¡Piensa en mí!
Ya he comentado que
había tres Isabel en mi vida: la Campo Viejo, la Villalobos y la Mata. Conocí a
las dos últimas en Literania 2017, festival que organizó Proust esta primavera.
Pasé cinco días
maravillosos, pese a que todo se puso en contra. La lluvia y el frio no son
acogedores. Lo peor fue que la humedad afectó a las instalaciones eléctricas y
los efectos no solamente se hicieron sentir en actuaciones y presentaciones. También
hubo que suprimir actividades gastronómicas. Estábamos en el Parque de la
Vaguada.
La Mata pone en
práctica eso de “al mal tiempo buena cara”. Estaba de voluntaria en la venta
general de libros, al mismo tiempo que promocionaba su obra.
Yo era novato y no
había habido tiempo de asignarme voluntariado. Estaba, cuando estaba, en mi
mesa compartida con dos escritoras que se escaqueaban más que yo. Se veían, eso sí, las novelas de los tres.
Pese a todo, se vendía
algo, bastante para lo que había. No solamente contábamos con, en mi caso, las
compañeras de mesa. A mí me salió un secretario, creo que algo más viejo que
yo, que me contaban sus batallas, era un militar jubilado.
Soy pacifista y no
escuchaba sus palabras, sentía su humanidad. Mientras yo salía a fumar un
cigarrillo, él me vendía libros. Una proeza en las circunstancias.
Había otro viejo que
venía todos los días a verme, pese a la lluvia y al frío. La carpa nos protegía
de la primera y teníamos que “comernos” el segundo. Apareció el primer día,
hacia las cinco de la tarde. Paseaba, como casi todos l@s visitantes sin
prestar atención a libros y aún menos a los escritor@s que tratábamos de
venderlos.
La gente tiene miedo a
verse comprometida y trata de “pasar el rato” sin verse empujada a comprar.
Nosotr@s estábamos allí para promocionar nuestra obra y claro, había el gato y
el ratón.
Hay que añadir el frío
y las carencias; las provocadas por una intemperie hostil, por los recortes, por los gastos, por las facturas.
Mi visitante tenía nombre, que he olvidado.
El encuentro se
produjo en la mirada. Era esquiva, como las de los otr@s pero había mucha
soledad.
-
La escritura es un acto solitario…
Anuncié mientras
acercaba una silla para que pudiera sentarse cómodamente.
-
Muchas gracias. He venido para “airearme”. Dispongo de
poco tiempo. Mi mujer depende de mí.
Sus ojos delataban sus
ansias por sentarse y por compartir nuestras soledades. También los mismos
explicaban sus palabras: el miedo a verse comprometido en compras que no podía
permitirse.
Su mirada a la portada
de “Catarsis” le delataba. Es la foto de mi primera comunión que mi madre puso
en la habitación que ocupaba. Nunca me ha gustado. Era su habitación y tras su
muerte la he conservado por respeto.
Ha sido su regalo para
la publicación de “Catarsis”. Necesitaba una portada y tenía que encontrarla
rápidamente si quería que la obra estuviera editada para Literaria.
No sé por qué entré en
la habitación. Sé que vi el cuadro con la foto y que había encontrado la
portada que requería mi sexta novela. Con las otras había tenido que
resignarme, no era lo que quería, en este caso va como anillo al dedo.
-
Es mi regalo. ¿Cómo se llama?
Tuvo que sentarse para
que le dedicara un ejemplar de “Catarsis”. Esta fue su primera visita. Desde
entonces venía cada día. Me trajo una cruz igual que la que figura en la
portada de “Catarsis”; CDS de obras de teatro, papeles, fotos. Necesitaba
pretextos, pero, poco a poco, se fue abriendo y confesó:
-
Mi mujer depende de mí para el aseo, el alimento, el
desplazamiento. Yo dependo de ella para relacionarme.
Guardé silencio. No se
trataba de obtener más confidencias. Este hombre necesitaba desahogarse.
-
En cuanto llegamos al portal ya está contando sus
penas. Ni una palabra de agradecimiento, ¿para qué? Su historia perdería garra.
Cuando se fue sentí la
necesidad de fumar. Me dirigía al exterior cuando topé con la Mata.
-
Espera, querido.
Me cantó el “Piensa en
mí”. Tenía tanta empatía que hizo visible la lágrima que retenía tras la emoción
que desató la historia de mi visitante. No sé llorar y siempre espero que no se
note mi debilidad.
Ella no hizo
comentarios. Me sentí arropado por su abrazo enternecedor.
Algo parecido me
ocurrió con la Villalobos; la última cantaba en catalán y me arropó en una
corta entrevista radiofónica.
No, no era tan
desgraciado como mi visitante y así quedó claro cuando sufrí un duro golpe, al
margen de Literania. Me disgusté y sufrí el regreso de la irritación de colon.
Tenía que correr al baño y pese a las prisas, frecuentemente no llegaba. Tenía
que dejar fuera a Julen. Este no quedaba solo, no. Alguien, siempre, era
sensible a la “movida” y cuidaban a mi compañero, que tiene la mala costumbre
de atacar a los perros macho.
Cuando se enteró la
Villalobos del incidente vino a mi encuentro y me dio un abrazo de Osa.
-
Para que sientas la presencia de Iris.
Dijo con una complicidad
que estoy seguro que Iris compartirá.
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