La
Palatina
La princesa Elisabeth Charlotte del Palatinado
encontró su diamante en bruto en el vientre de mi madre cuando ésta no se había
dado cuenta aún de que estaba gestándome. No creo que fuera bruja o que tuviera
dones divinos.
Sé, que ya había cumplido su papel materno con el
tercer parto, el de Elisabeth Charlotte de Orleans, nacida en 1673 y por tanto con
esperanza de vida, como ocurre con Philippe, duque de Chartres, que había
venido al mundo en 1676.
Monsieur y Madame compartían amigablemente su
espacio. Ya estaba asegurada la estirpe y no tenían que someterse a la tortura.
Él prefería su corte de amantes masculinos y ella podía engordar, vanagloriarse de su fealdad y escatología e intrigar.
Eso sí; había que conquistar más poder con la estirpe, en la que estaban
incluídas las dos hijas supervivientes del primer matrimonio del duque, con la
difunta Enriqueta de Inglaterra: María
Luisa y Ana María, nacidas respectivamente, en 1662 y en 1669.
Y de prole era cuestión desde que el monarca decidió
casar a María Luisa con el rey de España, Carlos II; apodado el Hechizado por
ser un engendro de la insistencia de las
bodas en familia de la corona española...
Además, no pintaba nada en una corte carcomida por una mojigatería mezquina.
Cuando la hijastra de la Palatina supo de su cruel destino se arrojó a los pies
de su soberano y tío para implorar que no se le impusiera tal sacrificio. Luis
XIV se había alejado, indicando que una reina Católica no podía arrodillarse
ante el rey Muy Cristiano. Aludía a las distinciones de la Santa Sede e
indicaba que ya estaba todo decidido.
Lo estaba y la boda se celebró en 1679.Mi madrina me
hizo leer sus cartas desde que aprendí a leer. Son un mar de lágrimas que leí,
con mucha atención, hasta su muerte, sin lograr descendencia, el 12 de febrero
de de 1689.
Se ha especuló mucho en Versalles sobre esta muerte.
No era extraño; las circunstancias recordaban las que se produjeron en la
muerte de Enriqueta de Inglaterra. En ambos casos se habló de envenenamiento…
Desde mi tierna infancia sabía que mi destino era
España; no solamente por la atención que tenía que prestar a las cartas de su
desdichada reina, quien acabó acomodándose a un destino que le había provocado
tanto rechaza, el desdichado rey estaba loco por ella y procuraba satisfacer
todos sus caprichos.
La Palatina necesitaba un talismán para defender los
intereses de su prole en España. Sus deseos me encontraron en el vientre de mi
madre. Su búsqueda duró unos años. España era una razón de Estado para Francia
cuando se celebró la boda, también sin descendencia superviviente de Isabel de
Borbón quien contrajo matrimonio con el entonces príncipe de Asturias y posteriormente
Felipe IV y padre del Hechizado. No logró un heredero al trono, pese a los ocho
hijos que parió, aunque fue madre de la reina María Teresa, la esposa de Luis
XIV.
Estuvo casi a punto de cumplir la “razón de Estado”
impuesta, en 1638 por su padre, el rey Enrique IV de Francia, pero su hijo
Baltasar Carlos, murió de viruela mucho antes que su padre, Carlos II es hijo
del segundo matrimonio de su padre, con Mariana de Austria..
La Palatina me explicaba todas estas cosas con mucho
detalle y muy pronto fui consciente de la importancia y del cacho que podía
sacar la estirpe de los duques de Orleans del “asunto de Estado Español.
De hecho, la duquesa me confesó su participación en
las intrigas de boda de sus hijastras, las únicas princesas de sangre que Luis
XIV podía ofrecer en sus tratados. Cierto que el monarca tenía hijas
legitimadas pero éstas no servían para estas cuestiones de Estado, aunque si
servían para otras, como la de doblegar a la grandeza por matrimonios muy bien
remunerados con bastardas, por muy hijas legitimadas de rey que fueran.
La lucha contra los bastardos que llevaba mi madrina
era una de las rozones de mi entrada y permanencia, como protegida de Madame,
en Versalles. Yo, una plebeya de apellido infamante, representaba un desafío a
la presencia de bastardos reconocidos en la corte. Ya he comentado que yo tenía
mucho más de lo que tenían los otros niños de la corte. Además era la misma y
la más guapa. La Palatina no se había equivocado cuando escogió su diamante en
bruto o el procedimiento de tallado.
Lo de la mística era una múltiple conspiración.
Contra la Maintenon, la única mujer que domina a Luis XIV y que aleja al
monarca de su cuñada. Antes de la llegada de la intrusa ambos cuñados se tenían
gran aprecio y discutían sobre asuntos de Estado. La reina María Teresa no contaba
más que para el protocolo y las preferidas se limitaban a sus intereses en la
corte. La Maintenon entró como custodia de los hijos de la Montespan, favorita
que sustituyó a la infeliz Luisa de Lavaliére, en 1667.
La Palatina distinguía entre los bastardos
reconocidos de ambas. Tenía claras preferencias por los de la primera. Se
trataba de una pobre infeliz que había sido utilizada para disimular los
encuentros de Enriqueta de Inglaterra y su cuñado. Era apenas una niña y fue
seducida por el soberano. Lo amaba al punto que cuando el rey mostró
predilección por la nueva favorita, se metió carmelita descalza en 1670, para
purgar sus pecados, cuando se la necesitaba en la corte al objeto de cubrir los
amoríos del monarca con la Montespan.
Era una historia muy triste y acompañé
frecuentemente a mi madrina para visitar a la monja. Nada era en balde; tenía
que fijarme en ella para evocar su presencia, Santa Teresa era la fundadora de
las carmelitas descalzas y la lectura preferida de la difunta reina María
Teresa de Austria, fallecida el 30 de julio de 1683.
Pocos meses después ya se hablaba del matrimonio
secreto de Luis XIV con la Maintenon. Había razones para explicar el horror que
inspiraba mi interpretación del “Vivo sin vivir en mí”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario