viernes, 5 de abril de 2019

Mi amigo Maquiavelo XVII



Mi hija Margot

Fue la séptima de mis hijos; me doy tal embarazo que pensé en no tener más. Recordaré toda mi vida aquel 14 de marzo de 1553, día en que nació esta niña cuya visión me asustaba por los síntomas de debilidad que ofrecía la criatura.

Fue reponiéndose su salud, pero la niña no me quería. Todos mis esfuerzos para atraerme su afecto encontraban rechazo.
Tiempos muy duros, creo que para ambas.

La naturaleza humana es fuerte y, a medida que crecía, una niña fea por la fragilidad se transformó en una belleza.
Pese a las circunstancias vigilé muy de cerca la educación y me aseguré, como hacía con todos mis hijos de que estuviera preparada para reinar.

La reputación de la hermosura, elegancia y sabiduría de la princesa atrajo propuestas matrimoniales que examinamos con cuidado; Felipe II, que había enviudado de mi hija Isabel el 3 de octubre de 1568.

También el rey de Portugal deseaba casarla con su hijo.
Yo prefería el matrimonio con Enrique, príncipe de Francia y rey de Navarra.

Consideraba que era una alternativa de apaciguamiento en las Guerras de Religión y una alianza frente a las ambiciones de los Guisa. Esta alianza tardó más tiempo de lo que yo hubiera deseado en concertarse; era un peligro y mi vigilancia no estaba a la altura de las circunstancias; en la primavera de 1569 se conjugó la traición del cardenal de Lorena, la irresponsabilidad de una hija que escucha más sus apetencias sexuales que los deberes que le impone su nacimiento y por supuesto, la ambición de  unos Guisa disfrazada por la defensa del tierno amor contraído entre su vástago Enrique y la casquivana hermana del rey.
Tanto yo como el soberano infringimos severos castigos a la descarriada; no fueron suficientes para apagar la pasión amorosa. Tuvimos que recurrir a extrema vigilancia.
Margot enfermó en diciembre. Nos asustamos y el rey y yo nos turnábamos a la cabecera de su cama, en claro desafío a la epidemia de fiebre púrpura que se nos había metido en la corte.

Desde que la enferma empezó su recuperación nos trasladamos a Angers.

Reforcé mi correspondencia con la reina de Navarra.
Era cuestión de reforzar, puesto  que éramos viejas conocidas, habíamos compartido excelentes relaciones con mi suegro, Francisco I, con la hermana y la tía de este, respectivamente Margarita de Navarra y Margarita de   , lecturas de Maquiavelo…

Pero ambas estábamos atrapadas en los gobiernos de territorios salpicados por esta condenada guerra de religión  y de poder dentro y fuera de nuestras fronteras. Tanto la una como la otra lo sufríamos en nuestras carnes.

La reina de Navarra y yo no necesitamos preámbulos para concertar la boda de nuestros hijos. La reina Juana murió el 19 de junio de 1572; a algo más de un mes de la boda.

¡Una lástima!, me dejó sola frente a los dinamiteros que causaron el derramamiento de sangre que se produjo en aquellas trágicas bodas que comenzaron con muy malos presagios el 18 de agosto de 1872.

Las malas lenguas pretenden que yo hubiera envenenado a mi futura consuegra o que de mí hubiera surgido la orden de matar a los protestantes asistentes a unas nupcias  en las que tantas esperanzas de paz habían puesto.

Las grandiosas fiestas de tres días  que con tanto celo había organizado para el evento solamente gozaron de un día de esplendor, si omitimos los intentos de los contrayentes para aguarnos el gozo desde el principio. Margot se obstinaba en proclamar su catolicismo y su hermano el rey tuvo que obligarla para que pronunciara el “sí quiero”. Enrique se negó a asistir a la misa.

Nada de extrañar que, al día siguiente el almirante Coligny fuera víctima de un intento de atentado.
Después todo se torció y se produjo la terrible masacre de la noche de San Bartolomé.

¡No quiero recordar aquella cruel matanza en que las sañas me metieron!

Gracias a l@s 378 que acudisteis a la cita de ayer: https://carlos-ortizdezarate.blogspot.com/
Gracias a Iris
Gracias a ti

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