El 18 de octubre de
1775 fue liberada de la poetisa afroamericana Phillis Wheatley . Gabriel Romero de Ávila lo cuenta así: “Cuando nadie se creía que una mujer negra pudiera
ser poetisa”: https://www.vigoe.es/cultura/libros/cuando-nadie-se-creia-que-una-mujer-negra-pudiera-ser-poetisa/
Algo
similar le ocurrió también a una niña negra cuyo nombre de nacimiento no
conocemos, nacida en Senegal en 1753, que a la edad de siete años fue robada de
su tribu por traficantes de esclavos y llevada hasta Boston. El barco donde
viajó se llamaba Phillis y estaba capitaneado por un esclavista llamado Peter
Gwinn. Una vez en el puerto y puesta a
la venta, fue comprada el 11 de julio de 1761 por un sastre local de nombre
John Whitney, que buscaba una criada para su esposa. Whitney la
llamó Phillis, por el barco en el que había llegado a América, y se preocupó de
que aprendiera a leer y conociera la fe anglicana. Susanna, la esposa de John,
y sus hijos Mary y Nathaniel la cuidaron y educaron durante años, y pronto
fueron los primeros sorprendidos con las habilidades de la niña. A los doce
años ya leía textos clásicos en griego y latín, y a los catorce escribió su
primer poema, «To the University of
Cambridge, in New England», que fue publicado en el Newport Mercury. Esto demostró a la familia que se encontraban
ante una persona privilegiada y, a diferencia de otros
dueños de esclavos de la época, decidieron animarla a que escribiera
profesionalmente. Ellos sabían lo complicado que resultaba esto para una mujer,
y más siendo negra, y más aún en su condición de esclava, pero desde el
comienzo tuvieron claro que Phillis podía aportar mucho al mundo y que debían
apoyar su vocación.
En
1770 se hizo célebre por la composición de una elegía a George Whitefield,
ministro de la Iglesia de Inglaterra y uno de los principales predicadores en
las colonias. Sin embargo, los
grandes intelectuales de la época se negaban a aceptar que una esclava negra
pudiera escribir, de modo que la llevaron a juicio por plagio.
Sostenían que aquellos poemas debían ser obra de otra persona y por ello, en
1772, Phillis Wheatley tuvo que comparecer ante la Corte de Boston junto a su
dueño. La interrogaron sobre su capacidad literaria y ella, en un alarde de
conocimiento que ha pasado a la historia, citó textos completos de Horacio,
Virgilio y John Milton, en sus lenguas originales, así como los poemas que
había escrito ella. El tribunal tuvo que darle la razón y firmó un certificado
de autoría de las obras.
Por
ello los Wheatley, que seguían empeñados en que la obra de Phillis obtuviera el
respaldo que se merecía, la enviaron a Londres junto a su hijo, Nathaniel, para
que se pusieran en contacto con los grandes mecenas literarios de Inglaterra.
De este modo, la condesa de Huntingdon y el conde de Dartmouth sufragaron la
publicación en 1773 de «Poems
on various subjects, religious and moral». En la portada, bajo
el nombre de Phillis, aparece claramente que se trataba de una esclava negra
del señor John Wheatley, de Boston, Nueva Inglaterra. En el prefacio de la
obra, incluyeron el certificado de la Corte de Boston que demostraba que
aquellos poemas eran de su autoría. El 18 de octubre de ese mismo año, los
Wheatley concedieron la libertad a Phillis.
Entonces
Phillis se casó con John Peters, un tendero negro que también había sido
liberado. Tuvieron tres hijos, pero siempre vivieron en la pobreza. Ella
intentó publicar un segundo libro, pero las condiciones en las que se
encontraban las editoriales eran peores que antes de la guerra y fue
sistemáticamente rechazada. Trabajó como lavandera y criada, en unas
condiciones terribles. Dos de sus hijos murieron y su marido fue encarcelado en
1784 por sus deudas.
El 18 de octubre de 1977 ocurrió la Masacre de Aztra.
Eduardo Tamayo lo presenta muy bien: “Masacre de Aztra”: https://rebelion.org/masacre-de-aztra/
Debes pinchar. Copio algunos párrafos para animarte:
Aquella tarde del 18 de
octubre de 1977 los trabajadores del Ingenio Azucarero Aztra merendaban
tranquilamente, junto con sus mujeres y sus pequeños hijos, sin pensar siquiera
lo que les iba a suceder minutos más tarde. Esa mañana se tomaron las
instalaciones del Ingenio exigiendo el cumplimiento del contrato colectivo que
estipulaba el pago del 20 % del alza del precio del azúcar. La dictadura,
congraciándose con los Noboa, los Valdez, los Ponce Luque, subió el quintal del
220 a 300 sucres.
Entre tanto, el Gerente
General de Aztra, Coronel (r) Jesús Reyes Quintanilla, enterado de la huelga,
mantuvo contactos con el Ministro de Trabajo, Coronel (r) Jorge Salvador y
Chiriboga; con el de Gobierno Bolívar Jarrín Cahueñas; con el Gerente de la
Corporación Financiera Nacional, Alberto Quevedo Toro y con el triunviro,
General Guillermo Durán Arcentales. Con una agilidad sorprendente, el mismo día
el Subsecretario de Trabajo, doctor Arturo Gross C., declaró la huelga ilegal y
pidió al Coronel Bolívar Jarrín Cahueñas que «disponga lo que el departamento
de su digno cargo estime legal». Jarrín Cahueñas inmediatamente envío una
comunicación al Comandante General de Policía, Alberto Villamarín Ortiz, en la
que textualmente manifestó: «agradeceré a usted, se digne disponer, se proceda
al desalojo inmediato de los trabajadores de dicho ingenio que se encuentran
apoderados de la fábrica impidiendo su normal desenvolvimiento».
A las 5 de la tarde llegó
de Babahoyo a La Troncal el destacamento la Peñas, compuesto por 100 policías
fuertemente armados al mando del Mayor Eduardo Díaz Galarza. En el interior del
ingenio se encontraba el Mayor Lenin Cruz, conocido elemento represivo, al
mando de una dotación policial que desde semanas atrás se encontraba
custodiando las instalaciones.
A las ocho de la noche, el
Mayor Díaz comunicó a sus superiores que la «orden había sido cumplida a
cabalidad». El crimen había sido consumado. La Ley de Seguridad Nacional
aplicada.
La dictadura, para
encubrir su crimen, fabricó una versión -que nadie creyó- con la cual hacía
responsables de la masacre a los dirigentes laborales, e inventó un supuesto
«plan terrorista internacional». Los cadáveres desaparecieron y según se dice
fueron arrojados a los calderos del Ingenio, mientras a otros se los dejó
sepultados en el fondo del canal.
Los dirigentes fueron
perseguidos y tomados presos; se allanaron sus domicilios. La población de La
Troncal, donde la lucha de los zafreros continuaba, fue militarizada. La
dictadura desconoció a los legítimos representantes laborales e infiltró a
varios agentes de seguridad con el objeto de montar una directiva corrompida
que llegó incluso a condecorar a los responsables del asesinato.
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