miércoles, 27 de febrero de 2019

Nuestra Cita Cotidiana


Hola hoy  no les traeré la cita diaria, estoy concursando a un relato y tengo el tiempo justo para entregarlo.
Hoy les entrego:  el prologo y el primer capítulo de mi novela Pá Chulo Yo.
Espero os guste.
Gracias a los 532 que visitaron ayer el blog
Gracias a ti  por tu presencia 
Gracias a mi Iris

NOVELA:  "PÁ CHULO YO"



En memoria de Ensio Viera Curbelo

Prólogo

Villaviciosa, 15 de enero de 2018
Ensio me sacó de apuros; lo hizo con muchas y muchos. No necesitaba varita mágica: escuchaba, encontraba el trapo… y lo transformaba en camiseta de marca. Me evocaba a Cenicienta.
Los orígenes de los cuentos se pierden en épocas remotas, anteriores a la escritura. Sin embargo, nos han llegado esculpidos por esta última.  
Eran voces y oídos que recorrían caminos, montes y mares.
La escritura es un acto solitario que encaja en un territorio y en un tiempo.
Así ocurre con Cenicienta.
La gatta Cenerentola, de Giambattista Basile (la primera versión escrita que conozco), era napolitana, del siglo XVI.
Han tenido más difusión las versiones de Charles Perrault —en francés—, del siglo XVII, y la de los hermanos Grimm —en alemán—, del XIX.
El cuento que nos ha llegado es la historia de una niña robada, que es buena y aguanta hasta que encuentra un hada que la pule y que pone en evidencia su valor.
Pues yo no podía esperar al hada. Tenía que cumplir la promesa que había hecho a Ensio Viera Curbelo de escribir su historia.
No me fue posible en vida de este, y en los años transcurridos desde su muerte he escrito cosas sobre él, pero me había quedado con hambre.
El pasado diciembre recibí un mensaje de Uruguay. Era alguien que buscaba información sobre Ensio y que me contactó porque Google le había llevado a mis relatos.
Me pareció que se había presentado, al fin, el hada que sacaría a Ensio del olvido.
Encendí motores y encontré más signos de la inminente llegada de esta señora.
Después nada.
No podía ya esperar, y me dije: «Ahora o nunca. Pa chulo yo».
No puedo esperar tantos años como los que he esperado. Ya no me quedan muchos.
Bueno, bueno… Tengo que reconocer que no he estado solo. Ensio era un hada madrina.


Angelita

Delegación del Ministerio de Trabajo de Las Palmas, 10 de octubre de 1982

 Busco trabajo, de lo que sea.
 Rellene estos impresos.
Angelita llevaba un buen rato esperando su turno. Ensio había captado una angustia mayor, si cabe, en unos ojos secos y cansados.
 —Verá…
La peticionaria luchaba para recuperar una voz sepultada en los requisitos de los formularios. La atención del funcionario liberó unas entrañas que no habían encontrado sino muros.
 —Estoy en busca, captura y rebeldía.
 —¿Por qué?
 —Mi marido no traía a casa otra cosa que borracheras y mala hostia. Me pegaba porque no quedaba nada para él. Tenía que apañarme para alimentar y cuidar a nuestros cinco hijos… bueno, cuatro; el primero no era suyo.
Ensio ya imaginaba el resto. Redactó, con cautela, una nota que introdujo en la mano de la desgraciada: «No cuente más. 15:15 en el Río».
Angelita comprendió. El lugar de la cita quedaba cerca de su apartamento. Al fin alguien estaba dispuesto a escucharla.
No había sido inútil su recurso a la delegación del Ministerio de Trabajo de Las Palmas de Gran Canaria.
Era el primer día de trabajo de Ensio en Las Palmas.
 —Verá… Puede usted rellenarlos cuando mejor le venga. En cuanto los traiga le daremos curso. Para eso estamos, para ayudar a encontrar trabajo. Ruego se retire y deje que avance la cola.
Inútil esfuerzo. Las paredes oyen, y un jefe que había mostrado hostilidad desde la llegada del intruso, sabía cómo utilizar esos recursos para deshacerse de este. Lo hizo llamar de inmediato.
 —Don Antonio dice que quiere verte, ahora mismo, en su despacho.
Era Juan, el «recadero». Un buen hombre, el único que recibió con amabilidad al trasladado. Él también provenía del extinto Ministerio-secretaría del Movimiento Nacional.  
La simpatía mutua no había surgido, precisamente, de una comunión con sus antiguos empleos o con el actual. Eran dos marginados en ambos.
­—Pero… hay gente esperando en la cola… —se atrevió a insinuar el nuevo.
 —Mejor que vayas ahora. Está furioso…
Ensio se encaminó al matadero.
 —Ha dejado que se vaya, tan ancha, ignorando que está perseguida…
El poder da mucha seguridad y fuerza; la condición de subalterno fragiliza.
 —No comprendo, lo siento.
Era una forma de ganar tiempo.
 —¡Un funcionario está obligado a dar caza a los prófugos!  —sentenció la voz de la razón de Estado.
 —¿Esa pobre mujer una prófuga?
Cuestión de ganar tiempo.
 —Así lo ha afirmado ella misma…
 —No sabe lo que dice…
Ensio observaba e intuía. Sabía que necesitaba pruebas.
—¿No se lo ha comentado Juan? —El peligro hace cometer imprudencias.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Él fue quien me comentó que esa señora está loca.
El osado conocía el protocolo, aludía a un subalterno como él —nadie les pregunta opiniones—.
La táctica funcionó. No se trataba de milagro alguno. El testigo confirmó. Nada sabía de la mujer. Siquiera se había fijado en ella. «Todos vienen a pedir y aquí poco hay que dar». No hacía falta poner voz a algo que todos sentían. Sí podía, al menos esta vez, salvar a un compañero que todo el mundo quería echar.

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