El
cardenal Fernández de Porto Carrero
Palacio del arzobispado de Toledo, 4 de octubre de
1700
Como la
Palatina me llevó a Versalles, el 21 de julio de 1682, la misma me anuncio, el
6 de febrero de 1699, que debía trasladarme a Toledo.
Yo no lloré o me eché a los pies de mi madrina como
lo hiciera su hijastra ante Luis XIV, cuando se la desterraba para reinar, en
Madrid.
Mi silencio y siquiera el reflejo de contrariedad
debió impresionar a mi interlocutora, porque se apresuro en tranquilizarme.
-Seguirás gozando de mi protección y de los
privilegios, serás acogida como sobrina del poderoso Cardenal Porto Carrero y
dispondrás de apartamentos en el palacio arzobispal.
No cambió mi actitud. No hacía falta que me
explicara nada, ya sabía que el tiempo de mi educación había superado ya con
creces el de cualquiera de las princesas. Tenía
diecinueve años y había muchos frentes abiertos fuera.
La Maintenon
ya no podía hacer más daño a mi madrina en la corte y la última, solita, se
bastaba y se sobraba para defenderse. Su relación con el rey había resistido
todas las tormentas. Nada que ver con la
complicidad de antes, pero quien tuvo retuvo y la Palatina seguía siendo
escuchada y respetada por el monarca.
El rey católico se estaba muriendo sin dejar
descendencia y desde hacía unos meses, la duquesa intercambiaba
correspondencia, que ella creía privada, con el cardenal.
No soy tonta. El anuncio tenía que producirse de un
momento a otro…
Había leído las cartas antes que la destinataria.
Esta no había sabido valorar mi sangre y la formación que recibí de mi abuelo,
Fernando Saloppe, estaba demasiado ocupada en escapar a la censura a la que se
sometía su correspondencia oficial.
Escribo estos detalles porque se me quedaron
grabados en las entrañas. Algo así ocurrió con el mensaje que escribí y destruí
el 4 de octubre de 1700 y que quemé de inmediato, pero que guardo en mi memoria
letra a letra, como ya había ocurrido con el “Vivo Sin Vivir en mí.” Las
circunstancias lo explican mejor.
El cardenal me había hecho llegar el mensaje
protocolario, la censura de la corte española es más retorcida que la de
Versalles y el retorcimiento del emisario supera al de los censores.
Se limitaba a anunciarme un hecho que cualquiera
pudiera considerar de interés para una sobrina que no tiene partido tomado.
No era el caso, el cardenal me anunciaba que los
intereses de la Palatina habían sido ejecutados. Carlos II había designado como
sucesor al segundón de Luis XIV, Felipe. Se podría pensar que Madame había
tenido una visión de las muertes sucesivas que se produjeron en la línea de sucesión y que llevaron a
Felipe de Orleans a la regencia durante la minoría de Luis VV. No sé, algo de
bruja sí tenía la Palatina, al menos así lo reiteraba ésta cada vez que
mencionábamos su encuentro con mi diamante en bruto.
Ignoro si se trataba de brujería o no; el caso es
que acertó. Para empezar el testamento fue un mazazo para el pobre Felipe quien
tenía otros proyectos en los que no encajaba el exilio a una corte que
detestaba. María Luisa de Orleans era vengada… Nadie pensó en mí.
Bueno…, fui generosamente pagada y felicitada por el
éxito de una misión que antes pintaba a bastos. Cuando llegué a Toledo, en
agosto de 1699, había una batalla a muerte entre dos bandos encabezados, respectivamente
por la reina Madre, Mariana de Austria y por la reina consorte, Mariana de
Neoburgo. La sucesión era el problema prioritario de Estado. Aunque la suegra
había muerto en 1696, el partido bávaro, su obra había logrado, que el rey,
como homenaje póstumo a su madre, nombrara
sucesor a José Fernando de Baviera. El partido alemán había sido
derrotado. El cardenal Porto Carrero y el conde de Monterrey que encabezaban el
partido bávaro a la muerte de la reina madre habían logrado descabezar el
gobierno de la reina consorte y ocupar el puesto vacante; Mariana de Neoburgo
estaba maniatada.
El sucesor nombrado era una opción que tenía más
contentos que descontentos, entre los últimos
estaban Luis XIV y el emperador
de Austria, ambos hijos y nietos de infantas españolas y, por supuesto, la
Neoburgo. Salieron los cañones en Europa y en la propia España. Se armó una
buena; los austriacos invadieron Cataluña y la consorte pretendió montar un
golpe de Estado. El cardenal supo imponerse, pero José Fernando, el candidato
del partido bávaro, murió el 3 de
febrero de 1699. Tenía siete años…
La Palatina tenía cómplices en la corte española,
uno de ellos era Juan José de Austria,
por muy bastardo que éste fuera, hijo legitimado de Felipe IV y por tanto,
hermanastro de Carlos II.
El sacrificio de Isabel de Borbón, en su matrimonio
con el rey de España, en 1615, para
asegurar un sucesor al trono español fue vano, cuando la infortunada murió, en
1644, dejó un heredero, Baltasar Carlos, quien la sobrevivió solamente dos
años, murió el 16 de octubre de 1617.
Para eso había parido cuatro hijas de las que no sobrevivió más que
María Teresa, la esposa de Luis XIV. En ese mismo periodo, el marido engendró
al robusto Juan José de Austria. La madre era una actriz, la Calderona, amiga
de la Lujan, la que me enseñó a interpretar el “Vivo sin vivir en mí”, ¿será
pura casualidad? No lo creo, Madame no dejaba nada suelto.
No he llegado a enterarme muy bien de los negocios que se traía la Palatina con el
bastardo de España. Sé con certeza que este despertó el amor de su hermanastro
el “Hechizado” por María Luisa de Orleans, la hijastra de la Palatina. Los
esfuerzos de esta por dar un heredero fueron aún más inútiles que los de la
desdichada Isabel. Juan José de Austria murió en1679 y la Palatina se quedó sin
su principal aliado para proteger a su hijastra. Ignoro cómo logró mi
madrina entrar en relación con el
poderoso cardenal. En todo caso este tenía poder y compartía con ella el odio a
la sucesora de la desgraciada María Luisa, Mariana de Neoburgo, que defendía la
candidatura de su sobrino, hijo del emperador Leopoldo I de Austria, quien
consideraba tener los mismos derechos sucesorios al trono español que Luis
XIV...
No me fue fácil conseguir el cambio de testamento
que requería mi misión. Era previsible que la designación del segundón de Luis
XIV como sucesor de un rey que estaba con una pata en la tumba, provocara un estallido en toda Europa y en
España, que acabaría con una potencia que empezaba a declinar. Pese a todo,
logré convencer al cardenal y este al rey, pese a la potente y tenaz oposición
de la Neoburgo.
Mi relación con mi supuesto tío el cardenal terminó
pronto, porque Felipe V de España no tuvo en cuenta los servicios prestados por
quien había logrado que sucediera a Carlos II. La cuñada de Luis XIV se había
quitado del medio a un sobrino demasiado incómodo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario