Hola hoy no les traeré la cita diaria, estoy concursando a un relato y tengo el tiempo justo para entregarlo.
Hoy les entrego: el prologo y el primer capítulo de mi novela Pá Chulo Yo.
Espero os guste.
Gracias a los 532 que visitaron ayer el blog
Gracias a ti por tu presencia
Gracias a mi Iris
NOVELA: "PÁ CHULO YO"
En memoria de Ensio
Viera Curbelo
Prólogo
Villaviciosa,
15 de enero de 2018
Ensio me sacó de
apuros; lo hizo con muchas y muchos. No necesitaba varita mágica: escuchaba,
encontraba el trapo… y lo transformaba en camiseta de marca. Me evocaba a Cenicienta.
Los orígenes de los
cuentos se pierden en épocas remotas, anteriores a la escritura. Sin embargo, nos
han llegado esculpidos por esta última.
Eran voces y oídos que
recorrían caminos, montes y mares.
La escritura es un
acto solitario que encaja en un territorio y en un tiempo.
Así ocurre con Cenicienta.
La gatta Cenerentola, de Giambattista Basile (la primera
versión escrita que conozco), era napolitana, del siglo XVI.
Han tenido más difusión
las versiones de Charles Perrault —en francés—, del siglo XVII, y la de los hermanos
Grimm —en alemán—, del XIX.
El cuento que
nos ha llegado es la historia de una niña robada, que es buena y aguanta hasta
que encuentra un hada que la pule y que pone en evidencia su valor.
Pues yo no
podía esperar al hada. Tenía que cumplir la promesa que había hecho a Ensio
Viera Curbelo de escribir su historia.
No me fue
posible en vida de este, y en los años transcurridos desde su muerte he escrito
cosas sobre él, pero me había quedado con hambre.
El pasado diciembre
recibí un mensaje de Uruguay. Era alguien que buscaba información sobre Ensio y
que me contactó porque Google le había llevado a mis relatos.
Me pareció que
se había presentado, al fin, el hada que sacaría a Ensio del olvido.
Encendí motores
y encontré más signos de la inminente llegada de esta señora.
Después nada.
No podía ya
esperar, y me dije: «Ahora o nunca. Pa chulo yo».
No puedo
esperar tantos años como los que he esperado. Ya no me quedan muchos.
Bueno, bueno…
Tengo que reconocer que no he estado solo. Ensio era un hada madrina.
Angelita
Delegación
del Ministerio de Trabajo de Las Palmas, 10 de octubre de 1982
—Busco
trabajo, de lo que sea.
—Rellene
estos impresos.
Angelita llevaba un
buen rato esperando su turno. Ensio había captado una angustia mayor, si cabe,
en unos ojos secos y cansados.
—Verá…
La peticionaria luchaba para recuperar una voz
sepultada en los requisitos de los formularios. La atención del funcionario liberó
unas entrañas que no habían encontrado sino muros.
—Estoy en busca,
captura y rebeldía.
—¿Por qué?
—Mi marido no
traía a casa otra cosa que borracheras y mala hostia. Me pegaba porque no
quedaba nada para él. Tenía que apañarme para alimentar y cuidar a nuestros
cinco hijos… bueno, cuatro; el primero no era suyo.
Ensio ya imaginaba el resto. Redactó, con cautela, una
nota que introdujo en la mano de la desgraciada: «No cuente más. 15:15 en el Río».
Angelita comprendió. El lugar de la cita quedaba cerca
de su apartamento. Al fin alguien estaba dispuesto a escucharla.
No había sido inútil su recurso a la delegación del Ministerio
de Trabajo de Las Palmas de Gran Canaria.
Era el primer día de trabajo de Ensio en Las Palmas.
—Verá… Puede
usted rellenarlos cuando mejor le venga. En cuanto los traiga le daremos curso.
Para eso estamos, para ayudar a encontrar trabajo. Ruego se retire y deje que
avance la cola.
Inútil esfuerzo. Las paredes oyen, y un jefe que había
mostrado hostilidad desde la llegada del intruso, sabía cómo utilizar esos
recursos para deshacerse de este. Lo hizo llamar de inmediato.
—Don Antonio
dice que quiere verte, ahora mismo,
en su despacho.
Era Juan, el «recadero». Un buen hombre, el único que
recibió con amabilidad al trasladado. Él también provenía del extinto Ministerio-secretaría
del Movimiento Nacional.
La simpatía mutua no había surgido, precisamente, de
una comunión con sus antiguos empleos o con el actual. Eran dos marginados en
ambos.
—Pero… hay gente esperando en la cola… —se atrevió a
insinuar el nuevo.
—Mejor que vayas
ahora. Está furioso…
Ensio se encaminó al matadero.
—Ha dejado que
se vaya, tan ancha, ignorando que está perseguida…
El poder da mucha seguridad y fuerza; la condición de
subalterno fragiliza.
—No comprendo,
lo siento.
Era una forma de ganar tiempo.
—¡Un funcionario
está obligado a dar caza a los prófugos! —sentenció la voz de la razón de Estado.
—¿Esa pobre
mujer una prófuga?
Cuestión de ganar tiempo.
—Así lo ha
afirmado ella misma…
—No sabe lo que
dice…
Ensio observaba e intuía. Sabía que necesitaba pruebas.
—¿No se lo ha comentado Juan? —El peligro hace cometer imprudencias.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Él fue quien me comentó que esa señora está loca.
El osado conocía el protocolo, aludía a un subalterno como
él —nadie les pregunta opiniones—.
La táctica funcionó. No se trataba de milagro alguno. El
testigo confirmó. Nada sabía de la mujer. Siquiera se había fijado en ella. «Todos
vienen a pedir y aquí poco hay que dar». No hacía falta poner voz a algo que
todos sentían. Sí podía, al menos esta vez, salvar a un compañero que todo el
mundo quería echar.
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