El Pico Bolívar y El Salto Ángel.
A mediados de marzo mi Carlos culmina Catarsis y nuestra
unión se fortalecía. Emprendimos la aventura de concursar en
Freeditorial, en tres días obtuvo más de
1000 descargas.
A finales de marzo comenzamos a
conversar telefónicamente. Carlos sentía miedo de telefonearme. Al
oír por primera vez mi tono de voz, se
sosegó. Nuestras conversaciones son muy fluidas y armoniosas
Julio del 2005 dos
amigos malagueños y yo
corríamos desesperados por los
pasillos del aeropuerto Roissy, para
tomar el vuelo hacía Maiquetía.
La maletas de mis compañeros no estaban en la cinta de
quipajes a nuestra llegada a Caracas. Ana, malagueña, muy malagueña ella,
dicharachera y agradable sebtenció.
-
Lo siento Iris,
sé que es tu país; llegamos a Caracas y se pierden las maletas. ¡Vaya como nos reciben! En España estás cosas no
ocurren
Así que tuve que aguantar el chaparrón de
histeria de mi amiga.
Su esposo, Pedro,
averiguó en reclamos, e informaron que las valijas se encontraban en Madrid. La aerolínea otorgó un kit de apoyo (una camiseta, un pantalón
corto, un peine, un cepillo de dientes) y el equivalente a 100 dólares en
bolívares.
En vano había advertido con antelación suficiente que
llevaran solamente equipaje de cabina. El motivo del viaje a Venezuela era visitar
la s cascada más alta del mundo (El
Salto Ángel) y el pico más alto de Venezuela (Pico Bolívar),
el primero ubicado al Sur de Venezuela
Estado Bolívar anclado en la Selva amazónica, en el parque Canaima y el
último al oeste del país en la cordillera andina- Mérida.
Trasladar grandes maletas
para un viaje de aventura, sería
incómodo y poco práctico. Mis amigos no acataron mi consejo.
El extravío del equipaje supuso un problemón. Teníamos
contratado un tour para el Parque Nacional Canaima
por 6 días.
Al siguiente día, el único vuelo hacía Bolívar salía a las 8
am y las maletas de Pedro y Ana llegaban
a las 18 horas.
El tour operador accedió a regañadientes invertir los destinos, primero viajaríamos a Mérida a nuestro aire y luego a
Canaima.
Recuperado el equipaje, pretendimos comprar
tres billetes aéreos hasta
Mérida, estaban agotados hasta nuevo
aviso.
Propuse viajar en
autobús, mis amigos, unos miedicas, se rehusaban por considerarlo peligroso.
Consultamos precios
en la única oficina de alquiler
de coches en el aeropuerto.
El coste era cinco
veces mayor al de España y no había
vehículo disponible hasta el mediodía
del siguiente día. Nos pareció un exabrupto. La señorita de la agencia, una
jovencita muy guapa y atenta, sugirió:
-
mi padre tiene
un coche muy bonito y puede traspórtalos a Mérida y
servir de chofer en todo el viaje, por menos de la mitad, él posee
alojamiento en Mérida.
Accedimos, en efecto, un cochazo americano nuevo, muy cómodo, el chofer (Jorge) amable,
educado y conocedor de la geografía
venezolana.
Una vez en Mérida, un Estado Andino, turístico, organizado y de gran encanto paisajístico, visitamos
primero el famoso mercado del centro. Ahí la historia cambió.
Nos encontramos unos excursionistas madrileños, que igualmente iban a subir el Pico Bolívar, uno de ellos exclamó
-
¡Qué chollo es
viajar por Venezuela: la gasolina regalada,
el alquiler del coche irrisorio, la comida súper barata!
Pedro no pudo reprimirse
-
¿Cómo que económico
el alquiler?. Tío ¡cinco veces más caro!
El madrileño no salía de su asombro
-
¿Pero que
dices malagueño? Nosotros alquilamos un
coche en Maiquetía por nada y menos, nos atendió un chaval muy majo.
Rápidamente caí en cuenta
que habíamos sido víctimas de una
estafa. La chavala que estaba de turno
en la agencia, exageraba el importe y mentía sobre la disponibilidad
de los coches, así garantizaba trabajo para
su generoso padre que ofrecía
un excelente servicio por mitad del precio.
Comparamos costes con
los madrileños y el afable conductor nos
cobró cuatro veces más. A este tipo de pillería se le conoce en Venezuela como “ la viveza criolla” que ha bañado en
corrupción a un país entero.
De ipso facto llamé a Jorge y le reclamé. Éste, abochornado y turbado, imploró:
-
Por favor, no
denuncie a mi hija, ella precisa de ese
trabajo y yo también. No les puedo
devolver el dinero. En mi hogar hay mucha penuria-
Abrió las puertas del
coche nos mostró unas fotos de un niño discapacitado
-
Es mi hijo, el
necesita una medicina muy costosa que importamos de EEUU, y una
silla de ruedas.
Le pregunté en tono fuerte
-
¿ Por qué
compras un coche cómo este y no una silla ruedas para tú hijo?
Jorge suspiró, con
rostro desencajado respondió
-
El coche no es
mío, es de mi patrón, un médico cirujano plástico que vive en New York. Tiene
su casa en el Country club, pasa el invierno en Caracas. Yo soy el jardinero,
el chofer y el que le cuida la casa.
Añadió
más tranquilizado:
-
Soy
mecánico y altero el contador del
kilometraje. Por 15 años fui conductor
de los autobuses Expresos Occidente; por eso conozco al dedal muchos de los escondrijos de
Venezuela.
Ya
tenía el camino allanado para rematar:
-
Por la
virgencita del Carmen y este puñado de cruces, se lo juro. De regreso
le presento a mi niño, ¡se lo juro!
Yo no sabía si creerle o no, ¿pero qué podíamos hacer? si
ya habíamos pagado… Continuamos las
estancia con el chofer embaucador.
El fraude fue compensado por
los sublimes paisajes andinos, la
exquisita comida, la cordialidad de su
gentilicio y el privilegio de visitar unas de las montañas más altas del mundo.
De regreso a Caracas,
el conductor nos llevó a su casa, una chabola de chapa oxidada, al lado de
una cañada mal oliente contaminada con
aguas negras. Adentro Miguelito, un niño
discapacitado de 12 años, que a pesar de su desgracia, reía y reía. Todo en él
era amor, su ternura borró cualquier
enojo con el padre, que era un fullero de mucho cuidado, pero un padrazo digno
de admirar.
Sí, “la necesidad es ingeniosa y a veces deshonesta “
Sí, “siempre se coge más rápido un mentiroso que un cojo”.
En la próxima cita les
narraré que aventuras vivimos en el Salto Ángel.
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