Seguiré concursando
pese a los palos que recibo. Aquí te pongo uno de los desechados. Agradecería
opiniones. Gracias a l@s 529 que acudisteis a la cita de
ayer: https://carlos-ortizdezarate.blogspot.com/
Gracias a Iris
Gracias a ti
— ¡Isabel Carlota nos invita a sus “nupcias”!
Walter “sabe” que la noticia es un argumento para
despertar a Eileen.
Es un “sabiondo”.
La bella durmiente continúa su sueño.
La de la fiesta hace gala de su soledad en un
apasionado abrazo al algarrobo que tiene en el jardín.
—El trece de diciembre de 2007 te encontré.
Llevamos once años. Ya he enviado las invitaciones
para la fiesta—da un grito de niña emocionada— ¡Se van a enterar! ¡Te quiero!
Isabel Carlota no es madrugadora. Se despierta
temprano y se echa sus cuentos y cuentas hasta que decida levantarse.
Hoy lo ha hecho a las seis y media por la ilusión
que le ha despertado la idea de organizar una fiesta que deje marca en su grupo
de whatsapp; siete jubilados de Santa María
de Todas Partes y una aborigen, unidos cuando decidieron abandonar las clases
de esperanto, en Cheste.
Ellos y ellas se encontraron en la divergencia. “¿Para
que una lengua muerta más?” Se dijeron.
Pero se quedaban sin razón para reunirse.
“¡Haremos concursos de fiestas: una forma de rendir
homenaje a la vida!” había sugerido Eileen, la yanqui que había unido el grupo.
Isabel Carlota es gabacha, más exactamente
parisiense y pese al disimulo, el Chanel se ha quedado en su cuerpo gentil.
Pero las fiestas de Eileen siempre se llevan la
palma: tiene con qué pagar sus facturas y a su “querido Walter”.
Corren rumores de que él sería el origen de la
holganza económica que goza la pareja…
“Hare la fiesta de la soledad compartida”, había
pensado Isabel Carlota, a las cuatro de la madrugada.
La maduración de la idea ha tardado tres horas en
llegar.
No hacía falta, definitivamente, de tanto tiempo.
Hoy es el 11 aniversario del día en que la recién
jubilada gabacha paseaba su soledad en su viejo Citroën y encontró la llamada
del algarrobo abandonado en el pequeño jardín de una destartalada casa que
tenía el cartel de venta.
Pudo adquirir la propiedad con sus escasos recursos.
Desde entonces conviven tres soledades, la de ella, la del algarrobo y
las de las tres o cuatro cabras del vecino que se auto invitan.
Ya es razón suficiente para organizar una fiesta.
La especie está en alza, pese a que su cultivo está
subordinado al de la vid y al de regadío.
Se está valorando su capacidad de adaptación a los
efectos del calentamiento global y descubriendo sus cualidades salubres para la
alimentación humana.
“Todos los platos serán elaborados a partir de mis
propias algarrobas”
Se dijo Isabel Carlota a las seis de la madrugada.
A las siete ya había enviado la invitación.
El árbol se entera a las ocho.
Raquel ha decidido vender las empanadillas que hace
su madre.
Usa el grupo de whatsapp, Twitter…
Ella es valenciana y aprovechaba el paro para
aprender esperanto.
Sigue preguntándose por que se metió al grupo de
los disidentes.
Claro que lo pasa bien con los guiris, pero nada de
nada en el asunto de entradas financieras.
Se arreglan
en su casa; ya están acostumbrados y, de vez en cuando, sale algún
chollo.
Hoy se siente especialmente deprimida: ¡no vale
para vender!
Son las 10 de la mañana. El mensaje de la
invitación solamente ha sido leído por Walter.
Andrew es madrugador. No conecta con el mundanal
ruido hasta mediodía, cuando necesita un descanso en su búsqueda del “lector perdido”.
Johanna es la segunda en leer la invitación. Nada
de correos o atender llamadas antes de
baño, desayuno, paseo y lectura de la prensa diaria.
Es muy respetuosa con el orden de llegada y pasa de
las empanadillas de la madre de Raquel.
Lo del algarrobo suena más interesante.
—Anoche mismo dio prueba de su falta del sentido de
recato.
Son las
primeras palabras que dirige la italiana a una yanqui despertada por inoportuna
llamada.
¡Cuánto lamenta la última su manía de tener el
móvil bajo la almohada!
— ¿De quién estás hablando?
Dice una Eileen tentada.
—La Isabel Carlota…
Hablaron un buen rato sobre esa cursi descocada y
sobre las empanadillas de la madre de Raquel.
10 de la noche. Las cabras se han ido atraídas por
la sal que les da su dueño antes de acostarse.
Isabel Carlota siente frío, pese al cobijo que le
brinda el algarrobo.
Poco a poco va metiendo en la cocina los manjares
cuya preparación se ha llevado tanto de su tiempo e ilusiones.
“No pasa nada. Hemos tenido nuestra fiesta”
Se dice, aunque se tiraría a llorar como cuando era
niña.
Cuando da al interruptor para iluminar la cocina se
encienden todas las luces.
— ¡Sorpresa!
Allí están todos los invitados, incluida Raquel,
pese a que no ha logrado vender las empanadillas cocinadas al amor de la lumbre
de leña de algarrobo.
Fiesta ha habido.
Se hubiera dicho que Eileen fuera la anfitriona.
Eso sí, todo quisqui se ha llevado un hijo del
algarrobo para plantar en sus jardines.
“Los nietos de nuestros nietos dejarán semilla en
Cheste”
Susurra Isabel Carlota a su algarrobo cuando les
han dejado, al fin, solos.
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