Salto el Ángel
- Kerepakupai Vená
Las casi 700 visitas
al blog de Carlos después de un rifirrafe tuitero entre mi compañero y yo, además de sorprenderme, da mucho que
pensar ¿Qué tipo de cultura demandan
nuestros twitteros?
Julio del 2005
En el aeropuerto del
Estado Bolívar, pequeño pero lujoso; suelos y parte de las paredes de mármol. En
la pista, un grupo de 10 personas médicos socios y dueños de una clínica, con
sus parejas. Nos esperaba una avioneta para
trasladarnos al Parque Nacional Canaima.
El paquete de 5
noches, seis días, incluía todo menos
las excursiones de del último día; No
soy de viajar con tour pero Ana y Pedro se sentían más cómodos.
Desde la ventanilla de
la avioneta miraba extasiada la vista
aérea del río Choroní, estaba en mi
salsa; la aventura.
En Canaima nos esperaban
tres coches todo terreno; nos
trasladaron al campamento integrado a la
laguna Canaima. En el trayecto pararon
en un mirador. Admirar la
majestuosidad de paisaje abstraía mis sentidos; extensas cascadas con tal
exuberancia de agua como salidas del Edén.
Al siguiente día, la
guía, Amaica, una delgada, alta y risueña
pemona, nos llevó a una
tienda grande de souvenirs. Ella no
entró. Los dueños eran un matrimonio canario. Ella dulce y amable de mirada
triste, él un hombre seco y respetuoso en el trato.
Yo echaba un
vistazo a las curiosidades de la tienda, decidí adquirir un palo de lluvia, un recuerdo
obligado a comprar si visitas la selva.
Repentinamente oí una voz fuerte
azuzando:
-
Fuera de aquí engendros. Basura indígena que solo molesta
a los turistas ¡que harto estoy!
Dos niñas penomas
entre 6 y 7 años lloraban, Pedro
y yo nos acercamos e intervinimos, yo
sujeté las niñas a mi cuerpo.
La esposa del canario imploró:
-
No grites a las peques, ellas vienen porque les regalo
chupa chups
El canario sentenció:
-
Me dan asco los indios, invaden mi espacio
Le repliqué fuertemente
-
No señor, son ustedes quienes sustrajeron la tierras
de nuestros nativos.
Me retiré del lugar. Afuera, la acompañante o querida de uno de
los médicos me explico con aires de saberse posesora de la “razón de
Estado”:
-
Iris; son
indios, son muy ladrones, hay que dispensar
ese trato o peor.
Respondí sin tacto.
-
¿Te has mirado en un espejo? El color de tu piel, tu
rostro angular, el cabello liso y negro como un azabache ¿De dónde crees que lo
heredaste?
La mujer estupefacta
respondió:
-
Yo soy tan blanca como tú, pero sin ojos verdes”-
Murmuré- Tonta del culo.
El paraíso de Canaima
había mostrado su lado obscuro.
En la tarde de ese día visitamos el salto el
Sapo, una de las 7 cascadas de la laguna Canaima. La excursión residía
en pasar por detrás de la caída
de agua. Advertí a Pedro que no llevara las gafas. Nuevamente, éste hacía caso omiso a
mis recomendaciones; la fuerza del agua lo
despojó de sus lentes y de una de sus pantuflas playeras.
De regreso, caminamos unos 15 minutos por la
selva. Pedro con su pie descalzo,
prometió seguir mis instrucciones. Yo nací en la ciudad pero me críe en el
campo, conozco los caprichos del monte y distingo un árbol del otro.
En el campamento, una suculenta cena potenció nuestros ánimos. Las mujeres del
grupo hablaban de las marcas de zapatos y de ropa. La estulticia de sus
diálogos no me animó a participar en la
conversación. Ana se adaptaba mejor al grupo que yo.
En el
tercer día estaba programada la visita al Salto el Ángel. Nos despertaron a las
cuatro de la mañana. Ana y Pedro portaban una indumentaria como si
visitaran un centro comercial. En buen
tono exigí cambiar de ropa:
-
Pantalones, camisa larga y sombrero, untarse protector solar y repelente para
mosquitos, proteger la cámara con bolsa plástica, usar calzado deportivo de
montaña y chubasquero- era una orden.
Adentro de las barcazas de madera (curiaras)
con motor incorporado, advertí al resto
la necesidad de usar repelente y un calzado adecuado. Se rieron, a su
vez les indiqué que no estaba dispuesta
a compartir el mío cuando la plaga de insectos se los comiera. Esos
médicos con sus amigas de turno, se comportaban como niñatos. Los dos
guías Amaica y Juancho, mitad indio y
mitad holandés, confirmaron mis sugerencias.
Después de haber remontado los ríos Carrao,
y al salir de un meandro cerrado del
Churún; cuatro horas y media en la canoa
motorizada , llegamos a la isla Ratoncito, desde donde se puede subir por un
atajo llamado sendero Ángel hasta el mirador Laime, justo en frente del Salto
Ángel. Es una caminata difícil; una hora
y cuarenta cinco minutos aproximadamente, subiendo por la selva. El
suelo selvático no es de tierra,
está cubierto de raíces entrelazadas entre árbol y árbol. Hay muy pocos claros con tierra. El grupo experimentó
dificultad; sus pantuflas playeras, sus rostros
y cuerpos lastimados por el sol y
la picadura de mosquitos impedían
el ascenso por la montaña.
Frente al Kerepakupai Vená sentí una paz que
pocas veces he percibido; contemplé la catarata con profunda admiración. Es una
visión espectacular; un paisaje único. Desde tiempos inmemoriales ha sido la
cuna del panteón indígena. Es el salto de agua más alto del mundo; el caudal
acumulado por las lluvias se precipita al vacío desde una altura de un
kilómetro. Es 17 veces más alto que las cataratas del Niágara, el agua llega al
suelo en forma de lluvia y crea un ambiente fantasmal que confiere un aspecto
etéreo.
Ahí le comenté a Amaica que los dos días
restantes me quedaría en el campamento, no iría a ninguna excursión más con
esos pijos.
Pregunté si podía ir con otro grupo.
Ella respondió
-
No. Todos son irrespetuosos;
yo tampoco los tolero. Te propongo ir a mi poblado; mi gente y yo estaremos muy agradecidos con tu visita.
¿Por qué agradecidos?
Tú defendiste a dos de los nuestros
¡Ah las pequeñajas!
Compartí
dos días extraordinarios con los
pemones; aprendí a hacer cazabe, vi un rito de iniciación a la pubertad con hormigas, del
hermano de la guía. El piache o brujo me regaló un amuleto para ahuyentar los malos espíritus.
Ana y Pedro fueron a la excursión de los
cristales, el último día permanecieron en el campamento.
De regreso
a Caracas, Ana confesó que en
varias ocasiones se sintió muy incómoda con las barraganas de los galenos; una
de ellas, que usaba pronunciados escotes y de grandes tetas, coqueteaba
atrevidamente con Pedro.
Mis compañeros de periplo regresaban
a Málaga a preparar la boda de su
hija, yo me quedé por un mes más en Venezuela.
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