viernes, 13 de julio de 2018

Presentación



He decidido poner hoy toda la presentación. Perdona si leíste ayer la primera parte. Me parece más cómodo.

Una cosita
Se hace muy pesado el trayecto León-Gijón.  Apenas me daba cuenta cuando la razón de mi viaje a Madrid era la de ayudar en los cuidados de mi madre. Mientras su salud lo permitía, compartía su estancia entre Madrid, domicilio de mi hermana y Villaviciosa de Asturias, el mío.
En el último año de  su vida no podía desplazarse. El alojamiento de mi hermana reúne  mejores condiciones que el mío. La decisión estaba tomada.
Tenía que desplazarme con cada vez mayor frecuencia y alargar mis estancias hasta que el choque entre mi hermana y yo aconsejara que me fuera por un tiempo.
Felizmente, mi finado hermano había propuesto, con unánime aceptación, que la herencia que dejó mi padre quedara en su totalidad en posesión de mi madre.
Así pudimos financiar la contratación de personal de apoyo. Esa circunstancia aliviaba nuestra dedicación, pero yo sentía la necesidad de cumplir mi parte.
El paso del Puerto de Pajares, a través de infraestructuras ferroviarias del siglo XIX, es un anacronismo incómodo.
La visión de nieve mancillada, me hizo, en aquel viaje sentir más profunda y sucia mi soledad
La inspiradora de esta historia ocupaba el sillón que tenía enfrente. Nos habíamos saludado cuando ocupé mi asiento. Supuse que venía desde Alicante.
Ella estaba enfrascada en la lectura de una novela de Agatha Christie.
Fue necesario que nuestras miradas se encontraran en el paisaje y algo más…
Sus ojos estaban llenos de decepción. Había cerrado Némesis, una de las novelas de la autora aludida, que llevaba mi compañera de viaje  como oro en paño.
Comenzó la conversación después de un buen rato de habernos encontrado en el paisaje que ofrecía la ventana que compartíamos. Estaba su gesto y la motivación del mismo. La señorita Marple del libro desechado, en efecto, nada tenía que ver con la de antaño.
Ahí también nos encontramos en nuestros silencios. Se presentó como Maruja. La conversación le hizo muy pronto comprender que podía quitarse la máscara que la protegía del rechazo.
 Se llama Libertad. El Caudillo borró su nombre y en su lugar puso María de la Soledad. La víctima logró soportar el  castigo con el recurso a Maruja y con un cambio de domicilio ya en sí impuesto a una familia estigmatizada por el nuevo régimen.
Prefiere seguir “en el armario”
Se siente Libertad y comparte el personaje oculto en una intimidad cada vez más mermada.
No he tenido el placer de volver a encontrarme, en mis viajes, con esta encantadora señora; parece que los Aves y los Alvias  se llenan de Marujas y dejan fuera a
Libertad.
Sin embargo, la excluida, es protagonista del relato que sigue.
El cuidado de mi madre me evocaba la muerte y mi certera entrada en un “asilo”, si puedo pagármelo, cuando no pueda arreglármelas. Son los tiempos que nos toca vivir…
Maruja se acomodaría bien a esa prueba. No lo haría Libertad.
¿No es “Marujear” un morir sin saber para qué hemos vivido?
Así, Libertad se encarnó en miedos que tenía que superar. ¿Había encontrado mi madre una razón a su vida? Sentía el miedo de que la respuesta que encontrara fuera negativa cuando pululaban los signos de mi próxima orfandad.
En los momentos de vigilia de una enferma con demencia senil, me empeñaba, con cada vez más escasos resultados, en atraerla a los recuerdos de su infancia.
Cuando no podía hacerlo, me sumergí en la escritura de la mano de Libertad.
Me ayudó mucho y quiero compartirlo contigo.
Esto no es un infierno aunque todo parece indicar que lo fuera.

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