“Aquí
yace polvo, ceniza y nada”
Por difícil que parezca esa es la despedida de este
mundo que eligió mi falso tío para que se esculpiera en su tumba, la que le correspondía como cardenal arzobispo
Primado del reino. El epitafio se mee ha quedado clavadito en las entrañas,
aunque la muerte se produjo unos años después de que mi misión me llevara a
Madrid, donde mi padre tenía montadas sus redes de confidentes.
No me fue duro dejar el palacio o al cardenal arzobispo de
Toledo y siquiera fueron necesarias explicaciones. Me bastó esperar la llegada de
mi pretendido tío para cumplir con el protocolo del parentesco que habíamos dibulgado.
Ensio era mi enlace. Un guapo mozo impúdico, que se
enteraba de todo, por mucho empeño que se hubiera puesto en la ocultación. Vino
acompañado de María, excelente carabina para evitar habladurías. El vestuario y
el carruaje eran de una elegancia tan sobria que hubieran podido competir con
la falsa modestia que después descubrí en la tumba del cardenal
Claro que cuando este escribió su epitafio ya había
sido abandonado por todos los poderosos. Yo había sido el primer signo de la
debacle; la duquesa de Orleans ya había conseguido su objetivo con el cambio de
testamento. Este objetivo era compartido a su manera por Luis XIV y por la
Maintenon.
El problema surgió con las interpretaciones, para
los últimos, el nombramiento de Felipe V era una invitación para tomar por
asalto el imperio español y para reafirmar que Francia era una potencia.
Así quedó patente de inmediato:
Aunque Ana y María Teresa de Austria, madre y
esposa, respectivamente, del monarca francés, habían firmado un documento de
renuncia a sus derechos de sucesión a la corona española, Felipe V no había
firmado la suya con respecto al trono de Francia.
Bien es cierto que su hermano, el delfín tenía dos
hijos y que muy verdes las tienen que pintar…, pero pasó, como parecía haber
adivinado la Palatina. En todo caso fue una bravuconada que levantó a toda
Europa, empezando por el emperador austriaco que proclamaba tener los mismo
derechos a la sucesión de Carlos II que el monarca francés y que disponía,
asimismo, de un candidato segundón.
Muy pronto quedó
patente que Luis XIV tenía todas las intenciones de intervenir en el
gobierno de Felipe V .Cuando se anunció el principio del reinado de éste, ya se
había pensado en el eslabón con Versalles: la princesa de los Ursinos, una
arpía que había sido introducida en la corte por la intrigante Maintenon.
Ahí dolía a Madame y yo, como su diamante en bruto,
tenía que hacer lo que hacían los Saloppe para informar a mi madrina de todo lo
que se movía en las intimidades de una corte que escapara a sus redes convencionales.
No se trataba de meterme en la basura, Ensio hacía
su trabajo de forma impecable y en ningún caso yo debía tomar riesgos, seguía
siendo la sobrina del cardenal. Ensio y
María eran, respectivamente, mi guarda de corps y mi doncella. Tampoco podía
quejarme de mi nuevo alojamiento en
Madrid, discreto pero adecuado a mi rango.
Ensio sabía todo, yo no tenía más que trasladar su
información al tablero de ajedrez de Madame y que proponer las jugadas. Mi
talladora sabía que podía confiar en mí, hartos trabajos tenía en Versalles y
le faltaba el olfato que yo había adquirido de la intriga española.
Europa estaba en llamas que se propagaron en la
propia península con la tentativa de golpe de Estado de la Neoburgo a partir de
una Cataluña del partido austriaco. El despechado cardenal se asoció a su
antigua rival y también hizo de las suyas. No era nada aún, pero no tardó en
serlo. Pese a la guerra, a la miseria, a la muerte, a la resistencia de la
Grandeza de España, la de los Ursinos mantuvo intacto el proyecto de Luis XIV
para España. ¿Todo? No todo, gracias a Ensio y a mí.
La princesa
era muy ducha y estaba relacionada, conoció al cardenal Primado y la corte
española durante un largo exilio de Francia por un desgraciado incidente en
que, en un duelo, su entonces marido, el príncipe de Chalais, mató al duque de Beuavilliers, amigo de
infancia de Luis XIV y los príncipes
tuvieron que huir de las iras del soberano francés.
Muerto el perro se acabó la rabia y la viuda obtuvo
el perdón y el apoyo del monarca ultrajado, para instalarse en Roma y para contraer segundas
nupcias con el príncipe de los Ursinos. Versalles necesitaba alguien para
intrigar en la ya muy intrigante “ciudad eterna”. Portocarrero fue uno de los asiduos de las recepciones de
la princesa y sin duda un valedor de la misma. Así se lo había pagado. “Polvo
cenizas y nada”.
No podía sacar mis emociones en público, aunque me
habían hecho de acero, necesitaba sacar la mala sangre. Me creía en la
intimidad cuando estallé. No lo estaba, no. Me encontré fundida en un abrazo,
me dejé llevar más allá del decoro. No pasó más que una vez pese a la seducción
que irradiaba Ensio. Éste era homosexual. Sus
amoríos le habían sacado de una vida gris en Colonia de Sacramento y nos
eran de gran ayuda.
¿Cómo llegó a pasar? Sin duda jugó un gran papel el
epitafio que había escogido el finado. Era un gran desafío a la ingrata de los
Ursinos. Pasamos horas llorando y fundidos en un abrazo. Juramos vengar a mi
pretendido tío.
Lo hicimos con saña, pese a que nuestros cuerpos no
volvieron a juntarse; mi madrina tuvo material para hundir a la princesa, pero
también lo tuvieron los enemigos de la misma en la corte española.
Fue largo, la pieza que nos proponíamos cazar tenía
garras y espolones, pero lo conseguimos el 23 de diciembre de 1714, cuando la
entrometida cayó de lleno en nuestras trampas y fue despedida por la segunda
esposa de Felipe V, Isabel de Farnesio, la que ella había escogido por considerarla
una estúpida meapilas que se dejaría manejar.
Esta vez nuestra artillería había funcionado. Cierto
es que tuvimos que recurrir a la Neoburgo, pero lo logramos. Movimos todos los
hilos para que tía y sobrina se encontraran antes de la llegada de la nueva
reina a la corte. No estaba previsto el encuentro. Fue obra nuestra, sabíamos
que la ex reina compartía nuestros anhelos de venganza o quizá más, porque el
cardenal mal pagado y la ex reina habían intrigado contra Felipe V, haciendo
venir a Toledo al candidato austriaco. La venganza había unido a dos enemigos
que se consideraban irreconciliables. Tras la entrevista, la Farnesio despidió
a la hasta entonces todopoderosa en España.
Es una larga historia en la que intervino también la
astuta Palatina para hacer bien ver en Versalles que la nueva esposa de Felipe
V tenía poderosas razones para despedir a la entrometida princesa de los
Ursinos. Luis XIV había empezado su decadencia y la Maintenon no supo encontrar
argumentos contra las pruebas que aportaba la cuñada del rey, gracias a Ensio y
a mí.
Vuelvo al epitafio porque aquella noche de
septiembre de 1709 concebí mi hijo Ensio. No era deseado no. Lo oculté mientras
pude y cuando ya era imposible de ocultar, me retiré tranquila, Ensio estaba ya
suficientemente preparado para que no se notara mi ausencia durante el parto y
el tiempo de rehacer mi figura. La
excusa fue que había contraído la viruela.
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