Mi hijo Hércules
Con el parto de éste, el 18
de marzo de 1555, consideré que ya había cumplido con mi obligación de
dar herederos a la corona.
Temo que me equivoqué en
todo: fecundé un rival para Enrique III. Heredó el nombre de Francisco de su
hermano mayor, el difunto Francisco II; la muerte de Carlos IX acordaba al último en nacer el título de
“Monsieur”, casi de heredero, en ausencia de prole por parte del real hermano.
La envidia que sufría por unos hermanos que gozaban de privilegios
de los que él no disfrutaba le hizo más feo, antipático y traidor, la viruela
que sufrió en la adolescencia le valió el apodo de “rey de los feos”.
No puedo evitar esas murmuraciones; las hay y, desde luego, es
difícil encontrar a alguien más feo.
Enrique III es guapo y su corte escandalizó a los polacos; los
encontraban afeminados.
Lamento el rechazo que he podido mostrar al niño Hércules que tomó
el nombre de Francisco a la muerte de su hermano.
Una buena madre ayuda a sus hijos feos, sobre todo cuando éstos
están marginados por un protocolo que yo misma defiendo con uñas y dientes.
Cierto que siempre ha pesado mucho mi papel de reina.
Tengo excusas válidas, pero, tengo que reconocer que la conducta
traidora de este hijo mío me ha inspirado siempre rechazo y desconfianza.
No supe prever las intrigas de “Monsieur” y del rey de Navarra,
que, unidos a los innumerables agraviados por el fardo de los impuestos;
organizaron la conspiración de los “Malcontentos”, que pretendía que puesto que
Enrique era rey de Polonia, el sucesor de un rey Carlos de salud tan
quebrantada debía ser “Monsieur”.
Conseguí derrotar este intento de golpe de Estado y que mi hijo
Enrique III perdonara la vida a su rebelde hermano.
Guillermo de Orange supo aprovechar nuestro apuro: propuso a
“Monsieur” el trono de las protestantes Provincias Unidas de los Países Bajos.
En realidad se ofrecía un reino en el que el papel del monarca se
limitaba a legitimar con su firma las decisiones tomadas en los Estados Generales: una forma de mantener
el poder de los Orange y de provocar a
Felipe II de España.
También era conveniente para mi hijo Enrique III alejar a un
hermano conflictivo.
El 19 de septiembre de 1580 Francia firmaba con la entonces
República protestante el tratado de Plessis les Tours que acordaba la corona a
mi hijo Francisco.
Bien poco le duró el gozo al último; llegó a su reino en febrero
de 1582, se le concedió el título de duque de Brabante, empezó su “cruzada”, la
resistencia de Amberess en enero de 1583 puso fin a sus ambiciones.
Lo peor es que esta aventura costó dineros, ejércitos y vidas a
una Francia arruinada y sumergida en cruel guerra civil.
La muerte de este rebelde, el 10 de junio de 1584 dio la paz a un
Enrique III desprovisto de prole y dejaba a nuestra dinastía sin herederos.
Gracias a l@s 392 que acudisteis a la cita de
ayer: https://carlos-ortizdezarate.blogspot.com/
Gracias a Iris
Gracias a ti
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