Gracias,
amig@; me has ayudado mucho. “Esto es un infierno tenía 60 páginas en el
formato que impone el concurso. Necesitaba sacar 10 más y me suponía un gran
esfuerzo.
Estabas
tú, me había comprometido a un borrador diario. Ahí va un epílogo que completa
las 70 páginas.
Aclaraciones
Lo
que acabas de leer es mera ficción. Cualquier parecido que hayas encontrado con
tu realidad es simple coincidencia.
Mi
madre murió mientras dormía y yo terminaba de escribir este relato, publicado
en su memoria. Quité miedos a la muerte; el rostro de la finada mostraba una
paz que antes no había descubierto.
Se
asomó en la novela, para mostrar que estaba preparada para irse y que sentía
molestias que no tenían sentido.
La
ficción de la trama surge de vivencias; no debes preocuparte si encuentras
coincidencias con tus vivencias. ¿Quién no ha visitado a personas condenadas a
residencias geriátricas? ¿Quién no ha pensado que es el destino que nos espera
en esta sociedad en que nos toca vivir? ¿Quién no conoce a personas cuyos
nombres fueron borrados en 1939? ¿Quién no ha visto sufrir sin sentido a
enfermos terminales?
Quizá
tenga que aumentar el listado de preguntas para lograr entrar en tu mundo, pero
los personajes, juzgados como “engendros del infierno” por una señora directora
de geriátrico que se sintió acusada, pueden ayudarte.
Quien
se pica, ajos come; deben de comerse muchos, a juzgar por los odios que ha
levantado el manuscrito.
La
muerte o la situación de dependencia ya no me asustan.
No
son, necesariamente, infiernos.
“El
infierno son los otros”, escribió Jean-Paul Sartre.
Me
permito cotejar: tú y yo somos los otros
y, desde luego, solamente podemos resolver nuestros problemas y a salir del
infierno, el nuestro.
¿Por
qué los más “tontos” sacan vida en una residencia plagada de “otros” y
generadora de infiernos? Hay muchas respuestas; siempre encontraremos un
componente: Jonathan, Libertad, Begoña e Inma son “tontos”, pero hacen que otro geriátrico
sea posible: deja de ser un infierno porque mana la mismidad: lo que tienes tú,
tengo yo y tienen los otros, los que nos condenan al infierno.
Lo
sufrimos mientras mantengamos nuestro “talento” oculto en el armario.
¡Ojala
Maruja, mi vecina de Alvia, lea este
relato y libere en público esa Libertad que solamente saca en una intimidad en
la que me dio entrada!
No
cargo con la responsabilidad, eso sí: cumplo con mi parte.
Abro
el armario, las puestas, las ventanas, cada
célula que compone mi mismidad… ¿Llegará a Libertad mi asimilación de la
energía que activó su discreta salida del armario?
Considero
haber cumplido mi parte con el mensaje que envía Libertad. No puedo hacer más
que publicar por si le llega; olvidamos intercambiar direcciones o teléfonos.
Temo
que Maruja se haya acomodado en Libertad. Ella sabrá por qué lo hace.
Claro,
el infierno está sólidamente cimentado. Pero, la lectura de este manuscrito
consiguió que la lectora Miren Josune considera un “milagro”. Algo tan simple
como un certificado del juzgado que acredita que ese nombre fue borrado por la gracia de Dios encarnada en Franco y
sustituido por María Josefa; el nombre que figura en los documentos que
acreditan su identidad.
“Ahora
ya puedo morir tranquila”, me dijo hace unos días.
¿
Es milagro?
Nada
de eso. La sabiduría del cosmos llegó a Miren Josune a través del Personaje de
Libertad y el último me fue inspirado por Maruja. Nada se pierde en el universo
cuando le dejamos entrar.
¿Qué
importa que los documentos que acreditan la identidad de Miren Josune continúen
llamándola María Josefa por el mero
hecho de que su avanzada edad, probablemente,
no le permita esperar la lentitud de una burocracia que tramita el
cambio?
¡Harían
falta muchas Libertad, Miren Josune y armonías para lograr que la
administración se abra al cosmos! La muerte no espera.
Miren
Josune caería en el infierno si no se hubiera adaptado, como lo ha hecho, a su
potencial. Tiene en sus manos la documentación que acredita su identidad. Considera
que es un paso que le permite salir del armario con el beneplácito de la
justicia.
No
hay milagros o infiernos. Todo es cuestión de encontrar o no, nuestro lugar en este mundo
y de abrirnos a una energía cósmica que
nos engendró.
También
hay personajes que se empeñan en negarse y en hacer de su vida una “santa”
ficción.
Este
relato no condena; deja entrar un buen rollo al que cerrábamos el paso.
Anabel
puede tirar los muros que no le permiten ver las razones por las que invierte
sus horas libres en un voluntariado para aliviar el infierno del geriátrico y encontrar
la razón de su presencia en el “milagro” o bien continuar en el “armario”.
Tiene muy mal la última opción; todo el mundo está al corriente de su farsa.
La
lectura de este relato ha sido negativa para las Inmaculadas. He comentado los
desprecios, e insultos que me han
llegado.
Hay
una historia muy triste: la misteriosa desaparición de una directora de centro
de “mayores”.
Telefonee
a esta señora para proponer la presentación de la novela. Me sorprendió su
negativa; la junta había aceptado mi propuesta. El abuso de poder no sirvió de
gran cosa a la señora. La junta me consiguió un lugar más reputado para la presentación.
La hice con la presencia de los “junteros. Alguien descubrió entre las cortinas
a la inquisidora.
No
di crédito a la denuncia hasta que me informaron, dos días después, la
desaparición inquietante de la intrusa. Solamente se encontró su coche en las
cercanías de un acantilado. No se ha sabido más de esta persona.
No
me siento culpable. Ella no estaba en mi mente cuando escribí el relato.
Tampoco lo estaba la directora del geriátrico que ha expresado tanta ira ante
la lectura del mismo. Si ellas se ven y el encuentro las horroriza, habrá que hallar
un remedio.
La
escritura del relato me ha hecho confrontarme a mis miedos.
Ayer,
un vecino que comparte su estancia entre Villaviciosa y Sevilla, me anunció que
la razón de su visita, era la muerte de su madre. No respondió a mi pregunta
sobre si el trance le había ayudado a confrontar el terror a la propia muerte.
Tuve que explicar que así había ocurrido en mi caso; hasta el punto en que,
cuando, estando en Cádiz con el proyecto de visibilizar la Ilustración
gaditana, saltaron las alarmas de indicadores de cáncer de próstata supe drenar
mis angustias en el objetivo que me había llevado a la “Tacita de plata”.
Dejé
de lado el hecho de que mis padre y hermano habían muerto de esta dolencia o
que pese a que estábamos a principios de diciembre y el urólogo dictaminó que
se imponía una biopsia, me anunciara que se haría “después de fiestas”.
Las
fiestas se encadenan en Cádiz. Cumplí mi objetivo y regresé a mi tierra de
adopción el 10 de enero. Tuve pruebas hasta marzo; resultó un tumor tratable
con pastillas e inyecciones. Volví a Medina Sidonia, lo que me faltaba de
cumplir en el viaje anterior. El resultado fue mi novela: Las cloacas de la historia y la intimidad del escritor.
También
he encontrado a mi actual esposa, Iris; en la última revisión no se han
detectado signo alguno de tumor.
¿Milagro?
No;
a medida que voy venciendo mis miedos voy abriéndome a esa energía que antes no
dejaba entrar. El personaje de Libertad me ha traído a Iris. Somos dos socios
en la búsqueda de la identidad que encerramos en el armario.
“Es
muy sabio el tío que inventó esto”, dijo el otro día, en el estanco, alguien
que no conocía. Se refería a los mensajes escritos en las cajetillas de tabaco.
Nos
amenazan con el infierno a los fumadores.
Mi
interlocutor aclaró que el cáncer se crea en la mente y que le consta que en el
espíritu del legislador que impuso esas inscripciones estaban los intereses de
las farmacéuticas.
No
se me ocurrió respuesta.
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