viernes, 15 de julio de 2016

Nuestra cita cotidiana

Los hijos del pecado

Cuando  Luisa de La Valiére decidió hacerse monja para purgar sus pecados dejó dos hijos, María Ana y Luis,   nacidos respectivamente, en 1666 y 1667. Sus hermanos mayores habían muerto.
Los supervivientes no eran tan fruto del pecado, puesto que, a la muerte de la reina María Teresa, el rey viudo reconoció oficialmente a su madre como favorita y a ellos como los hijos de la unión, aunque la legitimación de ambos se completó en 1669.
Eran, sin embargo hijos de favorita destronada, puesto que en el otoño de 1666 ya el rey lucía, con orgullo, los encantos de su nueva compañera de cama: la Mortemart, madre de los bastardos que tanto odiaba la Palatina. María Ana y Luis no lo eran tanto a sus ojos, de hecho se hizo cargo del último cuando fue abandonado por una madre que había decidido purificarse.
Me consta que había mutuo cariño entre protectora y protegido y que las intenciones de la cuñada del rey eran las mejores. No sé como nadie pensó que un niño de siete años tan guapo era un caramelo para la depravación que reinaba en los aposentos del marido homosexual de Madame.
Ocurrió sí, en el Palacio Real, donde Felipe de Orleans disfrutaba a sus anchas. El escándalo estalló en 1682. Llegó a oídos del rey que el favorito de su hermano, el caballero de Lorena, había tenido relaciones íntimas con su hijo legitimado, conde de Vermandois y Almirante de Francia.
El soberano aceptaba los placeres de su hermano pero se puso furioso cuando se enteró que un hijo suyo había caído en los mismos, Luis y su seductor fueron desterrados a Normandía.
La Palatina se reprochaba el descuido, fui testigo de  su dolor y de los esfuerzos para reparar el mal. Logró que su cuñado permitiera que el descarriado fuera incorporado a las tropas francesas que ocupaban Flandes.
También con esta intervención se equivocó mi madrina, puesto que las condiciones impuestas por el ultrajado padre provocaron la muerte del pobre Luis, quien había puesto tal tesón en logar el perdón que enfermó y murió en 1683, a los dieciséis años.
Su penitente madre se limitó a decir que no lo lamentaba tanto como haberle concebido en adulterio. Mi protectora sacaba su dolor haciéndome trabajar con delirio para imponer a Santa Teresa en una corte que a su juicio estaba enfangada.
Ya lo creo que lo estaba y debo reconocer que yo gozaba en el papel que horrorizaba tanto a algunos. También había hecho mía la causa del desgraciado Luis. Que yo sepa éramos tres a compartirla: la hermana que quería con locura al pobre desgraciado, la Palatina  y yo. Aunque había sido confiada ella también a la custodia de la cuñada de su padre el rey, el último la había casado el 16 de enero de 1680, con el príncipe de Conti, tenía 13 años y unos meses, era la hija predilecta del soberano, pero a éste no le tembló el pulso para destinarla a doblegar a la grandeza que tantos quebraderos de cabeza le había dado.
No importaba que la desposada no sintiera atracción por el marido impuesto, como quedó patente en la misma noche de bodas, pese a los esfuerzos del esposo, quien testimonió su amor, pese al rechazo de una esposa que debía mantenerse aislada por causa de la viruela que sufrió en 1685, regresando al hogar conyugal para cuidar a su esposa.
No parecían servir a gran cosa las plegarias de la madre arrepentida. El cuidador fue contagiado y murió, justo cuando su esposa, conmovida se había enamorado. Ana María sanó y conservó su belleza y su gracia, su desgracia, porque, viuda y rica a los veinte años y con el poder que le daba ser la hija preferida del soberano, no cayó en el fango como su hermano, pero los requerimientos que tuvo, tanto de hombres como de mujeres, la empujaron a cometer imprudencias.
Fueron, sin duda, muy desgraciados los hijos de la penitenta, por mucho que Ana María destacase en la corte y que aún siga viva. La causa es la belleza que heredaron de la primera favorita reconocida del Rey Sol.
Los hijos del monarca con la Mortemart comenzaron a llegar en 1669, pero los que vivieron hasta ser legitimados son  Luis Augusto, nacido en 1670; Luis César, en 1672; Luisa Francisca, en 1673; Luisa María Ana, en 1674; Francisca María, 1677; Luis Alejandro, 1678. Todos ellos fueron confiados a la Maintenon, quien hizo de ellos su causa.
Los pobres no tenían madre reconocida, puesto que esta tenía marido. Ignoro si ésta era la causa del ahínco que puso la cuidadora en sacarlos adelante. Ya lo creo que lo hizo, se instaló con todos ellos en Versalles, desde que el recinto fue sede de la corte. La Palatina estaba ultrajada y por eso me trajo. Si la Maintenon podía traer bastardos, ella podía traerse una plebeya apellidada Saloppe.
Luis César tuvo la suerte de escapar pronto a mi acoso, murió el 10 de enero de 1683. Lo recuerdo muy bien. Me sentí muy culpable por las veces que había provocado su llanto. Era un llorica. Los otros, aunque mayores que yo tuvieron que sufrirme durante mi estancia en Versalles.
¿Sufren? Yo creo que sí lo hacen, pese al encumbramiento. De lo que estoy segura es de la desgracia de Francisca María, casada a los quince años con el hijo de los duques de Orleans y despreciada por su marido y sus suegros.


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