sábado, 14 de julio de 2018

Epílogo



Gracias, amig@; me has ayudado mucho. “Esto es un infierno tenía 60 páginas en el formato que impone el concurso. Necesitaba sacar 10 más y me suponía un gran esfuerzo.
Estabas tú, me había comprometido a un borrador diario. Ahí va un epílogo que completa las 70 páginas.

Aclaraciones
Lo que acabas de leer es mera ficción. Cualquier parecido que hayas encontrado con tu realidad es simple coincidencia.
Mi madre murió mientras dormía y yo terminaba de escribir este relato, publicado en su memoria. Quité miedos a la muerte; el rostro de la finada mostraba una paz que antes no había descubierto.
Se asomó en la novela, para mostrar que estaba preparada para irse y que sentía molestias que no tenían sentido.
La ficción de la trama surge de vivencias; no debes preocuparte si encuentras coincidencias con tus vivencias. ¿Quién no ha visitado a personas condenadas a residencias geriátricas? ¿Quién no ha pensado que es el destino que nos espera en esta sociedad en que nos toca vivir? ¿Quién no conoce a personas cuyos nombres fueron borrados en 1939? ¿Quién no ha visto sufrir sin sentido a enfermos terminales?
Quizá tenga que aumentar el listado de preguntas para lograr entrar en tu mundo, pero los personajes, juzgados como “engendros del infierno” por una señora directora de geriátrico que se sintió acusada, pueden ayudarte.
Quien se pica, ajos come; deben de comerse muchos, a juzgar por los odios que ha levantado el manuscrito.
La muerte o la situación de dependencia ya no me asustan.
No son, necesariamente, infiernos.
“El infierno son los otros”, escribió Jean-Paul Sartre.
Me permito cotejar: tú y yo  somos los otros y, desde luego, solamente podemos resolver nuestros problemas y a salir del infierno, el nuestro.
¿Por qué los más “tontos” sacan vida en una residencia plagada de “otros” y generadora de infiernos? Hay muchas respuestas; siempre encontraremos un componente: Jonathan, Libertad, Begoña e Inma  son “tontos”, pero hacen que otro geriátrico sea posible: deja de ser un infierno porque mana la mismidad: lo que tienes tú, tengo yo y tienen los otros, los que nos condenan al infierno.
Lo sufrimos mientras mantengamos nuestro “talento” oculto en el armario.
¡Ojala Maruja, mi vecina de Alvia,  lea este relato y libere en público esa Libertad que solamente saca en una intimidad en la que me dio entrada!
No cargo con la responsabilidad, eso sí: cumplo con mi parte.
Abro el armario, las puestas, las ventanas, cada  célula que compone mi mismidad… ¿Llegará a Libertad mi asimilación de la energía que activó su discreta salida del armario?
Considero haber cumplido mi parte con el mensaje que envía Libertad. No puedo hacer más que publicar por si le llega; olvidamos intercambiar direcciones o teléfonos.
Temo que Maruja se haya acomodado en Libertad. Ella sabrá por qué lo hace.
Claro, el infierno está sólidamente cimentado. Pero, la lectura de este manuscrito consiguió que la lectora Miren Josune considera un “milagro”. Algo tan simple como un certificado del juzgado que acredita que ese nombre fue borrado  por la gracia de Dios encarnada en Franco y sustituido por María Josefa; el nombre que figura en los documentos que acreditan su identidad.
“Ahora ya puedo morir tranquila”, me dijo hace unos días.
¿ Es milagro?
Nada de eso. La sabiduría del cosmos llegó a Miren Josune a través del Personaje de Libertad y el último me fue inspirado por Maruja. Nada se pierde en el universo cuando le dejamos entrar.
¿Qué importa que los documentos que acreditan la identidad de Miren Josune continúen  llamándola María Josefa por el mero hecho de que su avanzada edad, probablemente,  no le permita esperar la lentitud de una burocracia que tramita el cambio?
¡Harían falta muchas Libertad, Miren Josune y armonías para lograr que la administración se abra al cosmos! La muerte no espera.
Miren Josune caería en el infierno si no se hubiera adaptado, como lo ha hecho, a su potencial. Tiene en sus manos la documentación que acredita su identidad. Considera que es un paso que le permite salir del armario con el beneplácito de la justicia.
No hay milagros o infiernos. Todo es cuestión  de encontrar o no, nuestro lugar en este mundo y de  abrirnos a una energía cósmica que nos engendró.
También hay personajes que se empeñan en negarse y en hacer de su vida una “santa” ficción.
Este relato no condena; deja entrar un buen rollo al que cerrábamos el paso.
Anabel puede tirar los muros que no le permiten ver las razones por las que invierte sus horas libres en un voluntariado para aliviar el infierno del geriátrico y encontrar la razón de su presencia en el “milagro” o bien continuar en el “armario”. Tiene muy mal la última opción; todo el mundo está al corriente de su farsa.
La lectura de este relato ha sido negativa para las Inmaculadas. He comentado los desprecios, e  insultos que me han llegado.
Hay una historia muy triste: la misteriosa desaparición de una directora de centro de “mayores”.
Telefonee a esta señora para proponer la presentación de la novela. Me sorprendió su negativa; la junta había aceptado mi propuesta. El abuso de poder no sirvió de gran cosa a la señora. La junta me consiguió un lugar más reputado para la presentación. La hice con la presencia de los “junteros. Alguien descubrió entre las cortinas a la inquisidora.
No di crédito a la denuncia hasta que me informaron, dos días después, la desaparición inquietante de la intrusa. Solamente se encontró su coche en las cercanías de un acantilado. No se ha sabido más de esta persona.
No me siento culpable. Ella no estaba en mi mente cuando escribí el relato. Tampoco lo estaba la directora del geriátrico que ha expresado tanta ira ante la lectura del mismo. Si ellas se ven y el encuentro las horroriza, habrá que hallar un remedio.
La escritura del relato me ha hecho confrontarme a mis miedos.
Ayer, un vecino que comparte su estancia entre Villaviciosa y Sevilla, me anunció que la razón de su visita, era la muerte de su madre. No respondió a mi pregunta sobre si el trance le había ayudado a confrontar el terror a la propia muerte. Tuve que explicar que así había ocurrido en mi caso; hasta el punto en que, cuando, estando en Cádiz con el proyecto de visibilizar la Ilustración gaditana, saltaron las alarmas de indicadores de cáncer de próstata supe drenar mis angustias en el objetivo que me había llevado a la “Tacita de plata”.
Dejé de lado el hecho de que mis padre y hermano habían muerto de esta dolencia o que pese a que estábamos a principios de diciembre y el urólogo dictaminó que se imponía una biopsia, me anunciara que se haría “después de fiestas”.
Las fiestas se encadenan en Cádiz. Cumplí mi objetivo y regresé a mi tierra de adopción el 10 de enero. Tuve pruebas hasta marzo; resultó un tumor tratable con pastillas e inyecciones. Volví a Medina Sidonia, lo que me faltaba de cumplir en el viaje anterior. El resultado fue mi novela: Las cloacas de la historia y la intimidad del escritor.
También he encontrado a mi actual esposa, Iris; en la última revisión no se han detectado signo alguno de tumor.
¿Milagro?
No; a medida que voy venciendo mis miedos voy abriéndome a esa energía que antes no dejaba entrar. El personaje de Libertad me ha traído a Iris. Somos dos socios en la búsqueda de la identidad que encerramos en el armario.
“Es muy sabio el tío que inventó esto”, dijo el otro día, en el estanco, alguien que no conocía. Se refería a los mensajes escritos en las cajetillas de tabaco.
Nos amenazan con el infierno a los fumadores.
Mi interlocutor aclaró que el cáncer se crea en la mente y que le consta que en el espíritu del legislador que impuso esas inscripciones estaban los intereses de las farmacéuticas.
No se me ocurrió respuesta.


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