La librería Ojanguren
Anoche
me llamó Isabel Campo Viejo. Ahora tengo que poner dos apellidos para nombrar a
mi vieja amiga, compañera de sueños y fatigas, y personaje de tres de mis
obras. Conocí a dos Isabel más en Literania, mi primera experiencia en acciones
de la cooperativa de escritores Proust.
Cualquiera
de las tres es grande, aunque la primera sea bajita, y ahora tengo que agregar
apellidos para evocarlas.
La Campo
viejo era cartera de Reinosa cuando me instalé en la villa cántabra para seguir
de cerca la cimentación de la Fundación Molino de Cañeda en la propiedad que
acababa de comprar, que se encuentra a dos kilómetros.
Ahora
es directora de una sucursal de Correos en la capital de la provincia. El
ascenso nos ha distanciado. No se trata de reducción de la amistad, no. Es la
responsabilidad de gestionar un caos. Hacía una decena de días que no habíamos
hablado. Unos cuantos kilómetros separan Santander de Villaviciosa.
Normalmente
llama por la mañana, trabaja en el turno de tarde. Ayer me llamó a las 22,30.
Me disponía a llamar a Iris por el fijo cuando me entró su llamada por el
móvil. No era el momento, pero yo siempre respondo.
-
¿Ya
sabes lo de Ojanguren?
-
Sé que
están pensando en cerrar.
-
Ya han
cerrado. Acabo de enterarme por la prensa. Me ha dolido mucho.
Isabel es asturiana. Estudió en Oviedo. Evocó
las tardes que había pasado en el “disfrute del olor, el tacto y la visión de
los libros” que le ofrecía la librería decana de la capital del Principado.
Mis recuerdos no se remontan a tanto. Desde la
publicación de mi primera novela, Ojanguren y Canaima, en Las Palmas, son las
librerías que venden mis libros, aunque recientemente he descubierto que la
librería guatemalteca Sophos tiene gran parte de mis publicaciones.
No puedo quejarme; es un lujo. Una pena que nos
separen kilómetros y mares. Hay otras librerías que venden mis obras, ayer
mismo descubrí la valenciana Patagonia. Sabía que, en la misma ciudad, Leo
también me ha abierto sus puertas.
Soy de los convencidos que la escritura no es
un acto solitario. Tenemos que unirnos tod@s l@s que participamos para que la obra
llegue a l@s lector@s. El día que lo hagamos seremos más fuerte que los medios
poderosos.
Los últimos no se han tomado la molestia de comprobar la
información. Ojanguren sigue abierta hasta septiembre. Lo he comprobado esta
mañana con una simple llamada telefónica.
No me ha tomado mucho tiempo. Es difícil
comprender que los medios de comunicación no se tomen la molestia. Es más
rentable lamentar un cierre que no se ha producido.
Una lástima. Yo me llevé un buen disgusto. No
tengo los recuerdos de Isabel. Tengo los míos y Ojanguren siempre ha sido el
distribuidor de mis novelas en Oviedo. Es un orgullo. Hoy me siento más
tranquilo. Sé que me dejarán en buenas manos.
Cuando llamé a Iris me sentía muy triste, por
Ojanguren y por mí. La publicación de “Catarsis” me da malas vibraciones. Han
surgido retrasos en la puesta en venta, aún no está en la tienda de Proust o en
Amazon. La noticia que me daba Isabel era la gota que colma el vaso.
Hoy las malas vibraciones han sido difuminadas,
pero ayer jugaron un papel más grande del que debían en mi conversación
telefónica con Iris. No basta con lamentarlo; hay que poner remedio, como hizo
ella cuando el gato destruyó su teclado.
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