domingo, 11 de junio de 2017

Nuestra cita cotidiana

Mi primera vez
Palo Gordo 7 de junio de 2017

Carlos me llamó a las 5 de la tarde, 23 de la península. Su voz no era la misma,  parecía  angustiado: algo no marchaba. Pensé en preguntar si  se encontraba  bien. No lo hice; hablamos   de muchas cosas,  todas importantes. Carlos bromeaba “Mi niña, llegaremos a la catarsis XIV para cuando puedas venir.  
Hoy, 8 de junio, leo un correo en el que Carlos me explica  que  estuvo escribiendo  sobre  lo mal que se sentía  por la llamada de Isabel antes de llamarme a mí. Mi oído intuitivo de mujer no se equivocaba; las mujeres distinguimos los mil llantos del bebé, es parte de la maravilla de ser madre. Así me vino a la mente julio de 1998.
El movimiento U-27 fue implosionado. Me sentía afligida  y hasta cierto punto responsable. La  mayoría de mis compañeros de último de carrera  fueron expulsados.         Me hallaba en una fría sala de espera  en Maiquetía (aeropuerto de Caracas), esperando el vuelo hacía La  Habana. Anunciaron  un retraso de una hora.  Saqué una revista, “Selecciones”, leía. De pronto escuché una voz amable  de caballero
-         Perdone usted  ¿me puedes prestar el periódico?
-         No

-         Disculpe no quería molestar.

-         No lo ha hecho. Quería decir que ya lo he leído y que está a su disposición.
Ese hombre,  guapo,  de unos 38 años,  se río

-         Gracias  eres muy amable.
Al embarcar me encontré en un asiento situado junto a los ocupados por una pareja en la cuarentena. La azafata, una bellísima mulata sonriente, me preguntó si aceptaba cambiar mi plaza por la que ocupaba el hijo de mis vecinos. Acepté ¿Cómo no hacerlo?

Así me encontré viajando junto al  hombre de voz afable, nos miramos y  sonreímos, él extendió su mano
-          Mi nombre es  Giuseppe y el tuyo  Iris. Bonito nombre,¿ a qué vas a La Habana?
Respondí seducida:
-         Asistiré a un congreso de ingeniera Industrial y producción  alimentaria.

  

Me deleitó con su encantadora sonrisa:
-         Yo también. Soy uno de los ponentes.
Media hora después,  a las doce treinta, sirvieron el almuerzo:  arroz  con mariscos. No probé bocado. Giuseppe, un hombre observador, comentó     
-         ¿No te gusta  el arroz?
-          Soy alérgica al marisco.
 Apenas había terminado la aclaración cuando él llamaba a la azafata para informar del hecho. Con personas así todo es fácil y tan rápido como la respuesta de la preciosa mulata:
-         La  comida para el personal   del avión es pollo, ¿desea pollo?
-         Sí, por supuesto
Giuseppe me había cautivado. Al llegar al Aeropuerto  José  Martí  cogí un taxi, el taxista me  entregó  una  tarjeta muy artesanal y aclaraba.
-         Mi negra, ofrezco todo tipo de servicios, incluido el especial.
¿Qué  es el especial?
-         Mi negra como que no entendéis: servicio sexual; alivio tensiones. Soy experto en dar felicidad. 
Solté una enorme carcajada
-         ¿A dónde vas hombre? Soy virgen y no  perderé  mi virginidad contigo
Replicó el conductor jocosamente: 
-         ¡Ay mi negra! Con este cuerpecito lleno de mambo. Te  divertirías mucho. –Sentenció-  tu  no regresas virgen a Venezuela, que te lo digo yo.
Risas iban y risas venían
De pronto se puso serio:
-         A  propósito  mi negra ¿cómo ves  a Hugo Chávez?
Respondí 
-         Va a  ganar las   elecciones
El martes  ya tenía  3 días en la Habana  y  continuaba  virgen. Ese día Giuseppe presentaba su conferencia. Estaba  muy elegante con un traje beige. Vi en el programa que era doctor en Economía y en   Ingeniería Industrial
En el almuerzo él se acercó a la comitiva  venezolana   y me saludó
-          ¿En qué hotel te quedas? ¿Salimos esta noche?
Acepté, él conocía muy bien la Habana. Paseamos, charlamos, nos dimos el primer beso. Hubo una detonación de fuegos artificiales. Regresé a mi hotel y Giuseppe al suyo.

Había previsto una estancia de quince días.  Salíamos todas las noches, pero no llegamos a intimar. La Habana profunda que me enseñaba Giuseppe ocupaba un gran espacio.
Era el período especial y una camarera del hotel me pidió que le regalara alguna compresa. Le regalé las que me quedaban, una parte de mi ropa y mi perfume. Ella,  en  agradecimiento, me invitó a cenar en su casa  ese viernes. Fui acompañada de  Giuseppe .Antes  paramos en una tienda para turistas, el hizo compra  y yo añadí una colonia para dama y otra para caballero. Era la muestra de nuestro agradecimiento.
Esa  camarera,  Ana, era doctora en filología  inglesa  y su esposo un destacado  científico investigador del SIDA.
Fue una velada extraordinaria y  muy revolucionaria, ellos apoyaban a muerte la Revolución Cubana. El convencimiento de un mundo mejor estaba por encima de las privaciones económicas.
De regreso, en el taxi, Giuseppe me  acarició con tanta ternura que comprendí que era el momento de abandonar mi popular virginidad.
Fuimos a su hotel. ¡Me hizo el amor con tal sutiliza! Era un buen amante, de mano lenta; respetaba los tiempos de una mujer en la cama. Desencadenó en mí una sucesión de orgasmos  casi espirituales. Sí,  había iniciado mi vida sexual de una forma mágica y se  había cumplido la profecía del taxista
El domingo regresaba a Venezuela. Giuseppe se quedaba en Cuba  por 20 días, en cumplimiento de  compromisos académicos. Nos  intercambiamos números telefónicos con la promesa de reencontrarnos en San Cristóbal.
En el avión,  una  joven profesora maracucha que había participado en el congreso, me dijo:
-          Giuseppe es un conquistador que se acuesta con las alumnas.
Cuando llegué a Táchira  busqué  en la guía  telefónica sección Maracaibo. No me fue difícil de localizar un apellido  poco común, por ser hijo de sicilianos. A mi tercera llamada tuve la respuesta de una mujer. Pregunté
-         ¿Usted es la esposa de Giuseppe, el profesor de organización industrial?

Con voz recia respondió
-         No, soy su hermana
Insistí:
-         Necesito contactar con su esposa

-         Ella murió hace dos años ¿Quién eres? ¡ qué mal gusto!

Me asombré y corte  la llamada
Giuseppe jamás me comunicó que era viudo, por qué no lo hizo?
Pensé  “esa maracucha es una  mentirosa, cizañosa, arrastrada”
Cinco días   después Giuseppe telefoneó  a mi móvil desde Cien Fuegos:
-         Chiqui te echo de menos”.

La duda se disipó. Se iniciaba una gran historia de amor y tragedia.

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