Julen y
yo
Laura dijo que debía llevármelo cuanto antes.
Era mi nieto, como hijo de Bachiva y de Guaye, mascotas recogid@s por la que
era mi “jefa de logística del hogar” y por mí. Bachiva es galgo canario. Era
una cachorra y un energúmeno estaba torturándola con ayuda de un cigarrillo
encendido que quemaba las carnes del aterrado animalito.
El sinvergüenza nos la dio por 50 euros. Fue
largo el proceso de curación sicológica. Bueno, aún tiene miedo, aunque conseguimos que
confiara en nosotr@s.
Laura rescató a Guaye un 22 de diciembre. El
animal se había refugiado bajo un coche. Antes de abandonarlo le habían
maquillado. Curiosa despedida.
Laura atravesó la calle. Estuvo a punto de ser
atropellada. La emoción ocupó su mente y no cesó en su empeño hasta que logró
el rescate.
Lo recuerdo muy bien. No paraban de estallar
petardos y el estruendo asustaba al pobre animal. Laura acababa de cumplir 69.
Hace ya un montón de años.
Esta mujer había sufrido una vida dura, en la
calle desde niña. Fue rescatada por un alma caritativa, ella no hablaba mucho
de esa persona, sé que engendró su primer hijo, pero también hizo de ella su Pigmalión. Era tanguista con buen
cachet cuando se embarcó para Las Palmas; con la paga y el alterne vivía como
una señora.
Luego no quedó sino el alterne, y cuanto más
vieja más bajaba su cotización. Los dineros se habían ido con la misma
facilidad con la que los había ganado. La conocí en la barra del Rialto, un bar
cercano a mi domicilio y al suyo. Siempre tomaba cerveza con brandy.
En Las Palmas siempre he contratado prostitutas venidas a menos para cuidar de mí
y del apartamento. Con lo expuesto se comprende la razón. Casualmente,
Angelita, había dejado de trabajar porque descubrió que era viuda y como no
había habido divorcio o separación de su torturador, encontró una pensión y con
esta y algún apaño, tenía para vivir.
De pronto se me ocurrió que Laura podía ser su
sustituta. Gran acierto. Estas mujeres son muy agradecidas. La prueba es que
Laura fue la jefa de logística de mi hogar hasta que me fui de Las Palmas.
Compartíamos a Guaye y a Bachiva. Por turnos se quedaban en mi apartamento y en
el de Laura.
Poco antes de mudarme a la Península, Bachiva
se quedó preñada de su compañero. Formaban una pareja admirable. Ya no podíamos
separarlos y se quedaban en casa de Laura.
La última noche que pasé como residente en el
Archipiélago, Laura me trajo a Bachiva. La pobre me miraba como si supiera que
los abandonaba. No era abandono. Se quedaban con Laura y yo consideraba que era
más útil en la Fundación Molino de Cañeda, que me disponía a crear tras mi
jubilación voluntaria.
No sé si Bachiva me comprendía. Estoy seguro
que lo hizo cuando prometí que me haría cargo de su prole. Solamente nació
Julen. Laura me contaba, por teléfono, que aburría a sus padres. No se cansaba
de jugar. Pasó casi un año hasta que volví a Las Palmas. Laura me lo trajo y
dijo.
-
Me voy. Volveré cuando os hayáis ido.
-
Pero…
Consideraba una crueldad. Laura tenía razón.
Era el procedimiento más adecuado. Julen se hizo a mí sobre la marcha, como si
su madre le hubiera comunicado mi promesa. Desde entonces no nos hemos
separado.
Ya somos viejos ambos y él se ha amoldado a mi
vida colgado del ordenador. Nunca protesta. Pasa las horas mirando las calles
semidesérticas visibles desde el ventanal.
A veces escucho las voces de sus visitas
humanas. Vivimos en el entresuelo y nos separan del césped unos tres metros.
Pasan de mí y puedo seguir escribiendo.
No soy tan bueno como piensa Iris. Ya he
comentado que Julen aburría a sus padres; no se cansaba de jugar. Ahora ya no
lo hace porque siempre le llevo atado. Ataca a los perros machos. Es un
problema que no he sabido cómo resolver de forma humanitaria. He condenado al
pobre a pasear atado en corto.
Hay algo más. Cierto que es muy inquieto, que
tiene mucha fuerza y que tira de la correa; especialmente cuando voy cargado.
Ahora he mejorado de los dolores articulares que me provoca el tratamiento para
dormir el cáncer, pero cuando eran más fuertes llegué a plantearme mi capacidad
para conservarle a mi lado.
Ya pasó y no creo que el planteamiento fuera en
serio. Debo admitir, sin embargo, que la duda pasó por mi mente en varias
ocasiones, cuando él se empeñaba en tirar y los dolores eran más fuertes.
Ya he mejorado y Julen tira menos. Pero tengo
que reconocer que no se priva cuando saco dinero del cajero o me dispongo a
pagar. Todo el mundo se ríe y yo me cabreo.
Ayer tiraba hacia la carretera. Pasaban coches.
Me puse histérico y le pegué un tirón que le arrastró contra la acera. Cojeaba,
felizmente ya ha dejado de hacerlo.
Cuando su gato destruyó las teclas del
ordenador de Iris no hubo cabreos ni lamentos por perder una herramienta tan
necesaria. Iris reía cuando me lo contaba y usaba su energía para buscar
alternativas de reparación.
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