de la primera dama en rango me pareció fría, indiferente o acusadora.
Eso sí. Nos hablábamos en alemán desde aquel día hasta que ella murió, el veinte de abril de 1690. También mantengo vivo el recuerdo de aquel día. Perdí una amiga, pero me consolé con la alegría de saber que el sufrimiento había terminado con ella y para ella. Siempre estaba enferma y agobiada por dar herederos y no lo  logró hasta 1682, con el parto de Luis, duque de Borgoña, que ha muerto recientemente. Aseguró la descendencia con dos hijos más, Felipe, nacido  en 1683, actual rey de España y Charles, duque de Berry, fallecido recientemente.
La finada no se había encerrado en un convento para purgar sus pecados, había sacrificado su frágil vida para cumplir el papel que se había atribuido en sus sueños. No lo consiguió, puesto que hubo que esperar a su nieto para asegurar la sucesión del trono francés, aunque sí lo hizo en el caso del español.
Sí, hubo amistad entre María Ana Cistina de Baviera e Isabel Carlota Saloppe, pese al papel que me tocaba jugar de diamante en proceso de pulido para defender los intereses de la Palatina, que incluía ridiculizar a los nietos del rey, Luis y Felipe, porque Carlos era ya 6 años más joven que yo y había roto el estigma de fealdad que pesaba sobre  su madre, aunque no estaba libre de pecado. ¿El pecado original que cae sobre todos nosotros?
La Palatina no puso obstáculos a la amistad pese al odio de la Delfina por la princesa de Conti, protegida de Madame. Ésta sabía que tenía la batalla ganada, puesto que Luis XIV escuchaba más a su hija preferida, por muy bastarda que ésta fuera que a su hijo legítimo y primero en la línea de sucesión.
Mis paseos con las alemanas formaron pronto parte de mi función. No tuve reparos en ejercer de espía. Era muy fuerte, porque, desde mi primer encuentro se habían encontrado dos almas gemelas y sentía algo así como si profanara el secreto de confesión. Por otra parte, no jugaba limpio: lo que salía de mi no traicionaba mi misión.
Parece difícil la situación, pero no lo era. Ambas conocíamos las reglas del juego. Ana María de Baviera no era una idiota y yo, pese a mi corta edad, tampoco lo era; ambas sabíamos dónde estábamos, lo que había que decir y para qué lo decíamos. Después de eso estaban nuestros sentimientos. Yo encontraba una belleza donde todas las cortes europeas, incluida la de su cuna veían fealdad e insignificancia. Ella veía la belleza de una Saloppe. Raramente he compartido con alguien sentimientos como lo hacía con la finada. Ella lamentaba su impotencia para salir de donde se encontraba. Había soñado con ser francesa porque esperaba salir de una corte que la condenaba a la soledad del que echan. Soñaba con llegar a una de otro “mundo” que sepa apreciarla. Es un mundo. La fantasía del mundo ideal que forja una niña de ocho años.
Yo soy guapa, todo Versalles lo reconoce y la intrigante Palatina ha encontrado en mí su broche de oro. Ambas estamos atrapadas y queremos salir. Hay reglas del juego y hay apuestas. La pasión del juego es algo que compartimos, yo sé que en los salones de la Señora se juegan dineros. Estos no entran en los nuestros, pero estoy convencida de que lo pasamos mejor. Lo veo en su cara, cuando paseamos por el parque no es la misma que la que veo cuando abren las ventanas para airear los juegos de sus salones.
Me entristece pensar en ella. No era hija del pecado, pero lo pagó tan caro como ellos. Ana María había muerto después de sufrir el rechazo, la enfermedad y una misión. Ella no había sido consultada antes de cargarla con eso y con una misión que la llevó a la tumba sin enterarse de la razón por la que tenía que cargarse con eso.
-Le ha tocado y no es capaz siquiera de cumplir su misión. El rey no solamente tiene el problema de su sucesión. Desde la muerte de María Teresa nos hemos quedado sin primera dama protocolaria. No es que la reina María Teresa  fuera un dechado, pero, al menos estaba aquí,  esta tiene la mente en la corte que dejó y aquí nos castiga con sus quejidos de enferma crónica.

Cuando mi madrina escogía estos términos y olvidaba su habitual escatología verbal, me asustaba.   No es que temiera que se interpusiera en mis relaciones con su compatriota, sabía perfectamente que servían para mi misión. 

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