Mi matrimonio, mi divorcio.
Sí, Mr. Hyde hizo de las suyas. El muy canalla había hecho su agosto; se escondido detrás
de la puerta, en sigilo, se descojonaba de risa y musitaba “vaya par de tontos, por lo que
riñen”
Todos tenemos
nuestro toque de histeria, Carlos el suyo y yo el mío. El día de la desvanecía,
atendí a Carlos en el teléfono fijo con una fiebre cercana a
los 39° grados, y en parte
dopada por los analgésicos. Él no lo sabía, hoy se enterará. Quizá, eso
podría explicar algunas expresiones. De
mi parte el incidente está zanjado.
Nuestro romance es bonito, un poco excéntrico o extravagante como dice Carlos.
A inicios del
nuevo milenio contraje matrimonio con
Peter, mi profesor de la asignatura de Doctorado “Sistema Financiero”. Un
cordobés educado, culto, carismático,
caballista, asesor de Bolsa y bancos. Formado en Inglaterra, afincado en
Málaga, con una maraña de divorcios y
líos de faldas a su espalda. Su familia y amigos no daban un duro
por nuestro casamiento, conocían al personaje.
En el 2002
Pedro presidia una agrupación exitosa de
excursión a caballo en Málaga. Montando uno de sus caballos, ataviada de bata
de cola, le acompañaba en la feria malagueña.
Esa noche cenamos en la Venta San Cayetano con los
jinetes y amazonas. Dos días después, la asociación, en reunión secreta, con
asistencia masiva, lo destituyó como presidente. Yolanda, amiga de Pedro, tajantemente sentencio una letanía
-
Peter
es muy autoritario. No somos niños de parvulario. Merecemos respeto. Parece un
militar. Estamos hasta los cojones
Los amigos lo
apodaban “el general”
Tres meses después la asociación se extinguió; quien asumió la presidencia
defalcó los fondos.
En el 2008, en un cena familiar, mi cuñado Manolo, un ex cura y profesor, me abrazó
-
Gracias
Iris; has hecho milagros con mi hermano, ahora es un tío más centrado, más humano.
-
Ese año mi padre fue diagnosticado con cáncer terminal
de hígado, consecuencia de su alcoholismo. Mi vida fue un ir y venir a Venezuela. Fidel
precisaba de mi sangre .Pedro y yo compartíamos todo, teníamos una perfecta
alianza en lo económico y académico. Mi ausencia complicaba la tramitación de
un negocio. Firmé unos documentos
para agilizar gestiones ante el banco y Hacienda. Así lo
creía. Nada más lejos de la realidad, ese poder notarial, años posteriores me despojaría de mucho.
A pesar del
carácter endemoniado de Peter; en la convivencia diaria no hubo insultos, ni
gritos, ni melodramas, compartimos siempre la afición a viajar.
En el 2011 nos distanciamos, le imploré tratarnos con una psicoterapeuta de parejas,
él se negó. Pedro sufrió en su infancia de carencias afectivas y económicas;
estudió en un internado de curas que dejó en él
profundas huellas psicológicas.
De ahí la necesidad del control y del
dominio.
Mi intuición de
mujer sabía que ese matrimonio se
desmoronaba. Mis problemas de sueño que padecí en la infancia, regresaron con
una impudicia inimaginable. El médico de cabecera recetó 1mg diario de lorezepam, una de las benzodiacepina menos aditivas.
Tres años después, en un hotel al Sur de Latinoamérica,
Pedro, ausente; solo prestaba atención
a su teléfono inteligente. Al dormir,
revisé su móvil, nunca lo había hecho, necesitaba saber la verdad y la
encontré, superó mi imaginación, quedé destrozada
Hice mis maletas y tomé un avión hacia Caracas, en
Maiquetía, mi gran amigo Alberto Quiroz y Alicia, su esposa, me recibían con dos rosas una roja
y otra blanca.
Me alojaron por un mes en su hermoso hogar en el este
de Caracas. Quiroz me brindó ayuda psicológica para superar el duelo de la
separación. Experimenté una etapa de mucho rencor, de llorar océanos y luego
entré en una fase de perdón, primero para mí y después para él.
No he regresado a Málaga desde 2014; allí quedaron todas mis pertenencias.
Esa unión no se terminó por las terceras personas; los miedos, la baja
autoestima, la falta de comunicación, tiempo y atención, destruyeron los sueños
que alguna vez dibujamos.
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